La Espada de Peleo. Capítulo 8: La cueva.
A continuación está el quinto capítulo de nuestra historia interactiva: La Espada de Peleo. La historia ha sido escrita e ideada por Hija de Eos, las portadas editadas por Hija de Hécate, y todo supervisado por Cazadora de Artemisa.
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−Tenemos que ir a rescatarla.
Lia
le había contado a Nick todo lo que había sucedido en sus sueños, excepto el
pequeño detalle de que uno de los tres moriría. No quería preocupar a Nick,
sobre todo cuando Max había desaparecido.
−¿Crees
que no quiero ir a buscarla? −Contratacó Nick, aún con lágrimas en los ojos−.
Pero se la han llevado en la otra dirección. ¡No podremos llegar a tiempo a por
la espada! ¿Recuerdas que hay alguien más que la está buscando? Si ese alguien
la encuentra antes que nosotros…
−
¡¿Y qué propones?! − Exclamó Lia− ¿Dejarla tirada? No podemos…
A
Lia le falló la voz. Nick se acercó a ella para consolarla.
−Lia,
si recuperamos la espada tendremos más posibilidades de acabar con los toros.
Conozco a Max, ella es fuerte. Conseguirá sobrevivir hasta que vayamos a buscarla.
Lia
no contestó. Bajó su mirada.
−Oye,
no dejaré que le pase nada. Lo prometo. −Le aseguró Nick, poniéndole una mano
encima del hombro. Ella apartó su mano y, aún sin mirarle a los ojos, se alejó
en dirección a la cueva.
Caminaron
durante unos minutos hasta que Nick llamó la atención de Lia.
−Hey,
la cueva debería de estar por aquí. Acabemos con esto de una vez.
Buscaron
en todos los lugares en los que una cueva pudiera estar escondida hasta que el
sol comenzó a ponerse.
−Nick,
¿estás seguro de que no te has equivocado? Porque aquí no hay nada.
−Pues
claro que estoy seguro. He estudiado el mapa. Quizás no estemos buscando
correctamente. ¿Por qué no tratas de mirar… ya sabes… más allá de lo que ves?
Lia
puso los ojos en blanco y continuó buscando. ¿Más allá de lo veía?
Definitivamente el chico estaba volviéndose loco. Ella solo podía pensar en su
amiga y en que cada segundo que pasaba, podría ser vital para encontrarla.
Finalmente se obligó a centrarse en la cueva. ¿A qué se refería con “ver más
allá”? Quizás… ¿la cueva estaba escondida por la niebla? Imposible. La niebla
no podía esconder cosas tan grandes como una cueva… ¿no? La película de
orientación no lo había mencionado.
−No
perderé nada por intentarlo −Dijo para sí misma mientras trataba de centrarse
en la niebla, tratando de ver lo que podría estar ocultando. Paseó lentamente
por la zona, tratando de no alejarse mucho de Nick por si algún monstruo
aparecía por sorpresa. Más tarde, a su izquierda la niebla comenzó a disiparse,
dejando a la vista una gran apertura en la pared de roca.
−Ehh…
¿Nick? ¡Creo que la he encontrado! −Gritó Lia, asombrada.
El
chico no tardó en llegar hasta Lia.
−¡La
has encontrado! −Repitió, riendo− Dioses… sabía que estaba aquí, ¡lo sabía!
−
¿A qué estamos esperando? ¡Entremos!
−Espera
−Advirtió Nick−, podría haber trampas. Tenemos que ir juntos y con cuidado.
Pisa solo donde yo haya pisado antes.
Lia
asintió, algo asustada por lo que Nick estaba diciendo, pero con tanta
adrenalina en el cuerpo que la cegaba.
Ambos
sacaron de sus respectivas mochilas sus linternas y avanzaron con precaución,
tratando de no pisar o tocar ningún objeto extraño que pudiese activar alguna
trampa. Habían recorrido unos cuantos metros, pero todavía no habían dado con
ninguna trampa, cosa que a Lia no la tranquilizaba. Cuando hubieron avanzado unos
quinientos metros a paso muy lento, un rugido retumbó entre las paredes de la
cueva.
−¿Pero
qué narices…? −Musitó Nick.
Sus
linternas se apagaron.
−Esto
no me gusta… −Murmuró ella.
El
chico rebuscó torpemente en su mochila hasta que dio con lo que quería. Nick
encendió una cerilla. Incluso con la poca visibilidad que proporcionaba, ambos
semidioses pudieron apreciar las grandes espinas que atravesaban a sus
linternas, dejándolas totalmente inservibles.
−¿Una
trampa? − Preguntó Lia.
−Esperemos
que solo sea eso… −Dijo Nick.
La
cerilla se apagó. Nick trató de encender otra mientras reía.
−¿Y
tú de qué te ríes? − preguntó Lia.
−Yo
no me estoy riendo.
Cuando
Nick consiguió encender la cerilla, una cara extraña se interponía entre ellos.
A Nick se le cayó la cerilla. Lia prefería pensar que había sido aquella
persona el que le había asustado y no por el grito que pegó Lia que podría
haber roto unos cuantos vasos de cristal fácilmente.
Nick
consiguió encender varias cerillas del tirón.
−¡¿Quién
narices eres?! − preguntó él.
−
¡Los que trataban de encontrar la espada antes que nosotros! −Dedujo Lia.
−
¿Espada? ¿Quién querría comerse una espada cuando dos semidioses se han
presentado en mi guarida en bandeja de plata? −Dijo el hombre, ahora escondido
en la oscuridad.
−
Corre −Le ordenó Nick antes de echar a correr, internándose más en el interior
de la cueva. Lia prefirió hacerle caso a su amigo e hizo exactamente lo mismo.
La
risa del hombre retumbaba por las paredes de la cueva. Lia pensó en sus
posibilidades. Estaba completamente a oscuras, no sabía dónde estaba la salida
ni donde se encontraba su amigo, solo sabía que un hombre extraño trataba de
alcanzarles para comérselos. Lo normal.
No
podía hacer nada más que correr. Pensó en todo lo que había aprendido en la
película de orientación del campamento, lo que era equivalente a nada. Recordó
algo sobre los hijos de Hécate. Algo sobre utilizar la niebla para crear…
¿ilusiones? Tenía que probarlo, era su única escapatoria.
−Conozco
está cueva como la palma de mi pata, queridos, no lograreis escapar de mí. −
dijo una voz, cada vez más cerca de ella. Espera, ¿acababa de decir pata? Trató
de no darle mucha importancia. Imaginó que una enorme pared se interponía entre
el monstruo y ella, una pared que no podría traspasar ni el gigante más fuerte.
Sentía como la niebla le obedecía, volviéndose espesa a su espalda. Ella continuó
corriendo.
PUM.
El
golpe fue tan fuerte que retumbó con gran eco a través de la estancia. Pasaron
a oírse una serie de rugidos sordos, como si de verdad hubiese conseguido
manipular la niebla.
A
su lado, Nick encendió otra cerilla.
−Era
una Mantícora, medio humano, medio león, medio… ya sabes, más cosas. −Explicó, tratando
de recuperar el aire− ¿Cómo narices lo…?
Nick
se percató de una tenue luz azulada que brillaba tras ellos. Caminó lentamente
hasta el sitio de donde provenía.
−La…
la espada. −Susurró Lia.
−Por
fin… −Murmuró Nick.
Lia
comenzó a reír.
−¡La
hemos encontrado! No puedo creerlo.
La
espada yacía clavada en el suelo de la cueva, tal y como había visto en sus
sueños.
−
¿Lo… conseguimos? −Dijo mientras comenzaba a reír. Todavía sin creérselo− ¡Lo
conseguimos!
Lia
nunca había visto a aquel chico tan contento. Sabía que con esa espada podrían
rescatar a Max y acabar con el sufrimiento que llevaban arrastrando esos
últimos días de una vez por todas.
Nick
arrancó la espada del suelo mientras la miraba estupefacto y sonriendo− Al fin
es mía.
−¡Sí!
Al fin podremos centrarnos en Max.
−
Llevo toda la vida esperando esto, ¿sabes? Al fin se acabará todo. − Nick miró
hacia abajo con una sonrisa burlona. − ¿Lo has oído, madre?
La
sonrisa de Lia vaciló.
−Sí,
emm… ¿me dejas la espada? Creo que estar aquí dentro te está afectando…
Nick
apuntó a Lia con su nueva arma.
−Eh,
¿qué haces? − preguntó Lia con una risa nerviosa.
−
Oye… te seré sincero. No quiero matarte, ¿vale? Me has ayudado, cosa que
aprecio, pero no hay sitio para dos en la cima. Vete. Huye lejos del
campamento, si aprecias tu vida.
−
Pero, ¿qué dices? Deja de hacer el tonto, me estás asustando.
−
Tienes una última oportunidad. Márchate o quédate para morir.
Lia
miró fijamente a Nick. No parecía estar bromeando, sus ojos ardían de ira. Fue
ese el momento en el que Lia comprendió lo que estaba sucediendo.
−¿Todo
esto ha sido cosa tuya, cierto? Siempre fuiste tú esa otra persona que estaba
buscando la espada.
−La
verdad, no esperaba que fuese tan fácil. Ah, sabía que esto acabaría así, de un
modo u otro. Al menos Max no está aquí. Habría detestado matarla, me cae
realmente bien. −Interrumpió el chico.
A
Lia se le cayó el alma a los pies. No entendía cómo podía haberse creído toda
aquella farsa. Ahora todo el campamento corría peligro, y era culpa suya.
−¿Por
qué? −Preguntó Lia reprimiendo sus ganas de llorar.
−
Lia… en cuanto te vi supe que eras la indicada. El chico comenzó a dar vueltas alrededor de
Lia, aún sin bajar el arma− ¡Era sencillo! Llevaba años estudiando el plan,
solo necesitaba una hija de Hécate que me abriese la entrada a esta estúpida
cueva. No es nada personal, amiga mía, es por mí, no por ti.
Lia
ardía de rabia, pero prefería no explotar delante de alguien que le estaba
apuntando con la espada más poderosa del mundo.
−¿Eres…
hijo de Hécate? Todo fueron ilusiones, ¿cierto?
Nick
soltó una carcajada.
−Dioses,
¡no! Por supuesto que no… no soy tan desgraciado como tú. Yo soy hijo de
Melínoe, diosa de los fantasmas. Sí, sí. Yo tomé la apariencia de Peleo y me lo
inventé todo. La misión, la profecía y todo lo demás. Max nunca estuvo en
peligro, solo la puse a salvo. Los toros mecánicos los construí yo, no son los
verdaderos toros de Hefesto. Su única misión es alejar a Max del campamento todo
lo posible.
−
¿Tomaste su apariencia? Espera… ¿Max está bien?
−¡Pues
claro! Es una de los maravillosos poderes de mi madre, poder hacerse pasar por
personas fallecidas. Mola, ¿eh? Ah… al fin podré hacerme con el poder y
vengarme de todos los que se metieron conmigo. Por favor, insisto en que te
marches. No quiero manchar mi nueva espada de sangre tan pronto.
−
¡No pienso irme! ¿Todo esto solo por el poder? ¿Es en serio? Eres un psicópata.
No lo entiendo...
−
No espero que lo entiendas.
Nick
hizo un rápido gesto y Lia comenzó a sentir un gran ardor en su brazo derecho.
El corte era profundo, pero no parecía muy grave.
−¿Estas
segura de que quieres quedarte? − insistió Nick.
Lia
agarró su arco y apuntó a Nick con una flecha.
−Confié
en ti…
−
Lo sé, de eso se trataba, cielo. Sé que tu punto débil es tu extrema lealtad.
−No
puedo dejar que mates a los demás campistas.
−
Oye, te entiendo, ¿vale? Pero… yo no puedo dejar que te interpongas entre mis
planes.
Lia
comenzó a llorar en cuanto le lanzó una flecha a Nick que iba dirigida a su
cabeza.
Él
rió. La había esquivado.
−Pensé
que no tendrías el valor de hacer eso.
No
puedes hacerme daño, no si empuño esta espada. Me caes bien, Lia. Lo siento.
Apenas
pudo reaccionar. Para cuando se dio cuenta, ella ya había caído de rodillas
contra el suelo. Los pulmones le ardían y la vista se le nublaba. Pasó su mano
por encima de la herida que Nick le había hecho en la zona del corazón. Se
estaba desangrando. En el fondo quería pensar que podría curarse, pero ella
sabía que no sería así. Era ella la que moriría de los tres.
Con
un último impulso de fuerza, Lia agarró otra flecha y se dispuso a lanzar, con
sus manos temblorosas, al techo de la cueva.
−No
te rindes nunca, ¿cierto? ¡No puedes matarme
−
¿Estás… seguro? − preguntó Lia, justo antes de lanzar la flecha.
El
chioó rió de nuevo. Detestaba su nueva risa de suficiencia.
−Has
fall...
Antes
de que pudiese terminar la frase, un montón de grandes estalactitas cayeron
encima suyo.
El
lugar quedó sumido en un completo silencio. Le había matado. El arco se le cayó
de las manos al mismo tiempo que ella caía al suelo sin apenas respiración.
Acababa de salvar el campamento, pero… ¿a qué precio?
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