Del Reves
Capítulo 1
Artemisa: ¿Qué demonios?
Tras su viaje por las sombras durante 5 años
por América latina, finalmente Aike había llegado a un bosque en Long Island.
Caminó hacia la colina más alta, buscando un lugar para identificar donde
demonios se encontraba. Sus pies se sentían pesados, como si llevase unas rocas
atadas a los tobillos.
De repente, unos arbustos se movieron cerca de
ella, poniéndola automáticamente en alerta. Desenfundó la espada. Tal vez sería
el viento, pero siendo una de Hades nunca se sabe.
Se acercó lentamente al arbusto, que volvió a
moverse. Levantó la espada por encima de su cabeza, lista para descuartizar a
lo que sea que se esconda detrás de ella. Pero un ciervo marrón claro con
manchas blancas salpicadas por su lomo, se alzó sobre sus cuatro finas y
temblorosas patas, mirando detrás de ella y huyendo rápidamente.
La desconcertó. ¿A qué demonios miraba? ¿Es
que ella no era lo suficientemente aterradora, con una espada casi igual de
alta que ella, brillante en su oscuridad, y con sus ojos negros vacíos en las
cuencas?
Se giró sobre sí misma, ya curiosa de saber
cuál era la criatura que le había robado a ese animal su atención. No vio más
que a una mujer. Llevaba una diadema de media luna sobre su cabeza, que supuso
que se encontraba atada en un nudo. Llevaba un carcaj con flechas y un arco,
como si hubiese estado a punto de cazar a ese ciervo. Tal vez por eso estaba
asustado. ¿Pero por una flecha insignificante y no por una espada que estuvo a
nada de partirlo en dos?
La mujer, vestida con una túnica blanca
absurda, como si se le hubiesen pegado las sábanas al cuerpo, dio unos pasos
hacia ella, pareciendo completamente inofensiva. Pero Aike no guardó la espada
ni por un segundo, ¿y si fuese un monstruo? Entonces habría perdido unos
valiosos segundos de ataque.
-Buenas, Aike, hija de
Hades. Te he seguido de cerca, llevo un rato esperándote.
Aike la miró pensativa, su rostro no le
parecía nada conocido.
-¿Y usted quién es? ¿Qué
quiere conmigo?
Estaba cansada, le dolía todo el cuerpo. Solo
quería llegar ya al maldito campamento y dormir por días. Pero esa mujer la
estaba incordiando demasiado.
-Soy Artemisa, diosa de
la luna, la maternidad y señora de las fieras –Se presentó. Aike automáticamente
se sintió mal por haberle hablado de mala manera a la diosa. Temió por su vida-. Estoy sorprendida por tus logros y tu
valentía a tan corta edad, así que vengo a pedirte que te unas a mí y a mis
cazadoras. Serás inmortal, vivirás siempre con tus hermanas y me serás fiel. El
único inconveniente que es no podrás salir con hombres y deberás mantenerte
virgen. ¿Qué me dices?
Aike estaba congelada. No sabía qué decirle.
Necesitaba tomar una decisión tan importante tranquila. Eso cambiaría el curso
de su vida para siempre.
-Necesito pensarlo, mi
señora.
Artemisa asintió.
-Bien, Aike. Tienes dos
días para darme una respuesta. Ahora deja que te acompañe al campamento.
Poseidón: De buena soy tonta
Helena salió de la cafetería con el estómago
lleno. Estaba harta de comer pescado y las tortitas que acababa de comprar
estaban exquisitas. Ahora que estaba saciada, podía continuar su camino hasta
el campamento mestizo. Estaba en Queens, eso lo sabía por el acento tan marcado
de los habitantes. El campamento estaba en Long Island, por lo que aún le
quedaba un largo camino que no sabía cómo recorrería.
En el aparcamiento frente a la cafetería había
un granjero con un camión verde lleno de heno que parecía marcharse. Helena
supuso que iría a algún establo fuera de la ciudad, por lo que la idea de
subirse detrás quedó descartada. Por otro lado, una bonita moto estaba con las
llaves en el contacto. Aunque podría servirle, Helena era demasiado bonachona
para robar cualquier cosa.
La única opción que le quedaba era ir andando,
pero no lo haría por el centro de la ciudad. ¿Y si un monstruo le atacaba? No
podía sacar su arma así como si nada. Pero unas olas violentas podrían
salvarla, como ya lo habrían hecho alguna vez. Así que su mejor opción era
caminar por la costa hasta Long Island.
Era otoño, por lo que las hojas de los árboles
habían tomado una tonalidad amarillenta y rojiza. Las calles estaban cubiertas
por un manto de ellas y la brisa marina agitaba las copas de los árboles,
haciendo que cayeran rápidamente. Helena estaba disfrutando como una niña
pequeña de la superficie, después de tantos años en el campamento submarino de
Poseidón. Por supuesto que fue divertido, pero no había podido disfrutar de
estos pequeños placeres tan banales que le sacaban una sonrisa involuntaria.
Helena era hija de Poseidón, uno de los dioses
más poderosos. Sabía que sus sueños siempre eran pesadillas bien envueltas, por
lo que su felicidad fue, tal vez, demasiado efímera. Caminando por una de las
calles, giró la cabeza para mirar si venía alguien por la otra acera,
completamente alerta. Allí vio a una chica morena, hablando con dos policías y
señalándole.
No conocía a la chica y no quería meterse en
problemas. Estaba muy cerca de un puente que conectaba con Manhattan, no podía
mandarlo todo a tomar viento ahora. Decidió seguir caminando con cautela,
acelerando algo sus pasos.
Eso no sirvió para nada, pues se chocó de
golpe contra alguien. Al levantar la mirada, pidiendo perdón, Helena vio que
era una de las policías con la que la chica esa estuvo hablando. ¿Cómo la había
alcanzado tan rápido?
-¿Y tú huyes? –Bramó la
mujer-. Tu amiga y tú sois
lo peor. ¡De cabeza al calabozo!
Helena elevó las manos para alejarla,
empezando a decirle que no la conocía de nada, pero solo facilitó la labor de
arrestarla. Con esposas en las muñecas, la metió en el coche policial junto a
la otra chica. La miró indignada y claramente sorprendida. ¿Qué acababa de
pasar? Fue a preguntarle quién era pero la chica habló, adelantándose.
-Lo siento.
Después de eso, Helena supo que estaba en
peligro.
Afrodita: Una moto me
llevó a la cárcel
Paris casi agarró a la chica parada del
aparcamiento por los pelos y la sacaba a rastras de allí. Necesitaba salir de
esa cafetería y hacer algo ilegal para llegar al campamento sin ser vista e ir
cómodamente, pero no podía dejar ningún testigo. Finalmente, cuando empezó a andar,
ella fue prácticamente corriendo hacia la puerta.
Vio una moto con las llaves puestas y casi
quiso reírse. Menudo idiota, le estaba incentivando a robar esa moto seguro. Se
subió como si nada, con total tranquilidad. Agarró su cabello para que no se despeinara
y se fue.
Claramente, París no sobresalía por ser
demasiado suertuda, por lo que su viaje no duró demasiado. Tras tomar una curva
cerrada clavando rodilla y acabando sobre la acera, se empezaron a escuchar
sirenas de policías cerca de ella. Se llevó una mano a la frente, viendo que la
había cagado, pues ahora la seguían. Decidió entonces parar en una calle vacía
cerca del río que separaba Queens de Manhattan.
Desmontó de la moto con cuidado, apagando el
motor y mirando al coche parar detrás de ella. Había un hombre corpulento, cuya
camisa estaba manchada de alguna salsa. La otra agente era alta e imponente,
con cara de pocos amigos. Una gruñona. París podría con ellos.
-Buenas tardes, agentes
–Los saludó con calma, no tenía permitido perderla si quería camelárselos-. ¿Qué sucede?
La mujer fue la primera en hablar.
-Superaste el límite de
velocidad, vas sin casco y te subiste a la acera en una curva. ¡Estás detenida!
París contrajo el rostro, llevándose una mano
al pecho y alternando la mirada entre ambos oficiales.
-¿Sólo por eso? No creo
yo, oficiales. Los veo con muchas ganas de dejarme libre y seguir trabajando.
No me van a detener.
El hombre asintió.
-No, claro que no. Yo
quiero dejarte libre.
-Claro –Continuó Paris,
sonando cada vez más convincente-, si no he hecho nada malo. Ni siquiera recuerdan de qué me
acusan.
-Sí, sí. Mejor te
dejamos libre…
La mujer la miraba embobada unos segundos,
hasta que agitó la cabeza y volvió a arrugar todo su gesto.
-¡No! Owen, te está
comiendo la cabeza. ¡Detenla!
-¿Solo por probar la
moto de mi amiga? –Creó una nueva mentira-. Miren, está en la otra acera. –Señaló a una chica cualquiera
que pasaba por ahí.
-En ese caso las
detendremos a ambas. –Declaró la mujer, yendo a por ella.
Paris se giró hacia Owen, mirándolo con pena.
Cuando iba a empezar a hablar, le esposó ambas manos y la metió rápidamente en
el coche.
Vio a la chica que estaba junto a ella y
habló, pasando a su plan B.
-Lo siento.
Miró por la ventana a una persona que pasaba
junto al coche, manipuló su propio aspecto para parecerse a esa persona.
Pensaba que así les haría pensar que se equivocaron, pero los dos únicamente
rieron.
-Hija de Afrodita –Rió
la mujer, dejándola completamente paralizada-, tú y la hija de Poseidón no iréis a ningún
lado. ¡Hoy vais a ser nuestra cena!
Las chicas se miraron simultáneamente, viendo
como la mujer se refirió a ellas.
Hefesto: “Los metros no me agradan”
La noche era fría en Brooklyn y un joven
caminaba solo en las calles de esta, en su mirada se notaba confusión. Unas
horas antes su tío, al cual había querido como un padre, le había entregado un
martillo de forja y dicho que era un semidiós, su mundo entero había colapsado
en unos instantes. Unos momentos después su tío le dijo que debía huir por su
propio bien, que ya no podía protegerlo.
¿Abandonar todo lo que conocía y tenía por un
martillo estúpido? Su tío le dijo que saldría
al banco a sacar dinero para el viaje y que saldrían a la mañana, se veía muy
nervioso, miraba a todos lados, como si alguien los estuviera vigilando, le
dijo a Koa repetidas veces que no saliera de la casa hasta que él volviera. Ya
había tomado su cartera y estaba a punto de abrir la puerta, cuando se detuvo y
sacó una carta de su bolsillo. No muy convencido de ello, se la entregó a Koa.
-Koa, si no regreso en
dos horas, abrela -Se veía triste-. Si-sino regreso, haz lo que dice la carta ¿entiendes? No intentes
ir por mí, solo… Sigue lo que dice la carta - Le dio un abrazo y salió rumbo al banco.
El pobre chico solo había atinado a asentir
con la cabeza. Le habían dando tanta información, que no pudo hacer otra cosa
más que sentarse y pensar. ¿Acaso su tío se había vuelto loco? ¿De dónde sacó
que era un semidios? ¿Por que le había dado un martillo viejo, diciendo que eso
lo protegería?
Estaba tan metido en sus pensamientos que no
se dio cuenta del tiempo que pasaba, cuando recordó la carta que tenía en las
manos se dio cuenta que su tío no había regresado y ya era de noche. Koa abrió
el sobre, creyendo que tal vez resolvería sus dudas o tal vez, solo talvez que
todo era una broma, pero lo único que estaba escrito allí era una dirección y
la indicación que de fuera allí. ¿El lugar? Campamento mestizo, en Long Island.
Koa no entendía nada, ¿Allí era donde iban a ir él su tío? ¿Por qué le dijo que
si no regresaba tenía que ir el solo? Pensó por un momento ir a buscar a su tío
al banco, pero recordó lo que le dijo, así que tomó algunas de sus
pertenencias, un poco de dinero, el martillo viejo y salió de su hogar,
creyendo que tal vez lo
vería en el camino…
Así fue como Koa terminó en Brooklyn, solo, en
dirección a Long Island. Llevaba toda la noche caminando tenía frío, hambre y
no sabia ni que creer. Suspiro cansado.
-Todo esto por un
condenado martillo. -El muchacho sacó el
martillo de forja que llevaba en la espalda, este brillaba con un fulgor sin
igual, no sabía qué metal era pero era muy ligero y fuerte.
-Es una noche fría para
que un jovencito se pasee solo no crees?- Koa saltó
sorprendido, ahí en un callejón una sombra lo
miraba, algo le daba mala espina.
-¿Disculpe?- Koa empezó a retroceder, todo su cuerpo
gritaba peligro, podía ver la señal de metro a unas cuadras, si corría hacia
allí la policía o alguien lo ayudaría ¿Verdad?
-Decía que es una noche
muy fría para que un joven esté solo. -Sus ojos centelleaban en la oscuridad-. Que interesante artefacto llevas allí. Debe
ser muy pesado -La sombra comenzó a
avanzar y cada vez se hacía más grande-. ¿Porque no me dejas ayudarte? Ten-
Antes de que la sombra terminara de hablar,
Koa corrió con todas sus fuerzas a la estación, no sabía quién era la sombra
pero tenía claro que no era su amigo, sus músculos gritaban de dolor por el esfuerzo
repentino, pero su cerebro le decía que si paraba estaba muerto. Al llegar a la
esquina giró, allí estaba la entrada al metro, entre tropezones bajó las
escaleras, sabía que venía detrás de él, podía escucharlo arrastrar sus pies.
Espera, ¿arrastrar sus pie?, pensó. Una persona normal no andaría tan
rápido si arrastrara sus pies.
Se le puso la piel de gallina, eso no era
normal, pero no tuvo el coraje de voltear, debía seguir corriendo o lo
alcanzaría. Al llegar a la casilla de pago no se detuvo y simplemente la salto,
podía oírlo atrás de él, su corazón se desgarraba por bombear sangre a su
cuerpo, nunca había sentido tanto miedo ¿Lo peor? No sabia porque.
Al llegar al andén, lo vio vacío, Koa maldijo
en silencio, ¿Ahora quien lo ayudaría?. Un chico de cabello rubio y chaqueta de
cuero apareció de repente a su lado y empezó a hablarle, la sangre en sus oídos
le impedía oír. Justo en ese momento lo que lo seguía salto y se puso frente a
él, y por fin pudo verlo. Koa se congeló, lo que veía no podía ser real, no era
humano, vió la parte baja de su cuerpo y entendió por qué no escuchaban sus
pasos, era
mitad serpiente. El monstruo estaba apunto de
atacar cuando una espada lo atravesó y explotó en humo amarillo. El chico, el
que estaba en el andén, estaba en medio del polvo, con el arma en las manos.
Justo cuando estaba a punto de decirle algo,
escucharon más ruidos bajando por las escaleras. En un acuerdo silencioso,
ambos corrieron a la salida del metro. Más mitad serpientes los perseguían, el
chico de la espada se giró a mitad de las escaleras y les dio un mandoble y
Koa, en un golpe de adrenalina, también logró darle a uno un martillazo en la
cabeza.
Sin verificar si habían muerto o no, siguieron
corriendo al llegar a la calle, hasta que una voz femenina les gritó desde un
callejón.
Atenea: Vorágine
Nathan estaba esperando el metro, su abuela le
había pedido ciertas cosas para ayudarlo a ocultar su “aroma”. Sabía que ahora
al saber su identidad no puede confiar en nadie, cualquier persona podría ser
un monstruo y no necesitaba terminar herido antes de llegar al campamento.
Aunque podía haber tomado un autobús que lo
dejaba más cerca de casa, pareciese que el metro de alguna forma lo llamaba,
como si le dijera que algo importante estaba por suceder y el debiera estar
allí…Era demasiado como para dejarlo pasar así que ahí se encontraba, un chico
de 15 años con bolsas de compra y cimitarras en el interior de la chaqueta.
Nathan se sentó en una de las bancas y sacó
sus armas, pensó que era mejor llevarlas fuera. De todas formas las personas no
las verían por lo que son, como su abuela le había dicho, la niebla las hacía
pasar por raquetas de tenis, estando en Brooklyn ¿Que tan raro podría ser ver a
un chico pasear con bolsas del mandado y raquetas de tenis? Nathan miró
alrededor al hacerse esta pregunta y, sorprendido, se dio cuenta que el andén
estaba vacío.
Una mala sensación llegó a el. Las estaciones
de metro nunca están vacías. Nathan se paró de un salto del banco y blandió las
cimitarras cuando escuchó fuertes pisadas de la entrada. Parecía que algo venía
a toda máquina. Un chico de su edad, de cabello rizado y alborotado entró dando
traspiés e intentando recuperar el aliento. Nathan bajó la guardia. Lo
acaban de asaltar, pensó, pero noto que algo le colgaba de su espalda. Al
acercarse un poco más, se dio cuenta que era un martillo, pero no uno común,
sino gigante y que irradiaba cierto…poder.
Sin guardar las cimitarras, Nathan se acercó a
él, indeciso en hablarle o no.
-¿Acaso tu eres…?- Pero antes de que la pregunta terminara de
salir de sus labios vio como un bulto con escamas cayó entre los dos.
¿Eso es.. una Dracaenae? Si sus ojos no mentían y su investigación de
los monstruos griegos era cierta, un monstruo mitad serpiente, mitad mujer
acaba de aparecer frente a él.
Sin pensarlo dos veces, se fue contra el
monstruo y de una sola tajada lo redujo a polvo. El chico del martillo aún
estaba en shock, pareciera que todo esto era nuevo para el. Apenas estaba
tratando de articular una palabra, cuando escucharon a más Dracaenae bajar por
las escaleras y ambos corrieron a la salida. Nathan escuchó con cuidado,
parecía que al menos tres Dracaenae los perseguían. Tanto él como el chico
martillo les dieron unos golpes a mitad de la salida, pero no podía asegurar
que las habían matado. No podían enfrentarse a ellas, les ganaban en cantidad,
su única escapatoria era huir.
Cuando llegaron a las calles de Brooklyn, no
habían avanzado ni media cuadra cuando una voz humana les llamó desde un
callejón. Una chica morena, de cabello corto y oscuro estaba escondida detrás
de unas cajas, volvía la vista nerviosa a la salida del metro y les seguía
haciendo señas. También puede ver a las Dracaenae, pensó Nathan.
Tomando al chico martillo de la sudadera,
corrió donde la chica, rezando que los monstruos no los hubieran visto.
Ares: Correr siempre
es la mejor opción
Edith se encontraba caminando por las calles
de Brooklyn, sola y perdida. ¿Como había acabado así? Ni ella lo sabía. Se
encontraba intentando recordar el lugar donde el hombre de sus sueños le
hablaba. Sí, un hombre en sueños le hablaba.
Bueno la verdad es que Edith no era de
Brooklyn, sino de Washington. Y te preguntarás “¿Qué hace ella tan lejos de
Washington?“ Bueno, pues ella había escapado del orfanato donde vivía desde
los 10 años ya que su madre, una abogada de prestigio, no la quería. No es
exageración ni nada, su madre literal no la quería, la aborrecía. Al cumplir
los 12 años empezó a tener esos sueños que de normales no tienen nada.
En sus sueños un hombre de unos veintitantos
años le hablaba y le decía que tenía que ir a Long Island, a un lugar llamado
Campamento Mestizo. Edith estaría mintiendo si creía que no era de locos, pero
sus sueños eran tan frecuentes y con tanta urgencia que comenzó a ahorrar con
el poco dinero que su madre le daba, hasta que unos años más tarde tenía lo
suficiente para sobrevivir a su pequeña excursión hasta Long Island.
Y allí estaba ella, a mitad de la calle en un
día normal en Brooklyn, excepto que no era un día normal. Desde hacía unos días
unos seres extraños la perseguían y era todavía más extraño que la gente no
hiciera nada o se inmutaba en la apariencia de esos seres. Ahora mismo se
encontraba escapando de uno de ellos y eso la había llevado directamente a un
callejón .Cerró los ojos con fuerza y se preparó para recibir una estocada o
algo, pero el golpe nunca llegó. Dudosa, se giró a la calle y vio que sus
persecutores ya no estaban. Había estado tan concentrada en huir y perderlos
entre las calles que no se dio cuenta en qué momento dejaron de seguirla.
Edith vió la salida del metro en la otra
esquina de la calle. Si pudiera llegar ahí, sería su boleto a la salvación. Ya
no tendría que estar dando vueltas en Brooklyn y perdiendo el tiempo en huir de
los monstruos. Estaba a punto de dejar el callejón, cuando dos peculiares
chicos salieron de la estación. Uno de cabello rubio traía unas especies de
espadas curvas y el otro… ¿Eso era un martillo de forja? Edith suspiró, el día
no podía ser más raro.Los monstruos que la habían estado persiguiendo salieron
de la estación también. Ahora entendía por que ya no la siguieron a ella, al
parecer tenían una mayor presa.
Sin saber por qué lo hizo, Edith llamó a los
chicos.
- Ah, idiota! - Se dijo a sí misma. Ahora conducía a los
monstruos otra vez a ella.
Bueno, no puede ser tan malo, al menos uno de
ellos tiene un arma, pensó.
Edith volvió a hacerles señas. Los chicos la
miraron extrañados pero afortunadamente le hicieron caso. Al llegar a donde
estaba, el chico de las espadas curvas la miró de arriba a abajo.
-Supongo que traes
armas, cierto? Por que si no te has dado cuenta, estamos en un callejón, sin
salida. Solo es cuestión de tiempo que las dracaenae nos encuentren.
-¿Armas? ¿Dracaenae?¿De
qué estás hablando? - le dijo Edith. Sip,
definitivamente esto iba de mal en peor. El chico del martillo aún estaba
recuperando el aliento cuando señaló a la estación.
- Ya- ya vienen. - Edith y el rubio se voltearon. Tres mujeres
serpientes o “Dracaenae”, como había nombrado el chico, venían furiosas
hacia ellos. Una de ellas tenía la mitad de la cabeza abollada. Eso debió
ser el martillo, pensó, intentando no reírse.
-Genial, ahora somos
tres contra tres, pero uno apenas puede respirar y la otra no tiene armas.
Estamos perdidos - Suspiró el rubio.
-Siempre hay un segundo
plan en estas circunstancias - Dijo Edith.
-¿A si? ¿Y cual es? - Preguntó el rubio.
- Correr. - Edith salió echando polvo del callejón y con
cierto alivio, escuchó como los otros dos la seguían. Era verdad que había
vuelto al problema principal, pero al menos ya no estaba sola.
Zeus, Hades & Dionisio: Minotauro inteligente
Un día como cualquiera otro Emma y Gabriela se
dirigían al bosque, ya que les tocaba guardia para evitar que los monstruos se
acercaban demasiado al campamento. Gabriela ya llevaba 8 meses en el
campamento, vivía en el todo el año mientras que Emma llegó hace apenas un mes,
era su primera guardia en el bosque.
-Emma. -Dijo Gabriela a pocos metros de entrar en el
bosque- ¿Estás
lista?
-Siempre, llevo este
mes entrenando duro y esto es lo más parecido a una misión real que tenemos en
el campamento -Respondió sin dudar.
-Perfecto entonces.
Dan un último paso y entran en el bosque, una
zona donde la luz del sol no toca el suelo por la gran cantidad de hojas. Ellas
recorrieron la parte más cercana al campamento, cerciorándose de que no había
ningún monstruo cerca. Tras una hora Gabriela decide adentrarse un poco más.
-Emma, conozco un sitio
muy bonito y tranquilo dentro del bosque, es a donde suelo ir a pensar, ¿te
gustaría acompañarme? -Preguntó amablemente,
girándose hacia ella y caminando hacia atrás.
-Sí, claro. ¿Por qué
no? Parece que está todo tranquilo por aquí así que no perdemos nada. -Respondió sonrojándose un poco.
Gabriela cambió el rumbo y se dirigió hacia un
claro, en el había unas rocas perfectas para sentarse y descansar. Se pararon
allí y comenzaron a hablar de diferentes temas: como llegaron al campamento,
como consiguieron sus armas, etc. Se llevaban bien a pesar de conocerse poco,
tenían muchas cosas en común.
-Bueno, pues de esta
forma llegué yo al campamento hace ocho meses, a partir de ese momento me
dediqué a entrenar y a cuidar el campamento.
-Fuiste muy valiente
por…
Se escucha un rugido y unos pasos a su
izquierda. De repente, del bosque sale una chica de pelo negro corriendo hacia
ellas.
-¡Ayuda! ¡Ayuda por
favor! Me está persiguiendo…
Detrás de ella apareció la sombra de unos
cuernos, justo después se pudo ver, era un minotauro. Pero no el típico, era
mucho más grande y no de color oscuro si no de un perfecto blanco. Cuando lo
vieron Gabriela sacó su Alabarda y se preparó para la batalla. La chica
llegó a su lado y se puso detrás de ellas pero el minotauro cargó contra el
grupo. Gabriela trató de invocar unas vides, estas salieron del suelo e
intentaron atrapar al monstruo pero iba demasiado deprisa..
-¡Rodad! -Ordenó Gabriela.
Emma y la chica desconocida no lo dudaron y
justo cuando el minotauro llegó todas rodaron, ninguna sufrió ningún rasguño.
El minotauro se chocó contra las rocas y se quedó aturdido.
-¡Gabriela, las vides,
vuelve a usarlas! -Gritó Emma
Gabriela a pesar de estar algo cansada por
haberlas utilizado apenas unos segundos antes lo volvió a intentar, esta vez
funcionaron, las vides le obedecían, les ordenó inmovilizar las piernas, brazos
y también la cabeza, para que no las pudiera romper con el cuerno. A su vez
chispas salieron de Emma, el cielo se empezó a nublar, parecía una tormenta,
pero algo falló, nada cayó de la nube. Emma paró, se sentía avergonzada, no
había sido capaz de invocar un rayo.
-¡Corred!-Ordenó Gabriela dándose cuenta de la
situación.- No resistirá mucho.
Las tres echaron a correr, Gabriela en primera
posición guiándose, de vez en cuando echaba un vistazo hacía Emma para ver que
tal estaba y otro hacia el camino para comprobar de que no las seguía. Al cabo
de unos minutos se escuchó un rugido pero no pasos. Fueron reduciendo la marcha
hasta que se pararon.
-¿Quién eres? -Preguntó Gabriela, acercándose a la
desconocida.
-Pues… Soy… Regina…
Lucifer… -Respondió tratando de
recuperar su respiración normal.
-¿Qué hacías en el
bosque? ¿No sabes que es peligroso?
-Pues no… Perdón, me
estaba dirigiendo hacia un campamento de por aquí, mi padre me dijo que debía
venir aquí, pero no lo encontraba y decidí adentrarme en el bosque, me dijo que
es un sitio para personas como yo…
-¿Personas como tú?-Preguntó, intrigada.
-Sí, mi padre… Pues es
especial… Se llama Hades…
-¿Qué? -Se sorprendió Emma- ¿Otra hija de uno de los tres grandes?
-Parece ser, deberíamos
llevarla al campamento. Yo soy Gabriela, hija de Dionisio y ella es Emma, hija
de Zeus. Es un placer conocerte pero deberíamos darnos prisa, ese minotauro aún
puede volver.
-Era extraño, parecía
inteligente, antes de iniciar la carga se paró un momento, como si estuviese
reflexionando qué hacer…
-Sí, tienes toda la razón
-Dijo sonriendo hacia
Emma-. Debemos informar en
el campamento, desde que Quirón desapareció han pasado cosas extrañas.
-No entiendo que decís
pero bueno, yo os sigo. ¿Sabréis dónde estamos, no? -Preguntó Regina.
Emma y Gabriela cruzaron miradas, intentaron
localizarse. Gabriela tomó la iniciativa.
-Creo que es por aquí,
seguidme.
Estuvieron un buen rato dando vueltas, todo el
bosque parecía igual.
-¿Segura que sabes dónde
estamos? Creo que en este árbol descansamos antes. -Dijo Regina.
-No, estoy totalmente
segura de que estamos cerca…
-Oh, mira, el pendiente
que se me cayó antes
-¿De verdad?
-Qué va, era para hacer
una broma, sigamos.
Las tres se rieron y prosiguieron la marcha,
¿Donde estaban? Solo Zeus lo sabía. Poco a poco el día se estaba convirtiendo
en noche, seguían dando vueltas, pero finalmente consiguieron ubicarse.
-Esperad, esto… Esto me
suena. Vamos por aquí.
Siguieron a Gabriela. Emma empezó a reconocer partes
del entorno, ya sabía también donde estaban, más o menos el campamento estaba a
diez minutos. Nada más pasó, las tres estaban tan cansadas que hasta dejaron de
charlar.
Finalmente consiguieron llegar al campamento,
se dirigieron a la casa grande, esta parecía más solitaria desde que Quirón no
estaba, buscaron y rebuscaron pero el señor D no estaba tampoco.
-Padre… Necesitamos tu
ayuda. Por favor ven al campamento.
No pasó nada, el señor D no aparecía.
-Bueno, ya que hoy no
está y ya es tarde es mejor que te enseñe cuál es tu cabaña, la cabaña 13, la
cabaña de Hades. Emma, si quieres puedes irte a cenar ya…
-No, no me voy a ir,
ahora me quedo con vosotras.
-Vale, como quieras,
vamos entonces a la cabaña.
Emma y Gabriela le enseñaron el campamento a
Regina, ella parecía fascinada, un campamento completo de gente como ella. No
tendría que ocultarse más, nada mas de cristianismo y de la imposición de su
abuela, nada de gente obligándola a hacer lo que ellos querían.
El último lugar de su recorrido era su cabaña.
-Esta es tu cabaña, será
tu casa mientras estés en campamento. Aquí tienes unas mantas para la cama, vas
a necesitar ropa nueva, mientras nosotras te podemos dejar algo. Además, debes
conocer las normas, no salgas de noche, si no serás descuartizada, hay
desayuno, comida y cena gratuito, hay entrenamiento y muchas más cosas que irás
descubriendo. Ahora que ya sabes todo esto deberíamos ir a cenar.
-Muchas gracias por
todo, de verdad, estoy muy cansada, no creo que vaya a cenar. Voy a dormirme
directamente.
Al acabar esta frase se metió rápidamente en
la cabaña y desapareció.
-¿Qué extraño, no?-Preguntó Gabriela
-Que va, es normal, a
saber las cosas que tuvo que vivir. Recuerda que es una semidiosa y, además,
hija de uno de los grandes.
-Ser perseguida por un
minotauro tampoco le tuvo que sentar bien…
Las dos se rieron.
-Bueno, vamos a cenar
anda, le voy a hacer alguna ofrenda a mi padre a ver si aparece…
-No te preocupes, mañana
aparecerá, no suele estar mucho fuera del campamento. ¿No?
-No, no es lo normal…
Pero lo que pasó hoy no me deja tranquila… Un minotauro albino que se paró a
pensar su jugada…
-No te preocupes,
seguro que fue impresión nuestra tan solo.-Acabó Emma y a la vez agarró del brazo a Gabriela y se la llevó
al comedor.
Minotauro
Tranquilamente, en el bosque se encuentra el
minotauro, es raro para su especie ser blanco pero gracias a su gran tamaño
consiguió una buena reputación, era diferente a los de su raza, parecía que era
capaz de pensar. El resto solo se medían por comer, dormir… lo que hagan, el en
cambio trataba de comprender el mundo ¿Por qué trataban de matar a semidioses?
De repente del bosque apareció una chica, olía
a semidiós, a semidiós de los importantes, se planteó si debía atacar ¿Para
qué? Acabar con su vida no le aportaría nada, como mucho se ganaría una mejor
reputación pero se jugaría ser descubierto por los semidioses, un minotauro de
su tamaño les haría pensar que es un problema y lo atacarían. Decidió no
atacar, comenzó a darse la vuelta y algo crujió, una rama.
-¿Hay alguien ahí? -Dijo la semidiosa.
-Mierda -Masculló.
-¡Ah!- Gritó la semidiosa.
Ahora ya no me queda otra opción, pensó.
La comenzó a perseguir, ella echó a correr. Él
no cargó, el minotauro le daba ventaja. Finalmente ella se dirigió a un claro,
a él le vino mas olor a semidiós, otro de los grandes y otra normal, se lo pensó
dos veces pero se acercó lentamente al claro, las escuchó hablar, vio como una
desenfundó un arma y apuntaba hacia él. No quería pero algo lo obligó a cargar,
no era capaz de ordenar a su cuerpo a detenerse. Notaba como una vides trataban
de hacerlo parar, él quería dejarse pero su cuerpo no paraba. Ellas rodaron, en
chocó y quedó aturdido, otra vez las vides, esta vez lo atraparon, daba gracias
por eso pero, de repente sintió que su pelo se erizaba, electricidad, no, no
podía ser, si caía un rayo iba a morir y volver al Tártaro, el no quería.
Se resistió a las vides, pero el rayo nunca
cayó. Se calmó, dejó que las vides se fueran soltando ellas solas. El podría
haber perseguido a los semidioses pero, ¿para qué? Decidió quedarse en el
claro, observando el bosque y el cielo, meditando porque no controlaba su
cuerpo y el porqué de su existencia.
Deméter, Apolo & Hermes: “Vengo a mataros, espero que no os
moleste”.
Era una noche tranquila en Manhattan. Claro,
tranquila si eras un mortal, para estos tres semidioses, la noche en una calle
fría y desierta era más una pesadilla. Caminaban cautelosos, mirando cada dos
pasos hacia atrás. Su olor podría atraer a cualquier tipo de monstruos. Ellos
eran hijos de Deméter, Apolo y Hermes. Tal vez no los mejores dioses, o los más
heroicos, pero al menos no habían mantenido relaciones con media población, si
sabéis de quién hablo.
Como siempre, la multitud se arremolinaba en
cualquier lugar de la calle. La gente paseaba en ambas direcciones, pasaban
algunos coches o ciclistas… Todos ellos eran posibles monstruos enmascarados.
Su olor les llegaría seguro, incluso aunque hubiese un puesto de perritos
caliente, donde un grupo de adolescentes pedían alimentos con total
tranquilidad. Oh, si ellos pudieran ser como ellos. Era lo que más deseaban.
Todavía no se habían presentado entre ellas,
pero sabían que eran semidiosas, por lo que, sin decir una palabra, habían
comenzado a andar juntas. Se habían cruzado las tres en la misma calle y habían
conectado miradas cuando vieron a unas mujeres vestidas de oficina cuyos pies
eran inexistentes, eran colas de serpiente. Claramente asustadas, Joy tomó las
riendas de la situación y, con señas, les dijo que la siguieran. Cuando vio que
ambas estaban a su lado, comenzaron a caminar hasta donde se encontraban ahora.
Joy, aun con el liderazgo, caminó hacia un
edificio que parecía estar abandonado, entrando tranquilamente y caminando
hasta una gran sala bañada por la poca luz del anochecer. Se pusieron en un
círculo, mirándose entre las tres, estudiandose mutuamente. Ninguna sabía si
podía confiar en la otra. ¿Debían? Solo ellas habían visto a los monstruos,
solo ellas veían a través de la niebla. Lo que quería decir que, o eran
monstruos o eran semidiosas.
Casiopea fue la primera en hablar.
-Si sois monstruos, por
favor comedme ya. Me duelen los pies.
-Me llamo Joy, Joy
Sunchild –Respondió la no nombrada líder. Las demás asintieron, instándole a
que continuase hablando-. Soy hija de Apolo, o
al menos eso pareció cuando me reclamó.
-Aileen. Soy hija de
Deméter. Mi padre me mandó viajar hasta esta ciudad para encontrar mis orígenes,
¿Cuáles son vuestras intenciones?
- Yo soy Casiopea,
aunque podéis llamarme Cassie. Soy hija de Hermes. Mi madre me habló de un
lugar donde la gente como yo podía ser aceptada y vivir en paz. –Explicó
Casiopea.
-El campamento mestizo –Les
explicó Joy-. Soñé con él, por eso
vengo. Está en Long Island. Es un sitio para semidioses, está protegido de los
monstruos y hay pistas de entrenamiento. Al menos eso me dijo el sátiro de mi
sueño. Tenemos que llegar ahí, sea como sea.
-No me digas, Sherlock –Rió
Cassie-. ¿Sabes qué tendríamos
que hacer? Ir a por unos perritos calientes. Me muero de hambre y lo único que
traigo son chocolatinas.
-¿Gastaste tu dinero
solo en eso? –Gruñó Aileen.
-¡No! –Se defendió rápidamente
Cassie-. Me las regaló el
hombre de la tienda.
-Eso es extraño. –Comentó
Joy.
-Bueno, el no sabía que
me las estaba regalando.
-No te sigo. –Aileen se
acercó a Cassie y se sentó junto a ella, usando otro bloque de construcción
para relajarse.
-Los ha robado, E.
La chica se llevó las manos a la boca,
sorprendida por la maldad de Cassie.
-Cómo se nota que eres
hija de Hermes.
-¿No que ese dios era
un gracioso? ¿Te sabes chistes también?
La chica bufó y asintió, sacando chocolate de
su mochila y ofreciéndoselo a las chicas.
-Sí, me sé un par. Tal
vez algún día pueda compartir mi sabiduría cómica con vosotras. Por ahora, os
comparto mi comida.
-Gracias. –Dijeron
ambas a la vez, tomando las barritas de chocolate que les eran ofrecidas y
relajándose algo, después de la tensión de ver esos monstruos cerca.
Mientras se encontraban relajadas descansando
y creyéndose a salvo, un misterioso hombre de negocios trajeado las observaba
desde detrás de un muro a medio construir.
-Deberíamos dormir, la
próxima vez no tendremos tal vez tanta suerte. Este sitio es cómodo. –Comentó
Cassie.
-Sí, y se ve el cielo.
Eso es raro en Manhattan.
Joy asintió, agarrando su arco y sacando una
flecha mientras miraba el entorno. Al estar oscuro, nunca vio los ojos con
furia animal que la miraban desde el otro lado.
-Vale, dormid vosotras.
Yo haré una guardia.
-Necesitas dormir, Joy.
–Le recordó Aileen.
-Despiértame en dos
horas –Se ofreció Cassie-. Tú duermes y yo hago
guardia. Luego haré lo mismo con Aileen. Y ya, cuando amanezca, nos vamos. Los
primeros rayos de sol son geniales para viajar.
Las tres asintieron. Cassie sacó de su mochila
una manta y se tumbó, apoyando la cabeza en su chaqueta. Aileen la imitó,
metiéndose bajo la manta para calentarse un poco. Joy sacó una flecha y la
colocó en su arco, lista para disparar si algo se acercaba a ella o a sus
nuevas amigas.
Al cabo de un tiempo, cuando los ojos de Joy
comenzaban a dar pestañeos largos y pesados, una figura se materializó en los
escombros, poniéndola automáticamente alerta. Tensó la cuerda de su arco y
apuntó directamente a su pecho. No podía disparar aun, pues parecía un humano.
Pero eran las malditas tres de la mañana, ¿qué demonios hacía un humano allí?
Debía ser un monstruo. Aun así, no se arriesgó a disparar.
-¿Quién eres? -Preguntó en tono amenazador.
-Soy el que os trae
vuestro trágico final -Dijo el misterioso hombre, riéndose.
Joy dio pasos rápidos hacia donde las chicas
dormidas, ahora completamente despierta por la adrenalina. Su pulso no tembló
en ningún momento. Si en algo era buena era en lanzar flechas. Comenzó a patear
levemente el costado de Aileen. Ella la miró con ojos dormidos pero, cuando vio
al hombre, comenzó a mover a Cassie con una mano, mientras que con la otra
recogía una hoz que había contra la mochila de esta.
Cassie abrió los ojos de manera cansada,
estudió la situación unos segundos antes de hablar.
-Tienes que estar de
broma, hombre. Ni una hora para dormir me dejas.
El hombre entonces comenzó a transformarse,
como si la imagen se borrase y ahora se mostrase al verdadero de él. Era un
minotauro de color oscuro, adulto y con unos cuernos casi tan largos como el
resto de su cuerpo. Estaban curvados y sus puntas afiladas apuntaban hacían
ellas. Como si dijeran “vengo a mataros, espero que no os moleste”.
Las chicas se levantaron de un golpe,
colocándose a ambos lados de Joy. El minotauro inclinó la cabeza y comenzó a
mover la pierna izquierda, como si estuviese cogiendo carrerilla. Era su único
punto para pensar.
-¿Alguien podría
inmovilizarlo o algo? -Pregunta Joy
-Puedes usar las
semillas que guardo en mi collar para hacerlas crecer a su alrededor y que le
aten pero necesitaría tiempo -Responde Aileen
-Agh, podria tratar de
cegarle con luz pero es de noche. ¿Cómo lo distraemos?
-Es medio toro, ¿no? –Ellas
hablaron solamente para afirmar lo que Cassie decía-. Pues toreemos.
Arrancó la lanza del suelo junto a la manta y
la puso frente a las chicas justo cuando el toro comenzaba a correr.
-¡Apartaos! –Bramó la
chica, justo a tiempo para apartar la manta y que el toro pasase, quedando
completamente desorientado al no ver a nadie allí detrás-. ¡Ole!
Joy guardó su flecha y sacó las dagas de su
cinturón, protegiendo a Aileen mientras ella sacaba unas cuantas semillas y las
ponía alrededor de Cassie y el monstruo. Ella se movía poco, dejando un claro
perímetro para que pudiera colocarlas. Cada vez que iba hacia ellas, Cassie las
tapaba con la manta, avisándolas al instante de que debían apartarse, y
apartándose ella al segundo, dejándolo atontado.
Aileen empezó a cantar entonces, haciendo que
el suelo temblara un poco mientras el toro iba detrás de Cassie, quién parecía
algo cansada ya.
-¡ E, cántame algo de
flamenco! No me estás animando.
Al momento en el que las enredaderas se
agarraron a las extremidades del toro, las chicas supieron que era demasiado
tarde. Cassie se había relajado al soltar la broma y el toro la había golpeado,
atravesando su hombro con un cuerno.
Joy, ante semejante imagen, agarró una daga y
se la clavó en la espalda, haciéndolo desaparecer como polvo. Aun así, Cassie
cayó de espaldas en el suelo, con su sudadera cubriéndose rápidamente de
sangre.
Las otras dos chicas corrieron hacia ella,
Aileen no sabía muy bien qué hacer pero Joy sí. Tumbó a Cassie en la manta y
comenzó a quitarle la chaqueta y después la camiseta. A pesar del notable dolor
que debía sentir, la chica soltó una media sonrisa.
-Si querías que me
desnudara solamente tenías que decirlo, Sunchild.
Ailen bufó, sacando de la mochila de la chica
ropa al parecer sucia para tapar la hemorragia.
-¿Es que ni siquiera
herida dejas de ser una imbécil? –Bramó Aileen. Pensaba que la enfadaría, pero
Cassie únicamente rió.
-Nunca.
Joy la inclinó, haciendo que Cassie soltase un
grito ante la acción. Pero tras comprobar que el monstruo no le había
atravesado el hombro y que únicamente se lo había agujereado, estaba más
tranquila. Tomó la ropa que le tendía Aileen y comenzó a presionar, viendo como
todo se teñía rápidamente de rojo y Cassie gruñía de dolor.
Su herida ya estaba casi terminada de
curar cuando un hombrecillo entraba en la sala de nuevo. También era medio
humano medio animal con pezuñas.
-¿Un minotauro bebé?
–Habló en voz alta Aileen, blandiendo sus hoces, lista para atacar.
-Primero, soy un sátiro.
Vengo a llevaros al campamento mestizo.
Al fin una maldita buena noticia, pensó Joy.
Capítulo 2
Artemisa: Mi hermana es un zombi
Aike llegó a la cima con su último respiro.
Había pasado un pórtico de columnas griegas con un cartel en dicho idioma que
indicaba la entrada al llamado “Campamento Mestizo”.
Estaba maravillada con las vistas. Había una
zona clara de entrenamiento, donde los semidioses estaban luchando en estos
instantes. Pero también había gente jugando al voleibol, otras personas
bañándose en el lago… Era la tranquilidad que en su vida faltaba. Un lugar
donde tal vez no se sentiría tan sola.
Se giró para ver a Artemisa, buscando
agradecerle que la acompañase, pero la diosa ya había desaparecido. Algo
perdida, bajó la colina, casi deseando tirarse al suelo y rodar. Necesitaba
dormir por días, comer un banquete y poner los pies en alto. De tanto viajar
por las sombras, Aike se sentía más fantasma que persona.
Una chica se acercó a ella, mirándola algo
extrañada. Posiblemente por no llevar la camiseta naranja como todos. Aike no
confiaba en esa chica, por lo que dejó una mano caer sobre el mango de su
espada. Solo por si acaso.
-Hola –Habló ella-. Me llamo Gabriella Errazúriz, soy hija de
Dioniso.
-Hola. Soy Aike García,
hija de Hades.
La chica la miró extraña. Sus ojos se abrieron
mucho, Aike percibió cómo daba un paso atrás. Automáticamente se puso a la
defensiva.
-¿Sucede algo? –Había
sonado tal vez demasiado agresiva. Ella también se asustaría si la hija del
dios del inframundo estuviera frente a ella agarrando una espada casi igual de
larga que su pierna y con cara de pocos amigos-. Solo quiero algo para comer y descansar, por
favor.
-¡Sí! O sea, no, no.
Solo me sorprendió tu padre divino. Vamos, te daré algo de ambrosía y néctar en
la casa grande.
Caminaron unos pasos, algo lentos dado el
cansancio de Aike. No se pudo resistir a hablar de nuevo.
-¿Qué pasa con mi padre
divino? ¿Te doy miedo?
Las flores alrededor del camino por donde Aike
pasaba se pudrieron al instante. No fue nada voluntario, pero su enfado le
hacía sacar lo peor de ella.
-No –Admitió Gabriella-. Bueno, un poco –Rió de su propia broma-. Ayer a la noche llegó una chica también de
Hades. Tu hermana.
Aike abrió los ojos mientras subían al porche
de la casa. ¿Tenía una hermana? No lo sabía, la verdad. No se lo esperaba en
absoluto.
-Vaya, no lo sabía.
Gabriella se encogió de hombros.
-La conocerás después –Señaló
a una zona de salón que había nada más entrar-. Siéntate, voy a por algo para que comas.
Aike hizo lo que le ordenaron, tumbandose y
relajándose en un sofá largo. Al fin podía descansar, estaba demacrada.
Estaba a punto de dormirse cuando escuchó dos
voces femeninas.
-¿Tenéis a los muertos
aquí? –Dijo la primera voz.
-No, por los dioses –Se
manifestó la segunda voz-. ¿Por qué lo dices?
-Siento muerte en este
lugar.
Ella también podía sentirla, una fuerte
presencia de muerte que se colaba en vuestro pecho. Solo una hija de Hades
podría saber eso. Se sentó al instante, asustando a las otras chicas.
-Debe de ser mi culpa,
hermana.
Afrodita &
Poseidon: Pin. Pin. Pin
Después de conversar un rato, el pánico había
cundido entre Helena y Paris. Sabían que eran semidiosas, que esos dos policías
eran monstruos y que tenían que llegar a Long Island sí o sí. Tenían la teoría
clara pero estaban metidas en una celda con un hombre drogado haciendo chistes.
París iba a reventar.
-El primero dice “tengo
muchas palomas”. A lo que el segundo le dice “¿Mensajeras?”. Y le
responde “No, no te exagero”. –El hombre comenzó a reírse, como si fuese
lo más gracioso del mundo.
Fue suficiente. Paris iba a matarlo. Pero sus
planes se vieron frustrados cuando Helena le agarró el brazo, parándola. Estaba
por reclamarle cuando se abrió la puerta de la celda.
-Vosotras, vamos.
Ambas compartieron una mirada cómplice.
-Estamos muertas. –Sentenció
Helena.
-Relax, Aquawoman.
Solo necesitamos armas. –Mascullaba entre dientes mientras se acercaba hacia el
hombre. Este las agarró de las muñecas y las obligó a caminar frente a él.
Helena elevó la cabeza, viendo cómo una
tubería de agua pasaba sobre ellas.
-Pues ve a por ellas. –Murmuró
Helena antes de comenzar a explotar tuberías.
Pin. Pin. Pin.
Cada tuerca era un momento más cerca de la
libertad. El agente elevó la cabeza justo para que un chorro de agua saliese
disparado hacia su cabeza. De la impresión, el hombre las soltó al instante.
Helena aprovechó para golpearlo en el estómago, dejándolo sin aire.
-¡Ve, ahora! –Le ordenó
mientras la veía huir.
Intentó hacerle la zancadilla y tirarle al
suelo pero el policía empezó a hacer cosas raras. De su espalda salieron unas
alas negras, rompiendo su uniforme y alzándolo.
-¿Crees que puedes
conmigo, hija de Poseidón? Me he comido a muchos de tu especie pero apuesto a
que tú sabes deliciosa.
Era una erinida y su compañera
probablemente también lo sería. Sin armas, Helena únicamente podía andar hacia
atrás, alejándose de ella lo más posible. Dioses, sin Paris ese sería su fin.
Fue entonces cuando una flecha atravesó el ala
del monstruo, haciendo que soltase un chillido agudo. Detrás de ella, estaba
Paris con su arco y una sonrisa en la cara. Esa sonrisa se fue cuando la otra erinida
cortó con las putas de su ala la espalda de Paris, haciéndola gritar e
inclinarse hacia delante, cayendo de rodillas.
La miró a los ojos, como si pudieran hablar
por ahí. Helena la leía perfectamente. “Tírate al suelo” le parecía
decir. Paris sacó dos flechas de su carcaj mientras que Helena se tiraba al
suelo y reptaba hacia Paris, quien había soltado el resto de armas en el suelo.
Necesitaba coger sus anillos y a Sagitam antes que nada.
Mató a la erinida de atrás, pero eso
hizo enfurecer mucho más a la otra, haciéndola clavar sus garras en la espalda
de Paris. Sin pensarlo, Helena convirtió sus anillos en dagas y se lanzó hacia
el monstruo, clavándole sin esperarlo las dagas en el pecho y recibiendo un
tajo en la mejilla.
Casi cantó victoria cuando vio a Paris. Estaba
perdida.
-¿Vas a quedarte ahí
parada o vas a ayudarme? –Bramó Paris tratando de levantarse.
-¡Quédate quieta! –Le
ordenó Helena, buscando con la mirada algún baño-. Voy a sacarte de aquí pero necesito pensar.
-Pues piensa más rápido.
Helena se dirigió a una puerta con un cartel
circular, suponiendo que era un baño. Rápidamente miró detrás del lavamanos y
agarró la caja de botiquín. Volvió al pasillo donde Paris estaba tirada. Estaba
poniéndose en pie y quitándose el carcaj. Ella fue rápidamente y agarró su
espada.
-Súbete a mi espalda –Le
ordenó Helena, pero Paris la miró extraña-. No me mires así, nos vamos ya. ¡Venga!
Se inclinó más y Paris se subió de un salto
sobre ella, quejándose del dolor. Helena fue hacia las mesas y agarró unos
botellines de agua que había por allí. Paris era bastante ligera, así que era
casi como llevar una mochila.
-Coge las llaves de un
coche –Le indicó Paris-. No vamos a llegar
muy lejos andando.
Helena le hizo caso, yendo hacia donde Paris
había sacado las cosas confiscadas y agarró unas llaves de coche. Por suerte,
no parecía haber mucha gente en la comisaría, sería porque era muy temprano. No
sabía que les estaría mostrando la niebla a los mortales, pero no era su
principal problema ahora.
Pulsó la llave del coche y corrió hacia el que
se le habían iluminado las luces. En situaciones normales no habría robado un
coche, pero esto era una excepción por una amiga.
Soltó a Paris en el asiento trasero con las
armas y vio cómo seguía sangrando. El tajo era algo profundo y donde le
había clavado las garras dejaría unas cicatrices. Le quitó la camiseta a Paris,
a pesar de que se quejase, y la utilizó para parar la hemorragia.
-Tú conduce –Le ordenó
Paris-. Yo me ocupo de esto.
Helena la miró indecisa. Se quitó la chaqueta
y se la pasó para que la usase de trapo. Se sentó en el lado del conductor y
arrancó, metiéndose rápidamente entre las calles. Buscó alejarse de la
comisaría y luego de un rato conduciendo y unos giros, encontró un callejón lo
suficientemente grande como para ocultarse.
Se bajó ahora sí del coche y fue a revisar a
Paris.
-Voy a moverte al
maletero –Le informó mientras la elevaba y corría hacia la parte trasera-. Quítate el sujetador y túmbate boca abajo,
voy a coserte –Sacó de su bolsillo una bolsita con unos dulces dentro-. Es ambrosía, tómatelo. Te curará.
Aunque París no se veía totalmente convencida,
lo hizo. Helena vertió parte de la botella de agua sobre su espalda, haciéndola
gritar. Con el botiquín, limpió las heridas poco a poco. El tajo no necesitaría
puntos pero sí las heridas de las garras. Así que se puso manos a la obra.
-Mierda, Helena. Esto
duele.
Sin saber cómo ayudarla, Helena decidió usar
su poder para cambiar el estado de una de las botellas que había agarrado y la
congeló, convirtiéndolo en hielo el contenido de su interior. Corrió hacia
delante y agarró su chaqueta, que no estaba tan llena de sangre. La enrolló
sobre la botella y la colocó sobre la espalda de la chica. Al instante, Paris
soltó un gemido.
-¿Y ahora qué?
–Preguntó la chica.
-Ahora vamos al
campamento.
Zeus, Hades &
Dioniso: Navidad de los herreros.
-Debe ser culpa mía,
hermana
Gabriela miró a Aike y pasó su mirada hacia
Regina. Claramente se sentía la tensión en el aire, tenía que romperla.
-Bueno, sí, Regina,
esta es tu hermana recién llegada –Dijo con una sonrisa amplia, pero que en el
fondo era insegura.
Regina entró en un estado de shock, o eso le
pareció a Gabriella. Debía de ser raro enterarse de que tienes una hermanas y
en menos de diez minutos conocerla.
-H-hola, soy Regina
Schuyler. ¿Tu?
-Aike García, hija de
Hades -Su físico era muy
diferente al de Aike, eso seguro. Pero tenían el mismo fuego en los ojos. La
misma rabia. El mismo dolor-. La muerte nos une, hermana.
-Hey, Aike, tranquila- Intervino Gabriella, sorprendida por las
fuerzas que aún le quedaban para ser capaz de responder pesar de su estado–.
Deberías comer esto -Se acercó y le metió
la ambrosia en la boca antes de que pudiera decir algo más-. Regina, no te preocupes, está muy cansada y
quizás irritable.
Regina asintió.
–Creo que me llevaré bien con ella, es
cuestión de simplemente conocernos mejor –Dijo sin más–. A lo que iba, ¿qué
hacemos aquí? O mejor dicho ¿Qué es este lugar en el que estamos?
Antes de que alguien le pudiera responder,
Aike tragó con fuerza y miró a Gabriella malamente.
-Te escucho, ¿sabes? No
me tranquilizo, aprendí a desconfiar de cada cosa que se mueva–Su expresión
dura se suavizó cuando sus ojos aterrizaron en su hermana-En cuanto a ti, Regina, creo que esto es un
santuario a nuestro padre o algo así.
-También debes tomar
esto, te hará sentir mejor –Le indicó Gabriella, dándole un vaso con una
sustancia roja, néctar-. Respondiendo a tu
pregunta, Regina –Le dio una mirada a Aike–, esto es la Casa Grande del
campamento. Aquí se juntan el director y nuestro entrenador que, por razones
desconocidas, hoy no se encuentran presentes.
-Por el momento –Interrumpió
Emma-, es mejor que os
llevemos a vuestra cabaña. Allí podréis hablar y conoceros mejor.
Emma fue hacia la puerta sin importarle la
aprobación de ambas niñas. La abrió, dejando que la luz del sol de la mañana
entrase, a la par del calor de ese verano que poco a poco se estaba disipando.
-Sí, por mi sí –Rió
Regina-. No creo que tenga
otra opción.
-Vale, vayamos –Accedió
Aike-. Estoy cansada. ¿Cuántas
camas hay?
Mientras caminaban hacia afuera, Gabriella y
Emma compartieron una mirada llena de tensión. No era nada bueno enfadar a un
hijo de Hades, imaginen a dos.
-Hay literas. –Le
contestó Regina.
-Perfecto –Habló Aike-. No estoy de humor para compartir cama.
-Oh, querida –Se burló
su hermana-. Yo ronco. Créeme que
compartir cama era lo mejor que te podía pasar.
-Tranquilas, sois las únicas
en esa cabaña –Les explicó Gabriella-. Es muy raro que uno de los tres grandes tenga un hijo, nunca
mejor dicho dos.
-Oh, genial –Se
manifestó Aike-. Estoy bastante
cansada, así que no creo que me entere de nada de lo que sucede en la cabaña.
Ahora, por favor, vamos rápido –Gabriella realmente no entendía cómo Aike era
capaz de caminar tan rápido estando tan cansada como clamaba. Probablemente era
porque había tomado bastante ambrosía y néctar, pero por sus evidentes ojeras,
esa chica necesitaba una buena y larga siesta-, odio el sol.
-Tu color pálido nos lo
dijo. –Trató de bromear Emma, pero cuando vio que Aike iba a sacar su espada,
la muchacha corrió a esconderse detrás de Gabriella.
-Oh, me usas de escudo
humano. Muy bonito.
-Cállate,
creí que me iba a matar.
Aike se rió de ella
junto a su hermana pero no dijo nada.
Para llenar el
incómodo silencio, Gabriella estuvo explicándoles a ambas un poco el
campamento. Las pistas de voleibol, la zona de entrenamiento, el lago, la
herrería de Hermes, cómo los semidioses de Atenea estaban diseñando nuevas y
pequeñas cabañas… Más o menos un tour como el que le había hecho a Emma cuando
ella llegó unos meses atrás al campamento.
Entraron en la cabaña,
dejando a las hijas de Hades caminar delante. La cabaña claramente necesita
reformas. Hay tres literas en la pared a la izquierda y un escritorio a la
derecha. Un pequeño sofá de tela y una mesilla con marcas de que alguien había
colocado los pies ahí encima. Una bolsa, que Gabriella supuso que sería de
Regina.
-Esta
cabaña necesita reformas. –Sentenció Aike, dándole un vistazo rápido.
-Bueno,
creo que eso ya es pelea vuestra. Tendréis mucho tiempo para decidir qué hacéis
con ella.
Aike se mordió el
labio, como si fuese a decir algo y no estuviese segura de si decirlo o no.
Gabriella se acercó a ella.
-¿Todo
bien?
-Sí,
bueno, no… No quiero hablar de eso ahora –Admitió-. Tal vez más tarde.
-Vale
–Gabriella decidió no presionarla. Necesitaba hacer que esa chica confiase en
ella si no quería tener problemas y poder ayudarla-.
Estamos aquí para escucharte cuando lo necesites, ¿vale? Cuando quieras.
Aike asintió y le dio
una sonrisa débil con agradecimiento.
-Gracias
por el recorrido. Voy a dormir.
-Regina
–Habló Emma-. Vendremos a por ti para ir a comer. ¿Cuidas
tú de ella o quieres que nos quedemos contigo?
-No,
tranquila –Dijo la chica-. Creo que puedo con ella.
-Bien
–Concluyó Gabriella-. En ese caso las dejamos. Descansad.
Cerró la puerta de la cabaña
y miró a Emma. Se alejaron un poco de la cabaña 13 y cuando estaba a punto de
hablar Emma se puso frente a ella y la agarró por los hombros.
-Tengo
que decirlo, ¿qué demonios? ¿Dos hijas de Hades? Y yo de Zeus. Dios, Gab, hay
sueltos tres hijos de dos de los grandes. Eso con suerte de que de la nada no
aparezca un hijo o hija de Poseidón. ¿Qué está pasando?
El rostro desesperado
y asustado de Emma alertó a Gabriella. Puso sus manos sobre las suyas y les dio
caricias.
-No
lo sé, Em. Pero vamos a descubrirlo –La miró a los ojos-.
Vamos a hablar con el oráculo.
Ambas caminaron hacia
la Casa Grande, más bien corrieron. Necesitaban
encontrar a Rachel y
hablar con ella. ¿Había salido una nueva profecía? ¿Una antigua por fin se
estaba cumpliendo? No lo sabían.
Cuando estuvieron
cerca, vieron un gran número de campistas, líderes, sobre todo, dirigiéndose
hacia la Casa Grande. Emma y Gabriella se miraron y corrieron hacia allí.
-¿Qué
sucedió? –Exclamó Gabriella.
-Ha
sido Rachel –Le informó uno de los líderes de cabaña, la de Deméter-.
Sus ojos se pusieron blancos y ha empezado a hablar.
-¿Una
profecía? –Se alteró Emma.
-Me
temo que sí.
-¿Podemos
leerla? –La chica asintió. Mientras un par de chicos asistían a Rachel, ellas
fueron hacia el despacho de Quirón, ahora vacio.
El campamento estaba
en las manos de un hijo de Atenea provisionalmente, que había hecho un comité
con todos los líderes de las cabañas para llevar el campamento lo mejor
posible. Por suerte, Gabriella era líder de su cabaña, por lo que tenía acceso
a cosas como esas.
Dentro del despacho,
la líder de Deméter agarró un folio que había sobre la mesa y se lo mostró a
las chicas. Ahí se podía leer:
Nacida del lugar más
profundo
Habrá de derrotar a
los monstruos más oscuros
Las adversidades
fueron muchas
Para aquella que corre
sola
La llave se encuentra
escondida en los enemigos
El mundo podría caer
en las manos
De aquellos que causan
el terror.
Un monstruo ayudará
Y con el mayor de
todos deberán acabar
-Nada
tiene sentido –Se quejó la muchacha-. ¿Nacida del lugar más profundo? ¿Hija
de quién es?
-De
Hades. –Contestaron ellas a la vez. La chica las miró extrañadas.
-No
hay ninguna hija de Hades.
-Las
hay –Gabriella miró a su rostro esta vez-. Hay dos. Una llegó anoche, otra hace
menos de una hora. Veníamos a preguntar si estaba pasando algo.
-Es
la tercera hija de un grande –Informó Emma-. Yo soy hija de Zeus.
La chica se turnó para
mirarlas sorprendidas.
-Se
viene algo gordo, otra guerra –Sentenció la chica-. Y una de ellas va a
ser la clave de que ganemos o perdamos.
Ambas asintieron,
quedándose en silencio. Gabriella soltó el papel sobre la mesa, mirándolo como
si quemase. La tensión se había colado en el aire, tejiendo un hilo del miedo
sólido. ¿Cuánto tiempo de calma les quedaba? ¿Y si ya había comenzado la
tormenta? Quirón desaparecido, los dioses sin hablar, los más poderosos en la
maldita universidad… ¿Sobre quién recaía entonces la presión de salvar el
mundo?
Antes de poder hablar
de nuevo, un gran golpe se escuchó fuera de la casa. Corrieron hacia ver qué
había pasado y vieron una gran nube de humo arremolinarse alrededor de un pino.
-¿Qué
ha pasado? –Le preguntó Emma al líder de Hefesto.
-Creo
que un idiota se ha chocado contra un árbol –Rió el chico. Luego se giró para
ver a sus compañeros-. ¡Chicos, vamos a desguazar ese coche! ¡Ahora
tenemos nuevas piezas!
-Es
la navidad de los herreros. –Rió Gabriella.
-Creo
que tenemos que ir a ver quién está dentro de ese coche.
Y con eso, caminaron
hacia allí.
Atenea,
Ares & Hefesto: ¡Tres!
Los chicos corrieron
como si fuesen a morir si paraban, porque era probablemente lo que iba a pasar.
Nathan corrió delante de ellos, pues él conocía la ciudad, metiéndose en un
callejón con unos cubos de basura, cerca de un restaurante chino.
Se quedaron quietos,
apoyados en sus rodillas y tratando de recuperar el aire que parecía no querer
entrar en sus pulmones. La carrera había sido tremenda, pero al menos habían
podido darle esquinazo a los monstruos esos.
-¿Qué
era eso y por qué los estaba persiguiendo?
-Son
dracaenae, unos monstruos mitad mujeres mitad serpientes. Nos atacan
porque somos semidioses. Hijos de…
-¡Cuidado!
-Alertó
el chico. El muchacho los empujó a ambos, consiguiendo que esquivasen el golpe.
Sin embargo, al hacer eso, una dracaenae le hirió en el brazo.
Nathan sacó sus
cimarras y se pusieron espalda contra espalda, estaban rodeados por tres
dracaenae. La chica tenía una mano en su pantalón y estaba aun en el suelo,
mirando desafiante a los enemigos.
-A
la de tres. -Indicó Nathan calmadamente, pero cuando
una se lanzó hacia Koa, hubo un cambio de planes.
-¡Tres!
Nathan unió sus
cimarras y corrió hacia su monstruo. Con su espalda de doble filo, la puso a un
lado y corrió de tal manera que cuando se curzó con la dracaenae la
cortó por la mitad, haciendo que sangre negra corriese por su arma y se
convirtiera en polvo.
Se giró para ver a sus
compañeros. La chica estaba guardando sus dagas mientras que el chico tenía una
mano en su brazo, completamente cubierto de sangre.
-¿Estás
bien, chico?
Nathan caminó hacia
él, necesitaba hacerle un torniquete. Así que se quitó la chaqueta y luego la
camisa que llevaba. Le indicó al chico que extendiese el brazo y comenzó a liar
la camisa sobre la herida.
-Duele
bastante, pero sobreviviré.
La chica caminó hacia
ellos, mirando alrededor, completamente desconfiada. Tal vez podría venir algún
monstruo pero con esos tres era más que suficiente. No debería haber ninguno
más, ¿no?
-Me
llamo Edith White.-Se presentó la chica-.
Hija de Ares.
Nathan le tendió la
mano y la chica se la apretó.
-Nathan
Grant, hijo de Atenea.
El otro chico soltó
una risa algo forzada.
-Y
yo pensando que estaba solo aquí. Koa Kekai, hijo de algún dios también. No sé
cuál.
-No
pasa nada –Le alentó Nathan-, Te reclamará pronto.
-¿Me
qué? –Habló de inmediato el chico.
-Te
sale un simbolito del dios sobre la cabeza. –Explicó con calma el muchacho.
La tal Edith tenía la
mirada clavada en el brazo de Koa.
-Hay
que curarte eso.
-Vamos
a casa de mi abuela -Ofreció Nathan-.
Allí puedo curarte. Y hablamos más. Además, está cerca.
Todos accedieron.
Al llegar a casa de la
abuela de Nathan, la señora hizo que la chica y Koa se sentaran en la sala en
lo que Nathan buscaba lo necesario para curar la herida del chico.
Nathan regreso a la
sala con una botella de alcohol, algodón y una venda. El rubio se sentó al lado
del herido para poder ver bien la herida, pero al tocar la herida, una extraña
energía comenzó a recorrer los dedos de Nathan; ahí fue cuando recordó que su
abuela había mencionado que él tenía el legado de Hécate.
Había un silencio raro
en la sala. Todos se miraban nerviosos. El único sonido que había eran los
gruñidos de Koa.
-¿Ibais
al Campamento Mestizo, no? –Habló Edith-. Por eso estáis aquí.
-Bueno,
yo vivo aquí –Rió Nathan-. Estaba haciendo la compra. Pensaba ir
mañana.
-Se
te adelantaron los planes, hermano. –Rió Koa. Su risa se convirtió en una queja
cuando Nathan pasó un algodón sobre su brazo.
-¿Hija
de Ares entonces? –Se dirigió el chico a Edith. Ella asintió-.
Tiene sentido. Atacaste a esa dracaenae desde el suelo. Bastante impresionante.
-Gracias
–Dijo la chica, algo tímida-. Me gustaron tus cimarras. Aunque su
martillo me llama más la atención.
-Si
sabes usarlo te lo regalo –Rió el chico-. Es más ligero de lo que pare-
¡Maldita sea, Nathan, a la siguiente te comes el algodón! ¡Véndame y acaba con
mi dolor de una vez!
El chico lo miró
sorprendido por su sobresalto, alejando el algodón mientras que la risa de
Edith llenaba el salón.
-Parece
que alguien está enfadado.
-Estoy
harto de ser un semidiós o lo que sea que sea –Bufó Koa-.
Quiero dormir.
-Hacedlo
–Intervino la señora Grant-. Os vendrá bien descansar, mañana por
la mañana os puedo llevar yo al campamento.
Nathan se levantó de
un salto y se dirigió hacia su abuela.
-No
hace falta, nana. Nosotros podemos apañárnoslas.
-¡Hijo,
por favor! No es ningún problema para mí. Hace mucho que no cojo el trasto
este. Venga, a dormir. Vosotros podéis dormir en los sofás. No sin que antes
Nathan te vende, niño –Señaló su abuela a la herida de Koa, que al fin había
dejado de sangrar-. Así que venga.
Al día siguiente, con
el descanso que necesitaban, se prepararon para el viaje. Nathan le dejó ropa
limpia a Koa y a Edith, hizo sus maletas y fueron al coche. Aun tenían dos
horas hasta Long Island.
Estaban tranquilamente
viajando en el coche cuando los chicos comenzaron a mirarse.
-Nana,
para –Le ordenó Nathan. Ella hizo caso a su nieto, parando a un lado de la
carretera del bosque de Long Island-. Hay un monstruo cerca, estoy seguro.
No es bueno que estemos aquí. Debemos ir andando.
Todos se bajaron del
coche de inmediato. Nathan se colgó su mochila y miró un mapa que llevaban.
Según las coordenadas, estaban cerca del lugar. La dirección era el número pi.
-¿Y
si nos dividimos? –Propuso Edith-. Dos vamos a ver dónde está la gran
colina esa y otro que se quede aquí para defender a la señora Grant. Así iremos
sobre seguro.
-Está
bien –Accedió Koa-. ¿Quién se queda?
-Yo
creo que tú, Edith –Propuso Nathan-. Si nos hieren yendo hacia allí, qué es
bastante posible, no creo que quieras ver demasiada sangre.
La muchacha abrió los
ojos ampliamente.
-Apoyo
eso, me quedo.
Ellos asintieron y se
introdujeron en el bosque de pinos, listos para buscar la gran montaña con el
portón griego que les habían contado.
Después de haber
encontrado el camino correcto, decidieron regresar a por Edith, pero cuando
llegaron al camino principal, se encontraron con la chica corriendo de un
minotauro y a la abuela de Nathan apenas consciente. El rubio corrió a donde
estaba su abuela.
-¡Nana!
-Exclamó
el chico. Vio una herida de la que brotaba sangre de su estómago. No tenía
buena pinta-. Tranquila, vas a ponerte bien.
-Mi
niño -La
mano arrugada de su abuela se colocó sobre su mejilla, sus ojos llorosos le
indicaban que su abuela no iba a luchar más. Este sería su fin. En un bosque,
con el estómago atravesado, desangrada. Su dulce abuelita moriría de la manera
más brutal imaginable-. Cumple tu destino, tu deber. Está todo
bien. Ya no me necesitas. Estoy segura de que serás el mejor luchador de todos.
Agarró la mano de su
abuela, llorando al ver cómo cerraba los ojos y no los volvía a abrir.
Con la adrenalina del
minotauro persiguiendolos y el dolor de la muerte de su abuela, Nathan corrió.
-¡Por
aquí! –Indicó Koa, corriendo más rápido que todos para indicarles el camino.
No es momento para
llorar, se dijo Nathan.
Corrieron un poco más,
hasta que sus pies quemaron y sus pulmones se quejaron de la falta de aire.
Pero la adrenalina los obligó a continuar corriendo, un paso tras otro sin
parar en ningún segundo. Ni siquiera oían al minotauro ya.
Nathan paró de golpe
cuando vio un portón de columnas griegas lleno de enredaderas. A pesar de su
leve dislexia, pudo leer a la perfección lo que ponía en el cartel. “Campamento
mestizo”.
Subieron rápidamente
la colina y admiraron la vista del objetivo, del lugar por el que su abuela
había dado la vida para que llegasen ellos vivos. Era como si ella quisiera
acabar así, dignamente, salvando a su nieto una última vez.
Nathan cayó de
rodillas, llevándose las manos a la cara y llorando la pérdida de su abuela.
Automáticamente sintió dos pares de brazos rodeándolo. Eran Koa y Edith. Se
dejó llorar en sus brazos, teniendo un leve tembleque. Al fin un lugar donde
estar a salvo. Toda su vida acababa de cambiar en menos de 24 horas.
-Ha
sido muy valiente –Le dijo Edith-. Le dije que corriera pero se interpuso
entre el monstruo y yo para que no me atacase –Una lágrima también se escapó
por sus ojos-. Creo que has sacado su valentía.
-Me
gusta creer eso. –Admitió Nathan.
Estaban limpiándose
las lágrimas y preparándose para bajar cuando un gran estruendo se escuchó a
los pies de la colina. Un coche azul, con el capó estrellado contra un árbol y
cuatro personas en el interior en situaciones deplorables.
Los chicos compartieron
una mirada cómplice antes de correr hacia abajo para ayudarlos a salir de ahí.
Deméter,
Ares & Hermes: Joy, duele.
Joy
-Joy,
duele. Joy, duele. Joy, duele.
-¡Al
siguiente “duele” te corto el brazo! –Bramó Joy, ya harta de las quejas
de Cassie mientras la cambiaba la venda.
-¿Puedes
moverte, niña? Beh. –Habló el sátiro, que se había presentado como Martín.
-No
–Contestó la chica-. Esto duele un montón. Creo que dormir
mal.
La noche anterior,
cuando el sátiro les había dicho que no estaban muy lejos del campamento,
habían decidido descansar en el lugar y en cuanto los primeros rayos de sol
aparecieran salir hacia allí para que la pudieran tratar mejor.
Así que ahora debían
sacar a Cassie de la cómoda postura que por fin había conseguido la noche
anterior y encontrar un vehículo.
-Vamos
a necesitar una camilla –Decidió Joy-. No creo que esté en condiciones de
levantarse.
-Menos
mal que te has dado cuenta, Einstein –Se burló Cassie-.
No sé qué haría sin ti.
-De
verdad que eres insoportable –Declaró Aileen-. ¿No ves que ella
solo está tratando de ser amable contigo? ¿De ayudarte?
La chica tumbada bufó
mientras Joy la dejaba en esa posición. Tenían que pensar en una manera de
mover a Cassie y de llevarla hasta el campamento. Un coche sería lo mejor.
Podía hacerle un puente, recordaba de cómo lo hizo ya una vez, hace algún más
tiempo.
-¡Callaos!
–Ordenó Joy, llamando la atención de todos-. Si no tenéis un plan de cómo levantar
a Cassie, entonces no abráis la boca.
-Pero-
-¿Qué
dije? –Joy la miró, tratando de matarla con sus ojos. Ya había tenido
suficiente de ellas dos.
-Tengo
una idea. –Se quejó Aileen.
-Peor
que quejarte de la chica no pude ser. Así que, adelante, dilo. –Dijo Martín.
-Hay
una camilla de tela en el basurero –Comentó-. Con unas plantas
podemos hacer unos nudos para arreglarla y listo. Así podemos llevarla como un
trono hasta el campamento.
El sátiro soltó un
sonido de cabra antes de hablar.
-Pero
pesa demasiado para llevarla hasta Long Island cargando.
Cassie bufó y lanzó
una patada al sátiro. Aileen y Joy asintieron.
-Lleva
razón–Le dijo Joy-. Por eso voy a robar un coche. Sé
hacerles el puente. Así que puedo arrancarlo y tenerlo aquí en un segundo –Elevó
la barbilla para hablarle a Aileen, cuyo rostro mostraba que estaba de acuerdo
con lo que Joy decía-. ¿Vas tú a por esa camilla y la
arreglas?
-Sin
problemas. –Le respondió inmediatamente.
-Bien
–Miró a Martín-. Tú vigílala. Que no se mueva mucho,
podría desangrarse.
El sátiro hizo un
gesto militar y soltó un balido.
-A
sus órdenes.
-¡Pues
venga!
Aileen tiró hacia una
dirección, mientras que Joy fue justo a la contraria.
Aileen
-Ten
cuid… -Trató
de advertir Joy demasiado tarde ya que Aileen ya se había ido.
Aileen se movió con la
mano apoyada en la pared derecha del callejón, así evitaría perderse aun así
las calles eran un laberinto, todas iguales, algunas se podían diferenciar por
algún grafitti o un contenedor de basura. No encontraba nada que le pudiese
servir, siguió caminando hasta que en el fondo de un callejón vio la camilla vieja.
Este callejón tenía
forma de T, la camilla se encontraba al final y se accedía a él por dos sitios
diferentes.
Aileen avanzó, se
encontraba a pocos metros de la camilla pero, de repente, de una de las
entradas salió un hombre vestido con un sombrero, ropa oscura y un bastón.
Parecía mayor, mientras detrás de él su compañero era un hombre grande y
fornido, mucho más joven que el del bastón, vestido con una bata de enfermero.
Aileen echó a correr intentando llegar a la camilla a ver si había algo con que
defenderse, instintivamente intentó alzar sus hoces pero se las había dejado.
Ya se encontraba junto la camilla pero la misteriosa pareja siguió acercándose,
lentamente y sin decir palabra. Aileen tenía miedo, no sabía qué hacer, podría
pasar cualquier cosa. El señor mayor decidió hablar.
-Usted
decidirá cómo acaba esto. Si usted se comporta amablemente y deja todas sus
pertenencias incluida la ropa sin armar ningún jaleo, podrá irse sin
inconveniente ninguno. Pero si usted decide resistirse dejaré a mi guardaespaldas
hacer lo que le plazca. -Dijo el señor golpeando el suelo con el
bastón-
Charlie, vaya a recoger las cosas.
Sin dudarlo el hombre
más joven se acercó a Aileen, esta no era capaz de mediar palabra, recuerdos
que creía olvidados volvieron a su mente, la cara de su padre, sus enfados con
ella… No, no quería recordar, no quería obedecer a estos hombres, estaba
enfadada, no iba a permitir esto. En cuanto el llamado Charlie estuvo lo
suficientemente cerca Aileen decidió hablar.
-¡No!-Gritó
mientras le propiciaba una patada en las partes nobles-¡No
voy a atender a sus ordenes!
Charlie gritó.
-Como
usted quiera señorita. Charlie, barra libre, toda tuya.
En cuanto esas
palabras llegaron a los oídos de Aileen ya estaba suspendida en el aire,
Charlie la había levantado por el cuello. Se estaba quedando sin respiración y
los múltiples puñetazos que estaba recibiendo en el estómago no mejoraron la
sensación. Se dio cuenta de que algo dentro de ella se estaba rompiendo, le
ardía el torso. Seguía tratando de respirar pero le dolía inspirar.
Charlie la lanzó
contra el suelo y comenzó a darle patadas por todo el cuerpo, Aileen colocó los
brazos instintivamente para que los golpes no llegaran a la cabeza, pero
lamentablemente esto hizo que Charlie se animara y golpeara los brazos, una y
otra y otra vez… Hasta que algo crujió. Aileen no era capaz de mover el brazo
derecho, seguramente se había roto, el otro estaba en proceso.
Los recuerdos
volvieron, vio a su padre, vio las palizas, sintió el miedo de nuevo, no había
sentido nada igual, por lo menos las palizas que le daba su padre parecía que
iban con amor, le decía que era por su bien, ella se lo creyó durante mucho tiempo
pero esta paliza no era así eran golpes y golpes sin palabra alguna, un sin
parar. Los segundos se hicieron minutos y los minutos se hicieron horas, Aileen
no sabía cuánto tiempo o cuantos golpes llevaba pero la sensación de que
moriría cada vez era mayor.
-¡Para!-Ordenó
el señor-
Ya está bien, déjame ver -Se acercó a ella-
No sé como siquiera sigue consciente.
Charlie se rió.
-
Lo siento señorita pero le había avisado. Quien avisa no es traidor ni
mentiroso.-Dijo y golpeó con la parte superior del
bastón la cabeza de Aileen como si de una bola de golf se tratase-
Quítale la ropa y todo, vámonos. Cuando vaya al hospital le sacaremos más
tajada.
Todo se oscureció, las
imágenes de su padre seguían rondando su cabeza, tenia pesadillas y gracias a
esto despertó. No sentía los brazos, no era capaz de moverlos, le costaba
respirar pero sabía que tenía que avanzar y volver. Agarrándose a donde podía y
tratando de recordar dónde se encontraba su grupo. Minutos más tarde llegó.
-J-Joy…
Duele-
Dijo tratando de gritar pero solo le salía un hilo de voz-.
J-Joy,
d-duele.
-¿Aileen?-Dijo
Joy conmocionado al ver el aspecto de Aileen, le sangraba todo el cuerpo,
llevaba los dos brazos colgando, un chichón enorme en la cabeza.-
¡Por todos los dioses!
-Soy…soy…yo.
Justo cuando se iba a
desplomar Joy la agarró y la tumbó en el suelo. Rápidamente recogió ambrosia y
se la puso en la boca.
Joy
Joy decidió hacer un
recuento de daños mientras conducía, al fin habiendo llegado a Long Island.
Cassie parecía tener
infectada la herida al no haber podido limpiarla, Aileen estaba inconsciente
tumbada en el asiento trasero con un brazo que parecía pasado por una
trituradora y el maldito sátiro llevaba media hora dándole razones por las que
debía dejarle morder sus flechas y comerse de lo que sea que estaban hechas.
Era simplemente
fantástico. En una sola noche casi habían conseguido matar a dos chicas. Es que
era increíble la horrible suerte que tenían. ¿Es que algo podía ir peor? ¡Por
supuesto!
Estaban conduciendo
por un camino de tierra, una gran montaña debería verse o ese caminito debía
llevar hasta allí. El sátiro tenía una orientación horrible, así que no tenían
ni idea. Habían visto un coche hace un tiempo atrás pero no creía que los
semidioses viniesen en coche.
-¡Por
allí! –Señaló Martín, una dirección sin ningún camino.
-Pero
no hay camino. No puedo meterme.
-¡Claro
que sí! –Se quejó el sátiro. Se estiró y, demasiado rápido para que Joy se
diese cuenta, estaba girando el volante para meterse en el bosque sin sendero-.
¡¿Ves?! ¡Beh! ¡Es fácil!
-¡Estás
como una cabra!
Casi rió de su propia
broma cuando vio una mancha marrón correr a toda velocidad hacia ellos. Dio un
volantazo, derrapando y corriendo hacia otra dirección.
-¡Es
un minotauro! –Rió el sátiro, haciendo que Joy tuviese ganas de estamparse
contra algo y acabar con su sufrimiento.
Para una vez que sus
sueños se cumplían, no eran exactamente los que ella quería. Había cerrado sus
ojos para negar y cuando lo había visto tuvo que esquivar a un maldito ciervo.
Perdió completo control del coche y acabó chocando contra un maldito árbol.
Todos dijeron al
unísono:
-Joy,
duele.
Capítulo 3
Afrodita
& Poseidon: ¿Amigas?
Helena le pasó a Paris
la caja rosa de donuts mientras ella mordía uno. Aunque estaban cerca de Long
Island, Helena no aguantaría un “Tengo hambre”, “¿Falta mucho?” o “Creo que se
me va a despegar la espalda del cuerpo”. Así que paró en una cafetería, compró
un único café y unos donuts con el escaso dinero que tenía en los bolsillos y
procedió a ocupar la boca de Paris antes de que pudiera quejarse de algo más.
Pasaron un rato más en
silencio, simplemente masticando esas bombas de grasa. Helena sentía como Paris
no paraba de mirarla de reojo, a veces ella también la miraba. No podía
evitarlo. Paris tenía un perfil maravilloso, unos ojos que brillaban con o sin
luz y una media sonrisa que aparecía incluso si estaba herida. Parece ser
verdad eso de que la cárcel une a la gente.
-¿Cómo
lo supiste? –Helena se giró rápidamente para mirar a Paris, sin entender
completamente bien su pregunta-. ¿Cómo supiste que eras hija de
Poseidón?
-Es
una historia un poco larga.
Paris apoyó el codo en
la puerta de la parte delantera del coche. Le había comprado analgésicos y
parecían estar haciéndole efecto al fin.
-Tengo
tiempo, Helena.
-Todo
empezó cuando fui a la playa –Comenzó a hablar-. Me metí en el agua
como si nada, no tenía miedo a ahogarme ni a los posibles peligros del
interior. A pesar de ser tan pequeña, el mar no me parecía aterrador. Dioses,
me encantaba, me encanta –Paris la miró con una pequeña sonrisa, parecía
divertida por la emoción que saltaba en la voz de Helena por simplemente hablar
del mar-.
Una corriente me arrastró al fondo y me hundió. Yo en ese momento no era muy
consciente de lo que pasaba, simplemente sabía que no me ahogaba. De alguna
manera, podía respirar. Desde ahí no recuerdo mucho, simplemente pequeños
flashbacks, gente sacándome de la playa, gritando… -Los
ojos de Helena fueron cubiertos por una pequeña capa cristalina, lágrimas formándose
y listas para rodar por sus mejillas-. Me dijeron que mi madre había muerto
intentando salvarme, que me habría ahogado de no ser por ella, pero yo no
entendía nada.
Paris se llevó una
mano a la boca, sorprendida por la declaración de Helena.
-Mierda,
Helena –Exclamó la chica de cabello oscuro-. Eso es horrible.
-Oh,
querida. Ojalá fuese lo único malo de mi historia –Formó una sonrisa triste-.
Cuando tenía diez años, tuve que huir del orfanato donde estuve desde que murió
mi madre y corrí al mar –Rió tristemente-. El mar me arrebató a lo que más quería
y seguía volviendo a él. Supongo que soy algo lela.
-¡No!
–Repuso Paris-. Bueno, un poquito. Pero solo un
poquito. Mira, es inevitable. Lo llevas en la sangre.
Helena se encogió de
hombros.
-Supongo
que sí –Suspiró-. Me lancé al mar y estuve viviendo a la
deriva unos meses. Los animales marinos eran súper majos conmigo. Al final, un
día la corriente me llevó a un campamento submarino de mi padre. Allí me entrené,
descubrí quién soy. Pero no quería seguir viviendo alejada de todo –Miró a su
alrededor, como el sol ya había salido por completo-.
Así que me hablaron del campamento y allá que voy.
Paris asintió,
tragándose su segundo donut.
-Te
entiendo. Más de lo que crees.
Helena arqueó una
ceja.
-Verás,
luego de la partida de mi madre, mi padre se volvió alcoholico, uno muy
violento; entró en depresión. Antes podía cuidar de mí, luego… –Su rostro se
contrajo por los recuerdos-. Se empezó a poner violento. Muy
violento. El día de mi cumpleaños fue la primera vez que me pegó y acabé
hospitalizada todo mi maldito cumpleaños. Mi tío pidió mi custodia, así
que me fuí a vivir con él y mi primo, Aiden. Por fin sentía que tenia una
familia, mi tío, Erik, me trataba como a una hija y Aiden como una hermana.
Éramos muy unidos y casi nunca teníamos un conflicto, siempre estuvimos bien.
Helena hizo algo
inesperado para ambas. Se frotó el azúcar en el pantalón vaquero largo, roto y
cubierto de sangre, para poner su mano con delicadeza sobre la de Paris y darle
un leve apretón. Paris parecía tener dificultades ocultando el rojo de sus
mejillas.
-Me
alegro de que entonces todo fuese bien.
Paris negó, lo que
hizo que Helena apartase su simple toque para entrelazar sus dedos.
-No
todo. Hasta hace unas semanas, volvíamos del cine cuando vimos la puerta la
puerta abierta; todo estaba destrozado. Mi tío nos dijo que salieramos de la
casa, porque podría ser peligroso y nos hizo prometer que no entraríamos; Aiden
y yo salimos y esperamos varios minutos hasta que escuchamos gritos. Llamamos a
mi tío y no recibimos respuesta alguna; al final, mi primo decidió que debía
investigar. No quería dejarlo ir. Cuando se marchó, conté los segundos hasta
que olvidé mi promesa y entré. Ahí estaban mi tío y mi primo no se encontraban
ya a mi lado y mi padre… En su mano sostenía un arma. De pronto, todo se
paralizó, no entendía lo que estaba pasando. Vi una luz y de esta, salía la
figura de una mujer, no podía creer lo que estaba pasando. Al verla por
completo pude entender de quién se trataba; todos estos años de obsesión que
tuve por la mitología griega me había servido de algo, porque gracias a esto
pude saber de quién se trataba… La bella diosa del amor se encontraba frente a
mí, mostrando parte de su poder. Mi padre…no se que fué de él realmente, creo
haber leído sobre la muerte de mi familia, pero sobre él…se mencionaba que no
fuimos encontrados, ni él ni yo… En fin, mi madre decidió que enviarme una
carta, contándome que era semidiosa y que debía ir al campamento cuanto antes.
Se quedaron un rato
más, sosteniendo sus manos, escuchando como ambas perdieron sus familias y
ahora su única esperanza estaba puesta en llegar a un estúpido campamento.
-Hey
–Habló Helena, rompiendo el débil silencio-, soy mala en esto emocional pero,
aunque sea una mierda todo lo que nos ha pasado, no quiero que pienses que estás
sola –Chocó su hombro contra el de ella, sonriendo débilmente-.
Ahora estamos las dos contra el mundo. Ya hemos salido de la cárcel y ahora
vamos a llegar a ese maldito campamento. Así que… ¿Amigas?
Paris rió,
descolocando a Helena. ¿De qué se reía, pensaba? Le había hecho una oferta
genuína. Había robado un coche por ella, gastado todo el dinero sin dudarlo un
segundo y ahora iba a llevarla al campamento como si fuera su chófer personal
sin problemas. Antes, en la celda, únicamente le había dicho que era hija de
Poseidón, pero ahora acababa de contarle su historia. Así que, ¿por qué no?
-Literalmente
me estás agarrando de la mano, por favor, Zabat. Hay lugares más bonitos para
pedirme salir.
-¡Te
conozco de hace un día! –Exclamó, poniendo los ojos en blanco.
-Sí,
el mejor día de tu vida, supongo.
Helena le soltó la
mano y la empujó.
-Eres
una idiota, mejor no seamos amigas. –Helena arrancó de nuevo, yendo en
dirección a la parte sur de Manhattan para llegar a Long Island.
-¡Tarde!
¡Ya somos amigas! No te queda más remedio.
Ella bufó, haciendo
que Paris sonriese.
-Si
al final lo vas a disfrutar –Dijo, un rato después de haber arrancado el coche
y comenzase a avanzar hacia Long Island-. Soy muy graciosa, puedo robarte cosas,
soy increíblemente sexy y beso genial.
Helena soltó una
risita sofocada.
-Pareces
un anuncio intentando venderme algo –Negó levemente-.
¿No tienes ticket de cambio? Quiero otra amiga por favor.
Paris hizo gestos que
harían pensar que estaba ofendida, aunque en los extremos de su boca se podía
ver que intentaba no reírse.
-¡Imposible!
–Repuso la chica-. Somos Paris y Helena. Nuestro amor va
a crear una guerra tan grande como la de Troya.
Helena puso los ojos
en blanco.
-Lo
que tú digas, Paris.
Apagó ahí la
conversación, queriendo continuar en silencio el rato que les quedaba de
trayecto. Si no pillaban mucho tráfico, solamente serían treinta minutos. Sin
embargo, claramente no pudo continuar en silencio. Paris tenía que tener la
última palabra.
-Hay
mucha tensión en el aire –Comentó, confundiendo a Helena de nuevo. No había nada
de tensión. De hecho, ella estaba bastante cómoda con la compañía de la chica
de piel oscura. Cuando pararon en un semáforo, volvió a hablar-.
Deberíamos besarnos para romperla.
-¡Por
las infidelidades de Zeus, Paris, ¿es que no vas a parar de seducirme?!
Una sonrisa extraña se
extendió por su rostro.
-Primero,
soy hija de Afrodita. Me encanta seducir a la gente –Ahora se inclinó hacia su
asiento, poniéndola nerviosa-. Segundo, ¿está funcionando?
-Un
poco. Ahora cállate.
Paris soltó un grito
de emoción al ver que su táctica de ser increíblemente molesta estaba
funcionando. Helena rió ante eso, sin poder evitar pensar en que si hubiese
insistido un poco más tal vez sí la hubiese besado.
Deméter
& Apolo: Bendita Ambrosía
Pobre sátiro, pensó
Joy. Él solo trataba de hacer su trabajo. Lo único que tenía que hacer era
recoger a tres chicas y llevarlas al campamento. Al final, habían llegado a
trozos.
Uno de sus hermanos
parecía muy enfadado.
-¿Pero
cómo habéis dejado que se le infecte? –Se quejaba mientras cosía la herida de
Cassie. La habían limpiado a fondo y la chica había perdido mucha sangre.
-No
es exactamente que en un descampado tuviésemos mucho material quirúrgico,
Thomas. –Respondió sarcásticamente. A pesar de ello, estaba preocupada por
Cassie. La pobre muchacha debía estar fatal.
Por otro lado, Aileen
tenía un brazo entablillado mientras dos chicos revisaban una radiografía.
-¿Qué
sucede? –Preguntó Aileen con hostilidad. Joy, sentada a su lado, le dio una
mala mirada. Ella solamente tuvo un esguince en la muñeca y algunos moratones
por el airback.
La enfermería era
pequeña, muy pequeña. Había unas cuantas camillas vacías y otras tantas
ocupadas. Había un chico con una pierna amputada, otro con media cara vendada…
Vaya, ninguno allí estaba para hacer un triatlón.
Cassie estaba
recostada en una camilla con un gotero el hombro inmovilizado.
-Tienes
el brazo hecho polvo casi literal –Explicó uno-. El hueso está roto
en varias partes, pero parece que se está sanando rápido –Se giró para verla-.
¿Tomaste ambrosía?
-Le
llevé un poco. Beh. –Martín estaba al otro lado, una chica le estaba vendando
el cuerno con cuidado mientras él se comía una lata de atún vacía.
-Se
nota –Habló Thomas-. Habría que escayolárselo, aun así. No
creo que haga falta operación.
-¿Y
las costillas? –Se metió Joy en la conversación, dispuesta a defender a sus
amigas-.
Las tenía machacadas también.
-Sí
–Le respondió otro chico-. Es lo que hemos comprobado. Tenía ocho
rotas pero cuatro ya le están soldando. Le vamos a poner algo de crema y
necesita mucho reposo.
En ese momento, una
chica entró a la enfermería, revisando primero al sátiro y luego a las nuevas.
Era una chica menuda, de cabello oscuro y que extrañamente olía a uvas. Se
posicionó frente a ellas mientras dos chicos comenzaban a escayolar el brazo de
Aileen.
-Hola
–Las saludó amablemente-. Me llamo Gabriella. Soy hija de
Dionisio y me estoy encargando un poco de los nuevos hoy. ¿Sois Joy y Aileen,
verdad?
-Sí.
–Joy contestó de manera hostil. No se fiaba demasiado de las nuevas personas.
-Genial.
Después de la enfermería vamos a ir a la fogata, tenemos algo importante que
discutir. Es bastante importante.
Aileen alzó una ceja.
-¿A
qué te refieres con “importante”?
Gabriella suspiró,
agarrando un banco para sentarse frente a ellas.
-Nunca
suelen llegar diez semidioses en un día. Mucho menos tres siendo hijas de los
tres grandes. Y aun más raro es que cuando todos lleguéis el oráculo suelte una
profecía –Su mirada viajó entre ambas chicas-. No sabemos qué va a
pasar pero va a ser gordo y malo. Necesitamos interpretar la profecía. Con eso
me refiero a importante.
Joy temió. Si no pudo
salvar a sus amigas, ¿cómo iba a salvar el mundo?
✏
Ares,
Hefesto & Atenea: ¿Brutos?
Fuimos corriendo hasta
el lugar en el que el coche se había estrellado. Vieron como tres personas y un
sátiro intentaban salir de él. Corrieron lo que quedaba de cuesta arriba y
fueron a ayudarles. Una chica rubia habló.
-
¿Semidioses?
-Semidioses-
Edith repitió.
Koa se acercó a una
chica con varios moretones y cortes en la cara. Parecía que literalmente le
habían dado una paliza. Koa la ayudó a salir y la llevo cargando. Nathan sacó a
otra chica que tenía una fea herida en el hombro y la ayudo a incorporarse
junto con el sátiro, que no dejaba de ver las flechas que la chica rubia tenía
en el carcaj, parecía que literalmente se las iba a comer.
-Bueno,
Martín, a que esperas, dirígenos hasta el campamento -Le
dijo la chica rubia. De mala gana, el sátiro comenzó a marchar cuesta arriba.
La chica rubia tenía el arco listo por si aparecía algún monstruo, yo también
saqué mis armas, pero me di cuenta que las únicas que podíamos luchar éramos
nosotras dos. Koa llevaba en brazos a una inconsciente y muy golpeada
semidiosa, mientras que Nathan se las arreglaba para sostener a la de la herida
en el hombro, la chica no paraba de intentar caminar sola. Y el sátiro… bueno,
no llevaba ningún arma.
-Koa,
Nathan, si aparece un monstruo tenéis que ir corriendo hasta el campamento
mestizo y entrar, ella y yo intentaremos retenerlos ¿vale? – les ordenó.
-¿Que?
No. Edith, no te vamos a dejar -Exclamó Koa. Nathan solo la miraba
fijamente, como intentando leer sus pensamientos.
-Edith
tiene razón. Vosotros no sois de mucha ayuda cargando a mis amigas, además,
Martín os acompañara –Repuso al desconocida-. Ah, y no me llamo
“chica rubia”. Es Joy, Joy Sun-
Antes de que siquiera
terminara de presentarse, escucharon un rugido feroz, y muy cercano. Justo en
ese momento apareció un minotauro.
-¿Iros!-
Gritó Edith. Martín no lo pensó dos veces y se echó a correr. Koa se fue
corriendo detrás de él lo más rápido que podía y Nathan, antes de irse, le dijo
-Ten
cuidado.
Suspiró. Nathan a
veces parecía una mama gallina cuando se lo proponía.
Cuando giró, Joy ya
estaba tirando flechas, las había lanzado tan rápido que el minotauro se quedó
pasmado. Era el momento perfecto.
-Joy,
cuídame la espalda. -Le susurró, ella asintió.
Levantó sus dagas y el
minotauro cambió de objetivo, pasando de querer atacar a Joy a ella. Corrió
hacia ella en línea recta como una bala de cañón. Justo cuando estaba encima de
ella, saltó hacia la izquierda, y él se estampó contra un árbol.
Se dirigió de nuevo a
ella y alzó sus dagas. Fue corriendo hasta él y le clavó las dagas. El
minotauro parecía dolido, pero no se redujo a polvo. Ese no era el plan de
Edith, estaba demasiado cerca de su alcance. Como si él lo notase, levantó su
puño, listo para golpearle la cabeza, cuando una flecha pasó silbando a su lado
y le dio al minotauro en el ojo. Rugió de dolor y su puño terminó dándole en el
estómago. Edith salió volando por los aires y terminó estampada contra el coche
estrellado.
-Dioses,
eso duele. – Jadeó. Con la fuerza del impacto me quedó casi sin aire en los
pulmones. Respiraba, o bueno, lo intentaba. Desde lejos Joy la llamaba, pero no
podía oírla bien, tenía los oídos taponados. Una sombra enorme se acercó a
Edith y, conforme se acercaba, pudo ver sus cuernos listos para clavarlos. Rodó
a un lado y, como pudo, salió pitando.
Joy corrió hasta donde
estaba Edith y empezaron a correr hasta la entrada del campamento. Cuando
estaban llegando, pudieron ver como Koa y Nathan las esperaban en la entrada.
El minotauro les pisaba los talones y cuando iban a llegar, Edith se tropezó.
El minotauro se lanzó
hacia ella y lo esquivó. Cuando creía que estaba a salvo, él agarró su pierna y
la lanzó directamente a la entrada. Sintió como golpeaba a alguien y cuando
abrió los ojos se dio cuenta que Joy había frenado su impacto contra el suelo.
-¿Edith,
estas bien? –Le preguntó Nathan. Koa la ayudó a incorporarse.
-Sí,
sí, lo siento -Joy se levantó también e hizo una mueca–.
Ehm, perdona, pero no pude escoger a qué dirección ser lanzada.
-Está
bien, por esta ocasión te lo perdono. – Joy le dio una palmadita en el hombro.
Fue su momento de hacer una mueca, pues Edith tenía su hombro notablemente
dolorido.
Se acercaron unos
campistas. Parecían tranquilos, como si el hecho de que atacaran y
lanzaran por los aires a gente pasara todo el tiempo.
-¡Hola!
Me llamo Mateo y esta de aquí es Lucia os damos la bienvenida al Mampamento
mestizo.. ¿Os sabéis toda la historia para evitar explicaros? -Todos
asentimos. Nathan había sido tan amable de explicarnos en casa de su abuela
toda la historia del campamento y cuando digo toda es toda.
-Bien,
¿sois determinados o por determinar? - Siguió diciendo Mateo. El primero en
hablar fue Nathan.
-Nathan,
hijo de Atenea.
-Joy,
hija de Apolo.
-Edith,
hija de Ares -Respondó con calma.
Como había sido un día
agotador simplemente los llevaron hasta sus cabañas. Menos a las chicas
heridas, a Joy y a Edith. Lo suyo no era tan grave así que simplemente comió
ambrosía y me fue a la cabaña de Ares.
¿Cómo podría describir
a sus hermanos y hermanas? Bueno, todos eran bastante… ¿Brutos? Por definirlos
de alguna forma. Pero casi todos ellos tenían un corazón, negro, pero un
corazón. Le dieron la bienvenida a base de puñetazos en los brazos, dándole ganas
de volver a la enfermería, pero en su lugar simplemente se tumbó en la litera
que le dieron.
Ni una hora desde que
se quedó dormida cuando le despertaron los gritos. Se levantó agitada y saló de
mi cabaña a toda velocidad. Era de noche y no había ni un alma en las cabañas,
pero seguía escuchando los gritos, así que los siguió
Más de cincuenta
semidioses estaban reunidos alrededor de una fogata, todos discutiendo y
gritándose entre sí. Se acercó a uno de sus hermanos y le preguntó que pasaba.
-
Gabriella acaba de decir que hay una profecía. -Le susurró y luego
siguió gritando.
Después de los
momentos iniciales de caos, los que estaban a cargo del campamento lograron
tomar el control y callar a todos.
-Chicos,
chicos – Dijo una chica. Tenía el cabello y los ojos oscuros. Era de tez clara
y cara de pocos amigos en ese instante-. Nunca llegaremos a nada si hablamos
todos al mismo tiempo. Necesitamos hacerlo con más orden. Primero, Mateo, ¿podrías
recitar la profecía otra vez?
Mateo se adelantó y
dijo:
Nacida del lugar más
profundo
Habrá de derrotar a
los monstruos más oscuros
Las adversidades
fueron muchas
Para aquella que corre
sola
La llave se encuentra
escondida en los enemigos
El mundo podría caer
en las manos
De aquellos que causan
el terror.
Un monstruo ayudará
Y con el mayor de
todos deberán acabar
-Ahora, ni Quirón y ni padre están, así que tenemos que
resolverlo por nosotros mismos – Dijo Gabriella.– ¿Alguien tiene alguna idea de
a que se refiere?
Todo el mundo se quedó
en silencio. Un chica, de las que estaban entre los líderes, levantó la mano
temblorosa, mirando de reojo a la de Dionisio.
Bueno, es obvio que la
primera parte se refiere a una hija de Hades. – Algunos campistas empezaron a
reír nerviosamente.
-¡No
hay ninguna hija de Hades! -Uno de sus hermanos gritó.
La chica que había
hablado miró nerviosamente a unas chicas con aspecto de matonas. A Edith le
sorprendió de no haberlas visto antes, estaban en un rincón oscuro y no habían
dicho ni pio. Y, por la reacción de todos, no había sido la única en no
notarlas.
-En
realidad, somos dos. – Dijo una de ellas. El fuego de la fogata comenzó a
hacerse más grande y morado. Era como si dependiendo del estado de ánimo fuera
más grande o más pequeño.
– Bueno ¿alguien más
que tenga idea de los demás párrafos? –Habló Mateo. Nuevamente todos se
quedaron en silencio.
Nathan se levantó.
– Creo que un buen
comienzo sería obtener ayuda. La profecía dice que un monstruo ayudará y que la
llave se encuentra entre los enemigos. No creo que se refiera a una llave
literal, sino más bien a información o algo que nos ayudará a derrotar a lo que
sea que nos amenaza. – Nathan comenzó a ponerse rojo, todas las miradas estaban
puestas en él. –Eh, bueno, si… como decía, un monstruo ayudará. Ha habido
algunas historias entre héroes antiguos cuando reciben ayuda de un “enemigo”
como cuando un minotauro albino ayudó al héroe de…
-
¿Qué has dicho? – Le cortó Gabriella. Clavó sus ojos en Nathan con interés.
Pobre Nathan, parecía que su cabeza estaba a punto de explotar de lo rojo que
estaba.
-
El-l
qué? ¿Minotauro albino?
Gabriella se giró a la
chica que había hablado de las de Hades. Ambas intercambiaron miradas con una
hija de Hades y luego Gabriella suspiró.
-Creo
que yo conozco uno. – Les contó a todos su mini aventura en la guardia de la
noche. Como el minotauro había seguido a Regina, la hija de Hades, y las había
atacado a ella y a Emma, la pequeña que habló.
-
Desde que nos atacó sabíamos que era diferente – Dijo Emma-
Como más… inteligente. – Gabriella asintió con la cabeza
-Él
debe ser el de la profecía. Tenemos que ir a buscarlo. – Los gritos y
discusiones comenzaron otra vez entre las cabañas. Mateo se movió al centro,
cerca de la fogata. – Chicos, tranquilos. ¡Tranquilos! Creo que es muy
peligroso, Gabriella. No saben si realmente será de ayuda. ¿Qué pasa si las
ataca? ¿Y si es una trampa?
– Es la única pista
que tenemos, debemos seguirla. Y tú, niño prodigio – dijo señalando a
Nathan. – Vendrás con nosotras. Serás de ayuda para hablar con él. Tu sabes su
historia.
Al final todas las
cabañas estaban de acuerdo en que la profecía se refería al minotauro como
aliado y a Emma ya que a ella la habían perseguido. Los líderes decidieron que
las tres que habían sido atacadas por el minotauro y Nathan fueran a buscarlo.
Zeus
& Dioniso: Nos salva un… ¿minotauro albino?
Con Gabriella en
cabeza se aventuraron en el denso bosque. Era raro irse sin que nadie se lo
mandara, nadie en su sano juicio se aventuraria siendo solamente 3. Además, ¿a
quien se le ocurría ir a cazar a un monstruo sabiendo que llevan a una hija de
los tres grandes, esto solo atraerá a mas y mas monstruos quizás hasta cause
más problemas?
Gabriela se dio cuenta
de esto, pero ya era tarde, necesitaba a su compañera, era la única a la que
conocía desde hace un tiempo. Nathan era un completo desconocido, solo ha
venido porque se acordaba de algo, ni siquiera era seguro que lo que proclamaba
del minotauro blanco fuese verdad. Gabriella estaba confusa pero decidida, una
nueva profecía ha empezado y hay que acabarla cuanto antes.
Emma en cambio se
sentía segura de sí misma. ¿Si pudieron atrapar al minotauro una vez, porque no
serían capaces de hacerlo dos veces? Con su poder y las vides de Gabriella todo
es posible.
Nathan estaba perdido,
acababa de llegar a un campamento lleno de desconocidos y ya lo mandan a una
misión donde tiene posibilidades de morir. Él solo las siguió y no dijo nada.
Los tres en completo
silencio se dirigieron hacia el claro favorito de Gabriella. Esta vez no pasó
lo de la última, no tuvieron problemas para llegar, no se perdieron, ni se
distrajeron. Caminaron rápidamente y solo tardaron media hora en llegar, se
dirigieron a las piedras y se sentaron a esperar. Emma se colocó en la piedra
más alta, como si de un cebo humano se tratase.
Esperaron y siguieron
esperando. Una hora, otra mas y tambien otra, pero nada pasaba. Hasta que al
cabo de unas cuatro horas se empezaron a escuchar ruidos. Pero no era uno, eran
múltiples ruidos procedentes de diferentes puntos y todos diferentes, esto
alteró a los semidioses.
-¿Acabáis
de escuchar eso? -Preguntó Nathan, algo alterado-.
Decidme que no estoy loco. ¡Solo estamos buscando a un minotauro! Y por los
rugidos mínimo hay 5 o 6. ¿Qué vamos a hacer si vienen todos? No podemos contra
todos.
-Pues
tendremos que escondernos y esperar a que sólo llegue el blanco, -Respondió
Gabriella con tranquilidad, aunque en el fondo estaba muy nerviosa.
Lo que no sabía
Gabriella es que ya estaban rodeados, no podían esconderse, seis minotauros
estaban en el borde del claro. Primero se asomó el minotauro más joven, seguido
de su madre.
-Gabriella,
Nathan, creo que tenemos invitados. -Dijo Emma señalando hacia el minotauro
joven.
-Mierda,
ya es tarde. -Respondió Gabriella-.
Cojed vuestras armas, preparaos para lo que sea.
En ese momento
aparecieron dos minotauros más, uno por cada flanco.
-¡Hay
más! Ya están aquí todos. ¡Vamos a morir! -Gritó Nathan, pero a su vez se preparó
para atacar en cualquier momento.
Aparecieron los dos
últimos, estos eran los más grandes, posiblemente los más ancianos.
-Joder,
joder, joder… Estamos perdidos… -Gabriella no sabía como reaccionar.
-Atentos,
se están acercando. Estad preparados -Ordenó Emma,
sorprendentemente su voz sonó fuerte y regia, como si Emma fuera la líder desde
siempre.
Los minotauros se
estaban acercando lentamente, ninguno cargó, era como si lo tuviesen planeado
para poder llegar todos a lavez.
Nathan sacó su arma y
lo acompañó de un grito, el minotauro más joven se asustó y comenzó su carga.
El resto de minotauros, al verlo, también cargaron. El suelo temblaba,
Gabriella trató de atrapar a dos con sus vides y lo consiguió, los dos más
grandes que luchaban por soltarse pero no eran capaces.
Emma consiguió
esquivar a los dos que cargaban contra ella y consiguió que se chocasen contra
unas rocas, nubes oscuras empezaron a formar sobre las cabezas de los dos
minotauros.
Por último Nathan
consiguió rodar y escapar del joven minotauro pero la madre se estaba acercando
rápidamente. No estaba entrenado para esto. No se recuperaba de la voltereta
que hiciera para esquivar al joven y ya tenía que volver a rodar para esquivar
a la madre. No le dio tiempo y la madre lo atravesó con el cuerno y lo clavó
contra la pared. Nathan soltó un grito ahogado y sangre por la boca, la vida
escapaba de él. A la vez, desde el bosque apareció otro minotauro, más grande
que el resto, Nathan lo vio de reojo, era el minotauro blanco. Este saltó sobre
el minotauro que atrapaba a Nathan con su cuerno, lo que provocó que Nathan
saliera disparado hacia el aire como si de una catapulta se tratase. Se escuchó
un trueno junto la cegadora luz del rayo, dos gruñidos se apagaron, dos grandes
golpes contra el suelo. Dos minotauros habían caído a manos de Emma y su
poderoso rayo.
Gabriella se
encontraba encima de uno de los minotauros y sorprendentemente consiguió
abatirlo. Le clavó su alabarda en la cabeza y este se deshizo pero el segundo
consiguió librarse de sus atadura. Gabriela se preparó para la carga pero esta
vez ella no rodó se sentía con fuerzas para parar a un tren, se colocó en una
de equilibrio y preparó su arma. El minotauro chocó contra su alabarda y se fue
deshaciendo mientras corría hasta dejar a Gabriela rodeada de polvo.
El minotauro albino
levantó al joven por el cuello y de un mordisco lo deshizo, la madre se
encontraba inconsciente en el suelo por lo aprovechó y acabó con ella. Sin
saber porqué ordenó al viento que redujera la caída del semidiós que saliera
volando para que no muriera del golpe.
Las cosas se calmaron,
el silencio se hizo. El único ruido que existía era la leve brisa y la
respiración de cada uno.
-¿Qué?
-Dijo
Emma al ver que Nathan caía y se posaba con suavidad en el suelo.
Gabriela antes de que
nadie pudiera hacer nada invocó las vides y estas empezaron a rodear al
minotauro pero este no se resistió.
-No…
hacer daño. -Dijo el minotauro.
La cara de Emma y
Gabriela era un cuadro.
-¿Sa-Sabes
hablar?-Dijo
Gabriela perpleja
-No…
Estar aprendiendo… A veces acercar campamento y ver. Vuestro amigo estar mal. -Dirigió
la cabeza hacia Nathan.
-Debemos
irnos, hay que llevar a Nathan -Habló Emma-. Creo que tienes
información que necesitamos. ¿Vas a venir con nosotros o te lo sacamos a la
fuerza?
Los ojos del minotauro
chispearon.
-Ir
yo con vosotros para salvar pero no saber que información quereis. No perder
tiempo, subrir a mi espalda.
Emma y Gabriela
subieron a Nathan al minotauro, sorprendentemente este no sangraba era como si
la herida se estuviese curando más rápido de lo normal. El minotauro usó sus
poderes para ir más rápido de lo normal y se dirijo al campamento.
Minotauro
Minutos antes de la
batalla
“Los semidioses están
de nuevo aquí”
Pensó el minotauro ¿Como podían ser tan estúpidos para volver al bosque?
Los rugidos sonaron.
El minotauro se preocupó, sabía que si los dejaba así los semidioses morirían,
algo hizo que decidiera ayudar y se dirigió hacia el claro de la última vez.
Usó los misteriosos poderes que tenía para llegar lo más rápido posible. Al minuto
ya estaba allí pero era demasiado tarde uno de los semidioses ya estaba herido
pero qué más daba. Podía salvar al resto. El minotauro salió del bosque y
decidió jugarse la vida para salvar a 2 semidioses.
Extraño ¿No?
Artemisa:
¿Una banda de rock?
Aike prácticamente
arrastró a Regina de vuelta a su cabaña. Después de escuchar las
interpretaciones que sugerían de la profecía y haber decidido que una hija de
Hades debería liderar la misión, Aike había tomado una decisión rápida ante la
propuesta de Artemisa.
Regina la miraba muy
bien sin entender cuando cerró de un portazo la puerta de la cabaña y se
posicionó delante de ella.
-¿Qué
sucede? –A pesar de únicamente conocerse de un día, Aike había conseguido algo
que hacía mucho que había perdido: Una familia. Así que ahora iba a proteger a
esa familia.
-Voy
a hacerme cazadora de artemisa.
La chica se quedó unos
segundos tratando de pensar en lo que le había dicho. Por su rostro, Aike diría
que no entendió mucho a lo que se refería.
-¿Sabes
quiénes son?
Regina se encogió de
hombros.
-¿Una
banda de rock?
Aike se dio un golpe
en la frente, sin creer lo realmente inútil de la chica.
-¿No
sabes mucho de mitología, no?
La chica rió un poco,
sentándose en la litera inferior de una zona bajo la atenta mirada de su
hermana.
-Soy
de Massachusetts, me expulsaron de mi colegio cristiano luego de que un
monstruo lo atacó. Así que a menos que aparezcan en la biblia, no tengo ni idea
de quién hablas.
Aike tomó asiento a su
lado, su paciencia era escasa pero haría un esfuerzo por su hermana. Lo que sea
por su familia. Los hijos de Hades estaban destinados a estar solos y ella
había tenido la suerte de tener compañía en esa soledad. No podía estropearlo,
como siempre estropeaba las relaciones.
-Artemisa
es una diosa virgen –Comenzó a explicar-. Ella no tiene descendencia. Pero tiene
sirvientas, compañeras de caza. Son inmortales.
Regina frunció el
ceño.
-¿Te
vas a ir a cazar y me dejas aquí con el marrón? –Exclamó, levantándose de golpe-.
Por si no te has dado cuenta la espada pesa el doble que yo. ¡No puedes
mandarle a luchar contra a saber qué!
-¡No
te voy a mandar a luchar a ninguna parte! –Replicó de vuelta Aike-.
¡Voy a hacerme más poderosa para poder cuidar de ti!
Aike se dirigió hacia
ella.
-Voy
a protegerte y a enseñarte, te lo juro. Pero se avecina una guerra y
necesitamos ganarla.
Sus ojos negros se
enfrentaron, vacíos y dolidos. Listos para la lucha pero no para el amor. No estaban
solas, pero actuaban como si lo estuvieran. Eran hijos de Hades, siempre sería
así.
Sin dejar de mirarse,
Aike clavó la rodilla en el suelo y miró hacia arriba.
-Prometo seguir a la diosa Artemisa, doy la espalda a
la compañía de los hombres, aceptó ser doncella para siempre y me uno a la
cacería.
Aike sintió
electricidad correr por sus dedos, algo dentro de ella le decía que había hecho
lo correcto. Frente a ella, un arco, un carcaj y dos dagas aparecieron. En su
cabeza pudo escuchar la voz de Artemisa.
“Bienvenida, hija de
Hades. Ahora eres una de las nuestras.”
✏
Hermes:
Se puede salvar el mundo y dormir a la vez
Cassie no sabía dónde
estaba. Cuando sus compañeras la subieron a una camilla perdió toda conciencia.
Era como si el dolor la hubiese inducido a dormir profundamente.
Aunque dormir podría
parecer apetecible en ese momento. Pero no hay que olvidar que Cassie era una
semidiosa, así que en ese momento, cuando cerró los ojos y apareció en un
bosque, se preguntó qué hizo mal en otra vida para tener esa mala suerte.
En el sueño, su hombro
no estaba herido. Se encontraba en plena forma física, perfecta para ir hacia
donde quisiera.
Debía ser invisible en
el sueño, pues veía a animales correteando por el bosque sin prestarle
atención. Había algunos ciervos, había visto un oso paseando, robando frutos
del bosque en arbustos de la zona. El césped no era demasiado alto y la humedad
era presente. Se notaba que el otoño estaba aterrizando, pues las hojas iban
tornándose amarillas en algunas zonas.
Empezó a oler a
quemado. Miró a su alrededor, sin encontrar ningún signo de fuego. Las copas de
los árboles parecían techar los alrededores, haciendo una difícil tarea
inmiscuirse entre ellas para los rayos de sol. La luz era clara, no sería pleno
día sino media tarde. Los pájaros cantaban, haciendo el lugar casi idílico.
Finalmente, divisó una
columna de humo algo lejos de ella. Antes de irse a investigar, fue a buscar un
arma. Agarró un palo largo y rezó para que funcionase, si no lo hiciera,
correría rápido.
Caminó con precaución,
lista para golpear a un enemigo. Sin embargo, únicamente se encontró con una
chica algo más pequeña que ella, era prácticamente inofensiva. Cassie caminó
hacia ella, principalmente para ver si se encontraba bien. La niña la miró,
sonriendo.
-Casiopea,
al fin llegas –La voz era aguda pero madura. Claramente no era una niña pequeña,
como ella había imaginado-. Te estuve esperando.
-¿La
conozco? –Fue directa. No tenía ganas de dar rodeos a la situación. ¿Cómo una
señora mayor se había metido dentro del cuerpo de una niña pequeña? Tal vez era
otro monstruo.
-No,
querida –Le sonrió amablemente, instándole a sentarse junto a ella en el banco
frente a la fogata. Se sentó a una distancia prudente. Como se convirtiese en
un monstruo la había cagado-. Soy Hestia, diosa de la familia.
Cassie se quedó unos
segundos tratando de ubicarla en la mitología, pensando en cómo era una diosa
que siempre estaba en el Olimpo y cuidaba de los demás dioses.
-¿No
era usted la tía de mi padre? –Dijo al fin, haciendo sonreír a la diosa-.
Leí que él era su favorito. Siempre le contaba todas las noticias.
Hestia asintió.
-Es
mi favorito, por esto estoy aquí –Señaló al fuego, donde la imagen de Joy con
otras personas aparecía. Parecían estar reunidos-. Vengo a ayudarte en
su nombre.
Cassie frunció el
ceño.
-¿A
mí? Si no puedo hacer nada.
Hestia suspiró.
-Cuando
despiertes, hija de Hermes, deberás ser tú la que haga que el destino se cumpla
o los semidioses perecerán.
Quién le iba a decir a
Cassie que podía dormir y salvar el mundo a la vez.
Capítulo 4
Hefesto,
Ares & Atenea: “Yo ayudar, yo ayudar”
Koa estaba feliz de no
haber ido a la misión. El campamento Mestizo molaba un montón. Uno de los
chicos de Hermes, Travis, le enseñó todas las actividades que había, como
luchas con espadas, tiro con arco, incluso de juegos de estrategia. Koa pensó
que el campamento era un buen lugar para vivir, su tío tenía razón, allí
aprendería a sobrevivir, a valerse por sí mismo. Había estado tan emocionado
toda la mañana por el recorrido que Travis le había dado, pero esa felicidad se
esfumó cuando Nathan llegó de la misión.
Después de la fogata,
a Koa lo mandaron a la cabaña de Hermes ya que aún no sabían cuál era su padre
o madre divino. A decir verdad, Koa no durmió mucho, los demás chicos de la
cabaña no le daban muy buena espina, cuando había entrado a la cabaña y lo
demás le dieron la bienvenida, parecía que estaban evaluando qué cosas tenía de
valor Koa y no le quitaban el ojo a su martillo, así que Koa pasó la noche
durmiendo a ratos y con el martillo abrazado con fuerza.
Más tarde de eso pudo
ver como las dos chicas, Gabriella, Emma y Nathan salían para la misión. No
pudo despedirse de Nathan como era debido, solo lo vio de lejos y asintió a su
dirección, cosa que hizo Nathan también. Si bien no conocía del todo al chico,
no pudo evitar sentirse un poco preocupado. Habían pasado un largo camino
juntos para llegar al campamento y gracias a eso se sentía unido a él y a
Edith.
La chica llegó
corriendo a donde estaba Koa y le dio un golpecito en el hombro.
-Supongo
que tu si lograste despedirte, ¿verdad? – Le preguntó Koa.
-
Yo si, me levanté temprano, grandulón. – Koa la miró de reojo y se dio cuenta
que no apartaba la vista de Nathan, que ya era un puntito en las orillas de las
colinas.
-
¿También estás preocupada, cierto? – Edith asintió con la cabeza.
-No
tendría por qué, Nathan es muy inteligente y va con semidiosas experimentadas,
pero… No lo sé… - Se encogió de hombros –. No dejo de
sentir que algo irá mal.
Ahora fue Koa quien le
dio una palmadita en el hombro. – Tu misma lo dijiste, Nathan es inteligente,
estoy seguro que regresara bien.
Koa no podía imaginar
cuán equivocado estaba.
Después de que Travis
le enseñara el campamento pararon un momento en el campo de baloncesto.
-
¿Sabes? Creo que hoy en la noche te reconocerán – Le comentó Travis
-
¿Cómo estás tan seguro? – Travis lo miró como “¿Enserio, chico? ¿Acaso eres
tonto?”
-
No hay que ser muy inteligentes para unir los puntos Koa. El martillo, tu
complexión física, el hecho de que te llamase la atención las forjas… -
Koa lo miró esperando que terminara. Travis se golpeó la cara. -
No eres muy listo, ¿eh?
-
Oye, acabo de llegar a este lugar. No soy un experto en dioses griegos. Los únicos
que conozco son Atenea, Armes y Hermes.
-
Ares – Le corrigió Travis –. Y es que no prestaste atención cuando te fui
nombrando los nombres de las cabañas? – Koa intentó hacer memoria. Recordaba
haber pasado por las casitas ordenadas en forma de omega, había varias chulas,
pero ninguna le llamó la atención lo suficiente como para recordar a que dioses
pertenecía, aún seguían en su mente los otros lugares más divertidos. Koa se
maldijo en silencio, tal vez si hubiera prestado atención un poco más hubiera
podido “Unir los puntos” como había dicho Travis.
-
¿Hay un dios que tiene como arma un martillo? ¿Y que sus hijos sean Hawaianos?
-
Hum… excluyendo lo de Hawái, lo hay. Y le he apostado a mi hermano que te
reconocería hoy. A sí que más vale que lo hagas. – Dijo guiñando un ojo al
cielo. Koa estaba a punto de preguntar quién era ese dios cuando varios
campistas pasaron corriendo diciendo que habían regresado de la misión. Koa se
levantó y siguió a los campistas junto con Travis. Se dirigían a la entrada del
campamento.
Incluso antes de
llegar a la colina, Koa pudo ver al minotauro albino. Era una monstruo mitad
toro mitad humano de al menos tres metros de alto. Parecía nervioso por la
cantidad de gente y armas que había a su alrededor. Probablemente todo el
campamento había ido a ver al gigante, ya sea por incredulidad o por miedo a
que se volviera loco y atacara a alguien, todos estaban formando un círculo a
unos 5 metros de distancia de ellos.
-
¡Abran paso! ¡Déjenos pasa! Tenemos un herido. – Gritaba Gabriella desde lo
alto del minotauro. Koa muy apenas pudo distinguirlas entre las cabezas
de las personas cuando bajaron y vio que traían a alguien arrastrando entre las
dos. Nathan.
Koa se acercó a ayudar
y chocó con Edith, que tenía el semblante preocupado y no sin razón. La playera
naranja de Nathan estaba llena de sangre y tenía un agujero enorme en el
centro, estaba apoyado en Emma, que no parecía soportar mucho su peso. Koa lo tomó
de un lado y Edith de otro.
-
Pero ¿qué le pasó? – Preguntó Edith y para sorpresa de todos quien le respondió
fue el minotauro.
-
Minotauro bebé atravesar al chico – dijo. Muchos semidioses lanzaron gritos de
sorpresa y se alejaron más de él.
-Ah,
si… puede hablar – Dijo Emma-. Pero tranquilos, es inofensivo. Dijo
que nos ayudaría. – El minotauro asintió con su cabeza y susurró varias veces “yo
ayudar, yo ayudar”
Gabriella pidió que
los jefes de las cabañas se quedarán y dispersó al gentío. Edith, Nathan, Koa y
un chico llamado Thomas también se quedaron y llevaron al minotauro a una zona
alejada de la puerta, donde ya había unos cuantos hijos de Apolo acomodando una
camilla que los de Hefesto parecían construir alocadamente con el capó del
coche accidentado la noche anterior.
Al llegar, Thomas
empezó a tratar la herida de Nathan. Gabriella y Emma contaron todo lo que
había pasado. Cuando llegaron a la parte donde empalaron a Nathan, éste no
dejaba de negar con la cabeza y Koa lo escuchó susurrar “Que idiota fui”
-Eh,
tranquilo amigo, nadie puede hacerlo perfecto. En algún punto cometemos
errores. – Le dijo Koa. Nathan sonrió ligeramente.
-Sí,
bueno, mi error me costó un cuerno atravesado en el estómago. Y créeme, no se
siente para nada bien. – Thomas hizo una mueca.
-
¿Dices que te atravesó el estómago? Yo no veo ningún agujero aquí, solo un
cardenal gigante. – Emma paró de hablar y se acercó a Nathan.
-
¿Cómo? ¿Ya no tiene el agujero? ¡Hace un rato lo tenía! Nosotras vimos como lo
atravesaron, ¿verdad Gabriella? – Ésta no parecía muy sorprendida.
-Nathan…
yo vi como se cerraba su herida en el camino… Era como si la piel trabajase tan
rápido que los tejidos se curasen como si nada. Fue así desde que estuviste
tumbado en el suelo. ¿Seguro que eres hijo de Atenea? Esto parece obra de un
hijo de Hécate…
-Humm…
estoy bastante seguro de que soy hijo de Atenea. - Nathan parecía
pensativo, como si intentara armar un rompecabezas en su cabeza. Gabriella se
quedó un momento en silencio observándolo.
-Ya
resolveremos esto más adelante. – Se giró al minotauro. -
¿Por qué no nos dices tú de dónde vienes?
-
Yo… vengo del lugar de los monstruos, mis hermanos no querer sacarme por ser
diferente, por no querer lastimar semidioses, pero escapar de allí. Venir con
otra manada al bosque, ellos tener órdenes de matarlos.
-Así
que alguien los está controlando… -Dijo Mateo. Se giró a Gabriella-
Dijo que viene del lugar de los monstruos y eso es…
-El
tártaro – Dijo Gabriella. Un silencio pesado cayó en el salón. La profecía
cobraba más sentido… “Habrá que derrotar a los monstruos más oscuros”y
esos, según lo que les había dicho Nathan, provenían del tártaro.
-
¿Quién te mandó aquí? – Edith fue la que habló. El minotauro negó con la
cabeza.
-Yo
no saber, solo seguir a la manada. Ellas dijeron que las órdenes eran esas.
-
¿Ellas? – Preguntó Emma.
-Mujeres
serpientes, ellas decir que venir aquí. – Koa palideció
-
Oh, no. No ellas otra vez. – Todas las miradas se enfocaron en Koa. -
Ah, esas cosas fueron las que nos persiguieron en Brooklyn. –Koa miró a Nathan.
-
¿Cómo dijiste que se llamaban?
-Dracaenae
– Respondió Nathan. – Ellas deben de saber quién los envió, tienen el mismo
jefe.
-
Y el minotauro no sabe quién es, por lo tanto, nosotros tampoco. – Dijo Edith
-Pero
sabemos al menos donde es. – Gabriella giró a ver a las otras chicas nuevas,
las que eran parte de la profecía. – Regina, tú sabes cómo llegar allí verdad?
-
Por supuesto que sabe – Interrumpió Mateo, - Incluso si cree lo
contrario ella podría encontrar la entrada, viene en la sangre de Hades. – La
susodicha se encogió de hombros
-
Supongo que sí, podría encontrarlo. – Ir al Tártaro no parecía que hubiera
levantado el ánimo en absoluto. Koa ya no estaba tan seguro de que el
campamento fuera un lugar bonito y seguro. Si algún día le tocaba una
profecía…. No quería ni pensarlo. Después de eso, el Minotauro siguió soltando
información que había escuchado entre los demás minotauros y las Dracaenae. Koa
quería preguntar cómo se comunicaban entre los minotauros, pero ya no tuvo
tiempo de hacerla, ni el ánimo. El minotauro les contó que sus demás hermanos
tenían por encargo custodiar a cierto “hombre caballo”, Quirón, el encargo del
campamento que había desaparecido. También les dijo escuchó a las Dracaenae
hablar de un ángel o algo así, también tenían que mantenerlo atado para que
todos pudieran salir del tártaro.
-Hay,
no… Ese debe de ser Tanatos. –Emma suspiró– Si está encadenado de nuevo…
Tendremos la cosa más difícil.
-
Pues parece que tenemos otra cosa más que hacer. Liberar a Tánatos es sumamente
importante. –Dijo Gabriella, haciendo un recuento de todo–. También a que
rescatar a Quirón y descubrir quién es el que planeó todo esto, el “monstruo
mayor” como dice la profecía y derrotarlo.
-Vaya,
parece que esto se complicó aún más. – dijo Koa. - A ver si entendí. Si
no liberan a Tánatos antes de todo, ¿no podrán matar al jefe? – El minotauro se
rascó la cabeza
-
Soltar a hombre caballo también o mujeres serpientes matarlo. Decir que, si
llegan a ángel, ellas matar a hombre caballo. – Edith suspiró
-
Así que, si liberamos a Tanatos, ¿muere Quirón? – El minotauro asintió
-
La única salida es hacerlo al mismo tiempo – Dijo Nathan, que ya estaba casi
completamente recuperado, el cardenal que tenía en el estómago había pasado a
un simple moretón–. Que algunos vayan a por Quirón y otros por Tanatos.
-
¿Y qué pasa con el jefe? Se dará cuenta que los liberamos ¿Y si ataca el
campamento y los demás estamos fuera? – Dijo Regina
-
Nos dividiremos – Dijo Gabriella. – Regina tiene razón, no podemos dejar el
campamento solo. Unos pocos irán a por Quiron, otros a liberar a Tánatos y
otros a por el Jefe, los demás defenderán el campamento. Los minotauros ya lo
están rodeando y es cuestión de tiempo que ataquen también. Necesitamos hacer
varias misiones, es la única salida.
Todos estaban tan
metidos hablando sobre qué estrategia sería la mejor que Koa no se dio cuenta
que se había vuelto de noche hasta que un campista llegó corriendo a avisar que
dos chicas más habían llegado al campamento.
-Tiene
que ser una broma – Dijo Gabriella. - ¿Más semidioses?
Demeter
& Apolo: Geniales.
Joy estaba sentada
frente a Aileen, mirando como el chico de atrás tenía un moretón gigante en el
estómago. Después de pasar la noche en la enfermería, ahora pasaban el rato
estaban comentando la profecía.
Desde la noche
anterior, los aires habían estado agitados en el campamento. Gabriella dijo
frente a la fogata que ciertos grupos de personas irían a derrotar a unos monstruos
que ya ni recordaba. Se alegraba tanto de quedarse en este campamento tan
bonito con Aileen. Ojalá Cassie despertase para poder disfrutarlo las tres.
A pesar de haber
pasado poco tiempo con esas chicas, a Joy siempre le llamó la atención Cassie,
sin saber por qué. Sus bromas y su espíritu alegre, incluso herida, la animaban
a seguir. Sin embargo, desde que llegaron al campamento había hablado muchísimo
más con Aileen y se habían conocido más, nuevos sentimientos afloraban por la
hija de Deméter. Ese era el problema. ¿Quién le gustaba entonces?
Aileen la hacía sentir
tan feliz y comprendida que no necesitaba una broma de Cassie para sonreír,
solo su presencia en la sala lo conseguía.
-¿En
qué piensas? –Le interrumpió Aileen, sonriéndole dulcemente. Fue ahí cuando Joy
se dio cuenta de que tenía la cabeza en las piernas estiradas de Aileen y ella
estaba jugando con las puntas de su cabello.
-En
ti. –Soltó sin pensar. Se sorprendió al ver que Aileen se sonrojaba ante su
declaración, haciéndola sonreír. ¡A eso se refería! ¿Es que era posible hacer
feliz a alguien simplemente con dos palabras?
-Espero
que fuesen cosas buenas. –Volvió a sacarla de sus pensamientos, pero no le
importó. ¿Para qué pensar en Aileen pudiendo estar con ella en ese instante?
-Geniales.
Ambas compartieron una
sonrisa cómplice mientras, de fondo, se escuchaba a hijos de Apolo asombrados
con uno de los nuevos. Su estómago había sido atravesado por un minotauro y la
tierra parecía haber llenado el agujero y convertirse en un tejido nuevo.
¡Nadie lo entendía! ¿Sería brujería? Los dos hijos de Hécate pensaban que sí.
De un momento a otro,
un pequeño ruido comenzó a sonar en la camilla de Cassie. Muy a su pesar, Joy
elevó la cabeza del cómodo lugar en las piernas de Aileen y miró hacia ella,
asustada por lo que podría pasarle. Ya habían llegado mal ambas, no podía
dejarlas morir. ¡No lo permitiría! Realmente era bastante mala en mantener a
gente viva.
Se levantó de un salto
y fue a llamar a uno de sus hermanos. Lo agarró del hombro y tiró de él hacia
Cassie. A su lado ya se encontraba Aileen, con su brazo malo escayolado y
pegado a su pecho, siendo sostenido por un pañuelo.
Su hermano miró al
monitor donde la tenían conectado. Aparecían líneas que, extrañamente, tenían
sentido para Joy. Su corazón no estaba relajado, se estaba alterando un poco
más y más…
-¿Qué
sucede, Francis? –Preguntó algo preocupada Aileen. Joy no dudó ni un segundo en
agarrar su mano para calmarla.
-Creo…
-Se
giró hacia las dos preocupadas chicas-. Creo que está despertando.
Afrodita
& Poseidón: Un chapuzón
Helena escuchaba como
Paris le hablaba de sus hermanos con una incansable intensidad. Ella parecía
muy contenta de estar en la cabaña que le había tocado, hablando de cómo tenían
un armario destinado al maquillaje y había pasado la noche haciéndoles trenzas
a sus hermanos y comentando la eficacia de distintos acondicionadores.
Helena había notado,
por otro lado, cómo el estar con sus hermanos había afectado a Paris. No
solamente en cuanto a belleza estética sino a algo más… Transcendental. Paris
tenía una sonrisa más amplia al saber que no estaba ya sola, menos ojeras al
haber descansado y tener su espalda ya cuidada… De hecho, la noche anterior, a
pesar de bombardearlos con información, Paris había conseguido sopesar esa
carga y su sonrisa radiante iluminaba un poco el mundo de Helena.
Ella estaba sola en
una cabaña enorme, donde el único sonido provenía de una fuente de agua que
había en una esquina. Había una litera que parecía ya ocupada, con fotos de una
chica rubia y de los que supuso eran varios amigos. Otra litera tenía la
inferior rota, como si alguien muy grande hubiese dormido ahí y, por lógica y
gravedad, no cupiese. Ella había escogido la litera más cercana a la ventana,
desde donde se veía una porción de agua.
No sabía ni de lo que
Paris estaba hablando, pero Helena no quería que se le escapase una sonrisa por
nada del mundo. Eso le daría una satisfacción a Paris que no quería entregarle.
Llevaban conociéndose cuatro días pero cuando luchas contra monstruos con otra
persona siempre te vuelves algo más cercano de lo normal.
Salió de su ensoñación
cuando un chico con olor a quemado y cabeza plagada de rulos llegó a su lado.
-Hola
–Saludó el muchacho, que la noche anterior se había presentado como Koa. Tras
repartirse en misiones, habían acodado que tal vez necesitasen trucar algunas
cosas para llegar a California. Entonces, ¿qué mejor que ir con un hijo de
Hefesto?-.
¿Qué al estáis?
-¡De
maravilla! –Exclamó Paris, dando pequeños saltos de alegría. ¿Por qué Helena
sentía la necesidad de estrujar sus mejillas?-.Tengo los mejores
hermanos. ¡Me pintaron las uñas! –Enseguida estiró la mano y mostró sus dedos.
Koa agarró sus manos para mirarlas, pues él las llevaba pintadas de negro.
-¿Cuántas
capas llevas? Están intactas.
-¡Solo
dos! Pero tengo un esmalte protector mágico que…
-¡Chicos!
–Helena ya había tenido suficiente cháchara por ese día. Ella venía de ser la
única humana del campamento submarino, donde el entrenamiento era lo único
importante y sobrevivir a un calamar gigante el pan de cada día. ¿Uñas? ¡Su
última preocupación!-. Hay que marcharse. Tenemos que ir a
salvar el mundo.
Cuando Koa soltó la
mano de Paris, Helena dejó ir aire que no sabía que tenía retenido. ¿Es que a
caso estaba celosa? Quiso negarlo pero, una parte dentro de sí, le confirmó sus
sospechas.
-¿Tenemos
algún plan? –Preguntó Koa mientras caminaban, bajaban la colina y se internaban
en el bosque.
-Sí
–Respondió Helena-. Iremos a Conney Island y allí
agarramos unos hipocampos hasta Houston. De allí pillamos un coche y nos iremos
a California.
El chico asintió,
mientras que Paris caminaba a su otro lado tarareando una canción.
-Está
bien –Parecía no haber entendido demasiado lo que Helena le dijo-.
Y esos hipocampos… ¿Dónde se alquilan?
Helena soltó una
risita divertida ante el desconocimiento del muchacho. La noche anterior
hablaron poco, pero el chico literalmente fue reclamado hacía unas horas, por
lo que tampoco podía saber demasiado. De hecho, vio a dos gemelos pasarse
dinero después de que un martillo brillante apareciese sobre su cabeza,
probablemente porque habrían apostado.
Su risa se vio
sofocada cuando Paris puso una mano sobre el hombro de Koa.
-No
se alquilan, bobo. Helena los llama, son sus amigos.
-Vale…
Siguieron caminando en
silencio unos diez minutos más, atentos de que ningún monstruo saliese entre
las ramas. Todo iba bien hasta que Koa las llamó.
-¡Hey!
–Exclamó, haciendo que ambas se giraran con curiosidad para mirarlos-.
Podemos utilizar este coche.
Era un coche antiguo,
de color azul bebé con las puertas abiertas, que les invitaba a entrar. Helena
quiso decir que no podían robar un coche, que era propiedad de otra persona.
Pero, como si le leyese la mente, Paris habló.
-¿De
quién es ese coche?
-Es
de la abuela de Nathan –Las chicas lo miraron como diciendo “¿Quién?”-.
Un chico del campamento.
Paris fue hacia el
coche tranquilamente, abriendo la puerta del coche y mirándolos.
-No
la veo por aquí, así que no creo que le moleste –Señaló la volante-.
Si no quisiera que se lo robaran, no hubiese dejado las llaves puestas.
-La
mató un minotauro mientras veníamos andando al campamento.
Helena ni se inmutó,
que se muriesen familiares de personas estaba a la orden del día, así que poco
y nada le importante. Por otro lado, Paris se llevó las manos a la boca.
-¿Crees
que a su nieto le importará que se lo tomemos prestado?
Koa le regaló una
sonrisa torcida.
-Ayer
por la noche le atravesó un minotauro el estómago. No creo que sea el mayor de
sus problemas ahora mismo.
Se comenzaron a
escuchar pasos. Como si alguien apartarse ramas y trotara hacia ellos. Helena
se dirigió al coche también, al asiento del conductor.
-En
ese caso, nos vamos. ¡Rápido!
Cuando los tres se
subieron, colocó los seguros a las puertas y arrancó tan rápido que podría
haberse cargado el motor. Por suerte, no lo hizo. Se metió en la carretera y
siguió las indicaciones de Koa, que indicaba cómo habían llegado la noche anterior
al campamento.
Una vez estuvieron en
la autopista, de camino a un puente para llegar a Conney Island, todos
parecieron mucho más calmados.
Helena sintió que
Paris le clavaba los ojos en la mejilla, por lo que se giró para mirarla.
Cuando ella le regaló la sonrisa más hermosa de todas, Helena sintió la
necesidad de retribuírsela, tal vez hasta con la misma intensidad.
¿Era Paris una persona
que le gustaba flirtear con todos o era solo a ella a quien le regalaba esas
sonrisas coquetas? No lo sabía y ciertamente quería averiguarlo.
-Tenemos
que dejar de hacer esto –Helena volvió a la realidad, mirando como Paris reía,
pues ella se había perdido en su sonrisa y no había entendido nada. Escuchaba a
coches pitarle, pero estaban en un atasco en un puente, así que poco y nada
podía hacer.
-¿Hacer
el qué? –Le preguntó, avanzando los pocos metros que podía.
-Robar
coches juntas. Somos como Bonnie y Clyde.
Ambas rieron,
disfrutando del momento. Claramente esa felicidad no duró mucho, pues Koa se
inclinó sobre los asientos.
-¡Vienen
Dracaenes! –Gritó alterado.
Helena miró a los
retrovisores y vio como unos monstruos, mitad mujeres mitad serpientes,
caminaban entre los coches hacia ellos.
-¡Tienes
que sacarnos de aquí! –Se alteró Paris, apretando el brazo de Helena.
-¡No
puedo! –Respondió con la misma intensidad mientras trataba de avanzar
mínimamente-. ¡Tengo coches delante!
-¡Se
acercan! –Avisó Koa.
-¡A
la mierda los coches!
Paris agarró el
volante de las manos de Helena y lo giró para que saliese de la carretera, lo
que consiguió al subirse a una acera donde, por suerte, no transitaba gente.
Helena tiró hacia el otro lado, haciendo que el coche casi chocara contra otro.
Pareció que Paris tuviese más fuerza que ella y dieron un volantazo, con la
mala suerte de que embistieron contra la pared del puente y el coche, como era
lógico, cayó al río con un gran estruendo.
Helena echaba de menos
el agua, pero no quería matar a sus amigos por un simple chapuzón. Ahora estaba
en problemas.
Hades,
Dioniso & Zeus: Nos montamos en un camión *Sale mal*
En cuanto descubrieron
su misión, decidieron armarse y dirigirse lo más rápido posible al norte.
Canadá los esperaba. Regina se guardó una guadaña que había en la armería del
campamento, Emma recogió su arma y Gabriela preparó las tres mochilas con víveres
para afrontar el viaje. Las tres se reunieron a la hora acordada, tenían que
pensar como ir hasta su destino con rapidez.
-Yo
creo que podríamos ir en tren… -propuso Regina.
-No,
muchas personas, lo que significa que posiblemente algunos sean monstruos y además
la estación de tren está lejos de nuestra localización actual.-Respondió
Gabriela.
-¿Que
tal si vamos en coche?Tenéis carnet alguna ¿No?- Preguntó Emma
-Emm…
Pues no, no he tenido tiempo a sacarlo¿Tú tienes Regina?-
Dijo Gabriela mientras acababa de preparar la última mochila.
-Aun
no puedo, tengo 15 hasta los 16 en EEUU no se puede, ya sabéis.-Contestó
Regina mientras se paseaba por la sala.
-Pues…
Entonces… ¡Ah, ya se! Hay un área de descanso cerca de aquí. Por ahí pasan
muchos camiones que se dirigen al norte. Igual nos podemos colar en uno.-Dijo
Emma
-No
es mala idea pero nos exponemos a cualquier ataque-Advirtió
Gabriela-
¿Se os ocurre algo más?
Ninguna dijo
nada.Acabaron de hacer los preparativos para el viaje.
-Okay,
no me gusta pero haremos lo del camión… pero antes de subir debemos asegurarnos
de que no sea un monstruo.-Dijo Gabriela-
Vamos, en marcha.
Las tres se dirigieron
a la salida del campamento y guiadas por emma pusieron rumbo al área de
descanso. Decidieron ir por el bosque ya que pensaron que los monstruos
estarian pendientes de quién saldría por la carretera para seguirlos mientras
que por el bosque seria mas dificil. El bosque era espeso, no mucha gente solía
ir por el así que avanzaron lentamente. Tardaban horas en avanzar apenas dos
millas.
-¿Estás
segura de que era por aquí?-Preguntó Regina por décima vez.
-Según
la última vez que lo preguntaste Emma está segurísima de que vamos bien. Uy, ¿este
no es el árbol donde descansamos hace media hora?-Dijo Gabriela sarcásticamente.
-Mirad,
os odio, estoy segura de que queda poco. Aguantad un poco más. Creo que ya
estamos cerca.-Dijo cerrando los ojos como si estuviera
concentrándose- Espera. ¿Escucháis los coches? Debemos
estar cerca de la autopista. Sigamos
Regina y Gabriela se
vieron la una a la otra y se quedaron atónitas pero la siguieron sin dudar.
Minutos más tarde se
encontraban ante la autopista, en frente suya se encontraba el área de descanso
pero algo habían calculado mal, estaban en el lado contrario de la autopista.
Tendrían que cruzar para poder llegar. Desde su posición ya se observaban
aproximadamente una veintena de camiones.
-Genial,
ahora tenemos que atravesar una autopista para llegar a nuestro destino o
volver por el bosque guiados por Emma. No se que sera peor… -Dijo
Gabriela con tono sarcástico.
-Tenemos
prisa así que toca autopista-Dice Emma mientras salta a la autopista
y comienza a correr
Regina y Gabriela
saltan también a la autopista.
-A
veces parece que está algo loca.-Susurra Regina.
-Eso
es lo que me gusta de ella.-Responde en voz baja Gabriela mientras
sigue a Emma.
Sorprendentemente y
después de causar un accidente consiguen llegar al área de descanso y
esconderse. Nadie las sigue pero por si pasaba algo esperaron hasta que el
accidente se tranquilizara.
-¿Os
dais cuenta de que acabamos de causar un accidente?-Pregunta
Regina.
-Si,
pero si nos hubieran atropellado posiblemente se acabaría el mundo así que
mejor un accidente que un mundo en llamas…-Argumentó Emma
Pasaron una hora
charlando y conociendo. Regina notó cierta tensión entre Emma y Gabriela. No
sabía porqué pero notaba que esa tensión no era de enfado.
-Ey,
creo que ya está, ya se fueron las gruas para los del accidente y la
ambulancia. Salgamos de aquí.-Ordenó Emma
Comenzaron a buscar
camiones que se dirigieran hacia canadá y finalmente después de un buen rato
encontraron dos camiones con matrícula canadiense. Decidieron probar a abrir la
puerta de los remolques. El primero parecía lleno de peluches.
-Este
me gusta, iremos cómodas.-Dijo Regina
-Veamos
el otro por si está mejor.-Respondió Gabriela
Se dirigieron al otro
y abrieron la puerta, sorprendentemente la puerta no estaba cerrada tampoco así
que se dispusieron a abrirla. Al abrir la puerta escucharon una respiración
profunda y al ver se encontraron un enorme lestrigón durmiendo. Se les escapó
un grito ahogado al ver que se movía pero simplemente estaba durmiendo.
Cerraron con cuidado la puerta y sin decir nada se dirigieron al anterior
camion. Entraron y se escondieron entre los peluches lo mejor que pudieron y se
dispusieron a viajar. En su mochila tenían los suficientes víveres para comer y
fueron aprovechando las paradas del conductor para hacer sus necesidades. En
este viaje se forjaron más que amistades, Emma y Gabriela cada vez se conocian
mejor y se acercaban más. Gabriela sabía lo que quería, Emma no tanto pero poco
a poco todo iba encajando. Regina se dio cuenta por la situación y lo dejaba
fluir.
Unos días después se
encontraban en las cataratas del niágara entonces decidieron bajar y continuar
su camino de otra forma.
Hermes:
Todo mal chicos
El fuego comenzó a
tragarse la imagen de Aike jurando a Artemisa, disipándose en chispas y llamas
danzantes. Había visto eso y cómo a un chico le atravesaba una cornada de un
minotauro. ¿Es que todo eso estaba pasando mientras dormía? Se estaba perdiendo
lo mejor.
Se giró para mirar a
Hestia, sin saber exactamente qué quería decir con esas imágenes. La diosa
tenía una expresión de preocupación. ¿Al final a los dioses sí les importaba lo
que sucediese con sus hijos? ¡Imposible! Si les importase de verdad, sería
Hermes quién estuviera ahí sentado y no Hestia.
-Sé
lo que piensas –Habló la diosa, sacándola de su nube privada-.
Tu padre es el mensajero de los dioses, Casiopea, no tu ángel de la guarda. A él
le importan mucho todos sus hijos. Siempre se ocupa de reconocerlos a una buena
edad y los ayuda a llegar aquí, aunque no todos siempre llegan bien. Como tú.
Pero he aprovechado esta oportunidad para explicarte tu destino.
Para Cassie, nada de
eso tenía sentido. ¿Qué destino? ¿Estaba destinada a estar en coma toda la
vida? Porque si era así, ¡por favor que la asfixiara! No podía perder así su
vida. Aún le faltaban muchas cosas por vivir: Quería tener sexo, emborracharse
y atropellar a alguien. Lo típico que haría una chica normal de su edad.
-No
lo entiendo –Dijo en voz alta-. No entiendo nada, mi señora. ¿Es que
acaso no son las moiras quienes deciden mi camino?
La mujer negó.
-Tu
camino nunca está determinado, mi pequeña. Tú eres quien decide qué te pasa a
ti y ellas verán cómo les afecta a tus compañeros.
-Compañeros…
-Frunció
el ceño-.
¿Los del fuego?
Hestia asintió,
dejando de mirar el fuego y mirándola a ella.
-Han
llegado en las últimas veinticuatro horas doce nuevo semidioses –Le explicó
Hestia, pues mientras todo eso sucedía ella había estado en coma-.
Todos ellos destinados a derrotar a tres monstruos que quieren derrocar a los
dioses. Están resentidos por ser nuestros hijos menos valorados –Cassie
asintió, tratando de recordar todo lo posible de mitología-.
Surgió también una nueva teoría y han deducido astutamente que la llegada de
tantos nuevos semidioses y una profecía se debe a que algo está por venir. Han
interpretado los mensajes –Suspiró tranquila. Casi quiso decir en voz alta “BIEN,
CHICOS SEGUID ASÍ”-. Pero no lo han hecho bien.
“MAL, CHICOS, NO
SIGÁIS ASÍ”
Cassie casi quiso
reírse de la situación. ¿De verdad eran tan desgraciados? Sale una profecía, la
mínima cosa que tenéis que hacer es descifrar, lo hacéis mal y cien personas no
se dan cuenta. Parecía una maldita broma.
-¿Por
eso me lo dices a mí? ¿Tengo que ir yo a decírselo? ¿Por qué no va un dios
cualquiera?
Hestia suspiró
pesadamente, ajustándose en su asiento.
-Porque
los dioses no pueden intervenir directamente en la vida de sus hijos. Los
semidioses tenéis que seguir vuestro camino sin turbulencias. Pero aprovechando
las circunstancias, yo vine a decirte tu destino, Casiopea –La mujer se puso en
pie, tapando el fuego detrás de ella-. Eres hija del mensajero de los dioses
y tú serás la mensajera de los semidioses.
Cassie se puso en pie,
algo asustada por Hestia.
-¿Y
qué mensaje debo llevar?
-No
es Regina Schuyler la líder de la profecía, sino Aike García. Si ella se
enfrenta al jefe de los minotauros estará muerta en breves.
“TODO MAL CHICOS”.
Capítulo 5
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: Como Moisés
Cuando Helena tocó el
agua del río le sucedió lo contrario que a sus compañeros. Ellos aguantaban la
respiración y trataban de abrir la puerta mientras el coche se llenaba de agua
para escapar. Ella, por otra parte, estaba como si pudiera respirar de verdad.
No hizo ningún movimiento por moverse, disfrutando del agua acariciar sus
extremidades y agitar su cabello.
No fue hasta que
recordó que no todos respiraban bajo el agua que ordenó a las corrientes que
abrieran las puertas del coche. Cuando vio a sus amigos correr a la superficie,
supo que eso no podía permitirlo. Si las Dracaenaes los veían en la superficie,
vivos, se tirarían a por ellos para matarlos, algo que no les convenía nada.
Así que salió del
coche y nadó rápidamente para agarrar los pies de ambos. Tenían los rostros
rojos de aguantar la respiración. Para ayudarlos, Helena creó rápidamente una
burbuja lo suficientemente grande para los tres ahí abajo. Luego tiró de ellos
para meterlos dentro, aunque ellos parecían ansiar la superficie. Cuando estuvieron
dentro y vieron que había aire, comenzaron a toser con fuerza. Paris incluso
estaba escupiendo agua. Helena pensó por un segundo que si Paris hubiese
necesitado un boca a boca a ella no le hubiese importado hacérselo en absoluto.
Koa, por otro lado, se
acariciaba la parte superior de la cabeza. Helena supuso que, al caer, se
habría golpeado con el techo del coche al rebotar en el agua. Si se hubiese
colocado el cinturón de seguridad como Helena indicó durante el camino…
Los dejó un rato para
que se recompusieran, apoyados en la burbuja y aporreando su pecho como si
fuese un tambor. Ella simplemente apreció las profundidades del río y como el
coche de la abuela de Nathan sería parte del hábitat ahora.
-Chicos
–Rompió el silencio Helena, mirando a los dos-. Venga, chicos.
Relajaros. Es solo un poquito de agua.
Paris la miró como si
estuviese blasfemando. Dio un paso hacia delante y se tuvo que sostener en una
pared de la burbuja para equilibrarse.
-Dice
la hija de Poseidón seca.
Helena puso los ojos
en blanco.
-Nada
de esto hubiese pasado si no me hubieses quitado el volante.
Paris trató de nuevo
de avanzar de nuevo, pero sus pies se resbalaban por la superficie de la
burbuja. Esta vez, cayó hacia delante. Buscó apoyo en los brazos de Helena,
quien la sostuvo para que no cayese. Si no estuviese tan enfadada probablemente
se hubiese percatado de cómo su piel se erizaba bajo su toque.
-¿Querías
acaso que nos matasen? –Se quejó Paris-. ¡Conduces como una abuela coja!
-¡Esta
abuela coja sigue las normas de tráfico! –Repuso Helena algo irritada por el
comportamiento infantil de Paris-. ¡Tenéis suerte de que os haya salvado!
-¡¿Ahora
tenemos suerte?! –Bramó-. ¡Pues…!
-¡Basta!
–Por primera vez, Koa interrumpió la discusión matrimonial de ambas-.
No rompáis el silencio si no vais a decir un plan para salir de aquí.
Helena suspiró y sacó
la cabeza de la burbuja, queriendo gritar. Sin embargo, llamó a los peces de
alrededor, quienes vinieron a quejarse de la contaminación que tenía el río y
como ninguno de los terrícolas les hacía caso. Ella no tenía tiempo para eso,
por lo que les indicó que llamase a Johnnie, su amigo hipocampo, que vendría
con otros compañeros para llevarlos hasta Houston.
Viendo la dificultad
que tenían sus amigos de sostenerse en la burbuja, Helena la hizo bajar hasta
que tocaron el suelo. Una vez en tierra firme, abrió un pequeño túnel de agua a
medida que iban pasando, asegurándose de que ellos no se quedaban atrás,
comenzó a caminar frente a ellos, quienes la imitaron mientras miraban desconcertados
su hazaña.
-Wow,
pareces Moisés. –Habló Koa.
-Él
solo era un hijo de Poseidón al que le gustaba llamar la atención. –Bufó
Helena, todavía enfadada por la discusión con Paris, a pesar de que sabía que
tenía algo de razón, debería haberse arriesgado un poco más.
Siguió caminando, sin
ni siquiera mirar atrás. Sintió unas pisadas aceleradas y al girar a ver quién
venía se dio de frente con el rostro de Paris. Ella respiró hondo mientras
clavaba sus ojos en los suyos.
-Lo
siento, por lo de antes –Dijo finalmente, viéndose algo arrepentida. Helena no
esperaba que Paris dejase su orgullo de lado, pero supuso que lo hizo solo con
ella-.
Estaba alterada y asustada. Pero nos salvaste, gracias.
-No
es nada –Le tranquilizó Helena-. Y disculpas aceptadas.
Ambas compartieron una
sonrisa cómplice antes de que Paris se envalentonara y le agarrara la mano.
Durante la siguiente hora y media hasta llegar una playa aislada de Conney
Island.
Una vez allí, tres
hipocampos adultos con manchas de colores los esperaban cerca de la orilla.
Helena los presentó como Johnnie, Bonnie y Julie. Cada uno se subió a uno y
Helena les indicó que su objetivo era llegar a Houston. Los animales los
llevaron hasta allí con amabilidad, tardando cerca de unas cuatro o cinco
horas, que ellos aprovecharon para dormir.
Estaba en un profundo
sueño sin molestias de pesadillas cuando la voz de Koa la levantó alertada.
-¡Mirad!
–Señaló al frente el chico-. ¡Debe de ser Houston!
Comenzaron a soltar
gritos de alegría, contentos de de haber llegado finalmente a su destino.
Pensaban que ya estaba todo hecho cuando un calamar rosado gigante emergió a la
superficie y los miró con sus ojos negros brillantes.
-Niños
–Exclamó el monstruo mientras Koa y Paris sacaban sus armas-.
Si queréis pasar, algún sacrificio tendréis que realizar.
-¡Atacad!
–Bramó Paris y Koa soltó un grito de guerra, esperando que los hipocampos
avanzaran también, pero estos solamente gritaron. Tal vez para ellos fuese algo
sin sentido pero Helena los entendió a la perfección.
“¡Quieren matar a
Peggy!”
“¡Helena, haz algo!”
“¡Este idiota me está
golpeando, lo voy a hundir!”
Antes de que sus
amigos pudieran alterar más al monstruo decidió hablar.
-Disculpe,
señora calamar –La llamó con la mayor educación que pudo-.
Estamos tratando de llegar a Houston lo antes posible, vivos, a poder ser. Así
que si hubiese algún favor que desea que le hagamos, estamos más que dispuestos
a hacerlo ahora.
El calamar agitó sus
largos brazos llenos de ventosas mientras pensaba, mojándose un poco la
cima de la cabeza.
-Hay
algo en lo que podríais ayudarnos y os dejaríamos pasar.
Miró a sus compañeros,
pidiéndoles que le dejaran hablar a ella. Claramente era la más experimentada y
sobre todo con los animales del mar. Seguramente sería algo que incomodaba a su
comunidad.
-Decidnos.
-Hay
unas trampas para calamares en el fondo de este mar –Comenzó explicando-.
Quieren capturarnos. Nos han dicho que luego nos comen y venden nuestras
pieles. Somos tratados como bichos raros. Queremos vivir libres y en paz.
Retirad las trampas y os dejaremos pasar.
Antes de que Helena
tuviese tiempo a transitar eso, Koa ya estaba gritando palabras afirmativas.
-¡Solo
necesito saber cómo funcionan y las desactivaré en un segundo! ¡No me cuesta
nada! ¡Era mi hobbie de pequeño! Mis favoritas son las trampas para osos y
peces. ¡Las carpas siempre fueron escurridizas! ¡Vamos!
Helena miró sin
entender muy bien. ¿El novato los iba a salvar?
-¿Estás
seguro? –Se adelantó a preguntarle Paris.
-¡Sí!
–El chico paseaba su mirada entre ambas-. Helena puede crear burbujas para
respirar y arreglar las máquinas y Paris puede mantener los posibles
monstruos a raya. En unas horas puedo desactivarlas todas.
Helena se giró a mirar
al calamar.
-¿Le
parece bien?
-Que
trate de cerrarlas y ya veremos si hay trato.
Hades,
Dioniso & Zeus: Gabi…
Emma, Regina y
Gabriela se encontraban en las cataratas, sabian que habia una zona escondida
cerca de ellas, tenían que buscar la entrada como sea. Allí se podía encontrar
la guarida de los lestrigones o una pista para encontrarla. Si se encontraban
allí los lestrigones todo podría acabar, en cambio, si no lo estaban aún tenían
un largo y peligroso viaje por delante ¿Qué sería mejor?
-Regina
¿Al ser hija de Hades no percibes el suelo? Así podríamos saber donde esta la
guarida.-Preguntó
Emma.
-No
que yo sepa, puedo probar si quieres.
Regina se agachó y
colocó las palmas en el suelo. Comenzó a concentrarse. Pasaron unos minutos y
seguía concentrándose.
-¿Regina?¿Estás
bien? -Dijo
Gabriela con preocupacion, mientra se agachaba y colocaba a su lado.
Regina no se inmutó,
sus mejillas enrojecieron lentamente.
-Emma,
ayúdame a separarla del suelo -Ordenó Gabriela con tono preocupado-.
Rápido, esto pinta mal.
-Si,
voy, vamos a levantarla. -Respondió, agachándose y agarrandola.
-A
la de una… A la de dos… Y… A la de tres.
Gabriela y Emma la
trataron de levantar juntas a Regina, quien se quedó suspendida en el aire.
Ella cierro los ojos y su cuerpo se quedó muerto en los brazos de sus
compañeras. De repente una risotada brotó del cuerpo inmóvil de Regina.
-¿Como
os lo pudisteis creer? -Preguntó riendo mientras se coloca en
pie.
-Eres
imbécil, Regina -La insultron Emma y Gabriela al unísono.
-Si,
lo es -Dijo
una misteriosa voz
-¿Que?¿Quien
eres? -Cuestionó
Emma al darse la vuelta y encontrarse a una mujer de pequeña estatura y joven.
-Seguidme,
después os dejaré hacer las preguntas
-¿Pero…
Y si tratas de matarnos? -Preguntó Emma mientras daba un paso atrás.
-Una
pregunta mas y no tendréis acceso a la información que necesitáis, seguidme en
silencio.-Respondió
la desconocida.
La desconocida llevaba
puesto un vestido azul con rayas como si fueran olas del mar y desprendía un
cierto olor a perro mojado. Tenía su largo pelo negro atado en un moño y
caminaba con súbita elegancia, no daba un paso en falso en ningún terreno.
La siguieron por unos
caminos que las apartaron de la gran cantidad de gente que había en las
cataratas y por un camino señalado como prohibido fueron descendiendo a un lado
del camino estaba el acantilado de la catarata, al otro estaba un gran abismo
que llegaba al río donde caía la catarata. Estaban ocultas por unos setos así
que mientras ellas podían ver el río, los del río no las podían ver a ellas ni
ver el camino por el que estaban. Avanzaron un rato más hasta que la catarata
las ocultaba pero a su vez está salpicaba y mojaba a las 3 compañeras, en
cambio la mujer misteriosa no parecía que se mojara.
Cada vez el camino se
estrechaba más y más, comenzaron a caminar en hilera pero no paraba de
estrecharse, llegaron al punto que tenían que caminar de lado, sus pies casi
eran tan grandes como el camino y no solo eso, el suelo estaba parcialmente
mojado. El camino se hizo añicos bajo el pie de Emma, esta trato de mantener el
equilibrio pero lamentablemente se resbaló, trató de agarrarse a la cornisa
antes de caer, no lo consiguió, el único punto fijo era la pierna de Gabriela,
se agarró firmemente a ella.
-¡Ah!¡Ayuda!
-Gritó
Emma.
Gabriela estaba en
perfecto equilibrio, no se inmutaba a pesar de tener a Emma colgada de una
pierna.
-Podría
dejarte caer… Igual si me lo pides por favor…-Dice Gabriela bajando
un poco la cabeza para ver a Emma mientras seguía caminando sin preocupación
lentamente arrastrando el pie para que Emma no se balanceara y no se cayeran
juntas.
-¡Por
favor! ¡Haré lo que quieras pero no me sueltes! ¡Te lo prometo!
-Vale.
Regina, agarrale la mano y la subimos entre las dos.
Regina y Gabriela
consiguen subir a Emma de vuelta y continuaron su camino. Emma temblaba, le
gustaba la sensación de estar en el aire pero notó que esta vez era diferente,
no podía usar sus poderes para intentar obligar al viento a que lo levantase,
algo iba mal en este lugar.
Siguieron avanzando,
se veía un saliente y la entrada a una especie de gruta. Al llegar la señora se
internó en la gruta y desapareció en ella.
-Vamos,
venid, sin miedo.
Antes de entrar Emma
se dirigió a Gabriela ruborizada.
-No
se que me pasó, no podía usar mis poderes. Muchas gracias por ayudarme…
-No
pasa nada… somos compañeras… Ven… Anda…-Dijo Gabriela abriendo los brazos como
para un abrazo.
Emma aceptó y la
abrazó.
-Nuestro
viaje no acabará en el fondo de esta catarata. Te lo prometo. -Dijo
Gabriela en tono amable.
Deshicieron el abrazo
y continuaron hacia la cueva.
Las tres entraron con
cuidado, se veía una luz al fondo que poco a poco fue haciéndose más grande
hasta que llegaron a una gran caverna que estaba dividida por tres grandes ríos
y que precipitaban por el mismo sitio que la catarata, en frente se podía
observar tres cuencos… Parecían cuencos para perros… También una cama y una
especie de habitación con nevera y todo tipo de lujos, la señora estaba cerca
de la cocina de la habitación, recogiendo algo de un estante.
-¿Tenéis
hambre?-Dijo
mientras levantaba un paquete de galletas y se las ofrecía.
Nadie dijo nada, se
quedaron viéndola con cara extraña.
-Buneo,
si no quereis no pasa nada, me pillasteis merendando, sentí a tres mestizos y
estaba informada de que ibais a venir ya que los lestrigones me avisaron -Dijo
mientras se comía una de las galletas con forma de dinosaurio-.
Antes de que penseis nada malo, los mestizos tenéis muy malos modales y siempre
atacais en cuanto escucháis la palabra monstruo, pero tranquilos yo voy en son
de paz. ¿Capichi?
Mientra menea la
cabeza en gesto de desaprobación, Emma se dispuso a hablar.
-Pero…
-
Ya se, ya se -Cortó la desconocida-.
Ibas a preguntar quién soy, ¿no? Soy Escila. Si, tengo tres cabezas de perro
debajo de la falda ¿Algún problema? Espero que no, tienen algo de hambre, les
interrumpiste la comida… Pero no vais a tener problema, se lo tengo que ordenar
yo normalmente son mansas. -Dijo mientras se veía un hocico por
debajo del vestido.
Se escuchó un grito
entrecortado de Regina.
-¿Venis
por la ubicación de los lestrigones verdad? Si, sé donde está… pero vais a
tener que pagar un precio, un precio tan grande como la información que os voy
a dar.
-Por
qué nos da…-Trató de decir Gabriela
-Si,
si no es que os tenga cariño ni nada, me da igual todo, estoy harta de dioses,
monstruos, semidioses y todo eso. Yo solo quiero vivir en mi cueva tranquila y
cuidar de mis tres bebés sin que nadie me moleste. Ahora preguntareis ¿Cual es
el precio? -Dijo reflexiva mientras comenzaba a
acariciar una de las tres cabezas de perro que le empezaban a salir de la falda-
Pues depende ¿Que servicio quereis? ¿Completo, medio o básico?. Claro, ahora
surge la pregunta de qué incluye cada paquete… Pues como suponeis con el
completo os diría toda la información que se: Posicion, formas de entrar sin
que lo sepan, formas de huir, puntos débiles, etc… Por otra parte con el medio
os diré la posición y dos cosas random que me apetezcan y el básico pues eso,
básico… La posición vamos… poco más… bueno… si me caéis bien igual algo mas…
Dio un largo suspiro y
continuo
-Dejémonos
de cháchara ¿Que quereis hacer? Pero aviso, una vez elijáis no vale cambiarlos.
Os dejo pensarlo, adelante.- Escila se dio la vuelta, recogió una
bolsa de gran tamaño que un humano normal no podría levantar y la vacío en los
tres comederos que había, automáticamente sus cabezas comenzaron a comer y ella
se dedicó a acariciarlas y darles mimos.
Gabriela, Emma y
Regina se reunieron.
-Creo
que deberíamos coger el completo… -Dijo Emma- Aunque sea más caro
es el mejor y el que más probabilidades de sobrevivir nos da.
-Me
parece la mejor opción pero ¿Cuál será el precio?-Respondió Gabriela
.
-Que
importa, el mundo se puede acabar, cualquier precio seria minimo por salvarlo…-Contrario
Emma-
No queda otra Gabi… Debemos hacerlo… Además, no podemos usar nuestros poderes…
-Si,
yo tambien lo siento… no podemos usarlos.-Dijo Regina, apoyando a Emma-.
Debemos coger el completo…
-Bueno…
Haremos lo que mandéis, la mayoría gana pero que sepais que no estoy de
acuerdo. Mientras alguien que yo me se no se caiga todo bien -Bromeó
Gabriela guiñandole el ojo a Emma.
Se acercaron a Escila
que parecía algo abstraída. En la cueva había una serie de puentes para pasar
por encima de los ríos. La verdad es que Escila tenía un buen gusto para la
decoración, era un poco rústico como una cabaña de madera pero a la vez
moderno, este crisol de decoraciones formaba una perfecta sincronía y quedaba
precioso.
-Escila,
ya tomamos la decisión.-Dijo Gabriela.
-Ah,
tardasteis tanto que pensaba que que os ibais… Bueno, el completo ¿No? Siempre
quereis el completo… Uf… Sois tan impulsivos…
Las tres asintieron
con la cabeza
-Perfecto.
Pues a la de una… A la de dos… A la de tres… Vendido al mejor postor. El precio
por eso es que una salte del precipicio.
Las tres la vieron con
cara de sorpresa.
-Ya
¿Por que quiero que hagáis eso? Pues al fin y al cabo sigo siendo un monstruo
pero bueno solo quiero hacer sufrir un poco a los dioses por transformarme en
esto… Lo siento, pareceis majas.
-No,
no. No pienso permitir que una muera -Declaró Emma mientras desenfundó su
arma.
Inmediatamente las
tres cabezas de los perros de Escila se movieron hacia Emma.
-Eh,
sin armas, por mucho que consiguieráis matarme, aunque no os creo capaces,
perderiais toda la información que necesitáis. No hay otra forma de conseguirla
ya os lo recuerdo. ¡Uy! -Dijo mientras miraba su reloj-
Que tarde es. Daros prisa en elegir cuál se tira que va a salir el siguiente
capítulo de mi serie favorita.
Emma dejó caer su arma
y dio un paso al frente. Se giró para observar a Gabriela y a Regina y vuelve
la cabeza otra vez hacia Escila.
-Seré
yo.
-No,
no te voy a dejar irte… Te lo prometí antes en la entrada… Esta aventura no se
acaba aquí.
-Gabi…
No lo entiendes… Regina no puede, es parte de la profecía y tu eres la mas
experimentada… Yo solo hice que os perdierais por el bosque, generé un
accidente, os obligue a viajar en camión y casi te tiro por un precipicio al
caerme. Debo ser yo…
-No…
Podemos hacer algo… Seguro -Dijo Regina.
-No,
no hay nada más que hacer. Ya escuchasteis a Escila. Uno debe tirarse por la
información.
-Si
ya lo tienes claro acércate al precipicio puedes elegir la opción: Usar los ríos
para no pensarselo y caer o tirarse desde el acantilado saltando. Tu eliges -Dijo
Escila apenada-. Tu eras la que tenía pinta que mejor
me iba a caer… pero las normas son las normas así que… Despídete.
Emma y las chicas se
dirigieron al borde del acantilado, los tres ríos se unen con la catarata,
forman una vista preciosa que únicamente se podría observar ahí.
-Bueno…-Comenzó
Emma acercándose a Regina- Regina, confio en ti, vas a ser una de
las mejores semidiosas, se te ve… Solo tienes que entrenar más pero vas a ser
de las mejores-Acabó acercándose a ella y removiendole
el pelo con una sonrisa en la cara- Confía en ti y seras la mejor.
Emma dejó escapar un
largo y profundo suspiro y se acercó a Gabriela
-Gabriela,
Gabi… Este ultimo mes en el campamento mestizo… mis guardias contigo… el tiempo
juntas entrenando… fue la mejor época que he pasado en toda mi vida… solo tengo
buenos recuerdos tuyos… -Dijo Emma agachando la cabeza nerviosa y
ruborizada, acercándose para darle un abrazo-. No te olvides,
nuestra aventura no acaba en el fondo de este acantilado… -Terminó
de hablar dándole un beso en la mejilla.
Deshizo el abrazo y se
dirigió hacia el borde, al llegar miró hacia el fondo, se le escapó un suspiro,
volvió a levantar la cabeza y observó a Regina y a Gabriela por última vez con
una amplia sonrisa, se dió cuenta de que las lágrimas resbalaban por la tez del
rostro de Gabriela.
-Estaré
bien. Os lo prometo. Nos vemos en los Elíseos…
Emma dio un salto
hacia atrás mientras una sonrisa de felicidad surcaba su rostro. Una
única palabra se escuchó después.
-Gabi…
Atenea,
Ares & Artemisa: El sueño de Aike
Aike no había dicho ni
pío desde que llegó el Minotauro Albino, se encontraba metida en sus
pensamientos sobre qué hacer con toda la información que habían soltado. Tenían
que rescatar a Quirón, el centauro encargado del campamento, liberar a Tánatos
y cerrar las puertas derrotando al jefe, que por cierto no sabían quién era.
Aike sabía que sería complicado hacer las tres misiones al mismo tiempo, en
especial porque si una salía mal, los malos avisarían a los monstruos que
estaban alrededor del campamento y atacarían. Era una misión difícil de
realizar.
Aun así, en el momento
en que pidieron voluntarios, Aike no lo pensó dos veces y se ofreció. Tal vez
no llevaba mucho tiempo en el campamento ni conocía a todos los semidioses,
pero era su hogar ahora, tenía que luchar por él. Además, tenía una familia
allí. Regina, al ser la principal de la profecía, ya que Aike se había vuelto
cazadora de Artemisa, había sido asignada para derrotar al “jefe”, Aike
ni tiempo había tenía para proponer ser su compañera cuando las dos chicas que
trajeron al Minotauro Albino habían sido elegidas. Al final, Aike lideraría la
misión para rescatar a Quirón junto con otros dos semidioses, el que había sido
atravesado por un minotauro bebé y una chica morena que lo había estado cuidando
mientras elegían las misiones.
Después de que tomaran
las decisiones, Aike se acercó a ellos.
-
¿Cómo vas con tu herida? - le comentó. Ya no se podría decir que
era una herida, el supuesto agujero que había tenido ahora era solo una
manchita morada del tamaño de un centavo.
-Perfectamente,
listo para salir ahora si es necesario. – El chico parecía de buen humor ahora,
como si el hecho de ir a la misión lo hubiera entusiasmado. Aike se preguntó si
había sido buena idea escogerlo.
-Soy
Edith, hija de Ares – Le dijo de repente la otra chica, tendiendole la mano, la
cual aceptó. – Y él es Nathan, hijo de Atenea.
-
Aike, ya saben, hija del todo temible y poderoso Hades, cazadora de Artemisa. –
Nathan silbó
-Esa
es una presentación algo larga, ¿piensas añadirle más? – Aike sonrió
-
¿Qué tal, salvadora de Quirón? Es un buen título para los tres. – Nathan sonrió
-
Me gusta. Nathan, hijo de la diosa más sabia, Atenea y salvador de Quirón. –
Miró a la otra chica- Edith, hija del dios de la guerra Ares,
salvadora del centauro Quirón. – Los tres estallaron en risas. Tal vez no era
tan malo después de todo, Aike pensó que después de esta misión (si
sobrevivían, claro) tendría a dos grandes amigos.
Un ruido en el
campamento los sacó de las risas, un cuerno había sonado anunciando la cena.
Los tres se disponían a ir, cuando Aike vio un pequeño destello a un lado de la
casa grande. Se detuvo en seco, provocando que Edith chocara con ella.
-
¿Qué pasa? – Le preguntó. El destello seguía ahí, pero Edith, que miraba en su
dirección, parecía no verlo.
-
¿No lo ves? - le dijo Aike a Nathan. Este negó con la
cabeza.
-
¿Ver qué? ¿El minotauro? Supongo que tienes mejor visión que nosotros, porque
no le veo ni los cuernos.
-No,
no es eso. Humm…- El destello seguía allí y parpadeaba,
como si la apresurara a seguirlo. – Adelántense ustedes, después los alcanzo.
Yo tengo algo que hacer. – Aike corrió donde el destello, sin esperar
respuesta. El destello desapareció cuando estaba cerca de él y apareció más
lejos, Aike lo siguió, internándose más y más en el bosque, hasta que llegó a
una colina.
Era la colina donde
Artemisa se le había aparecido hace unos días. Aike esperó, sabía dentro de sí
que la diosa se aparecería otra vez. Y así fue.
Una chica de cabellos
rojos y diadema de plata sobre su cabeza salió de entre los arbustos. Aike se
inclinó en señal de respeto. –Enderézate, Aike. No tengo tiempo para
formalidades. – Aike miró a la diosa. – Ahora estas en una misión, para
rescatar a Quirón. ¿Sabes a dónde ir?
-Eh,
el minotauro nos dijo que podíamos encontrar la base en el sur… -
Aike calló, realmente no sabía a donde tenían que ir, su única pista era esa. ¿Pero
qué tan al sur debían llegar? La diosa la miró, como si hubiera leído sus
pensamientos. Tenía un pequeño cinturón atado a la cintura con un cuerno en él.
Lo desabrochó y se lo entregó.
-
Yo siempre que mando a mis cazadoras a una misión, les doy una pequeña pista
que seguir. En tu caso, esta es mi pista. El cuerno es de uno de los minotauros
que custodian a Quirón. Los guiará de vuelta a su dueño. – Aike miró el cuerno.
Estaba trozado, por un lado, con un hilito de líquido negro en las orillas. No
sabía cómo los guiaría, pero le agradeció a la diosa, que se convirtió en el
destello y desapareció.
Aike regresó todo el
camino al campamento intentando averiguar cómo servía el cuerno. Lo intentó de
varias maneras, como hablándole, acariciándolo como si una lámpara de genio se
tratara, incluso intentó golpearlo en un árbol, pero el cuerno no hacía nada.
Para cuando llegó al campamento, todo estaba apagado, podía ver los restos de
lo que había sido la fogata y unos cuantos semidioses irse a sus cabañas. “Genial”
se dijo a sí misma “Me perdí la cena”. Regresó a su cabaña y vio en una
litera a Regina dormida. Cuando se dirigió a su litera vio un paquetito sobre
la almohada. Era un trozo de pizza y una magdalena.
-Gracias.
-
Susurró mirando a Regina. No era mucho, pero le agradecía el detalle. Después
de haberlo comido Aike siguió intentando adivinar como servía el cuerno, hasta
que se quedó dormida. Había escuchado que los semidioses tienen sueños
diferentes a los mortales, que veían visiones de cosas del pasado o de su
futuro y que eso les daba miedo. Le había dado curiosidad cómo sería tener uno
y esa noche lo tuvo, solo que no como ella esperaba.
Aike se encontraba en
medio de un campamento. Había una fogata en el medio y unos troncos alrededor
donde había varios mortales comiendo salchichas asadas. Parecía un escenario
normal, con gente común. Aike miró alrededor. ¿Por qué le mostraban esto? No
tenía nada que ver con su misión.
Los mortales se reían
y golpeaban entre sí, indiferentes a Aike. No la podían ver. De repente, un
gruñido inundó el pequeño claro. Los mortales se callaron y miraron entre si
nerviosos.
-Dijiste
que era seguro aquí, George.- Dijo uno de ellos. – Que no había osos.
– El chico llamado George frunció el ceño.
-
Y no hay. Siempre vengo aquí con mis tíos y nunca nos hemos encontrado un oso. –
Aike quería advertirles, ella conocía ese rugido, lo había escuchado fuera del
campamento. Ahora entendía por qué le mostraban eso y entendía a lo que los
semidioses se referían. Sabía lo que les iba a pasar a los campistas, pero no
podía hacer nada más que mirar.
Unos crujidos se
empezaron a escuchar por un lado del bosque, como si algo grande estuviera
bajando la colina y a su paso rompiera los árboles. Los campistas también lo
escucharon y comenzaron a gritar y a alejarse de los ruidos. Una sombra grande
empezó a verse, conforme más se acercaba más grande se hacía. Aike miró
aterrada. La sombra había crecido hasta cinco metros, el minotauro era aún más
grande que el Minotauro Albino. Los campistas, que se habían quedado callados
al ver la sombra, comenzaron a gritar otra vez y a acercarse a la fogata. Aike
miró a sus espaldas, más sombras de tamaños más pequeños habían aparecido
alrededor. Los campistas estaban rodeados.
La sombra más grande
rugió, como dando pase libre a los demás. Lo último que vio Aike fue las caras
de los campistas aterrorizados y sus gritos combinados con rugidos. Aike se
despertó de golpe, sudando y con el cuerno entre los brazos. Alguien tocaba la
puerta de la cabaña. Parecía que ya llevaba rato tocando, porque se desesperó y
la abrió. La cara de Edith se asomó por la abertura.
-
¡Eh, bella durmiente! Se nos hace tarde para… - Edith no terminó la
frase. Entro con cuidado a la cabaña - ¿Aike? ¿Estás bien?
Aike seguía
sosteniendo el cuerno. No sabía qué pinta tenia, pero por la expresión de
preocupación de Edith no era muy buena. No podía negar que el sueño la había
asustado, se sentía impotente por que no pudo hacer nada por los campistas, y a
pesar de que el sueño no se lo había mostrado (gracias a los dioses) sabía que
había pasado con los campistas.
-
¿Puedo entrar? ¿Está vestida? – Escucho la voz de Nathan fuera de la cabaña.
Después su cabeza se asomó. Tenía las manos sobre los ojos. Edith se las bajó
de un manotazo. – Ouh… ¿Qué te paso? – le dijo Nathan.
Aike tragó saliva.
– Solo… solo fue un
sueño. ¿Tan mal me veo? – dijo para salir de la incomodidad. Miró a la otra
litera y estaba vacía. Regina ya no estaba. - ¿Qué hora es?
-Es
tarde. Los demás ya se fueron a sus misiones. Te estuvimos esperando un buen
rato, pero como no aparecías vinimos a buscarte. – Nathan se acercó a Aike y le
quitó el cuerno de las manos.
-
¿Qué es esto? ¿Ayer que te fuiste al bosque se lo arrancaste a un minotauro? –
Aike se levantó y comenzó a guardar sus cosas.
-
No, ya les explicaré más tarde. Tenemos que irnos.
-
¿Y qué pasa con tu sueño? ¿Qué soñaste para que estés así? Pareces muy
asustada. – Aike miró el cuerno y recordó el montón de sombras. Le había
preocupado la cantidad de minotauros a los que se enfrentarían. En especial el
más grande, Aike se había espantado con él. Era un minotauro gigante, no sabía
que existían de ese tamaño y lo peor de todo es que a ese le faltaba un cuerno.
El cuerno que Nathan tenía en las manos.
Apolo,
Hermes & Deméter: Y así lo hicieron
Ninguno de los
presentes quería creer lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Cassie estaba
sentada tranquilamente sobre la mesilla del hospital, quejándose de las vías
que tenía clavadas en el brazo mientras que se comía un brownie.
Sus ojos viajaban
entre las dos amigas que hizo antes de llegar al campamento. Notaba algo raro
con ellas. Estaban más cercanas, estaban paradas más juntas literalmente. No
sabía cuánto tiempo llevaría en coma pero el suficiente como para que ambas se
hubiese vuelto más apegadas.
Se sentía algo dejada
de lado. Ella las había salvado sin dudarlo en ningún instante, pero ahora que
las veía ahí, sin acercarse emocionadas al ver que despertaba o preguntarles si
estaban bien, Cassie, aún rodeada de gente, se sentía completamente sola. Como
si un dolor en el pecho se extendiese hasta clavarse en su alma.
-No
esperábamos que te levantases, para ser sinceros. –Le dijo uno de los chicos
rubios con bata que paseaba por allí.
-No
estaba muerta, solo con un hombro infectado. –Se quejó la chica, recostandose
en los almohadones que le habían traído.
-Nos
asustaste mucho –La voz de Joy hizo que Cassie girase su cabeza para mirarla.
Finalmente se habían acercado junto a Aileen, quién aún la miraba sorprendida
porque se hubiese levantado-. No sabíamos si ibas a despertarte.
Cassie suspiró. No
tenían tiempo para sentimentalismos, acababan de cometer un error y ella debía
solucionarlo. Pronto.
-Tuve
que despertarme –Habló, captando la atención de sus amigas. Flexionó las
piernas y señaló frente a ella para que se sentaran, lista para explicarles
todo lo que había sucedido-. Tuve un sueño muy vivido –Comenzó-.
No una pesadilla como las de siempre.
Las chicas las miraron
sin comprender demasiado.
-Me
visitó Hestia, la diosa del fuego del hogar.
De repente, todos los
que estaban haciendo algo pararon en seco y corrieron hacia la camilla de
Cassie, prestandoles toda la atención posible.
-¡¿Una
diosa te visitó?!
-¡Que
pasada!
-¿Qué
te dijo?
Cassie estaba algo
agobiada por la cantidad de atención recibida en menos de un segundo. ¿Podían
callarse esos estúpidos unos segundos? Estaba intentando salvarles de una
muerte segura, por favor…
-Ella
es amiga de mi padre, Hermes –Les explicó, ajustándose mejor en la cama. No se
sentía tan cansada como ella esperaba. De hecho, podría salir a correr una
maratón si se lo pedían. Serían los brownies esos que le habían dado-.
Ha decidido ayudarme. He visto cómo el minotauro ese os ha dicho las
locaciones, más o menos correctas. Pero habéis fallado en una cosa: Regina no
era la líder de la profecía. Que la otra chica se hiciese cazadora de Artemisa
no quiere decir que no pudiera ser la que está destinada a matar al monstruo.
¡Lo está! Hay que ir a recuperarla y mandarla a Canadá, que es el lugar
correcto.
Los murmullos se
hicieron presentes en el instante. Claramente toda la sala estaba alterada por
la noticia.
-¿Qué
sugieres que hagamos? –Preguntó una chica de allí, quitándose su estetoscopio.
-Que
vayamos a donde hayáis mandado a Aike y la llevemos a Canadá antes de que maten
a Regina.
La sala se quedó en
silencio. Era una idea sensata, al final de cuentas, si una diosa se lo había
dicho, no quedaba más remedio que hacerle caso.
-¿Quiénes
irán?
Aileen se aclaró la
voz, llamando la atención de todos los semidioses que mantenían la cama
rodeada.
-Por
la lógica que seguimos anteriormente, somos nosotras tres las que deberíamos ir
a buscarlas. –Respondió Aileen. Joy puso una mano sobre su hombro, casi dándole
su apoyo instantáneo.
-Lleva
razón. Si los nuevos estamos aquí es por algo –Se giró para ver a Cassie-.
Y si ella tenía que arreglar nuestro error, entonces nosotras, que somos sus
amigas, la ayudaremos con su cometido.
Uno de los rubios con
bata comenzó a agitar la cabeza, casi parecía que trataba de desatornillársela.
-¡No!
Tú tienes el brazo machacado casi literalmente –El chico señaló a Aileen para
después girarse hacia ella-. Y ella tiene el hombro casi
atravesado. ¿Qué tan lejos pensáis que vais a llegar?
-Van
con una hija de Hermes –Respondió Joy, como si fuese obvio-.
Claramente llegaremos lejos. No pueden mover un brazo pero sus piernas están
bien. ¡Algo se nos ocurrirá!
-¡Exacto!
–Bramó Cassie-. Si no fuese así, ¿por qué Hestia me ha
hablado a mí y no a uno de mis hermanos?
Murmullos volvieron a
llenar la sala, girando cabezas de un lado a otro para comentar con distintas
personas.
-¿Pero
qué comentan tanto? –Rió Aileen-. No hay máxima autoridad aquí, así que
podemos salir cuando queramos.
-Y
es lo que haremos. –Declaró Cassie.
Y así lo hicieron.
Capítulo 6
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: No hay que estropear los planes a Helena
Bajo la atenta mirada
de los calamares gigantes, Helena les instó a sumergirse y les otorgó burbujas
de agua. Paris tenía miedo a que se le acabase el aire, pero Helena le explicó
que, en ese caso, la burbuja simplemente se explotaría y ella le daría otra.
Era bastante extraño
ver a Helena nadando tan rápido bajo el agua y respirando tan tranquilamente,
como si no fuese agua salada. Pero a la vez se la veía tan feliz de estar de
vuelta en su medio que era como si fuese otra persona completamente distinta que
a la que había conocido en la superficie.
Los calamares los
guiaron hasta el fondo, donde la luz del día apenas llegaba. Se veía cerca de
donde residía un campo de trampas colocadas simétricamente. Eran como botellas
de cristal a las que le habían cortado el cuello.
-En
el interior –Comenzó a explicarles Freddie, el jefe de los calamares gigantes-
hay una aspiradora muy potente. Cuando dormimos, como dejamos que la marea nos
arrastre, los aspiradores aspiran nuestras patas. Se nos atasca la cabeza, así
que quedamos atrapados. Si tenemos muy larga las patas, se nos queda atascada
en una especie de trituradora. Luego, cuando llegan los cazadores, nos suben a
la superficie y, mientras nos asfixiamos, nos cortan la cabeza.
Paris estaba
catatónica mientras escuchaba lo que contaba Freddie. ¿De verdad el ser humano
era tan ruin y desgraciado? Esos calamares no hacían nada malo a nadie, se
quedaban en su colonia comiendo tranquilamente. ¿Para qué matarlos? Si llegaban
a ser hasta adorables.
Mientras él hablaba,
sus otros compañeros compartían miradas temerosas. Paris se preguntaba cuántas
terribles historias habrían recolectado a lo largo del tiempo. Los humanos no
eran ni media ventosa de esos seres, pero contra esa gigantesca máquina de
matar, poco y nada tenían para hacer.
Se giró hacia Koa,
quién parecía mirar la máquina fijamente.
-¿Qué
haremos? –Le preguntó, algo insegura. Ella estaba por simplemente decirles a
los calamares que se mudaran.
-Primero
deberíamos atascar el aspirador –Comenzó Koa, nadando un poco para ver la parte
de atrás de la trampa, lo que sería el culo de la botella-.
Ahí tienen que estar los cables. Puedo reordenarlo para que cuando toquen la
trampa les explote.
-Está
bien –Asintió Helena-. Paris y yo lanzaremos rocas para
atascarlo. Tú ve a cambiar esos cables.
-Perfecto.
¡Manos a la obra!
Paris descendió junto
a Helena –Quien claramente iba más rápido y se movía de una forma más gracia-
y cuando tocaron el suelo marino fue cuando pudo procesar las dimensiones de
las trampas. Eran tan altas como cualquier edificio de Manhattan. Al mirar
hacia arriba y ver las patas de los ochos calamares moviéndose, Paris se dio
cuenta de que ella era tan pequeña como las pequeñas rocas que procedían a
lanzar.
Comenzó agarrando las
piedras y lanzándola al interior de la trampa. Ella lanzaba piedras
pequeñas que iban ralentizando el mecanismo, para que finalmente Helena
ordenase a las corrientes poner una piedra enorme en el interior, terminando
por atascarlo completamente y parando al final el aspirador.
Había cinco grandes
trampas, de las cuales ya llevaban dos inutilizada. Era extraña la complicidad
que Paris parecía tener con Helena. Sabía cuando apartarse cuando sentía el
agua moverse, se miraban y reían a veces, mientras que Helena buscaba piedras
que traer ella le ponía caras raras y a veces se las correspondía.
Paris veía como Koa
parecía avanzar con velocidad, iban todos a la vez, trampa por trampa. Ahora,
en la tercera, parecía haber dejado de ser un trabajo para ser una actividad
cualquiera.
Era tal vez una
relajación que no tenían permitida. Estaban ayudando a calamares gigantes,
dentro del fondo del océano atlántico y con cada vez menos luz. No podían estar
calmadas, porque un gran peso sopesaba sobre sus hombros. Porque con esa calma
venía la dejadez, como si no estuvieran metiéndose en trampas gigantes de
matar. Se podían producir descuidos tontos con finales horribles que, al final,
fue lo que ocurrió.
Paris estaba lanzando
unas piedras por el borde, inclinándose un poco para llegar, pero asegurándose
de que no la arrastrara el aspirador. Sin embargo, no notó que Helena había
lanzado ya su piedra, removiendo el agua con las corrientes, que la arrastraron
ahí dentro.
Cuando pasó eso pensó
“Mierda, voy a morir con el pelo hecho un desastre”. Cerró los ojos para no ver
lo que sucedía, hasta que se sintió chocar contra una pared de hielo. “¿Hielo?”
pensó “Si es verano”.
Esa pared de hielo iba
de arriba debajo de la trampa, frenando el aspirador. Así, Paris quedaba
flotando contra ella. Sintió las corrientes sosteniendola y moviéndola hasta el
exterior con cuidado. Ella estaba de lado, dejándose llevar tranquilamente. El
corazón le iba a mil. Pensó entonces en el poder de Helena. Ella podía cambiar
el estado del agua, lo había visto cuando le curó la espalda y había congelado
esas botellas de agua con sus manos. Ella debió haber congelado toda esa agua
para asegurarse de que la trituradora no llegase ni a rozarla.
Al salir de la trampa,
sintió ser depositada en los brazos de alguien. No estaba en el suelo, estaba
siendo sostenida por Helena, quién la miraba con un terror completamente puro.
-Ni
se te ocurra volver a asustarme tanto –Le ordenó, con una mirada seria. Dejó
que sus pies tocasen el fondo marino de nuevo y le agarró ambos lados de la
cara-.
Pensé que te perdía.
Paris puso sus manos
sobre las de Helena.
-Estoy
aquí.
Sin esperarlo, Helena
asintió antes de inclinarse y unir sus labios con los de Paris. La otra chica,
completamente sorprendida, le correspondió el beso. Sintió como iban saliendo
del agua, como si Helena crease una pompa para asegurarse de poder besarle sin
que la asfixiara. Paris acariciaba el cabello de Helena, que estaba seco, al
igual que el resto de su ropa. Tenía una mano en su cuello y la acercaba, como
si no pudiera tener suficiente de ella.
Se separó finalmente,
dejando que el aire entrase entre los enrojecidos labios de Paris.
-Vamos
a terminar con esas trampas –Ordenó-. Luego vamos a ir a Houston, coger un
coche, llegar a California al amanecer, derrotar a las dracaenae y volver al
campamento, donde te voy a pedir una cita. Así que ni se te ocurra interrumpir
mis planes muriéndote porque, mientras estés conmigo, esa posibilidad no
existe.
Paris asintió, todavía
algo perdida por el beso y sus palabras. ¿Y la Helena tímida que conocía hacía
unos segundos? ¿Dónde estaba la que no quería robar nada? ¿Y la que conversaba
amablemente con calamares gigantes?
Antes de separarse y
seguir con su labor con las otras trampas, Paris le dio un pequeño beso más y
rió un poco.
-¿Puedo
interrumpir así tus planes?
Helena asintió.
-¿Queréis
parar de ser adorables y ayudarme? –Bramó Koa, que los miraba desde detrás de
la cuarta trampa con una sonrisa amable.
-Lleva
un poco de razón, creo yo. –Bromeó Paris.
Haciéndole caso al
muchacho, continuaron atascando las dos trampas restantes. Más bien Helena lo
hizo. Le ordenó a Paris que se quedase a su lado y que ni se le ocurriera
acercarse a esos “bichos del demonio” nunca más. Dejaron de lanzar rocas
gracias a una idea de ella. Le sugirió a Helena congelar un par de motas de
agua que aspiraba la trampa para atascarla y ya luego le lanzaban la roca.
Terminaron con su
labor y Koa les explicó a los calamares el complicado mecanismo por el que
había roto las trampas. Claramente, nadie lo entendió. Agradecidos, los
calamares se ofrecieron a llevarlos a Houston, los que ellos agradecieron.
Una vez en la orilla,
Paris fue a una venta de coche y después de seducir al comerciante –A pesar de
los celos de Helena- consiguieron un coche 4x4 para hacerse
todo el sur de Estados Unidos. Helena se ofreció a conducir las primeras tres
horas hasta que llegasen a California. Con suerte, al día siguiente, a esa
misma hora, estarían allí.
Así que simplemente se
relajaron y descansaron, pues cuando llegasen allí no todo sería un camino de
rosa. Sobre todo porque tenían que colarse hasta el inframundo para bajar al
tártaro y liberar a Tánatos.
Hades,
Dioniso & Zeus: Ni pies ni cabeza
Gabriella contempló el
salto de su amiga. Instintivamente trató de usar sus vides para agarrarla pero
no fue capaz. Algo se rompía en su interior. Nada podia acabar asi. Todo estaba
acabando así. ¿Por qué alguien a la que acababa de conocer hace poco más de un
par de meses le importaba tanto?
Dirigió su mirada a
Regina. Esta esta parada viendo como Emma se propulsaba hacía el abismo, su
mirada era rara, parecía decir con ella que realmente Emma lo había hecho bien
pero para Gabriella era una locura, nadie debería sacrificarse y menos por el
juego de dioses y monstruos. Emma era buena con ella, la había aguantado desde
que llegó al campamento. Gabriella pensó que debería haber sido ella la que se
tirase. Gabriella estaba a dos pasos del abismo, a un salto de Emma. Podía
hacerlo. Podía agarrarla y saltar ella así no se desperdiciaria a una hija de
Zeus, así no se desperdiciara una buena amiga, solo desaparecería ella.
Gabi avanzó con
determinación, de una saltó se acercó a Emma. Cuando ya estaba a su lado trató
de empujarla hacia el borde para que se agarrara. La cara de Escila se tensó,
no quería que pasase eso, ella siempre tiene que tener la situación bajo
control. Regina no sabía como actuar, se quedó quieta, no se inmutó. Emma, sin
saber que trataba de conseguir Gabriela decidió agarrarla como si Gabriela
tratase de darle un abrazo en vez de empujarla. Acabaron fundidas en un abrazo,
ya no podían hacer nada, no tenían poderes, no había suelo solo un gran abismo
y una muerte rápida, no tan rápida como parece. En el aire, no dijeron nada,
cabeza con cabeza, cada vez más rápido, el suelo acercándose rápidamente y
ellas abrazadas, disfrutando de su último momento juntas. Buenas amigas un
tiempo, quizás algo más si sobrevivieron pero compañeras de viaje hacia los Elíseos.
Un chapoteo se
diferenció del sonido de la gran catarata, habían llegado al agua segundos
después de saltar, solo quedaban Escila y Regina. Escila enfadada, no tenía que
acabar así, ella solo quería una muerte, ahora parecía que estaba ayudando a los
monstruos, se dirigió a su cocina y cogió lo primero que había para relajarse.
Regina, se sentó en el suelo de fría piedra, estaba sola… sola en una misión
que probablemente decidiría el destino del mundo… no tenía entrenamiento… no
sabía controlar bien sus poderes…
-Espera,qué
es esto. -Pensó
Regina mientras notaba una misteriosa energía escapar de su cuerpo.
Regina tocó el suelo
con las manos y dejó escapar parte de ese poder. El suelo comenzó a temblar,
una grieta apareció donde sus manos se habían posado. Se quedó impresionada. No
sabía que podía hacer eso. Se quedó contemplando las grietas para evadirse de
los pensamientos que se le venían a la cabeza. Iba a tener que enfrentarse al
jefe de los lestrigones sola y eso si llegaba hasta el y si llegaba
probablemente moriría. Una voz resuena en su cabeza.
-Vas
a tener que decidir -Dijo la voz grave y antigua-.
Este poder no es gratis. Te avisare cuando tengas que tomar la decisión.
Escila continuaba
comiendo chocolate. Sus perros también estaban haciendo lo mismo. En cinco
minutos consiguió serenarse. Se dirigió hacia Regina justo cuando la caverna
empezó a temblar y súbitamente paró.
-Niña,
no hagas otra vez eso y sígueme, ya que esas dos estúpidas la cagaron te voy a
acompañar hasta una entrada que sólo se yo de la base de los lestrigones y que
da justo a donde vive el jefe. Tienes suerte de que sea buena persona y no te
mate ahora mismo, tus amigas me desobedecieron.
Comenzó a caminar
hacia la salida. Regina sabía que no tenía otra opción que seguirla. Ya tenía
pocas probabilidades no quería perderlas todas. Se levantó y la siguió sin
dudar. Recorrieron el mismo camino que hicieran para entrar, estaba el agujero
con el que había resbalado Emma. Regina sintió una punzada al verlo pero siguió
avanzando. Llegaron otra vez a la zona turística y se dirigieron a un bar y se
sentaron. Escila pidió algo pero Regina ni se inmutó.
-¿Es
esta la guarida?
-No
-
¿Qué hacemos aquí?
-Esperar
-¿Por
qué?
-Si
quieres salir viva tienes que esperar hasta la noche, cuando se vayan los
turistas ellos saldrán a vigilar pero el se quedara a dormir. Ahí te dire a
donde debes ir y como entrar. Una vez dentro entras en silencio le calvas tu
arma y te vas por donde viniste y no me vuelves a molestar nunca más-
A Escila todavía se le notaba furiosa.
Guardaron silencio y
esperaron. Escila sorprendentemente tenía teléfono móvil, estuvo con él todo el
tiempo. Regina al final decidió tomar algo y espero. Una hora, otra, otra más y
al final se tuvieron que levantar para que cerraran el establecimiento. Ya era
de noche, casi todos los turistas se iban. Pocas personas a parte de ellas
quedaban rondando.
-Sígueme.
Regina obedeció.
Escila se dirigió a un puesto de servicio, parecía un almacén donde se guardaba
el equipo de limpieza pero realmente era más grande por dentro de lo que
aprecia por fuera, había muchos pasillos, varias escaleras para bajar y
demasiadas puertas. Comenzaron a bajar. Al llegar a una escotilla Escila se paró.
-Es
aquí, todo recto y llegarás a la guarida del jefe. Hazlo rápido y vete. Me
vuelvo a mi cueva, no molestes o dejó sueltos a mis bebes-
Se escucha un ruido debajo de su falda.
Escila se dio la
vuelta y se fue. Regina se preparó para entrar. Se agachó para entrar a gatas
por la escotilla, comenzó la que quizás fuera su última hora de vida pero
de repente algo la agarró del pie y la arrastró. A Regina la invadió un
tremendo miedo algo iba mal… muy mal…
-Hola
Regina reconoció la
voz era Gabriela, también estaba Emma.
-¿Que?¿Como
seguís vivas?-Preguntó Regina incrédula.
-Pues
mira, te explico. -Dijo Emma
Horas antes
Gabriela y Emma
estaban en el aire cayendo cada vez más rápido, Emma trataba de controlar el
aire pero este no acudía a ella, comenzaron a gritar, a llorar. Segundos antes
de caer el aire acudió a ella, no sabia usarlo pero quería sobrevivir, no, no
quería sobrevivir, quería que Gabriela lo hiciera. Sin saber cómo detuvo la
caída lentamente, el golpe contra el agua fue fuerte pero no lo suficiente para
matarlas. Emma se quedó inconsciente por el gran esfuerzo al controlar tanto
aire por primera vez. Comenzó a hundirse, Gabriela buceó para agarrarla pero
Emma ya había tragado mucha agua. Gabriela la arrastró nadando hasta un
saliente donde tumbarse.
-Y
hasta ahí todo, después os seguimos a ti y a escila hasta aquí sin que os
dierais cuenta. -Dijo Emma
-Te
olvidas de contar la parte en la que te hice el boca a boca y te salvé la vida
por segunda vez consecutiva. -Dijo Gabriela mientras Emma se sonrojaba.
-Sí,
eso también…-Dijo Emma colorada.
Un silencio incomodo
se hizo con la sala.
-Bueno,
vamos que es tarde. ¿Por ahí no?-Preguntó Emma señalando la escotilla.
Las tres se metieron
por la escotilla, gatearon por una serie de túneles durante un buen rato hasta
que finalmente vieron una luz. Salieron con cuidado por el agujero. Se
encontraban en una caverna con columnas de piedra e iluminada con múltiples
antorchas, al final de la cueva había una especie de cama y un ser enorme
tumbado, a su espalda estaba una gran puerta que parecía creada única y
exclusivamente para esta cueva. Las tres desenvainaron sus armas y se acercaron
lentamente. No se escuchaba nada en la sala solo la respiración del lestrigón
dormido.
Gabriela le hizo un
gesto a Emma diciéndole que iba a comprobar si estaba dormido mientras que
ellas esperaban detrás. Regina empezó a encontrarse mal, el poder comenzó a
brotar dentro de ella, la voz volvió a su cabeza.
-Hazlo,
hazlo ahora, mátala-Dijo la voz grave-
Obedece.
Regina levantó la guadaña
dispuesta a soltar un golpe. Su vista comenzó a nublarse, no podía mover su
cuerpo. Algo la estaba obligando a atacar. El poder le recorrió SU cuerpo, se
acumuló en el torso y trató de resistirse, estaba peleando contra ella misma,
no podía dejar que ese golpe se descargase. Emma y Gabriela no se inmutaron, no
se dieron cuenta de que estaba cargando el golpe ni de lo que estaba pasando.
Regina tenía justo delante a Emma, pendiente de lo que hacía Emma.
-Ahora
me perteneces niña-Repetía la voz constantemente en su
cabeza.
A Regina se le nubló
totalmente la vista y su cuerpo descargó el golpe. Un grito ahogado seguido de
dos golpes secos de algo contra el suelo. Regina se desplomó y su guadaña se le
escurrió de las manos.
Una risa estridente
procedente del lestrigón durmiente se hizo cada vez más potente.
Regina consiguió abrir
un ojo y vio el cuerpo sin vida de Emma en el suelo. Entró en estado de shock y
giró la cabeza hacia Gabriela pero esto solo lo hizo peor. La cabeza de Emma
estaba a los pies de Gabriela. Regina acababa de decapitar a Emma. Gabriela
entró en shock, pero reaccionó atacando. Apuntó su arma contra Regina y cargó
con lágrimas en los ojos hacia la persona que acababa de matar a su mejor
amiga. Mientras el Lestrigón se alzaba y las puertas se abrían.
Atenea,
Ares & Artemisa: Turistas
Nathan no podría creer
que el coche de su abuela no estuviera. No paraba de dar vueltas en el mismo
lugar. Se suponía ese sería su transporte.
-Nathan,
calma. De todas formas, no tenemos ni idea de a dónde ir – Le dijo Edith.
Estaba sentado junto con Aike en la parada del bus. Edith tenía razón, se
supone el cuerno de minotauro que tenía Aike les ayudaría a llegar a la guarida
de los malos, pero como ella misma les confesó, no sabía cómo usarlo. Aun así,
Nathan pensó que un buen comienzo sería salir de Long Island.
Aike suspiró. Tenía el
ceño fruncido y la mirada fija en el cuerno, como si esperase que un holograma
saliera de él y le dijera “Hola, semidioses, el camino a seguir para su
muerte inédita es al sur, en dirección a Carolina. Buen viaje.” Aike se
levantó. – Tal vez si regreso al bosque Artemisa me diga cómo usarlo.
Edith negó con la
cabeza. – Artemisa se arriesgó ya lo suficiente al darte eso. No creo que nos
ayude más.
-Además,
no puede ser tan fácil – Dijo Nathan sentándose al lado de Edith. – Los dioses
no ayudan por ayudar, todo tiene su truco. Hubiera sido fácil para Artemisa
darte la ubicación exacta, pero menos divertido.
-Entonces?
¿Qué hacemos? - Esa era la pregunta del millón. Fácil
llevaban allí media hora, y los tres sabían que tenían que llegar a Quirón al
mismo que tiempo que las demás misiones se cumplían. No tenían tiempo. Nathan y
Edith miraron a Aike, esta les sostuvo la mirada por dos segundos y luego
inclinó la cabeza.
-Yo…no
lo sé – Suspiró. Nathan imaginó que Aike estaría pasando por un momento
difícil. Le habían encargado esta misión y no sabía cómo empezar, y eso añádele
el sueño que había tenido… Aike les había contado a Edith y a él como había
visto sombras de minotauros en un bosque, el cual por cierto no sabía cuál era,
y como una de las sombras no tenía cuerno. Nathan sabía qué ver varios
minotauros reunidos en un bosque era para asustarse, pero por la forma en que
Aike había estado en la mañana y el hecho de que esquivara sus miradas mientras
les contaba el sueño, hacían pensar a Nathan que les ocultaba algo. Sin
embargo, no dijo nada. Aike hizo una mueca, como recordandolo. – Pensé que esta
cosa nos ayudaría…pero no sirve para nada. – Aike arrojó el cuerno a la
carretera.
Un ‘Auch’ les
hizo dar cuenta que no estaban solos en la parada. Un hombre de mediana edad,
con un sombrero que decía “El chofer más guay” y camisa hawaiana los miraba
desde la entrada de un camión. El cuerno le había dado en la cabeza y le había
inclinado el gorro de lado, parecía no percatarse de que del golpe le salía un
pequeño hilo de sangre. El hombre los miraba y les sonreía.
Los tres se miraron
entre sí. ¿Desde cuando el camión estaba allí? Nathan juraría que hace unos
momentos no había nada, el mismo pasó por allí mientras pensaba en el coche de
su abuela. Pareciera como si mágicamente *Puff* había un camión frente a ellos.
-Eh,
¿Hola señor? ¿Está bien? – Edith fue la primera en hablar. Se levantó y tomó el
cuerno de minotauro. El chofer la siguió con la vista, sin quitar la sonrisa,
pero no hizo ningún movimiento – Está sangrado, en su cabeza… -
Edith pasó la mano frente a sus ojos, pero él no quitaba la vista de Edith. –
Chicos… ¿Creen que sea un monstruo? – Aike sacó su espada, una enorme hoja de
doble filo color negro. Nathan retrocedió un poco, la presencia de la espada te
gritaba “¡corre!”. El chofer desvió la vista a la espada por un segundo y luego
se centró en Aike.
-
¡Buen día, mis queridos turistas! El camión partirá dentro de diez minutos. Nos
espera un viaje lleno de emoción y aventuras, así que ¡no lo piensen mucho y
suban! – gritó el chofer. Los tres se sorprendieron de que el tipo supiera
hablar.
Edith se alejó de él y
le susurró a Nathan y Aike:
-
¿Qué hacemos? ¿Subimos? – Aike negó con la cabeza. Eso era obviamente una
trampa, pero ¿y si era la señal que esperaban?
-Bueno…
-
Nathan comenzó. Aike se giró y lo fulminó con la mirada. – Eh, mira, primero
baja la espada, ¿Vale? – Nathan con cuidado le quitó la espada. Por la mirada
que le había echado tenía miedo de que le diera una estocada. – No sabemos a
dónde ir. Tú no sabes usar el cuerno aún. Si dejamos que se vaya el camión, nos
quedaremos aquí sin saber qué rumbo tomar.
-
Pero es una trampa – repuso Aike. Miraron al chofer, que seguía viéndolos,
esperando a que subieran. – Ese tipo… me da mala espina. Es un mortal, pero
pudo ver la espada.
-
Esto definitivamente es una trampa. – le dijo Edith – Pero es lo único que
tenemos. Creo que, estos turistas no son el problema, míralos, parecen… en
trance. Creo que el problema será la persona o cosa que los puso así. – Ambos
miraron a Aike. Ésta suspiró y guardó su espada. Sacó unos cuchillos con
discreción y se acercó al chofer.
-
¡Ey! ¿Permiso de abordar señor? – El chofer la recorrió con la mirada y se hizo
a un lado.
-
Permiso concedido. Bienvenidos a la línea de recorridos turísticos más mortal
de Pensilvania. Es un placer para mi llevarlos a sus destinos. – El hombre
enfatizó aún más la última palabra. Aike le sonrió y le hizo una seña a los
demás para que la siguieran. Nathan se dio cuenta que Aike podría parecer feliz
de subir al camión, pero al igual que él, no le habían pasado desapercibidas
los mensajes escondidos en lo que dijo. Nathan le dio un codazo a Edith y le
susurró “Saca tus dagas” y ambos subieron también al camión.
El viaje pasó sin
problemas, al menos casi todo. El chofer les iba diciendo por medio de un
micrófono todas las atracciones turísticas por las que pasaban. Lo curioso era
que también daba las ubicaciones de algunas cosas no tan mortales. Pasaron por
un campo de trigo donde se veían unos pequeños ángeles verdes con dientes
picudos caminando entre las espigas. El chofer les hizo saber que se llamaban
“karpoi” y que se vendían de maravilla en manada. Los tres se tensaron cuando
lo escucharon la primera vez. Era obvio que eso era dirigido a ellos, los demás
turistas parecían que no escuchaban esos mensajes.
Ya estaban dentro del
estado de Pensilvania cuando, después de un anuncio de Esfinges en las calles,
Aike les susurró:
– Este señor es
mortal, pero lo que lo controla no. Está embrujado. Pero, ¿recuerdan como me
respondió para entrar? Creo que tiene cierta libertad para hablar.
Nathan chasqueó los
dedos.
-
¿Quieres que le saquemos información? Tal vez nos pueda revelar a dónde nos
lleva. Incluso donde está la guarida de los Minotauros. – Nathan giró a verlo,
decía algo sobre una gran rueda en el camino, sin percatarse de que hablaban
entre sí. – Lo que nos dijo cuándo nos subimos… Lo del destino y el viaje
mortal… Creo que lo mandaron por nosotros. Lo que lo controla sabe de nuestra
misión. Es verdad que es una trampa, pero de alguna forma nos está guiando…
Edith suspiró.
– Tengo una teoría.
Este camión ya estaba embrujado cuando fue por nosotros, pero no era su función
el recogernos. Miren los carteles que tienen que pegados en las ventanas. –
Nathan leyó los anuncios, algunos describían la ruta a tomar, otros los costos
del camión y unos más los contactos para más viajes. Todos y cada uno de ellos
tenían una marca de la empresa “Surtidora Caco, sede en Pensilvania” Era un
nombre muy raro para una empresa turística. – Todas las rutas son de
Pensilvania, el viaje está pensado para ese estado. Y aun así lo tomamos en
Long Island.
-
¿Dices que lo mandaron a por nosotros? – Edith sacudió la mano, alejando la
idea. Entonces Nathan entendió a lo que se refería. Surtidora, los turistas, el
hecho de que supiera donde se ubican los monstruos y sus costos al venderlos…
-No.
– dijo Nathan. Le habían entrado unas tremendas ganas de vomitar. – Se refiere
a que este no fue nunca un viaje turístico. Es más bien una provisión de
comida. Todos estos turistas… serán el aperitivo para los monstruos de la
Surtidora Caco.
Aike palideció
terriblemente. Nathan no la culpaba, el probablemente estaba igual. Lo que si
lo sorprendió es que se levantara y sacara su espada. – No podemos permitir que
llegue a su destino. Será más difícil salvarlos estando rodeados de monstruos.
– Aike se dirigió al chofer y antes de que Nathan o Edith pudieran detenerla,
le dio un mandoble al hombre.
Edith, que iba
enfrente de Nathan se paró en seco. Nathan pasó atravesó de ella y tomó a Aike
por la manga.
– Es un mortal
¿Recuerdas? No lo puedes herir.
El hombre giró a
verlos, su sonrisa había desaparecido.
– Eso fue muy
descortés de tu parte Aike García. – A Nathan se le heló la sangre. Esa no era
la voz del hombre. Se escuchaba enojada y más antigua, monstruosa. El chofer
frenó de golpe y Nathan chocó contra Aike. Pudo ver de reojo como Edith fue
lanzada al limpiaparabrisas y luego escuchó como se rompían los vidrios.
-Última
parada, el museo nacional de la guerra civil. – Dijo el hombre sonriendo.
Apolo,
Hermes & Deméter: Bomba Atómica
-Más
vale que esta mierda funcione. –Masculló Cassie algo cabreada. Se sentó junto a
sus compañeras, al lado de Joy, dejándola en el centro.
Las tres miraban al
pequeño arcoíris que se formaba cuando el agua caía frente al rayo de sol que
entraba por la ventana. Joy lanzó un dracma y luego habló en voz alta.
-Con
Nathan Grant, hijo de Atenea, por favor. –Pidió. Poco a poco, a través del agua
fue apareciendo la imagen del joven subido a un autobús donde parecía solo
haber turistas asiáticos.
-Pis,
Nathan. –Lo llamó Aileen, haciendo que el muchacho girase la cabeza y mirase en
su dirección.
-¿Qué
demonios?
-Es
un mensaje iris –Le explicó Aike, inclinándose para ver a las tres chicas-.
Te llaman desde una fuente de agua, supongo.
-¿Qué
sucede? –Preguntó Edith, paseando su mirada entre las tres.
-Os
habéis equivocado –Indicó Cassie, siendo lo más directa posible. No tenían tiempo
que perder-. Regina no tiene que matar al jefe de
los Lestrigones, ella no es de la que habla la profecía. Eres tú, Aike. La
frase “Las adversidades fueron muchas para aquella que corre sola” se
refería a ti y a tu tiempo sola antes de llegar aquí. Dicen que claramente eres
experimentada. No se refería a Regina llegando corriendo.
La chica la miraba con
la boca abierta y tratando de transitar toda la información. De fondo se
escuchaba al guía dar instrucciones sobre el edificio frente al que se
encontraban.
-Tenemos
que ir a salvarla –Indicó Aike-. Ese bicho no la matará, se la comerá
viva.
Aike miró a sus
compañeros, como pidiendo que la ayudaran. Claramente quería abandonar a los
minotauros e ir a por ella.
-Hay
que derrotar a los minotauros primero y liberar a Quirón. –Indicó Edith,
sopesando las estrategias de la batalla.
-Tardaremos
demasiado –Se quejó Aike-. No llegaremos a tiempo. Solo somos
tres.
-Podemos
ir nosotras –Intervino Joy-. Os ayudaremos con los minotauros y os
llevaremos a donde está Regina después. ¿Hacia dónde os dirigís?
-Vamos
a la montaña Elliott Knob, de Virginia. –Respondió rápidamente Nathan,
claramente había comprado su plan.
-Está
bien, mañana nos vemos allí –Indicó Cassie. Un escalofrío recorrió la espalda
de Joy cuando el guía dijo que en aquella calle había matado a su primer semidiós.
Ellos estaban en una trampa-. Manteneros vivos.
-Se
intentará –Habló Edith-. Hasta mañana.
-Adiós.
–Dijo Aileen antes de que la imagen se desvaneciera.
Salieron del
campamento con mochilas llenas de provisiones gracias a los hijos de Hermes,
que extrañamente tenían muchos objetos en su cabaña –Tales como mapas de
Virginia, de las carreteras del país e incluso llaves de distintos coches que
no sabían dónde estaban-, y se dirigieron a un área de servicio
cercana. Cassie sugirió que probasen todas las llaves posibles, ya que había
una docena, pues tal vez algún coche seguía allí aparcado.
-No
pudieron ir muy lejos sin las llaves. –Rió ella.
Tras intentarlo, a una
furgoneta carmesí le parpadearon las luces y las tres chicas corrieron hacia
ella. Joy se colocó al volante, pues era la única que sabía conducir y no tenía
mal los brazos. Aileen se quedó en el asiento del copiloto con un mapa en mano
mientras que Cassie quedó rezagada al asiento trasero.
Solo debían conducir
por la carretera unas cuantas horas hasta llegar a Virginia, evitando a la
policía, monstruos y atascos para que su marcha no se viera retrasada. Sin
embargo para Joy lo más complicado era mantener el volante recto, pues sus ojos
se desviaban automáticamente hacia Aileen. La luz del sol enmarcaba su rostro,
dejando sus facciones definidas a la vista de manera que pareciese una
escultura, por su piel clara y sonrisa sencilla. Estaba apoyada en la puerta
mientras que miraba hacia el frente. Sí, hacía un día bonito, pero no más
bonito que ella.
Cuando entraron a la
interestatal, pudieron acelerar mucho más, pues no había casi nadie en
dirección a Virginia. Dentro del coche, por otro lado, las miradas se repartían
a diestro y siniestro. Joy y Aileen se miraban entre sí, pillándose varias
veces. Por otro lado, Cassie las miraba a ella sin entender demasiado bien qué
estaba pasando con ellas. Con la tensión que había podría haberse fabricado una
bomba atómica.
Capítulo 7
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: ¡Por Troya!
Llegar al inframundo
no fue difícil. Helena ya sabía, gracias a los calamares gigantes, que estaba
en los estudios de grabación El Otro Barrio. Así que aparcaron cerca de él,
guiados por el GPS y entraron. Pensaban que sería hasta más complicado porque
deberías pedirle a Caronte que los llevaran. Pero, al parecer, estaba de
vacaciones.
Se acercaron a hablar
con las almas que esperaban y estas parecían muy enfadadas.
-Con
los monstruos saliendo a todas horas –Explicó el espíritu de un hombre con una
pierna triturada- sobornaron a Caronte con trajes para
que se fuese un mes de vacaciones y ellos poder salir a sus anchas.
-¿Y
cómo se llega entonces al inframundo? –Quiso saber Koa. Ya que era bastante
nuevo, Helena y Paris le habían estado dando unas cuantas clases de mitología
por el camino. Tenían tiempo de sobra, pues era un día entero de viaje en
coche.
-¡Han
puesto lanchas! –Se quejó una mujer con un bebé en brazos-.
No las podemos conducir porque lo atravesamos todo. –Para probar su palabra,
trató de agarrar una silla, pero simplemente la atravesó.
-¿Qué
os parece si hacemos un trato? –La voz de Paris resultaba tan convincente que
Helena estuvo a punto de soltar un “Lo que quieras guapa”-.
Nos acompañáis al inframundo y nos cubrís hasta llegar al ascensor que lleva al
Tártaro. A cambio, nosotros conduciremos la lancha.
Un par de espíritus se
aglomeraron en la puerta blanca.
-¡Es
por aquí! –Bramaron antes de atravesar las puertas.
Ellos los siguieron y
pasaron al otro lado. Parecía que estaban en una cueva, donde había un gran
lago negro con lanchas motoras y motos de agua. Esos monstruos eran bastante
inteligentes.
Fueron embarcando
rápidamente, llenando la lancha casi al completo. Por suerte, los espíritus no
pesaban nada. Helena activó la lancha, sintiendo como el rio corría bajo ellos
y avanzó hacia el frente.
El agua de la laguna
tenía muñecas, videoconsolas, papeles con ofertas de trabajo…
-Sueños
rotos. –Identificó rápidamente Koa. Señaló hacia delante, viendo como una mujer
tiraba una pequeña casa, probablemente la de sus sueños.
Al llegar al
inframundo, ninguno creía que lo había hecho. El perro de tres cabezas del
tamaño de dos mamuts estaba dividiendo dos filas. Muerte rápida, que llegaba a
los campos asfódelos y el juicio donde iba la gente que había hecho los mayores
logros y serían juzgados.
Los espíritus no
paraban de atravesarlos, asegurándose así de que Cerbero no olía que estaban
vivos. Pero la cabeza de la izquierda se agachó mucho, comenzando a
olisquearles. Helena y Koa compartieron una mirada que decía “estamos muertos”
antes de que Paris, con una voz muy calmada, comenzase a hablarle.
-No
hueles nada, Cerbero –Ni siquiera tuvo que levantar la voz, pues el cachorro la
escuchó y comenzó a levantar la cabeza-. Solo estás confuso porque tienes
hambre. Pero ya no la vas a tener. Porque debajo de ti tienes tortitas. Te
gustan mucho las tortitas –Helena sacó de su mochila las tortitas que habían
comprado por el camino y las dejó rápidamente frente al hocico de en medio.
Tenían que pasar entre sus piernas para llegar al ascensor, que se encontraba
esta vez junto al palacio de Hades-. Te las vas a comer y nosotros vamos a
pasar muy tranquilamente. Muy bien, así me gusta.
Koa echó a correr y
ellas lo siguieron. Se despidieron de los espíritus y corrieron hacia las
puertas. Los monstruos estaban saliendo y se dirigían a la cola de muerte
rápida. Ellos se echaron a un lado para no ser vistos y se ocultaron en un
lateral. Cuando vieron que no salían más monstruos, se metieron rápidamente.
Estaban bajando sin la
necesidad de pulsar el botón, pero estaban nerviosos.
-Chicos
–Helena llamó la atención de ambos-. Pase lo que pase ahí abajo, solo
quiero decir que sois un equipo excelente. Es un honor luchar a vuestro lado.
-Gracias
–Habló Koa-. Sois unas chicas geniales, de verdad.
Me alegro de haber podido venir hasta aquí con vosotras. Cuando salgamos de
aquí, os deseo lo mejor.
-Esta
amistad va a durar mucho tiempo, lo sé. –Asintió Paris, mirándolos a ambos con
una sonrisa tímida.
-¿Amistad?
–Helena abrió mucho los ojos, mirándola algo desubicada.
-¡A
la friendzone! –Exclamó Koa para después reírse de su rostro, haciendo
múltiples imitaciones.
-Chispitas
calla. –Miró de nuevo a Paris, pidiéndole que se corrigiera.
-Amistad
por ahora. –Le concedió, lo que la hizo suspirar. Paris se acercó a ella y la
abrazó por un costado. Helena estiró su brazo y Koa se unió al abrazo también.
-Somos
el trío de oro. –Los nombró Koa.
-Vamos
a liberar a Tánatos y luego a comer hamburguesas. –Rió Paris.
-Buen
plan.
Se colocaron en una
esquina oscura, asegurándose entonces que los monstruos no los pudieran ver,
pero manteniéndose cerca de la puerta para poder salir antes de quedarse diez
minutos encerrados en un ascensor con monstruos que tienen órdenes de matar a semidioses.
Al bajar se
encontraron a Tánatos con cadenas en sus muñecas de color negro y draecanes
moviéndose a su alrededor haciendo cola. Mucho más lejos, estaban dando órdenes
y asegurándose de que todos entendían el plan que los Lestrigones habían ordenado.
-No
vamos a ir a por la fila –Ordenó Helena-. Vamos a luchar a las draecanes que
vigilan a Tánatos de manera sigilosa. Hay seis, dos para cada uno.
-Yo
puedo colarme en el caos y desatarlo –Sugirió Koa-. Tengo herramientas
para eso. Luego él se encargará de ellos.
-Me
parece bien. –Comentó Paris.
-Vamos
entonces.
-¡Por
Troya! –Bramó Koa, pero Helena y Paris solo lo miraron sin entender-.
Una guerra basada en que Paris y Helena se enamoran. La guerra de Troya. Solo
que esta vez saldremos victoriosos.
Los tres rieron un
poco y corrieron hacia donde estaba Tánatos. El titán rápidamente los pilló y
agitó las cadenas, haciendo que las mujeres rieran. No por mucho tiempo, pues
una que parecía estar a punto de hablar perdió la cabeza por culpa de Helena,
literalmente.
Cuando las otras la
vieron, corrieron a atacarla a grito de “¡Semidiosa!”. Sintió su espalda
chocar contra alguien, pero al girar solamente vio a Paris, elevando un
cuchillo y lista para atacar. Koa había pasado desapercibido, rodeando la
escena y corriendo detrás del titán para pedirle que bajase las muñecas y
comenzase a trabajar.
Helena dio un par de
estocadas, siendo esquivadas por el monstruo. Este lanzó su lanza contra su
hombro, lo que ella esquivó al moverse a un lado, pero que hizo que rozase el
brazo de Paris, haciéndola sangrar. Enfadada, Helena se agachó y la partió por
la mitad, haciéndola desaparecer en un segundo.
Revisó rápidamente por
donde venía otra, pero vio que habían pillado a Koa e iban a por él.
-¡Cuidado!
–Exclamó Helena. Por suerte, Paris lanzó una flecha a su cabeza y se deshizo al
segundo. Antes de que algo la pudiera herir, Helena arremetió contra la
draecane que aparecía por su costado.
Paris, por otro lado,
clavó sus dos cuchillos sobre la espalda de una. Antes de que otra le saltara
encima, Helena se abalanzó sobre ella. Su piel quemó cuando le arañó los
hombros pero le clavó sin el menor cuidado la espalda en su pecho, volviéndola
polvo. Paris disparó a la sexta, terminando con ellas.
En el mismo momento,
se escucharon cadenas caer y Tánatos se elevó en toda su altura, viendo a los
otros monstruos darse cuenta de la existencia de los semidioses. Paris se
separó del lado de Helena, lo que la hizo preocuparse un poco. Por suerte, la
chica había ido a entregarle la guadaña al titán.
-Gracias
por liberarme, jóvenes. –Comentó el titán. Helena no dejaba de mirar a los
monstruos, que parecían estar a punto de venir en estampida a por ellos.
-Mi
señor –Habló rápidamente, antes de que llegasen-. Necesitamos subir en
el ascensor. ¿Podría pulsar el botón mientras subimos? Es lo único que le
pedimos, los dioses nos han dejado de lado.
Los pasos se
comenzaron a escuchar en masa, pues los monstruos iban para ellos. Helena quiso
reír por un segundo, pues de verdad iban a intentar asesinar a un inmortal.
-No
puedo, niña –Replicó el hombre-. Tengo que enfrentarlas. Uno de
vosotros se deberá quedar abajo pulsando el botón.
Señaló al lado del
ascensor, donde había un panel de metal con un botón negro, como el que había
en el interior.
-No
podemos hacer eso –Paris miró preocupada a sus amigos-.
Tenemos que salir de aquí los tres. Lo dijimos.
Koa miró a la horda
que se acercaba. A pesar de que Tánatos estaba frente a ellos, daba el mismo
miedo.
-Vamos,
tengo una idea.
Mientras corrían al
ascensor, a unos metros de distancia, Helena vio como Koa sacaba de su mochila
infinita un gran palo de manera. Con una espada de madera, no supo cómo, pero
cortó en diagonal los extremos como si lo hubiese hecho con una cortadora.
Helena recordó entonces que Koa podía endurecer la madera, es decir, hacerla
más pesada o afilada a su gusto.
-¡Entrad!
–Les ordenó a Helena y a Paris.
-¡No
sin ti! –Exclamó Helena, desechando completamente la idea de que su amigo se
quedase ahí. Paris, a su lado, lanzaba flechas certeras hacia los monstruos.
Koa se acercó al botón
que debían pulsar y colocó la madera de tal manera que, apoyada en el suelo,
apretaba el botón sin problemas. Estuvo un tiempo simplemente sujetándola,
apretando el botón, hasta que se abrieron las puertas. Entonces se levantó y
corrió hacia el ascensor. Las chicas corrieron tras él.
-¡Esa
madera se va a caer en cualquier momento! ¡Nos quedaremos atascados! –Se quejó
Paris.
-Lo
dudo –Dijo Koa, sin respirar demasiado bien-. La he endurecido
hasta hacerla prácticamente hormigón. No van a poder quitarla, a menos que sea
Tánatos.
Las puertas comenzaron
a cerrarse, lo que les hizo poder respirar con algo más de tranquilidad. Claro,
esta fue rápidamente rota cuando, por la estrecha ranura, se coló una maldita
Benévola.
-¡Mi
venganza! –Su rostro era exactamente igual que el de la mujer policía que había
atacado a Helena y a Paris en la comisaría.
Ambas se apartaron
rápidamente, haciendo que la mujer casi aterrizara en el suelo. Helena solo
pudo rajarle un ala, mientras que Paris trataba de hacer sus anillos cuchillos
de nuevo. Sin embargo, no hicieron demasiado, pues Koa, con su espada de
madera, la apuñaló por la espalda.
-¡Es
que uno ya no puede ni darse un paseo tranquilo por el tártaro! –Se quejó el
muchacho mientras la hacía polvo. Después de eso, se quedaron en el suelo
tirados, mirándose entre ellos antes de comenzar a reír.
Hades,
Dioniso & Zeus: “¿Y los humanos?¿Qué hacemos con ellos?”
Gabriella cargaba
contra Regina a gran velocidad pero de Regina solo estaba presente su cuerpo
pero su mente no lo controlaba. En cuanto Gabriella se acercó lo suficiente
Regina la esquivó sin problema ninguno. Gabriella estaba cegada por la ira,
Regina había asesinado a Emma. Unas horas antes Gabriella se había precipitado
por una catarata para intentar salvarla pero Regina le había cortado la cabeza
sin más, sin dudarlo.
Regina dio un tajo
hacia Gabriella, está paró el golpe y se preparó para atarla con las vides pero
de repente algo la agarró, el lestrigón la agarró pero ella se soltó con
facilidad y decidió seguir peleando contra Regina, sabía que el lestrigón era
demasiado fuerte, no podía matarla sola. En este momento Gabriella se dio
cuenta de que Regina no era de la profecía, era Aike. Todo tenía sentido ahora
pero era tarde, Emma estaba muerta y Regina la atacaba. ¿Qué posibilidades me
quedaban?
En ese momento paró su
carga, sabía que esto era el final pero que ella decidía cómo acabar, podía
arrodillarse y esperar a su muerte o levantarse y luchar hasta el final. Los
lestrigones comenzaron a llenar la sala con su llegada se fue formando un
círculo, como un ring y en el solo se encontraban Gabriella y Regina, los
lestrigones entonaban una extraña canción, ritmo adecuado para un baile o un
combate.
El combate comenzó, en
un entorno así Gabriella estaba en desventaja, un arma muy larga para un
combate cercano no suele ser lo mejor pero a pesar de eso ella era la que tenia
mas entrenamiento, debería haberle ganado fácilmente a pesar de que no era el sitio
idóneo pero era raro Regina era capaz de parar todos y cada uno de sus golpes o
esquivarlos con gran rapidez. Gabriella trataba de usar sus vides pero no
funcionaban, algo andaba mal, no sentía sus poderes y notaba que su cabeza
comenzaba a nublarse.
-Ríndete
-Comenzó
a resonar una voz en su cabeza-. Estás en una situación totalmente
desfavorable. Somos muchos más. Ríndete o unetenos. Doblegate o muere. No
luches.
La voz se apartó de
sus pensamientos. Gabriella seguía luchando y en ese momento se dio cuenta. No
era Regina contra la que estaba peleando, sus ojos estaban totalmente negros,
no se había dado cuenta. Regina estaba bajo el control de algo y ese algo está
tratando de tomar el control de ella también, no podía permitirlo. Siguió
peleando, no le quedaba otra que hacerlo.
-Ríndete
Gabi, hiciste todo lo que pudiste, es momento de que descanses -Resonó
una voz en su cabeza que parecía la de Emma-. Ven conmigo a los Elíseos,
Gabi. Te quiero.
-¡No!
deja de decir esas cosas, se que no eres Emma ¡Cállate!-Gritó
Gabriella mientras su cabeza se despejaba.
En ese momento Regina
le hizo un corte en la parte trasera de la rodilla que la hizo tambalear y
caer. Gabriella quedó arrodillada pero siguió luchando. Estaba perdiendo sangre
pero debía seguir, si moría debía morir luchando para poder estar con Emma en
el más allá. Paró todo golpe contra ella, notó que la canción rítmica aumentó
su velocidad y el círculo se hizo más pequeño, se escucharon risas estridentes
provenientes de fuera del círculo. Todo se estaba acabando. Regina golpeó su
brazo derecho, no podía aguantar la alabarda, las lágrimas continuaban
recorriendo su cara, continuó peleando con la alabarda con la mano izquierda
como pudo pero en cuanto se despistó Regina la desarmó. Arrodillada, sin arma,
desangrándose, rodeada de enemigos y delante de su verdugo al que una vez llamó
compañera.
Gabriella solo podía
hacer una cosa, algo que siempre había hecho, sonreír.
Levantó la cabeza y en
su semblante se dibujó una gran sonrisa mientras lágrimas seguían brotando de
sus ojos y sangre de sus heridas. Observó como Regina tenía la guadaña
levantada preparada para dar el golpe y eso hizo pero la imagen de Gabriella
sonriendo la hizo parar un segundo, sus ojos por un momento no eran totalmente
negros, la canción paró, el tiempo pareció pararse pero después de es momento
de vacilación sus ojos volvieron a tornarse negros, la canción continuó como si
nunca hubiera desaparecido y la guadaña bajó hacia el cuello de Gabriella
acabando con ella al instante.
Todo se calmó, los
lestrigones se lanzaron hacia el cuerpo de Gabriella que poco duró en manos de
estos seres carnívoros. Regina se desplomó al sentir que la presencia se iba de
su cuerpo. Esta se desmayó.
Cuando despertó se
encontraba atada a un poste. No se podía mover pero delante de ella se
encontraba el lestrigón más grande, el jefe de aquel infierno, el lestrigón que
habían venido a matar. De repente el se sentó delante de ella y le quitó las
ataduras.
-Siéntate.
Regina decidió
sentarse, no tenía más opciones. Escapar era una locura, luchar sin arma otro
tanto.
-Te
obligué a matar a tus compañeras, si, lo siento, no quedaba otra opción -dijo
el lestrigón-. No quiero matar semidioses pero no
tenemos opción, somos los juguetes de dioses y titanes, nos obligan a matarnos
entre nosotros y después de tantos siglos estoy harto pero me he dado cuenta de
que los semidioses no aceptan esto, lucharían por los dioses pase lo que pase aunque
a ellos no les importe su vida.
Se interrumpió para
respirar profundamente y continuó
-Ya
se que no me harás caso pero quizás pueda mostrárselo, he visto algo especial
en ti, creo que podrás comprender lo que digo así que dame la mano.
Regina obedeció y le
dio la mano. La habitación cambio y en esta comenzaron a verse recuerdos que el
lestrigón tenia, guerras estúpidas, peleas estúpidas, muertes estúpidas de
monstruos y semidioses por culpa de titanes y dioses.
En ese momento Regina
comprendió que tenían razón y que debía convencer a sus compañeros.
-¿Y
los humanos?¿Que hacemos con ellos?
-¿Acaso
no ves todos los desastres que crean? Contaminación, continentes de plástico,
calentamiento global, violencia, más guerras… Podríamos dejar a una parte pero
no deberíamos ocuparnos de ellos. Esto tiene que ser una alianza entre
monstruos y semidioses. ¿Qué opinas?¿Nos seguirás?
Regina decidió
pensárselo un momento, las muertes que dioses y titanes provocarán eran
millones ¿Por qué deberían seguir su juego? No tiene sentido ¿No deberían ser
libres?
-Acepto.
Atenea,
Ares & Artemisa: La Merienda
En el museo de la
guerra civil hubo también visita guiada. El monstruo, ya más que confirmado,
estaban paseando por los objetos típicos cuando el monstruo se paró detrás de ellos.
-Vamos
a ver los utensilios de cocina. –Dijo con voz arcaica y profunda. Edith sintió
un escalofrío en su espalda cuando unas garras puntiagudas se clavaron en ella,
obligándola a andar.
Miró con miedo a sus
amigos, que solamente agarraban con fuerza la empuñadura de sus armas y tenían
el rostro tenso. Avanzaron hasta pasar por unas puertas dobles, lo que debería
haber sido el almacén. “Esto no se parece mucho a un museo” pensó Edith
mientras miraba como algunos monstruos se retiraban la baba de la boca.
Eran cuatro minotauros
de pelaje oscuro, hombros anchos y cuernos afilados. Los miraban como si
llevasen siglos sin una buena comida.
-Gracias,
Caco, por esta merienda. –Dijo uno de los minotauros, frotando sus manos
mientras los miraba con ansia.
-A
vosotros, amigos –Extendió la palma de su mano, mirando a los minotauros-.
Serán treinta dracmas.
-¿No
eran veinte? –Preguntó otro de los minotauros.
-Subió
el precio. ¿Os los queréis comer o no?
La puerta quedo a sus
espaldas, lo que les daba opción a escapar. Aunque el plan parecía algo
improbable. Cuando una bolsa marrón cayó sobre la mano de Caco, casi lo dio
todo por perdido, hasta que se acordó. Heracles lo mató estrangulandolo. Sin
tan solo pudieran estrangularlo y acabar con él, todo sería mejor.
-Hora
de merendar. –Exclamó uno de ellos, antes de apartar la mesa con pinceles de
restauración y lanzarse hacia ellos.
Uno fue directamente
hacia Edith, lo sabía. No le había quitado el ojo de encima y cuando tuvo la
oportunidad saltó a por ella. Dio unos cuantos pasos acelerados hacia atrás,
tratando de abrir la puerta mientras sacaba su arma. Sin embargo, fue demasiado
lenta. Para cuando tuvo sus dagas en la mano, el minotauro ya había arremetido
contra ella. Por suerte, ella estaba de lado, por lo que pasó entre los
cuernos. Sin embargo, la punta de uno de sus cuernos rozó su costado.
Por la manera en la
que se le escapó el aire, Edith pensó por un momento que se había llevado su
pulmón. Se tiró al suelo y elevó la daga, rajando desde el pecho hasta la
entrepierna, lo que le hizo volverse polvo en segundos.
Se giró para ver a sus
compañeros, Aike luchaba contra dos, desviando sus cuernos de manera magistral,
aunque parecía querer ayuda. Nathan, por otro lado, estaba toreando a otro,
tratando de clavarle la espada en la espalda.
-Semidioses
–Rió Caco-.
No seáis tan insensatos –Entre alientos, pequeñas chispas de fuego se escaparon
de su boca. Iba a calcinarla a ella seguro. Su sangre hervía, literalmente,
pues se estaba desangrando-. Si no queréis morir crudos tendrías
que haberlo dicho.
Edith estaba ya harta
de los monstruos, de todos ellos. Quería matar a ese endemoniado minotauro y
largarse de allí lo antes posible. Tuvo suficiente por hoy. Así que antes de
dejarle seguir con su ladito discurso, lanzó sus dos dagas a la cabeza del
hombre, clavandoselas a la perfección y haciendo desaparecer al titán con
aspecto de sátiro en unos segundos y haciendo que sus espadas cayeran al suelo.
Volvió a ver a sus
amigos, quieres ahora solo tenían un minotauro, el cual vio su final cuando las
cimarras de Nathan lo atravesaron. Edith, por otro lado, estaba tirada en el
suelo, con una mano en su costado y tratando de no gritar de dolor. Cuando sus
ojos se cruzaron con los de Nathan, que la miraba preocupada, supo que todo iba
a estar bien.
-Vamos
a llevarla fuera –Indicó Nathan-. Al césped que hay en frente. Vamos a
curarla allí.
Aike asintió. Nathan
la elevó, haciéndola gritar de dolor, como si la intentasen partir por la
mitad. La llevó a la salida, haciendo que varios mortales lo miraran
extrañados. A saber qué habían visto y oído ellos.
La tiró al césped y
comenzó a llenarle la herida con tierra, lo que no entendió demasiado bien.
Susurraba cosas, como una especie de conjuro. No le dio mucha importancia, pues
algo más increíble estaba ocurriendo. Sentía como la herida se iba cerrando,
muy lentamente. Dolía, por supuesto, pero las caricias de Nathan sobre esta y
cómo conjuraba la dejaba fascinada. La herida se iba cerrando. No lo hizo por
completo, como le pasó en el bosque, pero ya no necesitaría puntos.
-Chicos,
venid a ver esto –Una vez que Edith se puso de nuevo en pie, Aike le dio una
mirada cautelosa-. ¿Estás bien?
-Sí,
sorprendentemente –Se giró para ver a Nathan-. Gracias.
-Lo
que sea por ti. –Le respondió y le desordenó el cabello.
Caminaron juntos de
nuevo al interior del lugar, paseándose hasta volver al almacén. Aike señaló a
un mueble viejo, tal vez un armario.
-Entrad.
–Les ordenó.
Nathan fue primero,
Edith después y finalmente Aike. Pensaba que sería una despensa pero, para la sorpresa
de Edith, parecía que era un túnel. Las paredes eran de piedra y había unos
rodapiés de estilo griego, similar a la cenefa. La puerta se cerró detrás de
Aike, volviéndose piedra. Ambos se miraron desconcertados. Había antorchas que
iluminaban el camino.
-Es
el laberinto –Indicó Nathan-. Aquí es donde surgió el minotauro. Su
guarida debe de accederse por aquí.
-El
laberinto es inteligente –Indicó Aike-. Igual salimos en Nueva York que en
California.
Edith caminó entonces
al final del corredor con cautela, asegurándose de no pisar ninguna trampa, si
es que la había. Tiró entonces del pomo que había metido en la pared, abriendo,
de nuevo, una puerta. Solo que esta parecía estar en el techo del lugar al que
daba. Sacó la cabeza y se encontró con una carretera desierta y un cartel que
lo marcaba “Bienvenidos a monte Elliott Knob”.
-Chicos,
es por aquí. –Avisó, haciendo que sus amigos sacasen también la cabeza y luego
dieran gritos de alegría por la situación. Se acababan de ahorrar seis horas de
viaje.
Salieron del lugar y
caminaron hacia el monte, tomando unos cuantos mordiscos de ambrosía para
recuperarse. Estos ayudaron a curar la pequeña cojera de Aike, que había
obtenido a saltar literalmente sobre uno de los minotauros. A Nathan no le
hacía falta, pues el estar en contacto con la tierra había curado las pequeñas
heridas en los brazos que había obtenido.
Tuvieron que subir una
larga cuesta, bastante empinada, y con el sol dándoles de frente. Cuando
llegaron a la cima, se miraron. Esa era su misión, era por eso por lo que
estaban allí. Esos chicos, sudados, cansados y con ojos fieros, habían venido a
derrotar al maldito minotauro y a volver a casa con la gloria. E iban a
conseguirlo, seguro.
-Os
quiero, chicos. –Admitió Edith, honrada de luchar con ellos.
-Y
nosotros a ti. –Confirmó Nathan, tirando de ella y de Aike en un rápido abrazo.
-Vamos
a patear traseros. –Rió Aike.
Apolo,
Hermes & Deméter: Por una flecha
Cassie, Joy y Aileen
llegaron a su destino, todo estaba vacío, así que decidieron avanzar con cautela
hacia donde debían dirigirse. Subieron las escaleras, todo estaba extrañamente
tranquilo hasta que se acercaron a la puerta, comenzaron a escuchar una voz que
cada vez que se acercaban se escuchaba mejor. Cuando llegaron a la puerta
observaron que había 4 monstruos y uno de ellos era más grande que el otro.
Este esta hablando.
-Como
ya he dicho antes esta guerra no tiene sentido ¿No os dais cuenta de que los
dioses os están utilizando para mantenerse? Podríamos unirnos, monstruos y
semidioses, todo por fin estaría en paz, nadie enfrentándose por poder ni
creando guerras absurdas, haríamos un consejo con el mismo número de monstruos
que de semidioses para discutir las cosas importantes con calma, como un
parlamento vamos ¿Verdad que es una gran idea? Esperad, huelo algo-Se
calló para olfatear el ambiente- Si, son 3 mas de vosotros. No sabia que
traían refuerzos.
El grupo al ver que ya
sabían de su presencia desenfundaron sus armas y se prepararon para atacar, Joy
cargó el arco y sin dudar disparó al más grande, la flecha le impactó y soltó
un grito de rabia.
-¿No
os gustan mis palabras? Pues acabaremos con esto como a los dioses les gusta.
Con sangre.
En ese momento la
escolta del minotauro se lanzó contra Edith, Nathan y Aike. Uno contra uno
contra un minotauro, era una situación peliaguda pero podían apañarse. En
cambio el gran minotauro embistió contra el grupo, Joy y Aileen consiguieron
esquivarlo pero Cassie no tuvo tanta suerte, el minotauro se la llevó por
delante y golpeó una pared con fuerza quedando inconsciente en el suelo. Joy al
ver esto corrió sin dudarlo hacia ella. El minotauro lo vio, de un coletazo
barrio a Aileen y persiguió dejándole una distancia a Joy pero en cuanto este
se aproximó a Cassie el minotauro empezó la cargar. Cargó con toda su fuerza
hacia la pareja pero cuando impactó sólo tocó a uno. La separación entre sus
cuernos era lo suficientemente grande para que un humano no fue empalado si se
encontraba justo en el centro, Joy tuvo suerte pero Cassie no, esta fue
empalada totalmente contra la pared.
-¡No!
-Gritó
Joy ante la amarga escena
-Si
no hubieras empezado, todo esto no hubiera pasado joven.
Joy miró al minotauro
y cargó su flecha pero era demasiado tarde Aileen atacó al minotauro por el
costado, lo que hizo que el se fijara en ella pero algo pasó una gran sombra
blanca derribó al minotauro, este cayó encima de Aileen aplastandola y
matándola en el acto. Era el minotauro blanco, trataba de ayudar a Joy pero no
se había dado cuenta de la muchacha que acaba de condenar a muerte.
-Corre
-Dijo
el minotauro blanco-. Ayudar a tu amiga de la profecía, debe
matarlo.
Joy le hizo caso y se
dirigió a junto Aike, el suelo temblaba a su espalda, los dos minotauros
peleaban para conseguir derribar al otro, Joy estaba en shock, había visto
morir a sus dos amigas una empalada por su culpa y otra aplastada. Todo por una
flecha que había disparado. De repente su arco le repugnaba, le daba arcadas
tenerlo en la mano y más tratar de disparar. Justo cuando llegó a junto Aike
esta había matado a su minotauro y trataba de ayudar a Nathan con el suyo,
rápidamente lo consiguieron y el último huyó al ver que eran 4 contra 1.
-Cobarde,
mereces algo peor que la muerte. -Chilló el gran minotauro al ver la huida
de uno de sus guardia mientras continuaba peleando contra el minotauro blanco.
Los cuatro semidioses
se acercaron a el esperaron a que el Blanco consiguiera derribarlo para atacar
mejor sin tener problemas. Cuando lo consiguió 3 de los semidioses atacaron
pero Joy se quedó quieto, observó el cuerpo de Aileen, se sentó en el suelo y
comenzó a llorar, se había dado cuenta de lo que había hecho. Mientras, el
resto luchaba como podía contra aquella vestía, golpearon y golpearon pero no
parecía cansarse o herirse, le cortaron los cuernos para evitar problemas pero
no sirvió de nada hasta que sorprendentemente Aike le dio un golpe con gran
fuerza en el cuello y este se deshizo.
Todo quedó tranquilo,
solo se escuchaban las rápidas respiraciones del grupo y los sollozos de Joy.
-Debo
irme. No os puedo ayudar más, si sigo aquí querré mataros -Dijo
el minotauro blanco-. Largo.
El minotauro se fue
muy rápido, el grupo fue a ayudar a Joy, a consolarlo, a darle amor pero no
surgió efecto, esto solo le recordaba a los buenos momentos con ellas. El grupo
decidió llevárselo, él les contó lo del coche, Aike decidió coger el coche y
llevarlo, el laberinto no era seguro y no sabrían dónde los podría dejar. Así
que con Joy destrozada y el resto heridos se dirigieron a Canadá a acabar con
todo el mal.
Capítulo 8
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: Estaban vivos
Sentados en el café de
la estación, Koa, Paris y Helena se miraban entre ellos sin saber muy bien qué
había sucedido. Habían ido al inframundo, liberado a un titán, estado en el
Tártaro… Todo en menos de veinticuatro horas. Casi sin despeinarse.
En esa cafetería, de
mesas oscuras y que de fondo tenía el bullicio del tren que los iba a llevar de
vuelta a Nueva York, hacía algo más creíble lo anterior. Casi no pensaban que
lo habían soñado y en realidad estaban muertos.
Helena los miró a
ambos. Los rizos desordenados de Koa se amontonaban en su frente mientras
miraba abajo, al dibujo que la camarera le había hecho –Una simple hoja de
helecho-
y la servilleta con una frase que ninguno de los tres había podido leer. Esa
maldita cursiva lo hacía difícil. El muchacho no sabía que era semidiós hasta
hacía unas semanas y ahora había matado a una Benévola solo para que lo dejase
tranquila. Helena estaba orgullosa de él, era como un hermano pequeño para
ella. Ahora tenían todo el verano para pasarlo bien con él.
Por otro lado, Paris
estaba deslumbrante. Tenía el cabello en un moño deshecho, hacía tres días que
no se lo lavaba y ya no brillaba tanto como siempre. Su frente estaba sudada,
la ropa sucia y el arañazo del brazo vendado y lleno de barro. Aún así, para
Helena seguía siendo la chica más guapa de toda la estación. No podía dejar de
admirarla. Todavía estaba planteándose como pedirle una cita. Incluso aunque ya
se había besado, Helena estaba nerviosa por su respuesta.
-Ya
sé que estoy fea, deja de mirarme, Zabat. –Se quejó Paris, pasando las manos
por su cabello y tratando de arreglarlo.
Helena solo respondió
inclinándose y besándole la mejilla.
-Estás
espectacular.
-No
mejor que yo –Rió Koa, finalmente bebiendo su café-,
pero no tan horrorosa como Helena.
La aludida le sacó el
dedo de en medio, haciendo a sus amigos reír. Ella se unió a la risa, que poco
a poco fue aumentando. Estaban vivos. Iban rumbo a Nueva York tras destrozar a
las dracaenaes y liberar a Tánatos. No sabían cómo estarían los otros,
pero ellos estaban en un cafetería, comiendo donuts y hablando sobre cosas
banales como el cabello.
Pronto esas risas
provocaron lágrimas en sus ojos. Lágrimas de tensión y alivio. Habían pasado
verdadero pavor cuando Tánatos les dijo que uno debería quedarse abajo. Todos
estaban dispuestos a ello cuando a Koa se le ocurrió esa fantástica idea. No
podría haber llegado en mejor momento.
Por megafonía avisaron
de que su tren había llegado. Entregaron los papeles y se subieron a él, yendo
directos al asiento. Estarían un día viajando y no habían pagado las camas,
pero sí el baño. Habían comprado ropa en una tienda de souvenirs barata, así
que por suerte tenían ropa de cambio.
Se ducharon por
turnos, acaparando un baño entero y racionalizando el champú. Dejaron a Paris
la última, pues tardaría más. De hecho, tardó casi una hora. Cuando salió con
una camiseta amarilla con propaganda de LA le seguía pareciendo preciosa.
Pensaba que Koa haría alguna broma pero el chico estaba tirado, ocupando dos
sillones y roncando como si no hubiese dormido en días, principalmente porque
no lo había hecho.
Paris se sentó a su
lado, mirándola con una sonrisa tímida. Se apoyó en su hombro y ambas miraron
por la ventana parte del viaje. En su compartimento, el único sonido era la
rítmica y alta respiración de Koa.
-Helena.
–Rompió el silencio Paris, apartándose de ella y mirándola. No a los ojos, a
los labios.
-Dime.
-Quiero
besarte. –Admitió, haciendo que las mejillas de ambas se tornasen algo rojas.
-¿Qué
te lo impide? –Le dio una sonrisa amable antes de inclinarse un poco.
Paris entendió la
señal al instante. Capturó los labios de Helena, acariciando con su mano la
mejilla pálida de ella y acariciando su labio inferior con su lengua. Ella, sin
embargo, se le adelantó. Coló la lengua en la boca de Paris y su mano apretó
los cabellos que tenía detrás de su cuello, como si quisiera abrazarla hasta
más. Entrelazaron sus lenguas en un lento y gustoso baile.
Cuando el aire faltó,
ambas se separaron. Paris pensaba parar pero Helena le estuvo dando besitos en
los labios hasta que solo sus frentes estaban en contacto.
-Oye
–Le dijo en un susurró-. ¿Te apetece que, cuando volvamos,
vayamos al embarcadero solas algún día?
Paris se relamió los
labios, saboreando a Helena en ellos y sonriendo como una idiota cuando la vio
fijamente a los ojos. Eran verdes, profundos y misteriosos. Con una pequeña
chispa de felicidad, que Paris estaba segura que era por ella.
-¿Cómo
una cita? –Preguntó inocentemente, sabiendo ya la respuesta pero queriendo
escucharla de nuevo.
-Como
una cita. –Le confirmó Helena antes de comenzar a sonreír.
-Me
parece bien.
Y se volvieron a
besar. Porque podían, porque estaban vivas. Habían salvado al mundo. Se lo
merecían.
-¡Qué
solo estoy! –Bramó Koa de la nada, haciéndolas separarse de un salto y mirarlo
divertido-.
Sois demasiado monas, me dais envidia de la mala.
Volvieron a reír. Ese
día había muchas razones para estar felices. Habían salido victoriosos. Y eso
era algo que no muchos semidioses podían decir. ¿Qué más daban sus heridas, los
horribles lugares para dormir, los días sin ducharse o casi comer? Ahora tenían
una larga vida para curarlas, para dormir en camas cómodas, ducharse tantas
veces como quisiera y comer hasta llenarse. La vida les daba muchas
oportunidades. Habían tenido literalmente al titán de los muertos al lado y les
había dicho que se marcharan.
Ese era un gran día.
El día que Troya ganó su guerra. El día que el amor de Paris y Helena al fin
triunfaba.
Ahí, rodeada de sus
amigos, Helena se alegró de que una chica la acusase sobre robar una moto, de
que la metieran en la cárcel por ello, haber llegado al campamento, haber
hablado con calamares gigantes, haberse hundido en un río y haber frenado a los
monstruos. Se alegró de que todo fuese al lado de esos chicos. No lo habría
querido de otra forma.
Le daba igual lo que
le hubiese pasado a los otros. Ellos estaban vivos. Había que celebrarlo por lo
alto.
Apolo,
Artemisa, Hades, Atenea: Odisea de silencios
El viaje fue largo,
pocas palabras se intercambiaron, de vez en cuando el sollozo de Joy se
escuchaba. La tensión se notaba en el ambiente, dos mestizas acababan de morir
por unas mala decisión de uno de ellos, de su compañero de grupo, por lo menos
el minotauro estaba muerto. Solo quedaba uno, solo quedaba el lestrigón, si
llegaban a tiempo podrían ser siete semidioses para matarlos, si no puede que
no solo fueran dos muertes sino cinco. Todo lo sabían, todos sabían que esto
podía ser el final. Durante el trayecto también habían recibido un mensaje iris
de parte de Regina, les contó que había escapado de los lestrigones, que
Gabriella y Emma se habían quedado atrapadas dentro, pensaba que lo peor había
pasado, se le vio muy compungida al borde de las lágrimas, ya no eran siete,
iban a ser cinco, cuatro posibles muertos. La moral del grupo ya era nefasta
pero consiguió bajar algún mas, ahora no solo los sollozos provenían de Joy,
menos Aike todos estaban con una actitud pésima. No haber entendido la profecía
había producido la muerte de esta gente. Si se hubieran dado cuenta todos
podrían estar vivos. Aike en cambio pensaba de otra manera, era la elegida,
había una profecía, debía cumplirse ¿es imposible que no se cumpla
verdad? Por esto Aike no debía estar triste, todo cambiaría.
El viaje continuo pero
se hizo eterno, las cataratas estaban muy lejos todavía, tenían que llegar
antes de que los lestrigones encontrarán a Regina. Aike no durmió, descansó lo
mínimo, era la única que sabía conducir y que estaba en condiciones para eso, Joy
aún seguía en shock, Nathan no conducía, Edith tampoco. El cansancio se
acumulaba en ellos pero finalmente llegaron, las cataratas del niágara, no
veían a los lestrigones a pesar de que allí era el sitio. Había una gran
cantidad de turistas, algo normal, por lo que tenían que esperar a la noche
para investigar.
Una señora se les
acercó a pesar de ser joven su voz parecía muy antigua.
-Cazadora,
coje a todo tu equipo y lárgate, yo no os voy a ayudar, vuestras compañeras han
caído -Dijo
la señora-.
Si os quedáis os enfrentais a algo que ninguna esperáis. Largaos.
-¿Quien
e…? -Trató
de preguntar Aike.
La señora desapareció
entre la multitud, unos extraños aullidos se escucharon pero después todo
volvió a la normalidad.
El grupo estaba ya
estaba en tensión de antes, esto solo les causó más incertidumbre ¿Quién era la
señora?¿Por qué sabían quién era Aike?¿Por que quería que se fueran? ¿Ayudaba a
los lestrigones?¿Los está tratando de ayudar? Aike tenía que decir algo para
tranquilizarlos, era la líder de la profecía así que decidió desconfiar de la
señora, tenía que fiarse de la profecía.
-Chicas,
no os vais a fiar de una señora que nos acaba de decir cosas contraria a la
profecía ¿Verdad? No tendría sentido que nos larguemos ahora, ya matamos a dos
de los tres jefes igual este es más difícil pero podremos hacerlo, todos
tranquilos. Sabemos que Regina está viva. Debemos buscarla, ella sabrá
encontrar la guarida, entraremos, lo mataremos y volveremos al campamento, nada
más tiene que pasar.
Se hizo el silencio.
-¿Y…
y… si ella también… está muerta?-Dijo Joy por primera vez en todo el
viaje-
Tardamos mucho…
-No,
estará viva, tenemos que buscarla, vamos a ello. -Aike se levantó y
comenzó a caminar, todos la siguieron.
Nadie dijo nada, para
los turistas debían parecer fantasmas, todos agotados y estresados paseándose
sin decir nada, fijándose en todos para encontrar a su amiga.
Pasó un tiempo, nada
cambiaba, Regina desaparecida, la moral del grupo peor que antes, la señora los
había convencido a algunos, se escuchaban un ¿Y si no vamos? o siendo solo uno
no puede hacer nada, le faltan sus otros dos capitanes. Aun así siguieron
buscando.
-Vosotros.
-Dijo
una voz.
Todos se giraron, era
Regina la que hablaba.
-Tenemos
que acabar con esto, creo que Emma y Gabriella pueden aún estar vivas.
Seguidme.
Ellos la siguieron, un
poco confusos ¿Esta Regina era a la que conocieran aquel dia en el campamento?
Parecía más mayor, más seria. Entraron en un complejo y comenzaron a
-Aproveché
que tardaste y me aprendí estos pasillos que llevan hasta los lestrigones, se
partes por donde avanzar rápidamente y evitar a las patrullas.
El grupo llegó a una
bifurcación
-Nathan
y Edith ¿Podéis ir por la derecha y girar una llave grande que hay al final de
un pasillo? Eso abrirá la compuerta que hay a la izquierda y nosotros la
sujetaremos hasta que volváis. Si vamos por aquí llegaremos a la sala del jefe
sin tener que pasar por el resto. ¿Os parece bien?
El grupo aceptó, se
separaron Nathan y Edith fueron a donde debían y Regina, Joy y Aike.
Nathan y Edith
avanzaron lentamente, todo cada vez se volvía más oscuro, no había ventanas,
las luces parpadeaban. Avanzaron, ya veían la llave, era como una llave
circular de un barco si se giraba a un lado se abriría la susodicha compuerta,
solo se escuchaba la respiración de la pareja hasta que unos golpes en una
pared rompieron el silencio, parecían unos aullidos de dolor, a su izquierda,
estaban a nada de la llave, la fueron a girar pero estaba dura, necesitaban
hacer fuerza los dos a la vez.
Una vuelta
Dos vueltas
Tres vueltas
Se escuchó un
chasquido metálico y justo después una trampilla se abrió bajo sus pies. Nathan
reaccionó rápido y saltó alejándose pero fue muy lento, no pudo agarrar a Edith
que al abrir la llave quedara en mala posición y trataba de agarrarse a ella
como podía. El agujero se veía totalmente oscuro, la luz que tenían encima se
había apagado. Nathan trataba de ayudar a Edith pero era complicado, no tenía
puntos de apoyo para saltar. La luz parpadeó, vieron una gran boca en el fondo
del agujero, no era muy bajo. Unas manos emergieron del agujero, Edith gritó,
¿Era el final? Si, lo era. Las manos agarraron las piernas de Edith, trató de
resistirse pero las manos hacían demasiada fuerza, si no se soltaba se le
partirían los brazos posiblemente. Nathan no podía hacer nada para evitarlo. A
Edith la engulló la oscuridad, sus gritos dejaron de escucharse de golpe después
de un sonido de carne cortándose.
Nathan se dio la
vuelta, justo después de la caída al pozo la luz comenzó a parpadear de nuevo.
Un golpe, unos gritos, la pared que estaba a pocos metros delante de él se
rompió, de ahí salió otro lestrigón. Si se quedaba quieto podía darse por
muerto. Nathan corrió, antes de que el lestrigón saliera de su aturdimiento por
haber roto la pared y el humo que eso había generado, el se escabulló por
debajo de sus piernas y se dirigió lo más rápido que pudo hacia su grupo. Eso
no era normal, tenía que estar preparado pensó Nathan, era imposible que los
lestrigones supieran que iban a hacer. ¿Cómo sabía Regina que aquella compuerta
llevaba hasta el jefe y como abrirla si para ello se necesitaban más de una
persona? ¿Regina los había traicionado? Era lo que más sentido tenía. Siguió
corriendo y dejó de pensar, tenía que sobrevivir, cuando llego a la bifurcación
cogió el sentido contrario y fue a junto sus amigas, algo lo seguía, parecía
torpe pero rápido. El lestrigón no lo abandonó.
Al llegar al final del
callejón observó al grupo aguantando una puerta, tratando de que no se cerrase.
El lestrigón apareció al principio del pasillo pero esta vez comenzó a andar
lento, no gritaba, una risa provenía de él. La piel de Nathan se puso de
gallina, tenía un mal presentimiento.
-¡No
os fíes!-Gritó
Nathan como podía- ¡Edith ha muerto! ¡Parecía preparado!
Nathan ya se
encontraba pocos metros cuando lo dijo. Ellas no se habían inmutado, parecía
que no habían escuchado el ruido. De repente la puerta se cerró, se les escapó
de las manos, alguien había soltado. Nathan gritaba y golpeaba la puerta para
que la volviesen a abrir. Las luces se apagaron, se escuchó un golpe, volvieron
a mirar el cristal, Nathan ya no estaba, una mancha roja cubría el cristal, una
risa se escuchaba en el fondo.
-Se
me ha resbalado- Dijo Regina consternada-.
Mierda, mierda, lo sabía, no podía salir bien, perdí a mis dos amigas y
ahora la cago de nuevo. Debí saber que era una trampa si no, no me hubieran
dejado pasear sola por aquí abajo.
Regina se hizo una
bola y sollozó en el suelo.
-Ey,
ey, tranquila -Dijo Aike-. Aún no todo acabó, si
nos mantenemos aquí podría empeorar la cosa. Debemos seguir. Guíanos, por
favor. Joy, haz luz para poder saber a dónde vamos.
Joy se iluminó un poco
sin decir nada, Regina se levantó y la risa del lestrigón se volvió todavía más
estridente.
Continuaron, una sala,
otra sala, pasillos y pasillos uno tras otro, parecía que no tenían fin. Al
final encontraron un pasillo que parecía llevar a una sala iluminada.
-Joy,
apágate-Susurró
Aike.
Joy obedeció, todo se
quedó a oscuras y se dirigieron a esa salida iluminada.En cuanto salieron con
cuidado todo parecía tranquilo. Antorchas inundaban la gran estancia y había un
lestrigón de gran tamaño dormido. Era el lestrigón jefe. Cuando se acercaron a
la puerta por la que entraran se cerró de golpe. Se acercaron más hasta que
estuvieron a unos pocos metros pero de repente las grandes puertas se abrieron
y comenzaron a entrar una gran multitud de lestrigones, las acabaron rodeando.
-Aquí
las tengo.-Dijo Regina con una amplia sonrisa-
Costó engañarlas para llegar hasta aquí pero su cansancio lo hizo fácil. Joy
está rota. Aike va a ser difícil. Sera mejor que las atrapéis y después las
matéis.
Joy y Aike se quedaron
sorprendidas, no se esperaban la traición
-¿Nos
has traicionado?-Pregunto Aike incrédula-¿Cómo
eres capaz? Por tu culpa se han muerto también mis compañeros. Te mataré por
esto.
Aike se lanzó hacia
Regina pero era demasiado tarde, los lestrigones habían formado una barrera
entre ellas. El lestrigón jefe se levantó y se acercó a Regina.
-Gracias,
pequeña, gracias a ti todo esto va a ser mucho más fácil. Odio las profecías y
ya es momento de que alguna no se cumpla.-Dijo el Lestrigón-
¡Atrapadlas y atadlas!
Los lestrigones se
lanzaron hacia Joy y Aike. Joy fue atrapada rápido, casi no se resistió, no
estaba en condiciones para pelear, solo consiguió soltar algún sollozo. Aike en
cambio peleo, mató a más de un lestrigón pero eran demasiados, poco a poco iba
cansándose, a este paso no podría aguantar mucho más. Finalmente Aike cayó al
suelo exhausta, no podía seguir. Los lestrigones la ataron a un poste junto a
Joy. Aike estaba malherida, había sufrido mientras batallaba pero aun así
se mantenía consciente.
-Regina,
es tu última tarea. Acaba con ella y esto acabará.
Regina se acercó a
Aike, posó el filo de su guadaña sobre la garganta de ella.
-¡Nos
has traicionado! ¡Vas a acabar con todo, insensata!-Gritó
Aike.
-No,
no voy a acabar con todo, voy a crear un mundo donde no seamos esclavos, un
mundo donde semidioses y monstruos puedan vivir en paz. Sé que tu no lo
comprenderías pero quizás Joy y alguien más del campamento lo comprenda.
-Pero…
Regina cortó el cuello
de Aike antes de que acabase la frase, era la primera vez que mataba con sus
manos a alguien estando consciente. Una extraña sensación le recorrió el cuerpo
no sabría describirla si era horror o satisfacción. La sangre salpicó todo el
suelo y los lestrigones se dirigieron hacia el cuerpo. Mientras Regina se
acercó a Joy.-Tu, tu Joy, te nos unirás o veras la caída
de los dioses junto a nosotros. Eres la última con vida pero puedes ser la
primera persona en unirte a mí y dejar de ser un peón. ¿Te unirás?Joy no
respondió, se quedó callada viendo a la nada.
-Entiendo…
Jefe, muéstrele la verdad. Podría sernos útil -dijo Regina dirigiéndose
al lestrigón-. La profecía se ha roto, es nuestro
momento.
El lestrigón se acercó
a Joy y esta comenzó a agitarse. Estaba viendo la verdad, las muertes por culpa
de dioses y titanes, las cadenas que tenía cada semidiós que le prohibían ser
libre.
-Próxima
parada, Campamento Mestizo. -Susurró Regina.
Agradecimientos
Queridos semidioses, nuestro viaje veraniego
por el rol ha llegado a su final. Ha sido un placer pasar estas ocho semanas a
vuestro lado. Tenemos mucho que agradeceros.
Nuestra página de Tumblr ha subido una
cantidad de seguidores increíbles, allí el apoyo a la historia es inmensurable.
¡Ya casi llegamos a 100 seguidores! Lo que es un logro, teniendo en cuenta que
hay escasas 30 publicaciones, de las cuales 8 son estos trabajados capítulos.
Nuestra cuenta secundaria ha estado
constantemente activada por todos vosotros, que leéis y participaba, de vez en
cuando, activamente en la historia.
No hemos sido últimamente constante en cuanto
la subida de capítulo, pues los administradores nos hemos visto constantemente
superados por la longitud prometida de los capítulos. Sin embargo, estamos
felices de decir que lo hemos conseguido terminar en dos meses y un día sin
falta. Es por ello que lamentamos deciros que esta temática no se volverá a
repetir próximamente. Requiere una cantidad inmensurable de tiempo que, a partir
de ahora, los administradores no tendremos tan a menudo. Sin embargo, no
descartamos la posibilidad de hacerlo el año que viene, trayendo nuevas mejoras
para garantizar que más personas puedan participar.
Este trabajo no se podría haber llevado a cabo
si no fuera gracias a los 60 campistas que se unieron a nuestra iniciativa y
confiaron en nosotros ciegamente. Esperamos que vuestras expectativas se hayan
visto saciadas y que, en posibles futuras entregas, volváis a querer entrar
aquí. Ha sido un placer hablar casi a diario con todos vosotros y escuchar
vuestras alocadas aportaciones.
Esto ha sido todo entonces, semidioses. Nos
seguiremos viendo en futuras publicaciones y si recibimos mucho apoyo tal vez
os podemos asegurar repetir esta dinámica. ¡Mil gracias por todo!
Besos.
-Los
Administradores.
Capítulo 1
Artemisa: ¿Qué demonios?
Tras su viaje por las sombras durante 5 años
por América latina, finalmente Aike había llegado a un bosque en Long Island.
Caminó hacia la colina más alta, buscando un lugar para identificar donde
demonios se encontraba. Sus pies se sentían pesados, como si llevase unas rocas
atadas a los tobillos.
De repente, unos arbustos se movieron cerca de
ella, poniéndola automáticamente en alerta. Desenfundó la espada. Tal vez sería
el viento, pero siendo una de Hades nunca se sabe.
Se acercó lentamente al arbusto, que volvió a
moverse. Levantó la espada por encima de su cabeza, lista para descuartizar a
lo que sea que se esconda detrás de ella. Pero un ciervo marrón claro con
manchas blancas salpicadas por su lomo, se alzó sobre sus cuatro finas y
temblorosas patas, mirando detrás de ella y huyendo rápidamente.
La desconcertó. ¿A qué demonios miraba? ¿Es
que ella no era lo suficientemente aterradora, con una espada casi igual de
alta que ella, brillante en su oscuridad, y con sus ojos negros vacíos en las
cuencas?
Se giró sobre sí misma, ya curiosa de saber
cuál era la criatura que le había robado a ese animal su atención. No vio más
que a una mujer. Llevaba una diadema de media luna sobre su cabeza, que supuso
que se encontraba atada en un nudo. Llevaba un carcaj con flechas y un arco,
como si hubiese estado a punto de cazar a ese ciervo. Tal vez por eso estaba
asustado. ¿Pero por una flecha insignificante y no por una espada que estuvo a
nada de partirlo en dos?
La mujer, vestida con una túnica blanca
absurda, como si se le hubiesen pegado las sábanas al cuerpo, dio unos pasos
hacia ella, pareciendo completamente inofensiva. Pero Aike no guardó la espada
ni por un segundo, ¿y si fuese un monstruo? Entonces habría perdido unos
valiosos segundos de ataque.
-Buenas, Aike, hija de
Hades. Te he seguido de cerca, llevo un rato esperándote.
Aike la miró pensativa, su rostro no le
parecía nada conocido.
-¿Y usted quién es? ¿Qué
quiere conmigo?
Estaba cansada, le dolía todo el cuerpo. Solo
quería llegar ya al maldito campamento y dormir por días. Pero esa mujer la
estaba incordiando demasiado.
-Soy Artemisa, diosa de
la luna, la maternidad y señora de las fieras –Se presentó. Aike automáticamente
se sintió mal por haberle hablado de mala manera a la diosa. Temió por su vida-. Estoy sorprendida por tus logros y tu
valentía a tan corta edad, así que vengo a pedirte que te unas a mí y a mis
cazadoras. Serás inmortal, vivirás siempre con tus hermanas y me serás fiel. El
único inconveniente que es no podrás salir con hombres y deberás mantenerte
virgen. ¿Qué me dices?
Aike estaba congelada. No sabía qué decirle.
Necesitaba tomar una decisión tan importante tranquila. Eso cambiaría el curso
de su vida para siempre.
-Necesito pensarlo, mi
señora.
Artemisa asintió.
-Bien, Aike. Tienes dos
días para darme una respuesta. Ahora deja que te acompañe al campamento.
Poseidón: De buena soy tonta
Helena salió de la cafetería con el estómago
lleno. Estaba harta de comer pescado y las tortitas que acababa de comprar
estaban exquisitas. Ahora que estaba saciada, podía continuar su camino hasta
el campamento mestizo. Estaba en Queens, eso lo sabía por el acento tan marcado
de los habitantes. El campamento estaba en Long Island, por lo que aún le
quedaba un largo camino que no sabía cómo recorrería.
En el aparcamiento frente a la cafetería había
un granjero con un camión verde lleno de heno que parecía marcharse. Helena
supuso que iría a algún establo fuera de la ciudad, por lo que la idea de
subirse detrás quedó descartada. Por otro lado, una bonita moto estaba con las
llaves en el contacto. Aunque podría servirle, Helena era demasiado bonachona
para robar cualquier cosa.
La única opción que le quedaba era ir andando,
pero no lo haría por el centro de la ciudad. ¿Y si un monstruo le atacaba? No
podía sacar su arma así como si nada. Pero unas olas violentas podrían
salvarla, como ya lo habrían hecho alguna vez. Así que su mejor opción era
caminar por la costa hasta Long Island.
Era otoño, por lo que las hojas de los árboles
habían tomado una tonalidad amarillenta y rojiza. Las calles estaban cubiertas
por un manto de ellas y la brisa marina agitaba las copas de los árboles,
haciendo que cayeran rápidamente. Helena estaba disfrutando como una niña
pequeña de la superficie, después de tantos años en el campamento submarino de
Poseidón. Por supuesto que fue divertido, pero no había podido disfrutar de
estos pequeños placeres tan banales que le sacaban una sonrisa involuntaria.
Helena era hija de Poseidón, uno de los dioses
más poderosos. Sabía que sus sueños siempre eran pesadillas bien envueltas, por
lo que su felicidad fue, tal vez, demasiado efímera. Caminando por una de las
calles, giró la cabeza para mirar si venía alguien por la otra acera,
completamente alerta. Allí vio a una chica morena, hablando con dos policías y
señalándole.
No conocía a la chica y no quería meterse en
problemas. Estaba muy cerca de un puente que conectaba con Manhattan, no podía
mandarlo todo a tomar viento ahora. Decidió seguir caminando con cautela,
acelerando algo sus pasos.
Eso no sirvió para nada, pues se chocó de
golpe contra alguien. Al levantar la mirada, pidiendo perdón, Helena vio que
era una de las policías con la que la chica esa estuvo hablando. ¿Cómo la había
alcanzado tan rápido?
-¿Y tú huyes? –Bramó la
mujer-. Tu amiga y tú sois
lo peor. ¡De cabeza al calabozo!
Helena elevó las manos para alejarla,
empezando a decirle que no la conocía de nada, pero solo facilitó la labor de
arrestarla. Con esposas en las muñecas, la metió en el coche policial junto a
la otra chica. La miró indignada y claramente sorprendida. ¿Qué acababa de
pasar? Fue a preguntarle quién era pero la chica habló, adelantándose.
-Lo siento.
Después de eso, Helena supo que estaba en
peligro.
Afrodita: Una moto me
llevó a la cárcel
Paris casi agarró a la chica parada del
aparcamiento por los pelos y la sacaba a rastras de allí. Necesitaba salir de
esa cafetería y hacer algo ilegal para llegar al campamento sin ser vista e ir
cómodamente, pero no podía dejar ningún testigo. Finalmente, cuando empezó a andar,
ella fue prácticamente corriendo hacia la puerta.
Vio una moto con las llaves puestas y casi
quiso reírse. Menudo idiota, le estaba incentivando a robar esa moto seguro. Se
subió como si nada, con total tranquilidad. Agarró su cabello para que no se despeinara
y se fue.
Claramente, París no sobresalía por ser
demasiado suertuda, por lo que su viaje no duró demasiado. Tras tomar una curva
cerrada clavando rodilla y acabando sobre la acera, se empezaron a escuchar
sirenas de policías cerca de ella. Se llevó una mano a la frente, viendo que la
había cagado, pues ahora la seguían. Decidió entonces parar en una calle vacía
cerca del río que separaba Queens de Manhattan.
Desmontó de la moto con cuidado, apagando el
motor y mirando al coche parar detrás de ella. Había un hombre corpulento, cuya
camisa estaba manchada de alguna salsa. La otra agente era alta e imponente,
con cara de pocos amigos. Una gruñona. París podría con ellos.
-Buenas tardes, agentes
–Los saludó con calma, no tenía permitido perderla si quería camelárselos-. ¿Qué sucede?
La mujer fue la primera en hablar.
-Superaste el límite de
velocidad, vas sin casco y te subiste a la acera en una curva. ¡Estás detenida!
París contrajo el rostro, llevándose una mano
al pecho y alternando la mirada entre ambos oficiales.
-¿Sólo por eso? No creo
yo, oficiales. Los veo con muchas ganas de dejarme libre y seguir trabajando.
No me van a detener.
El hombre asintió.
-No, claro que no. Yo
quiero dejarte libre.
-Claro –Continuó Paris,
sonando cada vez más convincente-, si no he hecho nada malo. Ni siquiera recuerdan de qué me
acusan.
-Sí, sí. Mejor te
dejamos libre…
La mujer la miraba embobada unos segundos,
hasta que agitó la cabeza y volvió a arrugar todo su gesto.
-¡No! Owen, te está
comiendo la cabeza. ¡Detenla!
-¿Solo por probar la
moto de mi amiga? –Creó una nueva mentira-. Miren, está en la otra acera. –Señaló a una chica cualquiera
que pasaba por ahí.
-En ese caso las
detendremos a ambas. –Declaró la mujer, yendo a por ella.
Paris se giró hacia Owen, mirándolo con pena.
Cuando iba a empezar a hablar, le esposó ambas manos y la metió rápidamente en
el coche.
Vio a la chica que estaba junto a ella y
habló, pasando a su plan B.
-Lo siento.
Miró por la ventana a una persona que pasaba
junto al coche, manipuló su propio aspecto para parecerse a esa persona.
Pensaba que así les haría pensar que se equivocaron, pero los dos únicamente
rieron.
-Hija de Afrodita –Rió
la mujer, dejándola completamente paralizada-, tú y la hija de Poseidón no iréis a ningún
lado. ¡Hoy vais a ser nuestra cena!
Las chicas se miraron simultáneamente, viendo
como la mujer se refirió a ellas.
Hefesto: “Los metros no me agradan”
La noche era fría en Brooklyn y un joven
caminaba solo en las calles de esta, en su mirada se notaba confusión. Unas
horas antes su tío, al cual había querido como un padre, le había entregado un
martillo de forja y dicho que era un semidiós, su mundo entero había colapsado
en unos instantes. Unos momentos después su tío le dijo que debía huir por su
propio bien, que ya no podía protegerlo.
¿Abandonar todo lo que conocía y tenía por un
martillo estúpido? Su tío le dijo que saldría
al banco a sacar dinero para el viaje y que saldrían a la mañana, se veía muy
nervioso, miraba a todos lados, como si alguien los estuviera vigilando, le
dijo a Koa repetidas veces que no saliera de la casa hasta que él volviera. Ya
había tomado su cartera y estaba a punto de abrir la puerta, cuando se detuvo y
sacó una carta de su bolsillo. No muy convencido de ello, se la entregó a Koa.
-Koa, si no regreso en
dos horas, abrela -Se veía triste-. Si-sino regreso, haz lo que dice la carta ¿entiendes? No intentes
ir por mí, solo… Sigue lo que dice la carta - Le dio un abrazo y salió rumbo al banco.
El pobre chico solo había atinado a asentir
con la cabeza. Le habían dando tanta información, que no pudo hacer otra cosa
más que sentarse y pensar. ¿Acaso su tío se había vuelto loco? ¿De dónde sacó
que era un semidios? ¿Por que le había dado un martillo viejo, diciendo que eso
lo protegería?
Estaba tan metido en sus pensamientos que no
se dio cuenta del tiempo que pasaba, cuando recordó la carta que tenía en las
manos se dio cuenta que su tío no había regresado y ya era de noche. Koa abrió
el sobre, creyendo que tal vez resolvería sus dudas o tal vez, solo talvez que
todo era una broma, pero lo único que estaba escrito allí era una dirección y
la indicación que de fuera allí. ¿El lugar? Campamento mestizo, en Long Island.
Koa no entendía nada, ¿Allí era donde iban a ir él su tío? ¿Por qué le dijo que
si no regresaba tenía que ir el solo? Pensó por un momento ir a buscar a su tío
al banco, pero recordó lo que le dijo, así que tomó algunas de sus
pertenencias, un poco de dinero, el martillo viejo y salió de su hogar,
creyendo que tal vez lo
vería en el camino…
Así fue como Koa terminó en Brooklyn, solo, en
dirección a Long Island. Llevaba toda la noche caminando tenía frío, hambre y
no sabia ni que creer. Suspiro cansado.
-Todo esto por un
condenado martillo. -El muchacho sacó el
martillo de forja que llevaba en la espalda, este brillaba con un fulgor sin
igual, no sabía qué metal era pero era muy ligero y fuerte.
-Es una noche fría para
que un jovencito se pasee solo no crees?- Koa saltó
sorprendido, ahí en un callejón una sombra lo
miraba, algo le daba mala espina.
-¿Disculpe?- Koa empezó a retroceder, todo su cuerpo
gritaba peligro, podía ver la señal de metro a unas cuadras, si corría hacia
allí la policía o alguien lo ayudaría ¿Verdad?
-Decía que es una noche
muy fría para que un joven esté solo. -Sus ojos centelleaban en la oscuridad-. Que interesante artefacto llevas allí. Debe
ser muy pesado -La sombra comenzó a
avanzar y cada vez se hacía más grande-. ¿Porque no me dejas ayudarte? Ten-
Antes de que la sombra terminara de hablar,
Koa corrió con todas sus fuerzas a la estación, no sabía quién era la sombra
pero tenía claro que no era su amigo, sus músculos gritaban de dolor por el esfuerzo
repentino, pero su cerebro le decía que si paraba estaba muerto. Al llegar a la
esquina giró, allí estaba la entrada al metro, entre tropezones bajó las
escaleras, sabía que venía detrás de él, podía escucharlo arrastrar sus pies.
Espera, ¿arrastrar sus pie?, pensó. Una persona normal no andaría tan
rápido si arrastrara sus pies.
Se le puso la piel de gallina, eso no era
normal, pero no tuvo el coraje de voltear, debía seguir corriendo o lo
alcanzaría. Al llegar a la casilla de pago no se detuvo y simplemente la salto,
podía oírlo atrás de él, su corazón se desgarraba por bombear sangre a su
cuerpo, nunca había sentido tanto miedo ¿Lo peor? No sabia porque.
Al llegar al andén, lo vio vacío, Koa maldijo
en silencio, ¿Ahora quien lo ayudaría?. Un chico de cabello rubio y chaqueta de
cuero apareció de repente a su lado y empezó a hablarle, la sangre en sus oídos
le impedía oír. Justo en ese momento lo que lo seguía salto y se puso frente a
él, y por fin pudo verlo. Koa se congeló, lo que veía no podía ser real, no era
humano, vió la parte baja de su cuerpo y entendió por qué no escuchaban sus
pasos, era
mitad serpiente. El monstruo estaba apunto de
atacar cuando una espada lo atravesó y explotó en humo amarillo. El chico, el
que estaba en el andén, estaba en medio del polvo, con el arma en las manos.
Justo cuando estaba a punto de decirle algo,
escucharon más ruidos bajando por las escaleras. En un acuerdo silencioso,
ambos corrieron a la salida del metro. Más mitad serpientes los perseguían, el
chico de la espada se giró a mitad de las escaleras y les dio un mandoble y
Koa, en un golpe de adrenalina, también logró darle a uno un martillazo en la
cabeza.
Sin verificar si habían muerto o no, siguieron
corriendo al llegar a la calle, hasta que una voz femenina les gritó desde un
callejón.
Atenea: Vorágine
Nathan estaba esperando el metro, su abuela le
había pedido ciertas cosas para ayudarlo a ocultar su “aroma”. Sabía que ahora
al saber su identidad no puede confiar en nadie, cualquier persona podría ser
un monstruo y no necesitaba terminar herido antes de llegar al campamento.
Aunque podía haber tomado un autobús que lo
dejaba más cerca de casa, pareciese que el metro de alguna forma lo llamaba,
como si le dijera que algo importante estaba por suceder y el debiera estar
allí…Era demasiado como para dejarlo pasar así que ahí se encontraba, un chico
de 15 años con bolsas de compra y cimitarras en el interior de la chaqueta.
Nathan se sentó en una de las bancas y sacó
sus armas, pensó que era mejor llevarlas fuera. De todas formas las personas no
las verían por lo que son, como su abuela le había dicho, la niebla las hacía
pasar por raquetas de tenis, estando en Brooklyn ¿Que tan raro podría ser ver a
un chico pasear con bolsas del mandado y raquetas de tenis? Nathan miró
alrededor al hacerse esta pregunta y, sorprendido, se dio cuenta que el andén
estaba vacío.
Una mala sensación llegó a el. Las estaciones
de metro nunca están vacías. Nathan se paró de un salto del banco y blandió las
cimitarras cuando escuchó fuertes pisadas de la entrada. Parecía que algo venía
a toda máquina. Un chico de su edad, de cabello rizado y alborotado entró dando
traspiés e intentando recuperar el aliento. Nathan bajó la guardia. Lo
acaban de asaltar, pensó, pero noto que algo le colgaba de su espalda. Al
acercarse un poco más, se dio cuenta que era un martillo, pero no uno común,
sino gigante y que irradiaba cierto…poder.
Sin guardar las cimitarras, Nathan se acercó a
él, indeciso en hablarle o no.
-¿Acaso tu eres…?- Pero antes de que la pregunta terminara de
salir de sus labios vio como un bulto con escamas cayó entre los dos.
¿Eso es.. una Dracaenae? Si sus ojos no mentían y su investigación de
los monstruos griegos era cierta, un monstruo mitad serpiente, mitad mujer
acaba de aparecer frente a él.
Sin pensarlo dos veces, se fue contra el
monstruo y de una sola tajada lo redujo a polvo. El chico del martillo aún
estaba en shock, pareciera que todo esto era nuevo para el. Apenas estaba
tratando de articular una palabra, cuando escucharon a más Dracaenae bajar por
las escaleras y ambos corrieron a la salida. Nathan escuchó con cuidado,
parecía que al menos tres Dracaenae los perseguían. Tanto él como el chico
martillo les dieron unos golpes a mitad de la salida, pero no podía asegurar
que las habían matado. No podían enfrentarse a ellas, les ganaban en cantidad,
su única escapatoria era huir.
Cuando llegaron a las calles de Brooklyn, no
habían avanzado ni media cuadra cuando una voz humana les llamó desde un
callejón. Una chica morena, de cabello corto y oscuro estaba escondida detrás
de unas cajas, volvía la vista nerviosa a la salida del metro y les seguía
haciendo señas. También puede ver a las Dracaenae, pensó Nathan.
Tomando al chico martillo de la sudadera,
corrió donde la chica, rezando que los monstruos no los hubieran visto.
Ares: Correr siempre
es la mejor opción
Edith se encontraba caminando por las calles
de Brooklyn, sola y perdida. ¿Como había acabado así? Ni ella lo sabía. Se
encontraba intentando recordar el lugar donde el hombre de sus sueños le
hablaba. Sí, un hombre en sueños le hablaba.
Bueno la verdad es que Edith no era de
Brooklyn, sino de Washington. Y te preguntarás “¿Qué hace ella tan lejos de
Washington?“ Bueno, pues ella había escapado del orfanato donde vivía desde
los 10 años ya que su madre, una abogada de prestigio, no la quería. No es
exageración ni nada, su madre literal no la quería, la aborrecía. Al cumplir
los 12 años empezó a tener esos sueños que de normales no tienen nada.
En sus sueños un hombre de unos veintitantos
años le hablaba y le decía que tenía que ir a Long Island, a un lugar llamado
Campamento Mestizo. Edith estaría mintiendo si creía que no era de locos, pero
sus sueños eran tan frecuentes y con tanta urgencia que comenzó a ahorrar con
el poco dinero que su madre le daba, hasta que unos años más tarde tenía lo
suficiente para sobrevivir a su pequeña excursión hasta Long Island.
Y allí estaba ella, a mitad de la calle en un
día normal en Brooklyn, excepto que no era un día normal. Desde hacía unos días
unos seres extraños la perseguían y era todavía más extraño que la gente no
hiciera nada o se inmutaba en la apariencia de esos seres. Ahora mismo se
encontraba escapando de uno de ellos y eso la había llevado directamente a un
callejón .Cerró los ojos con fuerza y se preparó para recibir una estocada o
algo, pero el golpe nunca llegó. Dudosa, se giró a la calle y vio que sus
persecutores ya no estaban. Había estado tan concentrada en huir y perderlos
entre las calles que no se dio cuenta en qué momento dejaron de seguirla.
Edith vió la salida del metro en la otra
esquina de la calle. Si pudiera llegar ahí, sería su boleto a la salvación. Ya
no tendría que estar dando vueltas en Brooklyn y perdiendo el tiempo en huir de
los monstruos. Estaba a punto de dejar el callejón, cuando dos peculiares
chicos salieron de la estación. Uno de cabello rubio traía unas especies de
espadas curvas y el otro… ¿Eso era un martillo de forja? Edith suspiró, el día
no podía ser más raro.Los monstruos que la habían estado persiguiendo salieron
de la estación también. Ahora entendía por que ya no la siguieron a ella, al
parecer tenían una mayor presa.
Sin saber por qué lo hizo, Edith llamó a los
chicos.
- Ah, idiota! - Se dijo a sí misma. Ahora conducía a los
monstruos otra vez a ella.
Bueno, no puede ser tan malo, al menos uno de
ellos tiene un arma, pensó.
Edith volvió a hacerles señas. Los chicos la
miraron extrañados pero afortunadamente le hicieron caso. Al llegar a donde
estaba, el chico de las espadas curvas la miró de arriba a abajo.
-Supongo que traes
armas, cierto? Por que si no te has dado cuenta, estamos en un callejón, sin
salida. Solo es cuestión de tiempo que las dracaenae nos encuentren.
-¿Armas? ¿Dracaenae?¿De
qué estás hablando? - le dijo Edith. Sip,
definitivamente esto iba de mal en peor. El chico del martillo aún estaba
recuperando el aliento cuando señaló a la estación.
- Ya- ya vienen. - Edith y el rubio se voltearon. Tres mujeres
serpientes o “Dracaenae”, como había nombrado el chico, venían furiosas
hacia ellos. Una de ellas tenía la mitad de la cabeza abollada. Eso debió
ser el martillo, pensó, intentando no reírse.
-Genial, ahora somos
tres contra tres, pero uno apenas puede respirar y la otra no tiene armas.
Estamos perdidos - Suspiró el rubio.
-Siempre hay un segundo
plan en estas circunstancias - Dijo Edith.
-¿A si? ¿Y cual es? - Preguntó el rubio.
- Correr. - Edith salió echando polvo del callejón y con
cierto alivio, escuchó como los otros dos la seguían. Era verdad que había
vuelto al problema principal, pero al menos ya no estaba sola.
Zeus, Hades & Dionisio: Minotauro inteligente
Un día como cualquiera otro Emma y Gabriela se
dirigían al bosque, ya que les tocaba guardia para evitar que los monstruos se
acercaban demasiado al campamento. Gabriela ya llevaba 8 meses en el
campamento, vivía en el todo el año mientras que Emma llegó hace apenas un mes,
era su primera guardia en el bosque.
-Emma. -Dijo Gabriela a pocos metros de entrar en el
bosque- ¿Estás
lista?
-Siempre, llevo este
mes entrenando duro y esto es lo más parecido a una misión real que tenemos en
el campamento -Respondió sin dudar.
-Perfecto entonces.
Dan un último paso y entran en el bosque, una
zona donde la luz del sol no toca el suelo por la gran cantidad de hojas. Ellas
recorrieron la parte más cercana al campamento, cerciorándose de que no había
ningún monstruo cerca. Tras una hora Gabriela decide adentrarse un poco más.
-Emma, conozco un sitio
muy bonito y tranquilo dentro del bosque, es a donde suelo ir a pensar, ¿te
gustaría acompañarme? -Preguntó amablemente,
girándose hacia ella y caminando hacia atrás.
-Sí, claro. ¿Por qué
no? Parece que está todo tranquilo por aquí así que no perdemos nada. -Respondió sonrojándose un poco.
Gabriela cambió el rumbo y se dirigió hacia un
claro, en el había unas rocas perfectas para sentarse y descansar. Se pararon
allí y comenzaron a hablar de diferentes temas: como llegaron al campamento,
como consiguieron sus armas, etc. Se llevaban bien a pesar de conocerse poco,
tenían muchas cosas en común.
-Bueno, pues de esta
forma llegué yo al campamento hace ocho meses, a partir de ese momento me
dediqué a entrenar y a cuidar el campamento.
-Fuiste muy valiente
por…
Se escucha un rugido y unos pasos a su
izquierda. De repente, del bosque sale una chica de pelo negro corriendo hacia
ellas.
-¡Ayuda! ¡Ayuda por
favor! Me está persiguiendo…
Detrás de ella apareció la sombra de unos
cuernos, justo después se pudo ver, era un minotauro. Pero no el típico, era
mucho más grande y no de color oscuro si no de un perfecto blanco. Cuando lo
vieron Gabriela sacó su Alabarda y se preparó para la batalla. La chica
llegó a su lado y se puso detrás de ellas pero el minotauro cargó contra el
grupo. Gabriela trató de invocar unas vides, estas salieron del suelo e
intentaron atrapar al monstruo pero iba demasiado deprisa..
-¡Rodad! -Ordenó Gabriela.
Emma y la chica desconocida no lo dudaron y
justo cuando el minotauro llegó todas rodaron, ninguna sufrió ningún rasguño.
El minotauro se chocó contra las rocas y se quedó aturdido.
-¡Gabriela, las vides,
vuelve a usarlas! -Gritó Emma
Gabriela a pesar de estar algo cansada por
haberlas utilizado apenas unos segundos antes lo volvió a intentar, esta vez
funcionaron, las vides le obedecían, les ordenó inmovilizar las piernas, brazos
y también la cabeza, para que no las pudiera romper con el cuerno. A su vez
chispas salieron de Emma, el cielo se empezó a nublar, parecía una tormenta,
pero algo falló, nada cayó de la nube. Emma paró, se sentía avergonzada, no
había sido capaz de invocar un rayo.
-¡Corred!-Ordenó Gabriela dándose cuenta de la
situación.- No resistirá mucho.
Las tres echaron a correr, Gabriela en primera
posición guiándose, de vez en cuando echaba un vistazo hacía Emma para ver que
tal estaba y otro hacia el camino para comprobar de que no las seguía. Al cabo
de unos minutos se escuchó un rugido pero no pasos. Fueron reduciendo la marcha
hasta que se pararon.
-¿Quién eres? -Preguntó Gabriela, acercándose a la
desconocida.
-Pues… Soy… Regina…
Lucifer… -Respondió tratando de
recuperar su respiración normal.
-¿Qué hacías en el
bosque? ¿No sabes que es peligroso?
-Pues no… Perdón, me
estaba dirigiendo hacia un campamento de por aquí, mi padre me dijo que debía
venir aquí, pero no lo encontraba y decidí adentrarme en el bosque, me dijo que
es un sitio para personas como yo…
-¿Personas como tú?-Preguntó, intrigada.
-Sí, mi padre… Pues es
especial… Se llama Hades…
-¿Qué? -Se sorprendió Emma- ¿Otra hija de uno de los tres grandes?
-Parece ser, deberíamos
llevarla al campamento. Yo soy Gabriela, hija de Dionisio y ella es Emma, hija
de Zeus. Es un placer conocerte pero deberíamos darnos prisa, ese minotauro aún
puede volver.
-Era extraño, parecía
inteligente, antes de iniciar la carga se paró un momento, como si estuviese
reflexionando qué hacer…
-Sí, tienes toda la razón
-Dijo sonriendo hacia
Emma-. Debemos informar en
el campamento, desde que Quirón desapareció han pasado cosas extrañas.
-No entiendo que decís
pero bueno, yo os sigo. ¿Sabréis dónde estamos, no? -Preguntó Regina.
Emma y Gabriela cruzaron miradas, intentaron
localizarse. Gabriela tomó la iniciativa.
-Creo que es por aquí,
seguidme.
Estuvieron un buen rato dando vueltas, todo el
bosque parecía igual.
-¿Segura que sabes dónde
estamos? Creo que en este árbol descansamos antes. -Dijo Regina.
-No, estoy totalmente
segura de que estamos cerca…
-Oh, mira, el pendiente
que se me cayó antes
-¿De verdad?
-Qué va, era para hacer
una broma, sigamos.
Las tres se rieron y prosiguieron la marcha,
¿Donde estaban? Solo Zeus lo sabía. Poco a poco el día se estaba convirtiendo
en noche, seguían dando vueltas, pero finalmente consiguieron ubicarse.
-Esperad, esto… Esto me
suena. Vamos por aquí.
Siguieron a Gabriela. Emma empezó a reconocer partes
del entorno, ya sabía también donde estaban, más o menos el campamento estaba a
diez minutos. Nada más pasó, las tres estaban tan cansadas que hasta dejaron de
charlar.
Finalmente consiguieron llegar al campamento,
se dirigieron a la casa grande, esta parecía más solitaria desde que Quirón no
estaba, buscaron y rebuscaron pero el señor D no estaba tampoco.
-Padre… Necesitamos tu
ayuda. Por favor ven al campamento.
No pasó nada, el señor D no aparecía.
-Bueno, ya que hoy no
está y ya es tarde es mejor que te enseñe cuál es tu cabaña, la cabaña 13, la
cabaña de Hades. Emma, si quieres puedes irte a cenar ya…
-No, no me voy a ir,
ahora me quedo con vosotras.
-Vale, como quieras,
vamos entonces a la cabaña.
Emma y Gabriela le enseñaron el campamento a
Regina, ella parecía fascinada, un campamento completo de gente como ella. No
tendría que ocultarse más, nada mas de cristianismo y de la imposición de su
abuela, nada de gente obligándola a hacer lo que ellos querían.
El último lugar de su recorrido era su cabaña.
-Esta es tu cabaña, será
tu casa mientras estés en campamento. Aquí tienes unas mantas para la cama, vas
a necesitar ropa nueva, mientras nosotras te podemos dejar algo. Además, debes
conocer las normas, no salgas de noche, si no serás descuartizada, hay
desayuno, comida y cena gratuito, hay entrenamiento y muchas más cosas que irás
descubriendo. Ahora que ya sabes todo esto deberíamos ir a cenar.
-Muchas gracias por
todo, de verdad, estoy muy cansada, no creo que vaya a cenar. Voy a dormirme
directamente.
Al acabar esta frase se metió rápidamente en
la cabaña y desapareció.
-¿Qué extraño, no?-Preguntó Gabriela
-Que va, es normal, a
saber las cosas que tuvo que vivir. Recuerda que es una semidiosa y, además,
hija de uno de los grandes.
-Ser perseguida por un
minotauro tampoco le tuvo que sentar bien…
Las dos se rieron.
-Bueno, vamos a cenar
anda, le voy a hacer alguna ofrenda a mi padre a ver si aparece…
-No te preocupes, mañana
aparecerá, no suele estar mucho fuera del campamento. ¿No?
-No, no es lo normal…
Pero lo que pasó hoy no me deja tranquila… Un minotauro albino que se paró a
pensar su jugada…
-No te preocupes,
seguro que fue impresión nuestra tan solo.-Acabó Emma y a la vez agarró del brazo a Gabriela y se la llevó
al comedor.
Minotauro
Tranquilamente, en el bosque se encuentra el
minotauro, es raro para su especie ser blanco pero gracias a su gran tamaño
consiguió una buena reputación, era diferente a los de su raza, parecía que era
capaz de pensar. El resto solo se medían por comer, dormir… lo que hagan, el en
cambio trataba de comprender el mundo ¿Por qué trataban de matar a semidioses?
De repente del bosque apareció una chica, olía
a semidiós, a semidiós de los importantes, se planteó si debía atacar ¿Para
qué? Acabar con su vida no le aportaría nada, como mucho se ganaría una mejor
reputación pero se jugaría ser descubierto por los semidioses, un minotauro de
su tamaño les haría pensar que es un problema y lo atacarían. Decidió no
atacar, comenzó a darse la vuelta y algo crujió, una rama.
-¿Hay alguien ahí? -Dijo la semidiosa.
-Mierda -Masculló.
-¡Ah!- Gritó la semidiosa.
Ahora ya no me queda otra opción, pensó.
La comenzó a perseguir, ella echó a correr. Él
no cargó, el minotauro le daba ventaja. Finalmente ella se dirigió a un claro,
a él le vino mas olor a semidiós, otro de los grandes y otra normal, se lo pensó
dos veces pero se acercó lentamente al claro, las escuchó hablar, vio como una
desenfundó un arma y apuntaba hacia él. No quería pero algo lo obligó a cargar,
no era capaz de ordenar a su cuerpo a detenerse. Notaba como una vides trataban
de hacerlo parar, él quería dejarse pero su cuerpo no paraba. Ellas rodaron, en
chocó y quedó aturdido, otra vez las vides, esta vez lo atraparon, daba gracias
por eso pero, de repente sintió que su pelo se erizaba, electricidad, no, no
podía ser, si caía un rayo iba a morir y volver al Tártaro, el no quería.
Se resistió a las vides, pero el rayo nunca
cayó. Se calmó, dejó que las vides se fueran soltando ellas solas. El podría
haber perseguido a los semidioses pero, ¿para qué? Decidió quedarse en el
claro, observando el bosque y el cielo, meditando porque no controlaba su
cuerpo y el porqué de su existencia.
Deméter, Apolo & Hermes: “Vengo a mataros, espero que no os
moleste”.
Era una noche tranquila en Manhattan. Claro,
tranquila si eras un mortal, para estos tres semidioses, la noche en una calle
fría y desierta era más una pesadilla. Caminaban cautelosos, mirando cada dos
pasos hacia atrás. Su olor podría atraer a cualquier tipo de monstruos. Ellos
eran hijos de Deméter, Apolo y Hermes. Tal vez no los mejores dioses, o los más
heroicos, pero al menos no habían mantenido relaciones con media población, si
sabéis de quién hablo.
Como siempre, la multitud se arremolinaba en
cualquier lugar de la calle. La gente paseaba en ambas direcciones, pasaban
algunos coches o ciclistas… Todos ellos eran posibles monstruos enmascarados.
Su olor les llegaría seguro, incluso aunque hubiese un puesto de perritos
caliente, donde un grupo de adolescentes pedían alimentos con total
tranquilidad. Oh, si ellos pudieran ser como ellos. Era lo que más deseaban.
Todavía no se habían presentado entre ellas,
pero sabían que eran semidiosas, por lo que, sin decir una palabra, habían
comenzado a andar juntas. Se habían cruzado las tres en la misma calle y habían
conectado miradas cuando vieron a unas mujeres vestidas de oficina cuyos pies
eran inexistentes, eran colas de serpiente. Claramente asustadas, Joy tomó las
riendas de la situación y, con señas, les dijo que la siguieran. Cuando vio que
ambas estaban a su lado, comenzaron a caminar hasta donde se encontraban ahora.
Joy, aun con el liderazgo, caminó hacia un
edificio que parecía estar abandonado, entrando tranquilamente y caminando
hasta una gran sala bañada por la poca luz del anochecer. Se pusieron en un
círculo, mirándose entre las tres, estudiandose mutuamente. Ninguna sabía si
podía confiar en la otra. ¿Debían? Solo ellas habían visto a los monstruos,
solo ellas veían a través de la niebla. Lo que quería decir que, o eran
monstruos o eran semidiosas.
Casiopea fue la primera en hablar.
-Si sois monstruos, por
favor comedme ya. Me duelen los pies.
-Me llamo Joy, Joy
Sunchild –Respondió la no nombrada líder. Las demás asintieron, instándole a
que continuase hablando-. Soy hija de Apolo, o
al menos eso pareció cuando me reclamó.
-Aileen. Soy hija de
Deméter. Mi padre me mandó viajar hasta esta ciudad para encontrar mis orígenes,
¿Cuáles son vuestras intenciones?
- Yo soy Casiopea,
aunque podéis llamarme Cassie. Soy hija de Hermes. Mi madre me habló de un
lugar donde la gente como yo podía ser aceptada y vivir en paz. –Explicó
Casiopea.
-El campamento mestizo –Les
explicó Joy-. Soñé con él, por eso
vengo. Está en Long Island. Es un sitio para semidioses, está protegido de los
monstruos y hay pistas de entrenamiento. Al menos eso me dijo el sátiro de mi
sueño. Tenemos que llegar ahí, sea como sea.
-No me digas, Sherlock –Rió
Cassie-. ¿Sabes qué tendríamos
que hacer? Ir a por unos perritos calientes. Me muero de hambre y lo único que
traigo son chocolatinas.
-¿Gastaste tu dinero
solo en eso? –Gruñó Aileen.
-¡No! –Se defendió rápidamente
Cassie-. Me las regaló el
hombre de la tienda.
-Eso es extraño. –Comentó
Joy.
-Bueno, el no sabía que
me las estaba regalando.
-No te sigo. –Aileen se
acercó a Cassie y se sentó junto a ella, usando otro bloque de construcción
para relajarse.
-Los ha robado, E.
La chica se llevó las manos a la boca,
sorprendida por la maldad de Cassie.
-Cómo se nota que eres
hija de Hermes.
-¿No que ese dios era
un gracioso? ¿Te sabes chistes también?
La chica bufó y asintió, sacando chocolate de
su mochila y ofreciéndoselo a las chicas.
-Sí, me sé un par. Tal
vez algún día pueda compartir mi sabiduría cómica con vosotras. Por ahora, os
comparto mi comida.
-Gracias. –Dijeron
ambas a la vez, tomando las barritas de chocolate que les eran ofrecidas y
relajándose algo, después de la tensión de ver esos monstruos cerca.
Mientras se encontraban relajadas descansando
y creyéndose a salvo, un misterioso hombre de negocios trajeado las observaba
desde detrás de un muro a medio construir.
-Deberíamos dormir, la
próxima vez no tendremos tal vez tanta suerte. Este sitio es cómodo. –Comentó
Cassie.
-Sí, y se ve el cielo.
Eso es raro en Manhattan.
Joy asintió, agarrando su arco y sacando una
flecha mientras miraba el entorno. Al estar oscuro, nunca vio los ojos con
furia animal que la miraban desde el otro lado.
-Vale, dormid vosotras.
Yo haré una guardia.
-Necesitas dormir, Joy.
–Le recordó Aileen.
-Despiértame en dos
horas –Se ofreció Cassie-. Tú duermes y yo hago
guardia. Luego haré lo mismo con Aileen. Y ya, cuando amanezca, nos vamos. Los
primeros rayos de sol son geniales para viajar.
Las tres asintieron. Cassie sacó de su mochila
una manta y se tumbó, apoyando la cabeza en su chaqueta. Aileen la imitó,
metiéndose bajo la manta para calentarse un poco. Joy sacó una flecha y la
colocó en su arco, lista para disparar si algo se acercaba a ella o a sus
nuevas amigas.
Al cabo de un tiempo, cuando los ojos de Joy
comenzaban a dar pestañeos largos y pesados, una figura se materializó en los
escombros, poniéndola automáticamente alerta. Tensó la cuerda de su arco y
apuntó directamente a su pecho. No podía disparar aun, pues parecía un humano.
Pero eran las malditas tres de la mañana, ¿qué demonios hacía un humano allí?
Debía ser un monstruo. Aun así, no se arriesgó a disparar.
-¿Quién eres? -Preguntó en tono amenazador.
-Soy el que os trae
vuestro trágico final -Dijo el misterioso hombre, riéndose.
Joy dio pasos rápidos hacia donde las chicas
dormidas, ahora completamente despierta por la adrenalina. Su pulso no tembló
en ningún momento. Si en algo era buena era en lanzar flechas. Comenzó a patear
levemente el costado de Aileen. Ella la miró con ojos dormidos pero, cuando vio
al hombre, comenzó a mover a Cassie con una mano, mientras que con la otra
recogía una hoz que había contra la mochila de esta.
Cassie abrió los ojos de manera cansada,
estudió la situación unos segundos antes de hablar.
-Tienes que estar de
broma, hombre. Ni una hora para dormir me dejas.
El hombre entonces comenzó a transformarse,
como si la imagen se borrase y ahora se mostrase al verdadero de él. Era un
minotauro de color oscuro, adulto y con unos cuernos casi tan largos como el
resto de su cuerpo. Estaban curvados y sus puntas afiladas apuntaban hacían
ellas. Como si dijeran “vengo a mataros, espero que no os moleste”.
Las chicas se levantaron de un golpe,
colocándose a ambos lados de Joy. El minotauro inclinó la cabeza y comenzó a
mover la pierna izquierda, como si estuviese cogiendo carrerilla. Era su único
punto para pensar.
-¿Alguien podría
inmovilizarlo o algo? -Pregunta Joy
-Puedes usar las
semillas que guardo en mi collar para hacerlas crecer a su alrededor y que le
aten pero necesitaría tiempo -Responde Aileen
-Agh, podria tratar de
cegarle con luz pero es de noche. ¿Cómo lo distraemos?
-Es medio toro, ¿no? –Ellas
hablaron solamente para afirmar lo que Cassie decía-. Pues toreemos.
Arrancó la lanza del suelo junto a la manta y
la puso frente a las chicas justo cuando el toro comenzaba a correr.
-¡Apartaos! –Bramó la
chica, justo a tiempo para apartar la manta y que el toro pasase, quedando
completamente desorientado al no ver a nadie allí detrás-. ¡Ole!
Joy guardó su flecha y sacó las dagas de su
cinturón, protegiendo a Aileen mientras ella sacaba unas cuantas semillas y las
ponía alrededor de Cassie y el monstruo. Ella se movía poco, dejando un claro
perímetro para que pudiera colocarlas. Cada vez que iba hacia ellas, Cassie las
tapaba con la manta, avisándolas al instante de que debían apartarse, y
apartándose ella al segundo, dejándolo atontado.
Aileen empezó a cantar entonces, haciendo que
el suelo temblara un poco mientras el toro iba detrás de Cassie, quién parecía
algo cansada ya.
-¡ E, cántame algo de
flamenco! No me estás animando.
Al momento en el que las enredaderas se
agarraron a las extremidades del toro, las chicas supieron que era demasiado
tarde. Cassie se había relajado al soltar la broma y el toro la había golpeado,
atravesando su hombro con un cuerno.
Joy, ante semejante imagen, agarró una daga y
se la clavó en la espalda, haciéndolo desaparecer como polvo. Aun así, Cassie
cayó de espaldas en el suelo, con su sudadera cubriéndose rápidamente de
sangre.
Las otras dos chicas corrieron hacia ella,
Aileen no sabía muy bien qué hacer pero Joy sí. Tumbó a Cassie en la manta y
comenzó a quitarle la chaqueta y después la camiseta. A pesar del notable dolor
que debía sentir, la chica soltó una media sonrisa.
-Si querías que me
desnudara solamente tenías que decirlo, Sunchild.
Ailen bufó, sacando de la mochila de la chica
ropa al parecer sucia para tapar la hemorragia.
-¿Es que ni siquiera
herida dejas de ser una imbécil? –Bramó Aileen. Pensaba que la enfadaría, pero
Cassie únicamente rió.
-Nunca.
Joy la inclinó, haciendo que Cassie soltase un
grito ante la acción. Pero tras comprobar que el monstruo no le había
atravesado el hombro y que únicamente se lo había agujereado, estaba más
tranquila. Tomó la ropa que le tendía Aileen y comenzó a presionar, viendo como
todo se teñía rápidamente de rojo y Cassie gruñía de dolor.
Su herida ya estaba casi terminada de
curar cuando un hombrecillo entraba en la sala de nuevo. También era medio
humano medio animal con pezuñas.
-¿Un minotauro bebé?
–Habló en voz alta Aileen, blandiendo sus hoces, lista para atacar.
-Primero, soy un sátiro.
Vengo a llevaros al campamento mestizo.
Al fin una maldita buena noticia, pensó Joy.
Capítulo 2
Artemisa: Mi hermana es un zombi
Aike llegó a la cima con su último respiro.
Había pasado un pórtico de columnas griegas con un cartel en dicho idioma que
indicaba la entrada al llamado “Campamento Mestizo”.
Estaba maravillada con las vistas. Había una
zona clara de entrenamiento, donde los semidioses estaban luchando en estos
instantes. Pero también había gente jugando al voleibol, otras personas
bañándose en el lago… Era la tranquilidad que en su vida faltaba. Un lugar
donde tal vez no se sentiría tan sola.
Se giró para ver a Artemisa, buscando
agradecerle que la acompañase, pero la diosa ya había desaparecido. Algo
perdida, bajó la colina, casi deseando tirarse al suelo y rodar. Necesitaba
dormir por días, comer un banquete y poner los pies en alto. De tanto viajar
por las sombras, Aike se sentía más fantasma que persona.
Una chica se acercó a ella, mirándola algo
extrañada. Posiblemente por no llevar la camiseta naranja como todos. Aike no
confiaba en esa chica, por lo que dejó una mano caer sobre el mango de su
espada. Solo por si acaso.
-Hola –Habló ella-. Me llamo Gabriella Errazúriz, soy hija de
Dioniso.
-Hola. Soy Aike García,
hija de Hades.
La chica la miró extraña. Sus ojos se abrieron
mucho, Aike percibió cómo daba un paso atrás. Automáticamente se puso a la
defensiva.
-¿Sucede algo? –Había
sonado tal vez demasiado agresiva. Ella también se asustaría si la hija del
dios del inframundo estuviera frente a ella agarrando una espada casi igual de
larga que su pierna y con cara de pocos amigos-. Solo quiero algo para comer y descansar, por
favor.
-¡Sí! O sea, no, no.
Solo me sorprendió tu padre divino. Vamos, te daré algo de ambrosía y néctar en
la casa grande.
Caminaron unos pasos, algo lentos dado el
cansancio de Aike. No se pudo resistir a hablar de nuevo.
-¿Qué pasa con mi padre
divino? ¿Te doy miedo?
Las flores alrededor del camino por donde Aike
pasaba se pudrieron al instante. No fue nada voluntario, pero su enfado le
hacía sacar lo peor de ella.
-No –Admitió Gabriella-. Bueno, un poco –Rió de su propia broma-. Ayer a la noche llegó una chica también de
Hades. Tu hermana.
Aike abrió los ojos mientras subían al porche
de la casa. ¿Tenía una hermana? No lo sabía, la verdad. No se lo esperaba en
absoluto.
-Vaya, no lo sabía.
Gabriella se encogió de hombros.
-La conocerás después –Señaló
a una zona de salón que había nada más entrar-. Siéntate, voy a por algo para que comas.
Aike hizo lo que le ordenaron, tumbandose y
relajándose en un sofá largo. Al fin podía descansar, estaba demacrada.
Estaba a punto de dormirse cuando escuchó dos
voces femeninas.
-¿Tenéis a los muertos
aquí? –Dijo la primera voz.
-No, por los dioses –Se
manifestó la segunda voz-. ¿Por qué lo dices?
-Siento muerte en este
lugar.
Ella también podía sentirla, una fuerte
presencia de muerte que se colaba en vuestro pecho. Solo una hija de Hades
podría saber eso. Se sentó al instante, asustando a las otras chicas.
-Debe de ser mi culpa,
hermana.
Afrodita &
Poseidon: Pin. Pin. Pin
Después de conversar un rato, el pánico había
cundido entre Helena y Paris. Sabían que eran semidiosas, que esos dos policías
eran monstruos y que tenían que llegar a Long Island sí o sí. Tenían la teoría
clara pero estaban metidas en una celda con un hombre drogado haciendo chistes.
París iba a reventar.
-El primero dice “tengo
muchas palomas”. A lo que el segundo le dice “¿Mensajeras?”. Y le
responde “No, no te exagero”. –El hombre comenzó a reírse, como si fuese
lo más gracioso del mundo.
Fue suficiente. Paris iba a matarlo. Pero sus
planes se vieron frustrados cuando Helena le agarró el brazo, parándola. Estaba
por reclamarle cuando se abrió la puerta de la celda.
-Vosotras, vamos.
Ambas compartieron una mirada cómplice.
-Estamos muertas. –Sentenció
Helena.
-Relax, Aquawoman.
Solo necesitamos armas. –Mascullaba entre dientes mientras se acercaba hacia el
hombre. Este las agarró de las muñecas y las obligó a caminar frente a él.
Helena elevó la cabeza, viendo cómo una
tubería de agua pasaba sobre ellas.
-Pues ve a por ellas. –Murmuró
Helena antes de comenzar a explotar tuberías.
Pin. Pin. Pin.
Cada tuerca era un momento más cerca de la
libertad. El agente elevó la cabeza justo para que un chorro de agua saliese
disparado hacia su cabeza. De la impresión, el hombre las soltó al instante.
Helena aprovechó para golpearlo en el estómago, dejándolo sin aire.
-¡Ve, ahora! –Le ordenó
mientras la veía huir.
Intentó hacerle la zancadilla y tirarle al
suelo pero el policía empezó a hacer cosas raras. De su espalda salieron unas
alas negras, rompiendo su uniforme y alzándolo.
-¿Crees que puedes
conmigo, hija de Poseidón? Me he comido a muchos de tu especie pero apuesto a
que tú sabes deliciosa.
Era una erinida y su compañera
probablemente también lo sería. Sin armas, Helena únicamente podía andar hacia
atrás, alejándose de ella lo más posible. Dioses, sin Paris ese sería su fin.
Fue entonces cuando una flecha atravesó el ala
del monstruo, haciendo que soltase un chillido agudo. Detrás de ella, estaba
Paris con su arco y una sonrisa en la cara. Esa sonrisa se fue cuando la otra erinida
cortó con las putas de su ala la espalda de Paris, haciéndola gritar e
inclinarse hacia delante, cayendo de rodillas.
La miró a los ojos, como si pudieran hablar
por ahí. Helena la leía perfectamente. “Tírate al suelo” le parecía
decir. Paris sacó dos flechas de su carcaj mientras que Helena se tiraba al
suelo y reptaba hacia Paris, quien había soltado el resto de armas en el suelo.
Necesitaba coger sus anillos y a Sagitam antes que nada.
Mató a la erinida de atrás, pero eso
hizo enfurecer mucho más a la otra, haciéndola clavar sus garras en la espalda
de Paris. Sin pensarlo, Helena convirtió sus anillos en dagas y se lanzó hacia
el monstruo, clavándole sin esperarlo las dagas en el pecho y recibiendo un
tajo en la mejilla.
Casi cantó victoria cuando vio a Paris. Estaba
perdida.
-¿Vas a quedarte ahí
parada o vas a ayudarme? –Bramó Paris tratando de levantarse.
-¡Quédate quieta! –Le
ordenó Helena, buscando con la mirada algún baño-. Voy a sacarte de aquí pero necesito pensar.
-Pues piensa más rápido.
Helena se dirigió a una puerta con un cartel
circular, suponiendo que era un baño. Rápidamente miró detrás del lavamanos y
agarró la caja de botiquín. Volvió al pasillo donde Paris estaba tirada. Estaba
poniéndose en pie y quitándose el carcaj. Ella fue rápidamente y agarró su
espada.
-Súbete a mi espalda –Le
ordenó Helena, pero Paris la miró extraña-. No me mires así, nos vamos ya. ¡Venga!
Se inclinó más y Paris se subió de un salto
sobre ella, quejándose del dolor. Helena fue hacia las mesas y agarró unos
botellines de agua que había por allí. Paris era bastante ligera, así que era
casi como llevar una mochila.
-Coge las llaves de un
coche –Le indicó Paris-. No vamos a llegar
muy lejos andando.
Helena le hizo caso, yendo hacia donde Paris
había sacado las cosas confiscadas y agarró unas llaves de coche. Por suerte,
no parecía haber mucha gente en la comisaría, sería porque era muy temprano. No
sabía que les estaría mostrando la niebla a los mortales, pero no era su
principal problema ahora.
Pulsó la llave del coche y corrió hacia el que
se le habían iluminado las luces. En situaciones normales no habría robado un
coche, pero esto era una excepción por una amiga.
Soltó a Paris en el asiento trasero con las
armas y vio cómo seguía sangrando. El tajo era algo profundo y donde le
había clavado las garras dejaría unas cicatrices. Le quitó la camiseta a Paris,
a pesar de que se quejase, y la utilizó para parar la hemorragia.
-Tú conduce –Le ordenó
Paris-. Yo me ocupo de esto.
Helena la miró indecisa. Se quitó la chaqueta
y se la pasó para que la usase de trapo. Se sentó en el lado del conductor y
arrancó, metiéndose rápidamente entre las calles. Buscó alejarse de la
comisaría y luego de un rato conduciendo y unos giros, encontró un callejón lo
suficientemente grande como para ocultarse.
Se bajó ahora sí del coche y fue a revisar a
Paris.
-Voy a moverte al
maletero –Le informó mientras la elevaba y corría hacia la parte trasera-. Quítate el sujetador y túmbate boca abajo,
voy a coserte –Sacó de su bolsillo una bolsita con unos dulces dentro-. Es ambrosía, tómatelo. Te curará.
Aunque París no se veía totalmente convencida,
lo hizo. Helena vertió parte de la botella de agua sobre su espalda, haciéndola
gritar. Con el botiquín, limpió las heridas poco a poco. El tajo no necesitaría
puntos pero sí las heridas de las garras. Así que se puso manos a la obra.
-Mierda, Helena. Esto
duele.
Sin saber cómo ayudarla, Helena decidió usar
su poder para cambiar el estado de una de las botellas que había agarrado y la
congeló, convirtiéndolo en hielo el contenido de su interior. Corrió hacia
delante y agarró su chaqueta, que no estaba tan llena de sangre. La enrolló
sobre la botella y la colocó sobre la espalda de la chica. Al instante, Paris
soltó un gemido.
-¿Y ahora qué?
–Preguntó la chica.
-Ahora vamos al
campamento.
Zeus, Hades &
Dioniso: Navidad de los herreros.
-Debe ser culpa mía,
hermana
Gabriela miró a Aike y pasó su mirada hacia
Regina. Claramente se sentía la tensión en el aire, tenía que romperla.
-Bueno, sí, Regina,
esta es tu hermana recién llegada –Dijo con una sonrisa amplia, pero que en el
fondo era insegura.
Regina entró en un estado de shock, o eso le
pareció a Gabriella. Debía de ser raro enterarse de que tienes una hermanas y
en menos de diez minutos conocerla.
-H-hola, soy Regina
Schuyler. ¿Tu?
-Aike García, hija de
Hades -Su físico era muy
diferente al de Aike, eso seguro. Pero tenían el mismo fuego en los ojos. La
misma rabia. El mismo dolor-. La muerte nos une, hermana.
-Hey, Aike, tranquila- Intervino Gabriella, sorprendida por las
fuerzas que aún le quedaban para ser capaz de responder pesar de su estado–.
Deberías comer esto -Se acercó y le metió
la ambrosia en la boca antes de que pudiera decir algo más-. Regina, no te preocupes, está muy cansada y
quizás irritable.
Regina asintió.
–Creo que me llevaré bien con ella, es
cuestión de simplemente conocernos mejor –Dijo sin más–. A lo que iba, ¿qué
hacemos aquí? O mejor dicho ¿Qué es este lugar en el que estamos?
Antes de que alguien le pudiera responder,
Aike tragó con fuerza y miró a Gabriella malamente.
-Te escucho, ¿sabes? No
me tranquilizo, aprendí a desconfiar de cada cosa que se mueva–Su expresión
dura se suavizó cuando sus ojos aterrizaron en su hermana-En cuanto a ti, Regina, creo que esto es un
santuario a nuestro padre o algo así.
-También debes tomar
esto, te hará sentir mejor –Le indicó Gabriella, dándole un vaso con una
sustancia roja, néctar-. Respondiendo a tu
pregunta, Regina –Le dio una mirada a Aike–, esto es la Casa Grande del
campamento. Aquí se juntan el director y nuestro entrenador que, por razones
desconocidas, hoy no se encuentran presentes.
-Por el momento –Interrumpió
Emma-, es mejor que os
llevemos a vuestra cabaña. Allí podréis hablar y conoceros mejor.
Emma fue hacia la puerta sin importarle la
aprobación de ambas niñas. La abrió, dejando que la luz del sol de la mañana
entrase, a la par del calor de ese verano que poco a poco se estaba disipando.
-Sí, por mi sí –Rió
Regina-. No creo que tenga
otra opción.
-Vale, vayamos –Accedió
Aike-. Estoy cansada. ¿Cuántas
camas hay?
Mientras caminaban hacia afuera, Gabriella y
Emma compartieron una mirada llena de tensión. No era nada bueno enfadar a un
hijo de Hades, imaginen a dos.
-Hay literas. –Le
contestó Regina.
-Perfecto –Habló Aike-. No estoy de humor para compartir cama.
-Oh, querida –Se burló
su hermana-. Yo ronco. Créeme que
compartir cama era lo mejor que te podía pasar.
-Tranquilas, sois las únicas
en esa cabaña –Les explicó Gabriella-. Es muy raro que uno de los tres grandes tenga un hijo, nunca
mejor dicho dos.
-Oh, genial –Se
manifestó Aike-. Estoy bastante
cansada, así que no creo que me entere de nada de lo que sucede en la cabaña.
Ahora, por favor, vamos rápido –Gabriella realmente no entendía cómo Aike era
capaz de caminar tan rápido estando tan cansada como clamaba. Probablemente era
porque había tomado bastante ambrosía y néctar, pero por sus evidentes ojeras,
esa chica necesitaba una buena y larga siesta-, odio el sol.
-Tu color pálido nos lo
dijo. –Trató de bromear Emma, pero cuando vio que Aike iba a sacar su espada,
la muchacha corrió a esconderse detrás de Gabriella.
-Oh, me usas de escudo
humano. Muy bonito.
-Cállate,
creí que me iba a matar.
Aike se rió de ella
junto a su hermana pero no dijo nada.
Para llenar el
incómodo silencio, Gabriella estuvo explicándoles a ambas un poco el
campamento. Las pistas de voleibol, la zona de entrenamiento, el lago, la
herrería de Hermes, cómo los semidioses de Atenea estaban diseñando nuevas y
pequeñas cabañas… Más o menos un tour como el que le había hecho a Emma cuando
ella llegó unos meses atrás al campamento.
Entraron en la cabaña,
dejando a las hijas de Hades caminar delante. La cabaña claramente necesita
reformas. Hay tres literas en la pared a la izquierda y un escritorio a la
derecha. Un pequeño sofá de tela y una mesilla con marcas de que alguien había
colocado los pies ahí encima. Una bolsa, que Gabriella supuso que sería de
Regina.
-Esta
cabaña necesita reformas. –Sentenció Aike, dándole un vistazo rápido.
-Bueno,
creo que eso ya es pelea vuestra. Tendréis mucho tiempo para decidir qué hacéis
con ella.
Aike se mordió el
labio, como si fuese a decir algo y no estuviese segura de si decirlo o no.
Gabriella se acercó a ella.
-¿Todo
bien?
-Sí,
bueno, no… No quiero hablar de eso ahora –Admitió-. Tal vez más tarde.
-Vale
–Gabriella decidió no presionarla. Necesitaba hacer que esa chica confiase en
ella si no quería tener problemas y poder ayudarla-.
Estamos aquí para escucharte cuando lo necesites, ¿vale? Cuando quieras.
Aike asintió y le dio
una sonrisa débil con agradecimiento.
-Gracias
por el recorrido. Voy a dormir.
-Regina
–Habló Emma-. Vendremos a por ti para ir a comer. ¿Cuidas
tú de ella o quieres que nos quedemos contigo?
-No,
tranquila –Dijo la chica-. Creo que puedo con ella.
-Bien
–Concluyó Gabriella-. En ese caso las dejamos. Descansad.
Cerró la puerta de la cabaña
y miró a Emma. Se alejaron un poco de la cabaña 13 y cuando estaba a punto de
hablar Emma se puso frente a ella y la agarró por los hombros.
-Tengo
que decirlo, ¿qué demonios? ¿Dos hijas de Hades? Y yo de Zeus. Dios, Gab, hay
sueltos tres hijos de dos de los grandes. Eso con suerte de que de la nada no
aparezca un hijo o hija de Poseidón. ¿Qué está pasando?
El rostro desesperado
y asustado de Emma alertó a Gabriella. Puso sus manos sobre las suyas y les dio
caricias.
-No
lo sé, Em. Pero vamos a descubrirlo –La miró a los ojos-.
Vamos a hablar con el oráculo.
Ambas caminaron hacia
la Casa Grande, más bien corrieron. Necesitaban
encontrar a Rachel y
hablar con ella. ¿Había salido una nueva profecía? ¿Una antigua por fin se
estaba cumpliendo? No lo sabían.
Cuando estuvieron
cerca, vieron un gran número de campistas, líderes, sobre todo, dirigiéndose
hacia la Casa Grande. Emma y Gabriella se miraron y corrieron hacia allí.
-¿Qué
sucedió? –Exclamó Gabriella.
-Ha
sido Rachel –Le informó uno de los líderes de cabaña, la de Deméter-.
Sus ojos se pusieron blancos y ha empezado a hablar.
-¿Una
profecía? –Se alteró Emma.
-Me
temo que sí.
-¿Podemos
leerla? –La chica asintió. Mientras un par de chicos asistían a Rachel, ellas
fueron hacia el despacho de Quirón, ahora vacio.
El campamento estaba
en las manos de un hijo de Atenea provisionalmente, que había hecho un comité
con todos los líderes de las cabañas para llevar el campamento lo mejor
posible. Por suerte, Gabriella era líder de su cabaña, por lo que tenía acceso
a cosas como esas.
Dentro del despacho,
la líder de Deméter agarró un folio que había sobre la mesa y se lo mostró a
las chicas. Ahí se podía leer:
Nacida del lugar más
profundo
Habrá de derrotar a
los monstruos más oscuros
Las adversidades
fueron muchas
Para aquella que corre
sola
La llave se encuentra
escondida en los enemigos
El mundo podría caer
en las manos
De aquellos que causan
el terror.
Un monstruo ayudará
Y con el mayor de
todos deberán acabar
-Nada
tiene sentido –Se quejó la muchacha-. ¿Nacida del lugar más profundo? ¿Hija
de quién es?
-De
Hades. –Contestaron ellas a la vez. La chica las miró extrañadas.
-No
hay ninguna hija de Hades.
-Las
hay –Gabriella miró a su rostro esta vez-. Hay dos. Una llegó anoche, otra hace
menos de una hora. Veníamos a preguntar si estaba pasando algo.
-Es
la tercera hija de un grande –Informó Emma-. Yo soy hija de Zeus.
La chica se turnó para
mirarlas sorprendidas.
-Se
viene algo gordo, otra guerra –Sentenció la chica-. Y una de ellas va a
ser la clave de que ganemos o perdamos.
Ambas asintieron,
quedándose en silencio. Gabriella soltó el papel sobre la mesa, mirándolo como
si quemase. La tensión se había colado en el aire, tejiendo un hilo del miedo
sólido. ¿Cuánto tiempo de calma les quedaba? ¿Y si ya había comenzado la
tormenta? Quirón desaparecido, los dioses sin hablar, los más poderosos en la
maldita universidad… ¿Sobre quién recaía entonces la presión de salvar el
mundo?
Antes de poder hablar
de nuevo, un gran golpe se escuchó fuera de la casa. Corrieron hacia ver qué
había pasado y vieron una gran nube de humo arremolinarse alrededor de un pino.
-¿Qué
ha pasado? –Le preguntó Emma al líder de Hefesto.
-Creo
que un idiota se ha chocado contra un árbol –Rió el chico. Luego se giró para
ver a sus compañeros-. ¡Chicos, vamos a desguazar ese coche! ¡Ahora
tenemos nuevas piezas!
-Es
la navidad de los herreros. –Rió Gabriella.
-Creo
que tenemos que ir a ver quién está dentro de ese coche.
Y con eso, caminaron
hacia allí.
Atenea,
Ares & Hefesto: ¡Tres!
Los chicos corrieron
como si fuesen a morir si paraban, porque era probablemente lo que iba a pasar.
Nathan corrió delante de ellos, pues él conocía la ciudad, metiéndose en un
callejón con unos cubos de basura, cerca de un restaurante chino.
Se quedaron quietos,
apoyados en sus rodillas y tratando de recuperar el aire que parecía no querer
entrar en sus pulmones. La carrera había sido tremenda, pero al menos habían
podido darle esquinazo a los monstruos esos.
-¿Qué
era eso y por qué los estaba persiguiendo?
-Son
dracaenae, unos monstruos mitad mujeres mitad serpientes. Nos atacan
porque somos semidioses. Hijos de…
-¡Cuidado!
-Alertó
el chico. El muchacho los empujó a ambos, consiguiendo que esquivasen el golpe.
Sin embargo, al hacer eso, una dracaenae le hirió en el brazo.
Nathan sacó sus
cimarras y se pusieron espalda contra espalda, estaban rodeados por tres
dracaenae. La chica tenía una mano en su pantalón y estaba aun en el suelo,
mirando desafiante a los enemigos.
-A
la de tres. -Indicó Nathan calmadamente, pero cuando
una se lanzó hacia Koa, hubo un cambio de planes.
-¡Tres!
Nathan unió sus
cimarras y corrió hacia su monstruo. Con su espalda de doble filo, la puso a un
lado y corrió de tal manera que cuando se curzó con la dracaenae la
cortó por la mitad, haciendo que sangre negra corriese por su arma y se
convirtiera en polvo.
Se giró para ver a sus
compañeros. La chica estaba guardando sus dagas mientras que el chico tenía una
mano en su brazo, completamente cubierto de sangre.
-¿Estás
bien, chico?
Nathan caminó hacia
él, necesitaba hacerle un torniquete. Así que se quitó la chaqueta y luego la
camisa que llevaba. Le indicó al chico que extendiese el brazo y comenzó a liar
la camisa sobre la herida.
-Duele
bastante, pero sobreviviré.
La chica caminó hacia
ellos, mirando alrededor, completamente desconfiada. Tal vez podría venir algún
monstruo pero con esos tres era más que suficiente. No debería haber ninguno
más, ¿no?
-Me
llamo Edith White.-Se presentó la chica-.
Hija de Ares.
Nathan le tendió la
mano y la chica se la apretó.
-Nathan
Grant, hijo de Atenea.
El otro chico soltó
una risa algo forzada.
-Y
yo pensando que estaba solo aquí. Koa Kekai, hijo de algún dios también. No sé
cuál.
-No
pasa nada –Le alentó Nathan-, Te reclamará pronto.
-¿Me
qué? –Habló de inmediato el chico.
-Te
sale un simbolito del dios sobre la cabeza. –Explicó con calma el muchacho.
La tal Edith tenía la
mirada clavada en el brazo de Koa.
-Hay
que curarte eso.
-Vamos
a casa de mi abuela -Ofreció Nathan-.
Allí puedo curarte. Y hablamos más. Además, está cerca.
Todos accedieron.
Al llegar a casa de la
abuela de Nathan, la señora hizo que la chica y Koa se sentaran en la sala en
lo que Nathan buscaba lo necesario para curar la herida del chico.
Nathan regreso a la
sala con una botella de alcohol, algodón y una venda. El rubio se sentó al lado
del herido para poder ver bien la herida, pero al tocar la herida, una extraña
energía comenzó a recorrer los dedos de Nathan; ahí fue cuando recordó que su
abuela había mencionado que él tenía el legado de Hécate.
Había un silencio raro
en la sala. Todos se miraban nerviosos. El único sonido que había eran los
gruñidos de Koa.
-¿Ibais
al Campamento Mestizo, no? –Habló Edith-. Por eso estáis aquí.
-Bueno,
yo vivo aquí –Rió Nathan-. Estaba haciendo la compra. Pensaba ir
mañana.
-Se
te adelantaron los planes, hermano. –Rió Koa. Su risa se convirtió en una queja
cuando Nathan pasó un algodón sobre su brazo.
-¿Hija
de Ares entonces? –Se dirigió el chico a Edith. Ella asintió-.
Tiene sentido. Atacaste a esa dracaenae desde el suelo. Bastante impresionante.
-Gracias
–Dijo la chica, algo tímida-. Me gustaron tus cimarras. Aunque su
martillo me llama más la atención.
-Si
sabes usarlo te lo regalo –Rió el chico-. Es más ligero de lo que pare-
¡Maldita sea, Nathan, a la siguiente te comes el algodón! ¡Véndame y acaba con
mi dolor de una vez!
El chico lo miró
sorprendido por su sobresalto, alejando el algodón mientras que la risa de
Edith llenaba el salón.
-Parece
que alguien está enfadado.
-Estoy
harto de ser un semidiós o lo que sea que sea –Bufó Koa-.
Quiero dormir.
-Hacedlo
–Intervino la señora Grant-. Os vendrá bien descansar, mañana por
la mañana os puedo llevar yo al campamento.
Nathan se levantó de
un salto y se dirigió hacia su abuela.
-No
hace falta, nana. Nosotros podemos apañárnoslas.
-¡Hijo,
por favor! No es ningún problema para mí. Hace mucho que no cojo el trasto
este. Venga, a dormir. Vosotros podéis dormir en los sofás. No sin que antes
Nathan te vende, niño –Señaló su abuela a la herida de Koa, que al fin había
dejado de sangrar-. Así que venga.
Al día siguiente, con
el descanso que necesitaban, se prepararon para el viaje. Nathan le dejó ropa
limpia a Koa y a Edith, hizo sus maletas y fueron al coche. Aun tenían dos
horas hasta Long Island.
Estaban tranquilamente
viajando en el coche cuando los chicos comenzaron a mirarse.
-Nana,
para –Le ordenó Nathan. Ella hizo caso a su nieto, parando a un lado de la
carretera del bosque de Long Island-. Hay un monstruo cerca, estoy seguro.
No es bueno que estemos aquí. Debemos ir andando.
Todos se bajaron del
coche de inmediato. Nathan se colgó su mochila y miró un mapa que llevaban.
Según las coordenadas, estaban cerca del lugar. La dirección era el número pi.
-¿Y
si nos dividimos? –Propuso Edith-. Dos vamos a ver dónde está la gran
colina esa y otro que se quede aquí para defender a la señora Grant. Así iremos
sobre seguro.
-Está
bien –Accedió Koa-. ¿Quién se queda?
-Yo
creo que tú, Edith –Propuso Nathan-. Si nos hieren yendo hacia allí, qué es
bastante posible, no creo que quieras ver demasiada sangre.
La muchacha abrió los
ojos ampliamente.
-Apoyo
eso, me quedo.
Ellos asintieron y se
introdujeron en el bosque de pinos, listos para buscar la gran montaña con el
portón griego que les habían contado.
Después de haber
encontrado el camino correcto, decidieron regresar a por Edith, pero cuando
llegaron al camino principal, se encontraron con la chica corriendo de un
minotauro y a la abuela de Nathan apenas consciente. El rubio corrió a donde
estaba su abuela.
-¡Nana!
-Exclamó
el chico. Vio una herida de la que brotaba sangre de su estómago. No tenía
buena pinta-. Tranquila, vas a ponerte bien.
-Mi
niño -La
mano arrugada de su abuela se colocó sobre su mejilla, sus ojos llorosos le
indicaban que su abuela no iba a luchar más. Este sería su fin. En un bosque,
con el estómago atravesado, desangrada. Su dulce abuelita moriría de la manera
más brutal imaginable-. Cumple tu destino, tu deber. Está todo
bien. Ya no me necesitas. Estoy segura de que serás el mejor luchador de todos.
Agarró la mano de su
abuela, llorando al ver cómo cerraba los ojos y no los volvía a abrir.
Con la adrenalina del
minotauro persiguiendolos y el dolor de la muerte de su abuela, Nathan corrió.
-¡Por
aquí! –Indicó Koa, corriendo más rápido que todos para indicarles el camino.
No es momento para
llorar, se dijo Nathan.
Corrieron un poco más,
hasta que sus pies quemaron y sus pulmones se quejaron de la falta de aire.
Pero la adrenalina los obligó a continuar corriendo, un paso tras otro sin
parar en ningún segundo. Ni siquiera oían al minotauro ya.
Nathan paró de golpe
cuando vio un portón de columnas griegas lleno de enredaderas. A pesar de su
leve dislexia, pudo leer a la perfección lo que ponía en el cartel. “Campamento
mestizo”.
Subieron rápidamente
la colina y admiraron la vista del objetivo, del lugar por el que su abuela
había dado la vida para que llegasen ellos vivos. Era como si ella quisiera
acabar así, dignamente, salvando a su nieto una última vez.
Nathan cayó de
rodillas, llevándose las manos a la cara y llorando la pérdida de su abuela.
Automáticamente sintió dos pares de brazos rodeándolo. Eran Koa y Edith. Se
dejó llorar en sus brazos, teniendo un leve tembleque. Al fin un lugar donde
estar a salvo. Toda su vida acababa de cambiar en menos de 24 horas.
-Ha
sido muy valiente –Le dijo Edith-. Le dije que corriera pero se interpuso
entre el monstruo y yo para que no me atacase –Una lágrima también se escapó
por sus ojos-. Creo que has sacado su valentía.
-Me
gusta creer eso. –Admitió Nathan.
Estaban limpiándose
las lágrimas y preparándose para bajar cuando un gran estruendo se escuchó a
los pies de la colina. Un coche azul, con el capó estrellado contra un árbol y
cuatro personas en el interior en situaciones deplorables.
Los chicos compartieron
una mirada cómplice antes de correr hacia abajo para ayudarlos a salir de ahí.
Deméter,
Ares & Hermes: Joy, duele.
Joy
-Joy,
duele. Joy, duele. Joy, duele.
-¡Al
siguiente “duele” te corto el brazo! –Bramó Joy, ya harta de las quejas
de Cassie mientras la cambiaba la venda.
-¿Puedes
moverte, niña? Beh. –Habló el sátiro, que se había presentado como Martín.
-No
–Contestó la chica-. Esto duele un montón. Creo que dormir
mal.
La noche anterior,
cuando el sátiro les había dicho que no estaban muy lejos del campamento,
habían decidido descansar en el lugar y en cuanto los primeros rayos de sol
aparecieran salir hacia allí para que la pudieran tratar mejor.
Así que ahora debían
sacar a Cassie de la cómoda postura que por fin había conseguido la noche
anterior y encontrar un vehículo.
-Vamos
a necesitar una camilla –Decidió Joy-. No creo que esté en condiciones de
levantarse.
-Menos
mal que te has dado cuenta, Einstein –Se burló Cassie-.
No sé qué haría sin ti.
-De
verdad que eres insoportable –Declaró Aileen-. ¿No ves que ella
solo está tratando de ser amable contigo? ¿De ayudarte?
La chica tumbada bufó
mientras Joy la dejaba en esa posición. Tenían que pensar en una manera de
mover a Cassie y de llevarla hasta el campamento. Un coche sería lo mejor.
Podía hacerle un puente, recordaba de cómo lo hizo ya una vez, hace algún más
tiempo.
-¡Callaos!
–Ordenó Joy, llamando la atención de todos-. Si no tenéis un plan de cómo levantar
a Cassie, entonces no abráis la boca.
-Pero-
-¿Qué
dije? –Joy la miró, tratando de matarla con sus ojos. Ya había tenido
suficiente de ellas dos.
-Tengo
una idea. –Se quejó Aileen.
-Peor
que quejarte de la chica no pude ser. Así que, adelante, dilo. –Dijo Martín.
-Hay
una camilla de tela en el basurero –Comentó-. Con unas plantas
podemos hacer unos nudos para arreglarla y listo. Así podemos llevarla como un
trono hasta el campamento.
El sátiro soltó un
sonido de cabra antes de hablar.
-Pero
pesa demasiado para llevarla hasta Long Island cargando.
Cassie bufó y lanzó
una patada al sátiro. Aileen y Joy asintieron.
-Lleva
razón–Le dijo Joy-. Por eso voy a robar un coche. Sé
hacerles el puente. Así que puedo arrancarlo y tenerlo aquí en un segundo –Elevó
la barbilla para hablarle a Aileen, cuyo rostro mostraba que estaba de acuerdo
con lo que Joy decía-. ¿Vas tú a por esa camilla y la
arreglas?
-Sin
problemas. –Le respondió inmediatamente.
-Bien
–Miró a Martín-. Tú vigílala. Que no se mueva mucho,
podría desangrarse.
El sátiro hizo un
gesto militar y soltó un balido.
-A
sus órdenes.
-¡Pues
venga!
Aileen tiró hacia una
dirección, mientras que Joy fue justo a la contraria.
Aileen
-Ten
cuid… -Trató
de advertir Joy demasiado tarde ya que Aileen ya se había ido.
Aileen se movió con la
mano apoyada en la pared derecha del callejón, así evitaría perderse aun así
las calles eran un laberinto, todas iguales, algunas se podían diferenciar por
algún grafitti o un contenedor de basura. No encontraba nada que le pudiese
servir, siguió caminando hasta que en el fondo de un callejón vio la camilla vieja.
Este callejón tenía
forma de T, la camilla se encontraba al final y se accedía a él por dos sitios
diferentes.
Aileen avanzó, se
encontraba a pocos metros de la camilla pero, de repente, de una de las
entradas salió un hombre vestido con un sombrero, ropa oscura y un bastón.
Parecía mayor, mientras detrás de él su compañero era un hombre grande y
fornido, mucho más joven que el del bastón, vestido con una bata de enfermero.
Aileen echó a correr intentando llegar a la camilla a ver si había algo con que
defenderse, instintivamente intentó alzar sus hoces pero se las había dejado.
Ya se encontraba junto la camilla pero la misteriosa pareja siguió acercándose,
lentamente y sin decir palabra. Aileen tenía miedo, no sabía qué hacer, podría
pasar cualquier cosa. El señor mayor decidió hablar.
-Usted
decidirá cómo acaba esto. Si usted se comporta amablemente y deja todas sus
pertenencias incluida la ropa sin armar ningún jaleo, podrá irse sin
inconveniente ninguno. Pero si usted decide resistirse dejaré a mi guardaespaldas
hacer lo que le plazca. -Dijo el señor golpeando el suelo con el
bastón-
Charlie, vaya a recoger las cosas.
Sin dudarlo el hombre
más joven se acercó a Aileen, esta no era capaz de mediar palabra, recuerdos
que creía olvidados volvieron a su mente, la cara de su padre, sus enfados con
ella… No, no quería recordar, no quería obedecer a estos hombres, estaba
enfadada, no iba a permitir esto. En cuanto el llamado Charlie estuvo lo
suficientemente cerca Aileen decidió hablar.
-¡No!-Gritó
mientras le propiciaba una patada en las partes nobles-¡No
voy a atender a sus ordenes!
Charlie gritó.
-Como
usted quiera señorita. Charlie, barra libre, toda tuya.
En cuanto esas
palabras llegaron a los oídos de Aileen ya estaba suspendida en el aire,
Charlie la había levantado por el cuello. Se estaba quedando sin respiración y
los múltiples puñetazos que estaba recibiendo en el estómago no mejoraron la
sensación. Se dio cuenta de que algo dentro de ella se estaba rompiendo, le
ardía el torso. Seguía tratando de respirar pero le dolía inspirar.
Charlie la lanzó
contra el suelo y comenzó a darle patadas por todo el cuerpo, Aileen colocó los
brazos instintivamente para que los golpes no llegaran a la cabeza, pero
lamentablemente esto hizo que Charlie se animara y golpeara los brazos, una y
otra y otra vez… Hasta que algo crujió. Aileen no era capaz de mover el brazo
derecho, seguramente se había roto, el otro estaba en proceso.
Los recuerdos
volvieron, vio a su padre, vio las palizas, sintió el miedo de nuevo, no había
sentido nada igual, por lo menos las palizas que le daba su padre parecía que
iban con amor, le decía que era por su bien, ella se lo creyó durante mucho tiempo
pero esta paliza no era así eran golpes y golpes sin palabra alguna, un sin
parar. Los segundos se hicieron minutos y los minutos se hicieron horas, Aileen
no sabía cuánto tiempo o cuantos golpes llevaba pero la sensación de que
moriría cada vez era mayor.
-¡Para!-Ordenó
el señor-
Ya está bien, déjame ver -Se acercó a ella-
No sé como siquiera sigue consciente.
Charlie se rió.
-
Lo siento señorita pero le había avisado. Quien avisa no es traidor ni
mentiroso.-Dijo y golpeó con la parte superior del
bastón la cabeza de Aileen como si de una bola de golf se tratase-
Quítale la ropa y todo, vámonos. Cuando vaya al hospital le sacaremos más
tajada.
Todo se oscureció, las
imágenes de su padre seguían rondando su cabeza, tenia pesadillas y gracias a
esto despertó. No sentía los brazos, no era capaz de moverlos, le costaba
respirar pero sabía que tenía que avanzar y volver. Agarrándose a donde podía y
tratando de recordar dónde se encontraba su grupo. Minutos más tarde llegó.
-J-Joy…
Duele-
Dijo tratando de gritar pero solo le salía un hilo de voz-.
J-Joy,
d-duele.
-¿Aileen?-Dijo
Joy conmocionado al ver el aspecto de Aileen, le sangraba todo el cuerpo,
llevaba los dos brazos colgando, un chichón enorme en la cabeza.-
¡Por todos los dioses!
-Soy…soy…yo.
Justo cuando se iba a
desplomar Joy la agarró y la tumbó en el suelo. Rápidamente recogió ambrosia y
se la puso en la boca.
Joy
Joy decidió hacer un
recuento de daños mientras conducía, al fin habiendo llegado a Long Island.
Cassie parecía tener
infectada la herida al no haber podido limpiarla, Aileen estaba inconsciente
tumbada en el asiento trasero con un brazo que parecía pasado por una
trituradora y el maldito sátiro llevaba media hora dándole razones por las que
debía dejarle morder sus flechas y comerse de lo que sea que estaban hechas.
Era simplemente
fantástico. En una sola noche casi habían conseguido matar a dos chicas. Es que
era increíble la horrible suerte que tenían. ¿Es que algo podía ir peor? ¡Por
supuesto!
Estaban conduciendo
por un camino de tierra, una gran montaña debería verse o ese caminito debía
llevar hasta allí. El sátiro tenía una orientación horrible, así que no tenían
ni idea. Habían visto un coche hace un tiempo atrás pero no creía que los
semidioses viniesen en coche.
-¡Por
allí! –Señaló Martín, una dirección sin ningún camino.
-Pero
no hay camino. No puedo meterme.
-¡Claro
que sí! –Se quejó el sátiro. Se estiró y, demasiado rápido para que Joy se
diese cuenta, estaba girando el volante para meterse en el bosque sin sendero-.
¡¿Ves?! ¡Beh! ¡Es fácil!
-¡Estás
como una cabra!
Casi rió de su propia
broma cuando vio una mancha marrón correr a toda velocidad hacia ellos. Dio un
volantazo, derrapando y corriendo hacia otra dirección.
-¡Es
un minotauro! –Rió el sátiro, haciendo que Joy tuviese ganas de estamparse
contra algo y acabar con su sufrimiento.
Para una vez que sus
sueños se cumplían, no eran exactamente los que ella quería. Había cerrado sus
ojos para negar y cuando lo había visto tuvo que esquivar a un maldito ciervo.
Perdió completo control del coche y acabó chocando contra un maldito árbol.
Todos dijeron al
unísono:
-Joy,
duele.
Capítulo 3
Afrodita
& Poseidon: ¿Amigas?
Helena le pasó a Paris
la caja rosa de donuts mientras ella mordía uno. Aunque estaban cerca de Long
Island, Helena no aguantaría un “Tengo hambre”, “¿Falta mucho?” o “Creo que se
me va a despegar la espalda del cuerpo”. Así que paró en una cafetería, compró
un único café y unos donuts con el escaso dinero que tenía en los bolsillos y
procedió a ocupar la boca de Paris antes de que pudiera quejarse de algo más.
Pasaron un rato más en
silencio, simplemente masticando esas bombas de grasa. Helena sentía como Paris
no paraba de mirarla de reojo, a veces ella también la miraba. No podía
evitarlo. Paris tenía un perfil maravilloso, unos ojos que brillaban con o sin
luz y una media sonrisa que aparecía incluso si estaba herida. Parece ser
verdad eso de que la cárcel une a la gente.
-¿Cómo
lo supiste? –Helena se giró rápidamente para mirar a Paris, sin entender
completamente bien su pregunta-. ¿Cómo supiste que eras hija de
Poseidón?
-Es
una historia un poco larga.
Paris apoyó el codo en
la puerta de la parte delantera del coche. Le había comprado analgésicos y
parecían estar haciéndole efecto al fin.
-Tengo
tiempo, Helena.
-Todo
empezó cuando fui a la playa –Comenzó a hablar-. Me metí en el agua
como si nada, no tenía miedo a ahogarme ni a los posibles peligros del
interior. A pesar de ser tan pequeña, el mar no me parecía aterrador. Dioses,
me encantaba, me encanta –Paris la miró con una pequeña sonrisa, parecía
divertida por la emoción que saltaba en la voz de Helena por simplemente hablar
del mar-.
Una corriente me arrastró al fondo y me hundió. Yo en ese momento no era muy
consciente de lo que pasaba, simplemente sabía que no me ahogaba. De alguna
manera, podía respirar. Desde ahí no recuerdo mucho, simplemente pequeños
flashbacks, gente sacándome de la playa, gritando… -Los
ojos de Helena fueron cubiertos por una pequeña capa cristalina, lágrimas formándose
y listas para rodar por sus mejillas-. Me dijeron que mi madre había muerto
intentando salvarme, que me habría ahogado de no ser por ella, pero yo no
entendía nada.
Paris se llevó una
mano a la boca, sorprendida por la declaración de Helena.
-Mierda,
Helena –Exclamó la chica de cabello oscuro-. Eso es horrible.
-Oh,
querida. Ojalá fuese lo único malo de mi historia –Formó una sonrisa triste-.
Cuando tenía diez años, tuve que huir del orfanato donde estuve desde que murió
mi madre y corrí al mar –Rió tristemente-. El mar me arrebató a lo que más quería
y seguía volviendo a él. Supongo que soy algo lela.
-¡No!
–Repuso Paris-. Bueno, un poquito. Pero solo un
poquito. Mira, es inevitable. Lo llevas en la sangre.
Helena se encogió de
hombros.
-Supongo
que sí –Suspiró-. Me lancé al mar y estuve viviendo a la
deriva unos meses. Los animales marinos eran súper majos conmigo. Al final, un
día la corriente me llevó a un campamento submarino de mi padre. Allí me entrené,
descubrí quién soy. Pero no quería seguir viviendo alejada de todo –Miró a su
alrededor, como el sol ya había salido por completo-.
Así que me hablaron del campamento y allá que voy.
Paris asintió,
tragándose su segundo donut.
-Te
entiendo. Más de lo que crees.
Helena arqueó una
ceja.
-Verás,
luego de la partida de mi madre, mi padre se volvió alcoholico, uno muy
violento; entró en depresión. Antes podía cuidar de mí, luego… –Su rostro se
contrajo por los recuerdos-. Se empezó a poner violento. Muy
violento. El día de mi cumpleaños fue la primera vez que me pegó y acabé
hospitalizada todo mi maldito cumpleaños. Mi tío pidió mi custodia, así
que me fuí a vivir con él y mi primo, Aiden. Por fin sentía que tenia una
familia, mi tío, Erik, me trataba como a una hija y Aiden como una hermana.
Éramos muy unidos y casi nunca teníamos un conflicto, siempre estuvimos bien.
Helena hizo algo
inesperado para ambas. Se frotó el azúcar en el pantalón vaquero largo, roto y
cubierto de sangre, para poner su mano con delicadeza sobre la de Paris y darle
un leve apretón. Paris parecía tener dificultades ocultando el rojo de sus
mejillas.
-Me
alegro de que entonces todo fuese bien.
Paris negó, lo que
hizo que Helena apartase su simple toque para entrelazar sus dedos.
-No
todo. Hasta hace unas semanas, volvíamos del cine cuando vimos la puerta la
puerta abierta; todo estaba destrozado. Mi tío nos dijo que salieramos de la
casa, porque podría ser peligroso y nos hizo prometer que no entraríamos; Aiden
y yo salimos y esperamos varios minutos hasta que escuchamos gritos. Llamamos a
mi tío y no recibimos respuesta alguna; al final, mi primo decidió que debía
investigar. No quería dejarlo ir. Cuando se marchó, conté los segundos hasta
que olvidé mi promesa y entré. Ahí estaban mi tío y mi primo no se encontraban
ya a mi lado y mi padre… En su mano sostenía un arma. De pronto, todo se
paralizó, no entendía lo que estaba pasando. Vi una luz y de esta, salía la
figura de una mujer, no podía creer lo que estaba pasando. Al verla por
completo pude entender de quién se trataba; todos estos años de obsesión que
tuve por la mitología griega me había servido de algo, porque gracias a esto
pude saber de quién se trataba… La bella diosa del amor se encontraba frente a
mí, mostrando parte de su poder. Mi padre…no se que fué de él realmente, creo
haber leído sobre la muerte de mi familia, pero sobre él…se mencionaba que no
fuimos encontrados, ni él ni yo… En fin, mi madre decidió que enviarme una
carta, contándome que era semidiosa y que debía ir al campamento cuanto antes.
Se quedaron un rato
más, sosteniendo sus manos, escuchando como ambas perdieron sus familias y
ahora su única esperanza estaba puesta en llegar a un estúpido campamento.
-Hey
–Habló Helena, rompiendo el débil silencio-, soy mala en esto emocional pero,
aunque sea una mierda todo lo que nos ha pasado, no quiero que pienses que estás
sola –Chocó su hombro contra el de ella, sonriendo débilmente-.
Ahora estamos las dos contra el mundo. Ya hemos salido de la cárcel y ahora
vamos a llegar a ese maldito campamento. Así que… ¿Amigas?
Paris rió,
descolocando a Helena. ¿De qué se reía, pensaba? Le había hecho una oferta
genuína. Había robado un coche por ella, gastado todo el dinero sin dudarlo un
segundo y ahora iba a llevarla al campamento como si fuera su chófer personal
sin problemas. Antes, en la celda, únicamente le había dicho que era hija de
Poseidón, pero ahora acababa de contarle su historia. Así que, ¿por qué no?
-Literalmente
me estás agarrando de la mano, por favor, Zabat. Hay lugares más bonitos para
pedirme salir.
-¡Te
conozco de hace un día! –Exclamó, poniendo los ojos en blanco.
-Sí,
el mejor día de tu vida, supongo.
Helena le soltó la
mano y la empujó.
-Eres
una idiota, mejor no seamos amigas. –Helena arrancó de nuevo, yendo en
dirección a la parte sur de Manhattan para llegar a Long Island.
-¡Tarde!
¡Ya somos amigas! No te queda más remedio.
Ella bufó, haciendo
que Paris sonriese.
-Si
al final lo vas a disfrutar –Dijo, un rato después de haber arrancado el coche
y comenzase a avanzar hacia Long Island-. Soy muy graciosa, puedo robarte cosas,
soy increíblemente sexy y beso genial.
Helena soltó una
risita sofocada.
-Pareces
un anuncio intentando venderme algo –Negó levemente-.
¿No tienes ticket de cambio? Quiero otra amiga por favor.
Paris hizo gestos que
harían pensar que estaba ofendida, aunque en los extremos de su boca se podía
ver que intentaba no reírse.
-¡Imposible!
–Repuso la chica-. Somos Paris y Helena. Nuestro amor va
a crear una guerra tan grande como la de Troya.
Helena puso los ojos
en blanco.
-Lo
que tú digas, Paris.
Apagó ahí la
conversación, queriendo continuar en silencio el rato que les quedaba de
trayecto. Si no pillaban mucho tráfico, solamente serían treinta minutos. Sin
embargo, claramente no pudo continuar en silencio. Paris tenía que tener la
última palabra.
-Hay
mucha tensión en el aire –Comentó, confundiendo a Helena de nuevo. No había nada
de tensión. De hecho, ella estaba bastante cómoda con la compañía de la chica
de piel oscura. Cuando pararon en un semáforo, volvió a hablar-.
Deberíamos besarnos para romperla.
-¡Por
las infidelidades de Zeus, Paris, ¿es que no vas a parar de seducirme?!
Una sonrisa extraña se
extendió por su rostro.
-Primero,
soy hija de Afrodita. Me encanta seducir a la gente –Ahora se inclinó hacia su
asiento, poniéndola nerviosa-. Segundo, ¿está funcionando?
-Un
poco. Ahora cállate.
Paris soltó un grito
de emoción al ver que su táctica de ser increíblemente molesta estaba
funcionando. Helena rió ante eso, sin poder evitar pensar en que si hubiese
insistido un poco más tal vez sí la hubiese besado.
Deméter
& Apolo: Bendita Ambrosía
Pobre sátiro, pensó
Joy. Él solo trataba de hacer su trabajo. Lo único que tenía que hacer era
recoger a tres chicas y llevarlas al campamento. Al final, habían llegado a
trozos.
Uno de sus hermanos
parecía muy enfadado.
-¿Pero
cómo habéis dejado que se le infecte? –Se quejaba mientras cosía la herida de
Cassie. La habían limpiado a fondo y la chica había perdido mucha sangre.
-No
es exactamente que en un descampado tuviésemos mucho material quirúrgico,
Thomas. –Respondió sarcásticamente. A pesar de ello, estaba preocupada por
Cassie. La pobre muchacha debía estar fatal.
Por otro lado, Aileen
tenía un brazo entablillado mientras dos chicos revisaban una radiografía.
-¿Qué
sucede? –Preguntó Aileen con hostilidad. Joy, sentada a su lado, le dio una
mala mirada. Ella solamente tuvo un esguince en la muñeca y algunos moratones
por el airback.
La enfermería era
pequeña, muy pequeña. Había unas cuantas camillas vacías y otras tantas
ocupadas. Había un chico con una pierna amputada, otro con media cara vendada…
Vaya, ninguno allí estaba para hacer un triatlón.
Cassie estaba
recostada en una camilla con un gotero el hombro inmovilizado.
-Tienes
el brazo hecho polvo casi literal –Explicó uno-. El hueso está roto
en varias partes, pero parece que se está sanando rápido –Se giró para verla-.
¿Tomaste ambrosía?
-Le
llevé un poco. Beh. –Martín estaba al otro lado, una chica le estaba vendando
el cuerno con cuidado mientras él se comía una lata de atún vacía.
-Se
nota –Habló Thomas-. Habría que escayolárselo, aun así. No
creo que haga falta operación.
-¿Y
las costillas? –Se metió Joy en la conversación, dispuesta a defender a sus
amigas-.
Las tenía machacadas también.
-Sí
–Le respondió otro chico-. Es lo que hemos comprobado. Tenía ocho
rotas pero cuatro ya le están soldando. Le vamos a poner algo de crema y
necesita mucho reposo.
En ese momento, una
chica entró a la enfermería, revisando primero al sátiro y luego a las nuevas.
Era una chica menuda, de cabello oscuro y que extrañamente olía a uvas. Se
posicionó frente a ellas mientras dos chicos comenzaban a escayolar el brazo de
Aileen.
-Hola
–Las saludó amablemente-. Me llamo Gabriella. Soy hija de
Dionisio y me estoy encargando un poco de los nuevos hoy. ¿Sois Joy y Aileen,
verdad?
-Sí.
–Joy contestó de manera hostil. No se fiaba demasiado de las nuevas personas.
-Genial.
Después de la enfermería vamos a ir a la fogata, tenemos algo importante que
discutir. Es bastante importante.
Aileen alzó una ceja.
-¿A
qué te refieres con “importante”?
Gabriella suspiró,
agarrando un banco para sentarse frente a ellas.
-Nunca
suelen llegar diez semidioses en un día. Mucho menos tres siendo hijas de los
tres grandes. Y aun más raro es que cuando todos lleguéis el oráculo suelte una
profecía –Su mirada viajó entre ambas chicas-. No sabemos qué va a
pasar pero va a ser gordo y malo. Necesitamos interpretar la profecía. Con eso
me refiero a importante.
Joy temió. Si no pudo
salvar a sus amigas, ¿cómo iba a salvar el mundo?
✏
Ares,
Hefesto & Atenea: ¿Brutos?
Fuimos corriendo hasta
el lugar en el que el coche se había estrellado. Vieron como tres personas y un
sátiro intentaban salir de él. Corrieron lo que quedaba de cuesta arriba y
fueron a ayudarles. Una chica rubia habló.
-
¿Semidioses?
-Semidioses-
Edith repitió.
Koa se acercó a una
chica con varios moretones y cortes en la cara. Parecía que literalmente le
habían dado una paliza. Koa la ayudó a salir y la llevo cargando. Nathan sacó a
otra chica que tenía una fea herida en el hombro y la ayudo a incorporarse
junto con el sátiro, que no dejaba de ver las flechas que la chica rubia tenía
en el carcaj, parecía que literalmente se las iba a comer.
-Bueno,
Martín, a que esperas, dirígenos hasta el campamento -Le
dijo la chica rubia. De mala gana, el sátiro comenzó a marchar cuesta arriba.
La chica rubia tenía el arco listo por si aparecía algún monstruo, yo también
saqué mis armas, pero me di cuenta que las únicas que podíamos luchar éramos
nosotras dos. Koa llevaba en brazos a una inconsciente y muy golpeada
semidiosa, mientras que Nathan se las arreglaba para sostener a la de la herida
en el hombro, la chica no paraba de intentar caminar sola. Y el sátiro… bueno,
no llevaba ningún arma.
-Koa,
Nathan, si aparece un monstruo tenéis que ir corriendo hasta el campamento
mestizo y entrar, ella y yo intentaremos retenerlos ¿vale? – les ordenó.
-¿Que?
No. Edith, no te vamos a dejar -Exclamó Koa. Nathan solo la miraba
fijamente, como intentando leer sus pensamientos.
-Edith
tiene razón. Vosotros no sois de mucha ayuda cargando a mis amigas, además,
Martín os acompañara –Repuso al desconocida-. Ah, y no me llamo
“chica rubia”. Es Joy, Joy Sun-
Antes de que siquiera
terminara de presentarse, escucharon un rugido feroz, y muy cercano. Justo en
ese momento apareció un minotauro.
-¿Iros!-
Gritó Edith. Martín no lo pensó dos veces y se echó a correr. Koa se fue
corriendo detrás de él lo más rápido que podía y Nathan, antes de irse, le dijo
-Ten
cuidado.
Suspiró. Nathan a
veces parecía una mama gallina cuando se lo proponía.
Cuando giró, Joy ya
estaba tirando flechas, las había lanzado tan rápido que el minotauro se quedó
pasmado. Era el momento perfecto.
-Joy,
cuídame la espalda. -Le susurró, ella asintió.
Levantó sus dagas y el
minotauro cambió de objetivo, pasando de querer atacar a Joy a ella. Corrió
hacia ella en línea recta como una bala de cañón. Justo cuando estaba encima de
ella, saltó hacia la izquierda, y él se estampó contra un árbol.
Se dirigió de nuevo a
ella y alzó sus dagas. Fue corriendo hasta él y le clavó las dagas. El
minotauro parecía dolido, pero no se redujo a polvo. Ese no era el plan de
Edith, estaba demasiado cerca de su alcance. Como si él lo notase, levantó su
puño, listo para golpearle la cabeza, cuando una flecha pasó silbando a su lado
y le dio al minotauro en el ojo. Rugió de dolor y su puño terminó dándole en el
estómago. Edith salió volando por los aires y terminó estampada contra el coche
estrellado.
-Dioses,
eso duele. – Jadeó. Con la fuerza del impacto me quedó casi sin aire en los
pulmones. Respiraba, o bueno, lo intentaba. Desde lejos Joy la llamaba, pero no
podía oírla bien, tenía los oídos taponados. Una sombra enorme se acercó a
Edith y, conforme se acercaba, pudo ver sus cuernos listos para clavarlos. Rodó
a un lado y, como pudo, salió pitando.
Joy corrió hasta donde
estaba Edith y empezaron a correr hasta la entrada del campamento. Cuando
estaban llegando, pudieron ver como Koa y Nathan las esperaban en la entrada.
El minotauro les pisaba los talones y cuando iban a llegar, Edith se tropezó.
El minotauro se lanzó
hacia ella y lo esquivó. Cuando creía que estaba a salvo, él agarró su pierna y
la lanzó directamente a la entrada. Sintió como golpeaba a alguien y cuando
abrió los ojos se dio cuenta que Joy había frenado su impacto contra el suelo.
-¿Edith,
estas bien? –Le preguntó Nathan. Koa la ayudó a incorporarse.
-Sí,
sí, lo siento -Joy se levantó también e hizo una mueca–.
Ehm, perdona, pero no pude escoger a qué dirección ser lanzada.
-Está
bien, por esta ocasión te lo perdono. – Joy le dio una palmadita en el hombro.
Fue su momento de hacer una mueca, pues Edith tenía su hombro notablemente
dolorido.
Se acercaron unos
campistas. Parecían tranquilos, como si el hecho de que atacaran y
lanzaran por los aires a gente pasara todo el tiempo.
-¡Hola!
Me llamo Mateo y esta de aquí es Lucia os damos la bienvenida al Mampamento
mestizo.. ¿Os sabéis toda la historia para evitar explicaros? -Todos
asentimos. Nathan había sido tan amable de explicarnos en casa de su abuela
toda la historia del campamento y cuando digo toda es toda.
-Bien,
¿sois determinados o por determinar? - Siguió diciendo Mateo. El primero en
hablar fue Nathan.
-Nathan,
hijo de Atenea.
-Joy,
hija de Apolo.
-Edith,
hija de Ares -Respondó con calma.
Como había sido un día
agotador simplemente los llevaron hasta sus cabañas. Menos a las chicas
heridas, a Joy y a Edith. Lo suyo no era tan grave así que simplemente comió
ambrosía y me fue a la cabaña de Ares.
¿Cómo podría describir
a sus hermanos y hermanas? Bueno, todos eran bastante… ¿Brutos? Por definirlos
de alguna forma. Pero casi todos ellos tenían un corazón, negro, pero un
corazón. Le dieron la bienvenida a base de puñetazos en los brazos, dándole ganas
de volver a la enfermería, pero en su lugar simplemente se tumbó en la litera
que le dieron.
Ni una hora desde que
se quedó dormida cuando le despertaron los gritos. Se levantó agitada y saló de
mi cabaña a toda velocidad. Era de noche y no había ni un alma en las cabañas,
pero seguía escuchando los gritos, así que los siguió
Más de cincuenta
semidioses estaban reunidos alrededor de una fogata, todos discutiendo y
gritándose entre sí. Se acercó a uno de sus hermanos y le preguntó que pasaba.
-
Gabriella acaba de decir que hay una profecía. -Le susurró y luego
siguió gritando.
Después de los
momentos iniciales de caos, los que estaban a cargo del campamento lograron
tomar el control y callar a todos.
-Chicos,
chicos – Dijo una chica. Tenía el cabello y los ojos oscuros. Era de tez clara
y cara de pocos amigos en ese instante-. Nunca llegaremos a nada si hablamos
todos al mismo tiempo. Necesitamos hacerlo con más orden. Primero, Mateo, ¿podrías
recitar la profecía otra vez?
Mateo se adelantó y
dijo:
Nacida del lugar más
profundo
Habrá de derrotar a
los monstruos más oscuros
Las adversidades
fueron muchas
Para aquella que corre
sola
La llave se encuentra
escondida en los enemigos
El mundo podría caer
en las manos
De aquellos que causan
el terror.
Un monstruo ayudará
Y con el mayor de
todos deberán acabar
-Ahora, ni Quirón y ni padre están, así que tenemos que
resolverlo por nosotros mismos – Dijo Gabriella.– ¿Alguien tiene alguna idea de
a que se refiere?
Todo el mundo se quedó
en silencio. Un chica, de las que estaban entre los líderes, levantó la mano
temblorosa, mirando de reojo a la de Dionisio.
Bueno, es obvio que la
primera parte se refiere a una hija de Hades. – Algunos campistas empezaron a
reír nerviosamente.
-¡No
hay ninguna hija de Hades! -Uno de sus hermanos gritó.
La chica que había
hablado miró nerviosamente a unas chicas con aspecto de matonas. A Edith le
sorprendió de no haberlas visto antes, estaban en un rincón oscuro y no habían
dicho ni pio. Y, por la reacción de todos, no había sido la única en no
notarlas.
-En
realidad, somos dos. – Dijo una de ellas. El fuego de la fogata comenzó a
hacerse más grande y morado. Era como si dependiendo del estado de ánimo fuera
más grande o más pequeño.
– Bueno ¿alguien más
que tenga idea de los demás párrafos? –Habló Mateo. Nuevamente todos se
quedaron en silencio.
Nathan se levantó.
– Creo que un buen
comienzo sería obtener ayuda. La profecía dice que un monstruo ayudará y que la
llave se encuentra entre los enemigos. No creo que se refiera a una llave
literal, sino más bien a información o algo que nos ayudará a derrotar a lo que
sea que nos amenaza. – Nathan comenzó a ponerse rojo, todas las miradas estaban
puestas en él. –Eh, bueno, si… como decía, un monstruo ayudará. Ha habido
algunas historias entre héroes antiguos cuando reciben ayuda de un “enemigo”
como cuando un minotauro albino ayudó al héroe de…
-
¿Qué has dicho? – Le cortó Gabriella. Clavó sus ojos en Nathan con interés.
Pobre Nathan, parecía que su cabeza estaba a punto de explotar de lo rojo que
estaba.
-
El-l
qué? ¿Minotauro albino?
Gabriella se giró a la
chica que había hablado de las de Hades. Ambas intercambiaron miradas con una
hija de Hades y luego Gabriella suspiró.
-Creo
que yo conozco uno. – Les contó a todos su mini aventura en la guardia de la
noche. Como el minotauro había seguido a Regina, la hija de Hades, y las había
atacado a ella y a Emma, la pequeña que habló.
-
Desde que nos atacó sabíamos que era diferente – Dijo Emma-
Como más… inteligente. – Gabriella asintió con la cabeza
-Él
debe ser el de la profecía. Tenemos que ir a buscarlo. – Los gritos y
discusiones comenzaron otra vez entre las cabañas. Mateo se movió al centro,
cerca de la fogata. – Chicos, tranquilos. ¡Tranquilos! Creo que es muy
peligroso, Gabriella. No saben si realmente será de ayuda. ¿Qué pasa si las
ataca? ¿Y si es una trampa?
– Es la única pista
que tenemos, debemos seguirla. Y tú, niño prodigio – dijo señalando a
Nathan. – Vendrás con nosotras. Serás de ayuda para hablar con él. Tu sabes su
historia.
Al final todas las
cabañas estaban de acuerdo en que la profecía se refería al minotauro como
aliado y a Emma ya que a ella la habían perseguido. Los líderes decidieron que
las tres que habían sido atacadas por el minotauro y Nathan fueran a buscarlo.
Zeus
& Dioniso: Nos salva un… ¿minotauro albino?
Con Gabriella en
cabeza se aventuraron en el denso bosque. Era raro irse sin que nadie se lo
mandara, nadie en su sano juicio se aventuraria siendo solamente 3. Además, ¿a
quien se le ocurría ir a cazar a un monstruo sabiendo que llevan a una hija de
los tres grandes, esto solo atraerá a mas y mas monstruos quizás hasta cause
más problemas?
Gabriela se dio cuenta
de esto, pero ya era tarde, necesitaba a su compañera, era la única a la que
conocía desde hace un tiempo. Nathan era un completo desconocido, solo ha
venido porque se acordaba de algo, ni siquiera era seguro que lo que proclamaba
del minotauro blanco fuese verdad. Gabriella estaba confusa pero decidida, una
nueva profecía ha empezado y hay que acabarla cuanto antes.
Emma en cambio se
sentía segura de sí misma. ¿Si pudieron atrapar al minotauro una vez, porque no
serían capaces de hacerlo dos veces? Con su poder y las vides de Gabriella todo
es posible.
Nathan estaba perdido,
acababa de llegar a un campamento lleno de desconocidos y ya lo mandan a una
misión donde tiene posibilidades de morir. Él solo las siguió y no dijo nada.
Los tres en completo
silencio se dirigieron hacia el claro favorito de Gabriella. Esta vez no pasó
lo de la última, no tuvieron problemas para llegar, no se perdieron, ni se
distrajeron. Caminaron rápidamente y solo tardaron media hora en llegar, se
dirigieron a las piedras y se sentaron a esperar. Emma se colocó en la piedra
más alta, como si de un cebo humano se tratase.
Esperaron y siguieron
esperando. Una hora, otra mas y tambien otra, pero nada pasaba. Hasta que al
cabo de unas cuatro horas se empezaron a escuchar ruidos. Pero no era uno, eran
múltiples ruidos procedentes de diferentes puntos y todos diferentes, esto
alteró a los semidioses.
-¿Acabáis
de escuchar eso? -Preguntó Nathan, algo alterado-.
Decidme que no estoy loco. ¡Solo estamos buscando a un minotauro! Y por los
rugidos mínimo hay 5 o 6. ¿Qué vamos a hacer si vienen todos? No podemos contra
todos.
-Pues
tendremos que escondernos y esperar a que sólo llegue el blanco, -Respondió
Gabriella con tranquilidad, aunque en el fondo estaba muy nerviosa.
Lo que no sabía
Gabriella es que ya estaban rodeados, no podían esconderse, seis minotauros
estaban en el borde del claro. Primero se asomó el minotauro más joven, seguido
de su madre.
-Gabriella,
Nathan, creo que tenemos invitados. -Dijo Emma señalando hacia el minotauro
joven.
-Mierda,
ya es tarde. -Respondió Gabriella-.
Cojed vuestras armas, preparaos para lo que sea.
En ese momento
aparecieron dos minotauros más, uno por cada flanco.
-¡Hay
más! Ya están aquí todos. ¡Vamos a morir! -Gritó Nathan, pero a su vez se preparó
para atacar en cualquier momento.
Aparecieron los dos
últimos, estos eran los más grandes, posiblemente los más ancianos.
-Joder,
joder, joder… Estamos perdidos… -Gabriella no sabía como reaccionar.
-Atentos,
se están acercando. Estad preparados -Ordenó Emma,
sorprendentemente su voz sonó fuerte y regia, como si Emma fuera la líder desde
siempre.
Los minotauros se
estaban acercando lentamente, ninguno cargó, era como si lo tuviesen planeado
para poder llegar todos a lavez.
Nathan sacó su arma y
lo acompañó de un grito, el minotauro más joven se asustó y comenzó su carga.
El resto de minotauros, al verlo, también cargaron. El suelo temblaba,
Gabriella trató de atrapar a dos con sus vides y lo consiguió, los dos más
grandes que luchaban por soltarse pero no eran capaces.
Emma consiguió
esquivar a los dos que cargaban contra ella y consiguió que se chocasen contra
unas rocas, nubes oscuras empezaron a formar sobre las cabezas de los dos
minotauros.
Por último Nathan
consiguió rodar y escapar del joven minotauro pero la madre se estaba acercando
rápidamente. No estaba entrenado para esto. No se recuperaba de la voltereta
que hiciera para esquivar al joven y ya tenía que volver a rodar para esquivar
a la madre. No le dio tiempo y la madre lo atravesó con el cuerno y lo clavó
contra la pared. Nathan soltó un grito ahogado y sangre por la boca, la vida
escapaba de él. A la vez, desde el bosque apareció otro minotauro, más grande
que el resto, Nathan lo vio de reojo, era el minotauro blanco. Este saltó sobre
el minotauro que atrapaba a Nathan con su cuerno, lo que provocó que Nathan
saliera disparado hacia el aire como si de una catapulta se tratase. Se escuchó
un trueno junto la cegadora luz del rayo, dos gruñidos se apagaron, dos grandes
golpes contra el suelo. Dos minotauros habían caído a manos de Emma y su
poderoso rayo.
Gabriella se
encontraba encima de uno de los minotauros y sorprendentemente consiguió
abatirlo. Le clavó su alabarda en la cabeza y este se deshizo pero el segundo
consiguió librarse de sus atadura. Gabriela se preparó para la carga pero esta
vez ella no rodó se sentía con fuerzas para parar a un tren, se colocó en una
de equilibrio y preparó su arma. El minotauro chocó contra su alabarda y se fue
deshaciendo mientras corría hasta dejar a Gabriela rodeada de polvo.
El minotauro albino
levantó al joven por el cuello y de un mordisco lo deshizo, la madre se
encontraba inconsciente en el suelo por lo aprovechó y acabó con ella. Sin
saber porqué ordenó al viento que redujera la caída del semidiós que saliera
volando para que no muriera del golpe.
Las cosas se calmaron,
el silencio se hizo. El único ruido que existía era la leve brisa y la
respiración de cada uno.
-¿Qué?
-Dijo
Emma al ver que Nathan caía y se posaba con suavidad en el suelo.
Gabriela antes de que
nadie pudiera hacer nada invocó las vides y estas empezaron a rodear al
minotauro pero este no se resistió.
-No…
hacer daño. -Dijo el minotauro.
La cara de Emma y
Gabriela era un cuadro.
-¿Sa-Sabes
hablar?-Dijo
Gabriela perpleja
-No…
Estar aprendiendo… A veces acercar campamento y ver. Vuestro amigo estar mal. -Dirigió
la cabeza hacia Nathan.
-Debemos
irnos, hay que llevar a Nathan -Habló Emma-. Creo que tienes
información que necesitamos. ¿Vas a venir con nosotros o te lo sacamos a la
fuerza?
Los ojos del minotauro
chispearon.
-Ir
yo con vosotros para salvar pero no saber que información quereis. No perder
tiempo, subrir a mi espalda.
Emma y Gabriela
subieron a Nathan al minotauro, sorprendentemente este no sangraba era como si
la herida se estuviese curando más rápido de lo normal. El minotauro usó sus
poderes para ir más rápido de lo normal y se dirijo al campamento.
Minotauro
Minutos antes de la
batalla
“Los semidioses están
de nuevo aquí”
Pensó el minotauro ¿Como podían ser tan estúpidos para volver al bosque?
Los rugidos sonaron.
El minotauro se preocupó, sabía que si los dejaba así los semidioses morirían,
algo hizo que decidiera ayudar y se dirigió hacia el claro de la última vez.
Usó los misteriosos poderes que tenía para llegar lo más rápido posible. Al minuto
ya estaba allí pero era demasiado tarde uno de los semidioses ya estaba herido
pero qué más daba. Podía salvar al resto. El minotauro salió del bosque y
decidió jugarse la vida para salvar a 2 semidioses.
Extraño ¿No?
Artemisa:
¿Una banda de rock?
Aike prácticamente
arrastró a Regina de vuelta a su cabaña. Después de escuchar las
interpretaciones que sugerían de la profecía y haber decidido que una hija de
Hades debería liderar la misión, Aike había tomado una decisión rápida ante la
propuesta de Artemisa.
Regina la miraba muy
bien sin entender cuando cerró de un portazo la puerta de la cabaña y se
posicionó delante de ella.
-¿Qué
sucede? –A pesar de únicamente conocerse de un día, Aike había conseguido algo
que hacía mucho que había perdido: Una familia. Así que ahora iba a proteger a
esa familia.
-Voy
a hacerme cazadora de artemisa.
La chica se quedó unos
segundos tratando de pensar en lo que le había dicho. Por su rostro, Aike diría
que no entendió mucho a lo que se refería.
-¿Sabes
quiénes son?
Regina se encogió de
hombros.
-¿Una
banda de rock?
Aike se dio un golpe
en la frente, sin creer lo realmente inútil de la chica.
-¿No
sabes mucho de mitología, no?
La chica rió un poco,
sentándose en la litera inferior de una zona bajo la atenta mirada de su
hermana.
-Soy
de Massachusetts, me expulsaron de mi colegio cristiano luego de que un
monstruo lo atacó. Así que a menos que aparezcan en la biblia, no tengo ni idea
de quién hablas.
Aike tomó asiento a su
lado, su paciencia era escasa pero haría un esfuerzo por su hermana. Lo que sea
por su familia. Los hijos de Hades estaban destinados a estar solos y ella
había tenido la suerte de tener compañía en esa soledad. No podía estropearlo,
como siempre estropeaba las relaciones.
-Artemisa
es una diosa virgen –Comenzó a explicar-. Ella no tiene descendencia. Pero tiene
sirvientas, compañeras de caza. Son inmortales.
Regina frunció el
ceño.
-¿Te
vas a ir a cazar y me dejas aquí con el marrón? –Exclamó, levantándose de golpe-.
Por si no te has dado cuenta la espada pesa el doble que yo. ¡No puedes
mandarle a luchar contra a saber qué!
-¡No
te voy a mandar a luchar a ninguna parte! –Replicó de vuelta Aike-.
¡Voy a hacerme más poderosa para poder cuidar de ti!
Aike se dirigió hacia
ella.
-Voy
a protegerte y a enseñarte, te lo juro. Pero se avecina una guerra y
necesitamos ganarla.
Sus ojos negros se
enfrentaron, vacíos y dolidos. Listos para la lucha pero no para el amor. No estaban
solas, pero actuaban como si lo estuvieran. Eran hijos de Hades, siempre sería
así.
Sin dejar de mirarse,
Aike clavó la rodilla en el suelo y miró hacia arriba.
-Prometo seguir a la diosa Artemisa, doy la espalda a
la compañía de los hombres, aceptó ser doncella para siempre y me uno a la
cacería.
Aike sintió
electricidad correr por sus dedos, algo dentro de ella le decía que había hecho
lo correcto. Frente a ella, un arco, un carcaj y dos dagas aparecieron. En su
cabeza pudo escuchar la voz de Artemisa.
“Bienvenida, hija de
Hades. Ahora eres una de las nuestras.”
✏
Hermes:
Se puede salvar el mundo y dormir a la vez
Cassie no sabía dónde
estaba. Cuando sus compañeras la subieron a una camilla perdió toda conciencia.
Era como si el dolor la hubiese inducido a dormir profundamente.
Aunque dormir podría
parecer apetecible en ese momento. Pero no hay que olvidar que Cassie era una
semidiosa, así que en ese momento, cuando cerró los ojos y apareció en un
bosque, se preguntó qué hizo mal en otra vida para tener esa mala suerte.
En el sueño, su hombro
no estaba herido. Se encontraba en plena forma física, perfecta para ir hacia
donde quisiera.
Debía ser invisible en
el sueño, pues veía a animales correteando por el bosque sin prestarle
atención. Había algunos ciervos, había visto un oso paseando, robando frutos
del bosque en arbustos de la zona. El césped no era demasiado alto y la humedad
era presente. Se notaba que el otoño estaba aterrizando, pues las hojas iban
tornándose amarillas en algunas zonas.
Empezó a oler a
quemado. Miró a su alrededor, sin encontrar ningún signo de fuego. Las copas de
los árboles parecían techar los alrededores, haciendo una difícil tarea
inmiscuirse entre ellas para los rayos de sol. La luz era clara, no sería pleno
día sino media tarde. Los pájaros cantaban, haciendo el lugar casi idílico.
Finalmente, divisó una
columna de humo algo lejos de ella. Antes de irse a investigar, fue a buscar un
arma. Agarró un palo largo y rezó para que funcionase, si no lo hiciera,
correría rápido.
Caminó con precaución,
lista para golpear a un enemigo. Sin embargo, únicamente se encontró con una
chica algo más pequeña que ella, era prácticamente inofensiva. Cassie caminó
hacia ella, principalmente para ver si se encontraba bien. La niña la miró,
sonriendo.
-Casiopea,
al fin llegas –La voz era aguda pero madura. Claramente no era una niña pequeña,
como ella había imaginado-. Te estuve esperando.
-¿La
conozco? –Fue directa. No tenía ganas de dar rodeos a la situación. ¿Cómo una
señora mayor se había metido dentro del cuerpo de una niña pequeña? Tal vez era
otro monstruo.
-No,
querida –Le sonrió amablemente, instándole a sentarse junto a ella en el banco
frente a la fogata. Se sentó a una distancia prudente. Como se convirtiese en
un monstruo la había cagado-. Soy Hestia, diosa de la familia.
Cassie se quedó unos
segundos tratando de ubicarla en la mitología, pensando en cómo era una diosa
que siempre estaba en el Olimpo y cuidaba de los demás dioses.
-¿No
era usted la tía de mi padre? –Dijo al fin, haciendo sonreír a la diosa-.
Leí que él era su favorito. Siempre le contaba todas las noticias.
Hestia asintió.
-Es
mi favorito, por esto estoy aquí –Señaló al fuego, donde la imagen de Joy con
otras personas aparecía. Parecían estar reunidos-. Vengo a ayudarte en
su nombre.
Cassie frunció el
ceño.
-¿A
mí? Si no puedo hacer nada.
Hestia suspiró.
-Cuando
despiertes, hija de Hermes, deberás ser tú la que haga que el destino se cumpla
o los semidioses perecerán.
Quién le iba a decir a
Cassie que podía dormir y salvar el mundo a la vez.
Capítulo 4
Hefesto,
Ares & Atenea: “Yo ayudar, yo ayudar”
Koa estaba feliz de no
haber ido a la misión. El campamento Mestizo molaba un montón. Uno de los
chicos de Hermes, Travis, le enseñó todas las actividades que había, como
luchas con espadas, tiro con arco, incluso de juegos de estrategia. Koa pensó
que el campamento era un buen lugar para vivir, su tío tenía razón, allí
aprendería a sobrevivir, a valerse por sí mismo. Había estado tan emocionado
toda la mañana por el recorrido que Travis le había dado, pero esa felicidad se
esfumó cuando Nathan llegó de la misión.
Después de la fogata,
a Koa lo mandaron a la cabaña de Hermes ya que aún no sabían cuál era su padre
o madre divino. A decir verdad, Koa no durmió mucho, los demás chicos de la
cabaña no le daban muy buena espina, cuando había entrado a la cabaña y lo
demás le dieron la bienvenida, parecía que estaban evaluando qué cosas tenía de
valor Koa y no le quitaban el ojo a su martillo, así que Koa pasó la noche
durmiendo a ratos y con el martillo abrazado con fuerza.
Más tarde de eso pudo
ver como las dos chicas, Gabriella, Emma y Nathan salían para la misión. No
pudo despedirse de Nathan como era debido, solo lo vio de lejos y asintió a su
dirección, cosa que hizo Nathan también. Si bien no conocía del todo al chico,
no pudo evitar sentirse un poco preocupado. Habían pasado un largo camino
juntos para llegar al campamento y gracias a eso se sentía unido a él y a
Edith.
La chica llegó
corriendo a donde estaba Koa y le dio un golpecito en el hombro.
-Supongo
que tu si lograste despedirte, ¿verdad? – Le preguntó Koa.
-
Yo si, me levanté temprano, grandulón. – Koa la miró de reojo y se dio cuenta
que no apartaba la vista de Nathan, que ya era un puntito en las orillas de las
colinas.
-
¿También estás preocupada, cierto? – Edith asintió con la cabeza.
-No
tendría por qué, Nathan es muy inteligente y va con semidiosas experimentadas,
pero… No lo sé… - Se encogió de hombros –. No dejo de
sentir que algo irá mal.
Ahora fue Koa quien le
dio una palmadita en el hombro. – Tu misma lo dijiste, Nathan es inteligente,
estoy seguro que regresara bien.
Koa no podía imaginar
cuán equivocado estaba.
Después de que Travis
le enseñara el campamento pararon un momento en el campo de baloncesto.
-
¿Sabes? Creo que hoy en la noche te reconocerán – Le comentó Travis
-
¿Cómo estás tan seguro? – Travis lo miró como “¿Enserio, chico? ¿Acaso eres
tonto?”
-
No hay que ser muy inteligentes para unir los puntos Koa. El martillo, tu
complexión física, el hecho de que te llamase la atención las forjas… -
Koa lo miró esperando que terminara. Travis se golpeó la cara. -
No eres muy listo, ¿eh?
-
Oye, acabo de llegar a este lugar. No soy un experto en dioses griegos. Los únicos
que conozco son Atenea, Armes y Hermes.
-
Ares – Le corrigió Travis –. Y es que no prestaste atención cuando te fui
nombrando los nombres de las cabañas? – Koa intentó hacer memoria. Recordaba
haber pasado por las casitas ordenadas en forma de omega, había varias chulas,
pero ninguna le llamó la atención lo suficiente como para recordar a que dioses
pertenecía, aún seguían en su mente los otros lugares más divertidos. Koa se
maldijo en silencio, tal vez si hubiera prestado atención un poco más hubiera
podido “Unir los puntos” como había dicho Travis.
-
¿Hay un dios que tiene como arma un martillo? ¿Y que sus hijos sean Hawaianos?
-
Hum… excluyendo lo de Hawái, lo hay. Y le he apostado a mi hermano que te
reconocería hoy. A sí que más vale que lo hagas. – Dijo guiñando un ojo al
cielo. Koa estaba a punto de preguntar quién era ese dios cuando varios
campistas pasaron corriendo diciendo que habían regresado de la misión. Koa se
levantó y siguió a los campistas junto con Travis. Se dirigían a la entrada del
campamento.
Incluso antes de
llegar a la colina, Koa pudo ver al minotauro albino. Era una monstruo mitad
toro mitad humano de al menos tres metros de alto. Parecía nervioso por la
cantidad de gente y armas que había a su alrededor. Probablemente todo el
campamento había ido a ver al gigante, ya sea por incredulidad o por miedo a
que se volviera loco y atacara a alguien, todos estaban formando un círculo a
unos 5 metros de distancia de ellos.
-
¡Abran paso! ¡Déjenos pasa! Tenemos un herido. – Gritaba Gabriella desde lo
alto del minotauro. Koa muy apenas pudo distinguirlas entre las cabezas
de las personas cuando bajaron y vio que traían a alguien arrastrando entre las
dos. Nathan.
Koa se acercó a ayudar
y chocó con Edith, que tenía el semblante preocupado y no sin razón. La playera
naranja de Nathan estaba llena de sangre y tenía un agujero enorme en el
centro, estaba apoyado en Emma, que no parecía soportar mucho su peso. Koa lo tomó
de un lado y Edith de otro.
-
Pero ¿qué le pasó? – Preguntó Edith y para sorpresa de todos quien le respondió
fue el minotauro.
-
Minotauro bebé atravesar al chico – dijo. Muchos semidioses lanzaron gritos de
sorpresa y se alejaron más de él.
-Ah,
si… puede hablar – Dijo Emma-. Pero tranquilos, es inofensivo. Dijo
que nos ayudaría. – El minotauro asintió con su cabeza y susurró varias veces “yo
ayudar, yo ayudar”
Gabriella pidió que
los jefes de las cabañas se quedarán y dispersó al gentío. Edith, Nathan, Koa y
un chico llamado Thomas también se quedaron y llevaron al minotauro a una zona
alejada de la puerta, donde ya había unos cuantos hijos de Apolo acomodando una
camilla que los de Hefesto parecían construir alocadamente con el capó del
coche accidentado la noche anterior.
Al llegar, Thomas
empezó a tratar la herida de Nathan. Gabriella y Emma contaron todo lo que
había pasado. Cuando llegaron a la parte donde empalaron a Nathan, éste no
dejaba de negar con la cabeza y Koa lo escuchó susurrar “Que idiota fui”
-Eh,
tranquilo amigo, nadie puede hacerlo perfecto. En algún punto cometemos
errores. – Le dijo Koa. Nathan sonrió ligeramente.
-Sí,
bueno, mi error me costó un cuerno atravesado en el estómago. Y créeme, no se
siente para nada bien. – Thomas hizo una mueca.
-
¿Dices que te atravesó el estómago? Yo no veo ningún agujero aquí, solo un
cardenal gigante. – Emma paró de hablar y se acercó a Nathan.
-
¿Cómo? ¿Ya no tiene el agujero? ¡Hace un rato lo tenía! Nosotras vimos como lo
atravesaron, ¿verdad Gabriella? – Ésta no parecía muy sorprendida.
-Nathan…
yo vi como se cerraba su herida en el camino… Era como si la piel trabajase tan
rápido que los tejidos se curasen como si nada. Fue así desde que estuviste
tumbado en el suelo. ¿Seguro que eres hijo de Atenea? Esto parece obra de un
hijo de Hécate…
-Humm…
estoy bastante seguro de que soy hijo de Atenea. - Nathan parecía
pensativo, como si intentara armar un rompecabezas en su cabeza. Gabriella se
quedó un momento en silencio observándolo.
-Ya
resolveremos esto más adelante. – Se giró al minotauro. -
¿Por qué no nos dices tú de dónde vienes?
-
Yo… vengo del lugar de los monstruos, mis hermanos no querer sacarme por ser
diferente, por no querer lastimar semidioses, pero escapar de allí. Venir con
otra manada al bosque, ellos tener órdenes de matarlos.
-Así
que alguien los está controlando… -Dijo Mateo. Se giró a Gabriella-
Dijo que viene del lugar de los monstruos y eso es…
-El
tártaro – Dijo Gabriella. Un silencio pesado cayó en el salón. La profecía
cobraba más sentido… “Habrá que derrotar a los monstruos más oscuros”y
esos, según lo que les había dicho Nathan, provenían del tártaro.
-
¿Quién te mandó aquí? – Edith fue la que habló. El minotauro negó con la
cabeza.
-Yo
no saber, solo seguir a la manada. Ellas dijeron que las órdenes eran esas.
-
¿Ellas? – Preguntó Emma.
-Mujeres
serpientes, ellas decir que venir aquí. – Koa palideció
-
Oh, no. No ellas otra vez. – Todas las miradas se enfocaron en Koa. -
Ah, esas cosas fueron las que nos persiguieron en Brooklyn. –Koa miró a Nathan.
-
¿Cómo dijiste que se llamaban?
-Dracaenae
– Respondió Nathan. – Ellas deben de saber quién los envió, tienen el mismo
jefe.
-
Y el minotauro no sabe quién es, por lo tanto, nosotros tampoco. – Dijo Edith
-Pero
sabemos al menos donde es. – Gabriella giró a ver a las otras chicas nuevas,
las que eran parte de la profecía. – Regina, tú sabes cómo llegar allí verdad?
-
Por supuesto que sabe – Interrumpió Mateo, - Incluso si cree lo
contrario ella podría encontrar la entrada, viene en la sangre de Hades. – La
susodicha se encogió de hombros
-
Supongo que sí, podría encontrarlo. – Ir al Tártaro no parecía que hubiera
levantado el ánimo en absoluto. Koa ya no estaba tan seguro de que el
campamento fuera un lugar bonito y seguro. Si algún día le tocaba una
profecía…. No quería ni pensarlo. Después de eso, el Minotauro siguió soltando
información que había escuchado entre los demás minotauros y las Dracaenae. Koa
quería preguntar cómo se comunicaban entre los minotauros, pero ya no tuvo
tiempo de hacerla, ni el ánimo. El minotauro les contó que sus demás hermanos
tenían por encargo custodiar a cierto “hombre caballo”, Quirón, el encargo del
campamento que había desaparecido. También les dijo escuchó a las Dracaenae
hablar de un ángel o algo así, también tenían que mantenerlo atado para que
todos pudieran salir del tártaro.
-Hay,
no… Ese debe de ser Tanatos. –Emma suspiró– Si está encadenado de nuevo…
Tendremos la cosa más difícil.
-
Pues parece que tenemos otra cosa más que hacer. Liberar a Tánatos es sumamente
importante. –Dijo Gabriella, haciendo un recuento de todo–. También a que
rescatar a Quirón y descubrir quién es el que planeó todo esto, el “monstruo
mayor” como dice la profecía y derrotarlo.
-Vaya,
parece que esto se complicó aún más. – dijo Koa. - A ver si entendí. Si
no liberan a Tánatos antes de todo, ¿no podrán matar al jefe? – El minotauro se
rascó la cabeza
-
Soltar a hombre caballo también o mujeres serpientes matarlo. Decir que, si
llegan a ángel, ellas matar a hombre caballo. – Edith suspiró
-
Así que, si liberamos a Tanatos, ¿muere Quirón? – El minotauro asintió
-
La única salida es hacerlo al mismo tiempo – Dijo Nathan, que ya estaba casi
completamente recuperado, el cardenal que tenía en el estómago había pasado a
un simple moretón–. Que algunos vayan a por Quirón y otros por Tanatos.
-
¿Y qué pasa con el jefe? Se dará cuenta que los liberamos ¿Y si ataca el
campamento y los demás estamos fuera? – Dijo Regina
-
Nos dividiremos – Dijo Gabriella. – Regina tiene razón, no podemos dejar el
campamento solo. Unos pocos irán a por Quiron, otros a liberar a Tánatos y
otros a por el Jefe, los demás defenderán el campamento. Los minotauros ya lo
están rodeando y es cuestión de tiempo que ataquen también. Necesitamos hacer
varias misiones, es la única salida.
Todos estaban tan
metidos hablando sobre qué estrategia sería la mejor que Koa no se dio cuenta
que se había vuelto de noche hasta que un campista llegó corriendo a avisar que
dos chicas más habían llegado al campamento.
-Tiene
que ser una broma – Dijo Gabriella. - ¿Más semidioses?
Demeter
& Apolo: Geniales.
Joy estaba sentada
frente a Aileen, mirando como el chico de atrás tenía un moretón gigante en el
estómago. Después de pasar la noche en la enfermería, ahora pasaban el rato
estaban comentando la profecía.
Desde la noche
anterior, los aires habían estado agitados en el campamento. Gabriella dijo
frente a la fogata que ciertos grupos de personas irían a derrotar a unos monstruos
que ya ni recordaba. Se alegraba tanto de quedarse en este campamento tan
bonito con Aileen. Ojalá Cassie despertase para poder disfrutarlo las tres.
A pesar de haber
pasado poco tiempo con esas chicas, a Joy siempre le llamó la atención Cassie,
sin saber por qué. Sus bromas y su espíritu alegre, incluso herida, la animaban
a seguir. Sin embargo, desde que llegaron al campamento había hablado muchísimo
más con Aileen y se habían conocido más, nuevos sentimientos afloraban por la
hija de Deméter. Ese era el problema. ¿Quién le gustaba entonces?
Aileen la hacía sentir
tan feliz y comprendida que no necesitaba una broma de Cassie para sonreír,
solo su presencia en la sala lo conseguía.
-¿En
qué piensas? –Le interrumpió Aileen, sonriéndole dulcemente. Fue ahí cuando Joy
se dio cuenta de que tenía la cabeza en las piernas estiradas de Aileen y ella
estaba jugando con las puntas de su cabello.
-En
ti. –Soltó sin pensar. Se sorprendió al ver que Aileen se sonrojaba ante su
declaración, haciéndola sonreír. ¡A eso se refería! ¿Es que era posible hacer
feliz a alguien simplemente con dos palabras?
-Espero
que fuesen cosas buenas. –Volvió a sacarla de sus pensamientos, pero no le
importó. ¿Para qué pensar en Aileen pudiendo estar con ella en ese instante?
-Geniales.
Ambas compartieron una
sonrisa cómplice mientras, de fondo, se escuchaba a hijos de Apolo asombrados
con uno de los nuevos. Su estómago había sido atravesado por un minotauro y la
tierra parecía haber llenado el agujero y convertirse en un tejido nuevo.
¡Nadie lo entendía! ¿Sería brujería? Los dos hijos de Hécate pensaban que sí.
De un momento a otro,
un pequeño ruido comenzó a sonar en la camilla de Cassie. Muy a su pesar, Joy
elevó la cabeza del cómodo lugar en las piernas de Aileen y miró hacia ella,
asustada por lo que podría pasarle. Ya habían llegado mal ambas, no podía
dejarlas morir. ¡No lo permitiría! Realmente era bastante mala en mantener a
gente viva.
Se levantó de un salto
y fue a llamar a uno de sus hermanos. Lo agarró del hombro y tiró de él hacia
Cassie. A su lado ya se encontraba Aileen, con su brazo malo escayolado y
pegado a su pecho, siendo sostenido por un pañuelo.
Su hermano miró al
monitor donde la tenían conectado. Aparecían líneas que, extrañamente, tenían
sentido para Joy. Su corazón no estaba relajado, se estaba alterando un poco
más y más…
-¿Qué
sucede, Francis? –Preguntó algo preocupada Aileen. Joy no dudó ni un segundo en
agarrar su mano para calmarla.
-Creo…
-Se
giró hacia las dos preocupadas chicas-. Creo que está despertando.
Afrodita
& Poseidón: Un chapuzón
Helena escuchaba como
Paris le hablaba de sus hermanos con una incansable intensidad. Ella parecía
muy contenta de estar en la cabaña que le había tocado, hablando de cómo tenían
un armario destinado al maquillaje y había pasado la noche haciéndoles trenzas
a sus hermanos y comentando la eficacia de distintos acondicionadores.
Helena había notado,
por otro lado, cómo el estar con sus hermanos había afectado a Paris. No
solamente en cuanto a belleza estética sino a algo más… Transcendental. Paris
tenía una sonrisa más amplia al saber que no estaba ya sola, menos ojeras al
haber descansado y tener su espalda ya cuidada… De hecho, la noche anterior, a
pesar de bombardearlos con información, Paris había conseguido sopesar esa
carga y su sonrisa radiante iluminaba un poco el mundo de Helena.
Ella estaba sola en
una cabaña enorme, donde el único sonido provenía de una fuente de agua que
había en una esquina. Había una litera que parecía ya ocupada, con fotos de una
chica rubia y de los que supuso eran varios amigos. Otra litera tenía la
inferior rota, como si alguien muy grande hubiese dormido ahí y, por lógica y
gravedad, no cupiese. Ella había escogido la litera más cercana a la ventana,
desde donde se veía una porción de agua.
No sabía ni de lo que
Paris estaba hablando, pero Helena no quería que se le escapase una sonrisa por
nada del mundo. Eso le daría una satisfacción a Paris que no quería entregarle.
Llevaban conociéndose cuatro días pero cuando luchas contra monstruos con otra
persona siempre te vuelves algo más cercano de lo normal.
Salió de su ensoñación
cuando un chico con olor a quemado y cabeza plagada de rulos llegó a su lado.
-Hola
–Saludó el muchacho, que la noche anterior se había presentado como Koa. Tras
repartirse en misiones, habían acodado que tal vez necesitasen trucar algunas
cosas para llegar a California. Entonces, ¿qué mejor que ir con un hijo de
Hefesto?-.
¿Qué al estáis?
-¡De
maravilla! –Exclamó Paris, dando pequeños saltos de alegría. ¿Por qué Helena
sentía la necesidad de estrujar sus mejillas?-.Tengo los mejores
hermanos. ¡Me pintaron las uñas! –Enseguida estiró la mano y mostró sus dedos.
Koa agarró sus manos para mirarlas, pues él las llevaba pintadas de negro.
-¿Cuántas
capas llevas? Están intactas.
-¡Solo
dos! Pero tengo un esmalte protector mágico que…
-¡Chicos!
–Helena ya había tenido suficiente cháchara por ese día. Ella venía de ser la
única humana del campamento submarino, donde el entrenamiento era lo único
importante y sobrevivir a un calamar gigante el pan de cada día. ¿Uñas? ¡Su
última preocupación!-. Hay que marcharse. Tenemos que ir a
salvar el mundo.
Cuando Koa soltó la
mano de Paris, Helena dejó ir aire que no sabía que tenía retenido. ¿Es que a
caso estaba celosa? Quiso negarlo pero, una parte dentro de sí, le confirmó sus
sospechas.
-¿Tenemos
algún plan? –Preguntó Koa mientras caminaban, bajaban la colina y se internaban
en el bosque.
-Sí
–Respondió Helena-. Iremos a Conney Island y allí
agarramos unos hipocampos hasta Houston. De allí pillamos un coche y nos iremos
a California.
El chico asintió,
mientras que Paris caminaba a su otro lado tarareando una canción.
-Está
bien –Parecía no haber entendido demasiado lo que Helena le dijo-.
Y esos hipocampos… ¿Dónde se alquilan?
Helena soltó una
risita divertida ante el desconocimiento del muchacho. La noche anterior
hablaron poco, pero el chico literalmente fue reclamado hacía unas horas, por
lo que tampoco podía saber demasiado. De hecho, vio a dos gemelos pasarse
dinero después de que un martillo brillante apareciese sobre su cabeza,
probablemente porque habrían apostado.
Su risa se vio
sofocada cuando Paris puso una mano sobre el hombro de Koa.
-No
se alquilan, bobo. Helena los llama, son sus amigos.
-Vale…
Siguieron caminando en
silencio unos diez minutos más, atentos de que ningún monstruo saliese entre
las ramas. Todo iba bien hasta que Koa las llamó.
-¡Hey!
–Exclamó, haciendo que ambas se giraran con curiosidad para mirarlos-.
Podemos utilizar este coche.
Era un coche antiguo,
de color azul bebé con las puertas abiertas, que les invitaba a entrar. Helena
quiso decir que no podían robar un coche, que era propiedad de otra persona.
Pero, como si le leyese la mente, Paris habló.
-¿De
quién es ese coche?
-Es
de la abuela de Nathan –Las chicas lo miraron como diciendo “¿Quién?”-.
Un chico del campamento.
Paris fue hacia el
coche tranquilamente, abriendo la puerta del coche y mirándolos.
-No
la veo por aquí, así que no creo que le moleste –Señaló la volante-.
Si no quisiera que se lo robaran, no hubiese dejado las llaves puestas.
-La
mató un minotauro mientras veníamos andando al campamento.
Helena ni se inmutó,
que se muriesen familiares de personas estaba a la orden del día, así que poco
y nada le importante. Por otro lado, Paris se llevó las manos a la boca.
-¿Crees
que a su nieto le importará que se lo tomemos prestado?
Koa le regaló una
sonrisa torcida.
-Ayer
por la noche le atravesó un minotauro el estómago. No creo que sea el mayor de
sus problemas ahora mismo.
Se comenzaron a
escuchar pasos. Como si alguien apartarse ramas y trotara hacia ellos. Helena
se dirigió al coche también, al asiento del conductor.
-En
ese caso, nos vamos. ¡Rápido!
Cuando los tres se
subieron, colocó los seguros a las puertas y arrancó tan rápido que podría
haberse cargado el motor. Por suerte, no lo hizo. Se metió en la carretera y
siguió las indicaciones de Koa, que indicaba cómo habían llegado la noche anterior
al campamento.
Una vez estuvieron en
la autopista, de camino a un puente para llegar a Conney Island, todos
parecieron mucho más calmados.
Helena sintió que
Paris le clavaba los ojos en la mejilla, por lo que se giró para mirarla.
Cuando ella le regaló la sonrisa más hermosa de todas, Helena sintió la
necesidad de retribuírsela, tal vez hasta con la misma intensidad.
¿Era Paris una persona
que le gustaba flirtear con todos o era solo a ella a quien le regalaba esas
sonrisas coquetas? No lo sabía y ciertamente quería averiguarlo.
-Tenemos
que dejar de hacer esto –Helena volvió a la realidad, mirando como Paris reía,
pues ella se había perdido en su sonrisa y no había entendido nada. Escuchaba a
coches pitarle, pero estaban en un atasco en un puente, así que poco y nada
podía hacer.
-¿Hacer
el qué? –Le preguntó, avanzando los pocos metros que podía.
-Robar
coches juntas. Somos como Bonnie y Clyde.
Ambas rieron,
disfrutando del momento. Claramente esa felicidad no duró mucho, pues Koa se
inclinó sobre los asientos.
-¡Vienen
Dracaenes! –Gritó alterado.
Helena miró a los
retrovisores y vio como unos monstruos, mitad mujeres mitad serpientes,
caminaban entre los coches hacia ellos.
-¡Tienes
que sacarnos de aquí! –Se alteró Paris, apretando el brazo de Helena.
-¡No
puedo! –Respondió con la misma intensidad mientras trataba de avanzar
mínimamente-. ¡Tengo coches delante!
-¡Se
acercan! –Avisó Koa.
-¡A
la mierda los coches!
Paris agarró el
volante de las manos de Helena y lo giró para que saliese de la carretera, lo
que consiguió al subirse a una acera donde, por suerte, no transitaba gente.
Helena tiró hacia el otro lado, haciendo que el coche casi chocara contra otro.
Pareció que Paris tuviese más fuerza que ella y dieron un volantazo, con la
mala suerte de que embistieron contra la pared del puente y el coche, como era
lógico, cayó al río con un gran estruendo.
Helena echaba de menos
el agua, pero no quería matar a sus amigos por un simple chapuzón. Ahora estaba
en problemas.
Hades,
Dioniso & Zeus: Nos montamos en un camión *Sale mal*
En cuanto descubrieron
su misión, decidieron armarse y dirigirse lo más rápido posible al norte.
Canadá los esperaba. Regina se guardó una guadaña que había en la armería del
campamento, Emma recogió su arma y Gabriela preparó las tres mochilas con víveres
para afrontar el viaje. Las tres se reunieron a la hora acordada, tenían que
pensar como ir hasta su destino con rapidez.
-Yo
creo que podríamos ir en tren… -propuso Regina.
-No,
muchas personas, lo que significa que posiblemente algunos sean monstruos y además
la estación de tren está lejos de nuestra localización actual.-Respondió
Gabriela.
-¿Que
tal si vamos en coche?Tenéis carnet alguna ¿No?- Preguntó Emma
-Emm…
Pues no, no he tenido tiempo a sacarlo¿Tú tienes Regina?-
Dijo Gabriela mientras acababa de preparar la última mochila.
-Aun
no puedo, tengo 15 hasta los 16 en EEUU no se puede, ya sabéis.-Contestó
Regina mientras se paseaba por la sala.
-Pues…
Entonces… ¡Ah, ya se! Hay un área de descanso cerca de aquí. Por ahí pasan
muchos camiones que se dirigen al norte. Igual nos podemos colar en uno.-Dijo
Emma
-No
es mala idea pero nos exponemos a cualquier ataque-Advirtió
Gabriela-
¿Se os ocurre algo más?
Ninguna dijo
nada.Acabaron de hacer los preparativos para el viaje.
-Okay,
no me gusta pero haremos lo del camión… pero antes de subir debemos asegurarnos
de que no sea un monstruo.-Dijo Gabriela-
Vamos, en marcha.
Las tres se dirigieron
a la salida del campamento y guiadas por emma pusieron rumbo al área de
descanso. Decidieron ir por el bosque ya que pensaron que los monstruos
estarian pendientes de quién saldría por la carretera para seguirlos mientras
que por el bosque seria mas dificil. El bosque era espeso, no mucha gente solía
ir por el así que avanzaron lentamente. Tardaban horas en avanzar apenas dos
millas.
-¿Estás
segura de que era por aquí?-Preguntó Regina por décima vez.
-Según
la última vez que lo preguntaste Emma está segurísima de que vamos bien. Uy, ¿este
no es el árbol donde descansamos hace media hora?-Dijo Gabriela sarcásticamente.
-Mirad,
os odio, estoy segura de que queda poco. Aguantad un poco más. Creo que ya
estamos cerca.-Dijo cerrando los ojos como si estuviera
concentrándose- Espera. ¿Escucháis los coches? Debemos
estar cerca de la autopista. Sigamos
Regina y Gabriela se
vieron la una a la otra y se quedaron atónitas pero la siguieron sin dudar.
Minutos más tarde se
encontraban ante la autopista, en frente suya se encontraba el área de descanso
pero algo habían calculado mal, estaban en el lado contrario de la autopista.
Tendrían que cruzar para poder llegar. Desde su posición ya se observaban
aproximadamente una veintena de camiones.
-Genial,
ahora tenemos que atravesar una autopista para llegar a nuestro destino o
volver por el bosque guiados por Emma. No se que sera peor… -Dijo
Gabriela con tono sarcástico.
-Tenemos
prisa así que toca autopista-Dice Emma mientras salta a la autopista
y comienza a correr
Regina y Gabriela
saltan también a la autopista.
-A
veces parece que está algo loca.-Susurra Regina.
-Eso
es lo que me gusta de ella.-Responde en voz baja Gabriela mientras
sigue a Emma.
Sorprendentemente y
después de causar un accidente consiguen llegar al área de descanso y
esconderse. Nadie las sigue pero por si pasaba algo esperaron hasta que el
accidente se tranquilizara.
-¿Os
dais cuenta de que acabamos de causar un accidente?-Pregunta
Regina.
-Si,
pero si nos hubieran atropellado posiblemente se acabaría el mundo así que
mejor un accidente que un mundo en llamas…-Argumentó Emma
Pasaron una hora
charlando y conociendo. Regina notó cierta tensión entre Emma y Gabriela. No
sabía porqué pero notaba que esa tensión no era de enfado.
-Ey,
creo que ya está, ya se fueron las gruas para los del accidente y la
ambulancia. Salgamos de aquí.-Ordenó Emma
Comenzaron a buscar
camiones que se dirigieran hacia canadá y finalmente después de un buen rato
encontraron dos camiones con matrícula canadiense. Decidieron probar a abrir la
puerta de los remolques. El primero parecía lleno de peluches.
-Este
me gusta, iremos cómodas.-Dijo Regina
-Veamos
el otro por si está mejor.-Respondió Gabriela
Se dirigieron al otro
y abrieron la puerta, sorprendentemente la puerta no estaba cerrada tampoco así
que se dispusieron a abrirla. Al abrir la puerta escucharon una respiración
profunda y al ver se encontraron un enorme lestrigón durmiendo. Se les escapó
un grito ahogado al ver que se movía pero simplemente estaba durmiendo.
Cerraron con cuidado la puerta y sin decir nada se dirigieron al anterior
camion. Entraron y se escondieron entre los peluches lo mejor que pudieron y se
dispusieron a viajar. En su mochila tenían los suficientes víveres para comer y
fueron aprovechando las paradas del conductor para hacer sus necesidades. En
este viaje se forjaron más que amistades, Emma y Gabriela cada vez se conocian
mejor y se acercaban más. Gabriela sabía lo que quería, Emma no tanto pero poco
a poco todo iba encajando. Regina se dio cuenta por la situación y lo dejaba
fluir.
Unos días después se
encontraban en las cataratas del niágara entonces decidieron bajar y continuar
su camino de otra forma.
Hermes:
Todo mal chicos
El fuego comenzó a
tragarse la imagen de Aike jurando a Artemisa, disipándose en chispas y llamas
danzantes. Había visto eso y cómo a un chico le atravesaba una cornada de un
minotauro. ¿Es que todo eso estaba pasando mientras dormía? Se estaba perdiendo
lo mejor.
Se giró para mirar a
Hestia, sin saber exactamente qué quería decir con esas imágenes. La diosa
tenía una expresión de preocupación. ¿Al final a los dioses sí les importaba lo
que sucediese con sus hijos? ¡Imposible! Si les importase de verdad, sería
Hermes quién estuviera ahí sentado y no Hestia.
-Sé
lo que piensas –Habló la diosa, sacándola de su nube privada-.
Tu padre es el mensajero de los dioses, Casiopea, no tu ángel de la guarda. A él
le importan mucho todos sus hijos. Siempre se ocupa de reconocerlos a una buena
edad y los ayuda a llegar aquí, aunque no todos siempre llegan bien. Como tú.
Pero he aprovechado esta oportunidad para explicarte tu destino.
Para Cassie, nada de
eso tenía sentido. ¿Qué destino? ¿Estaba destinada a estar en coma toda la
vida? Porque si era así, ¡por favor que la asfixiara! No podía perder así su
vida. Aún le faltaban muchas cosas por vivir: Quería tener sexo, emborracharse
y atropellar a alguien. Lo típico que haría una chica normal de su edad.
-No
lo entiendo –Dijo en voz alta-. No entiendo nada, mi señora. ¿Es que
acaso no son las moiras quienes deciden mi camino?
La mujer negó.
-Tu
camino nunca está determinado, mi pequeña. Tú eres quien decide qué te pasa a
ti y ellas verán cómo les afecta a tus compañeros.
-Compañeros…
-Frunció
el ceño-.
¿Los del fuego?
Hestia asintió,
dejando de mirar el fuego y mirándola a ella.
-Han
llegado en las últimas veinticuatro horas doce nuevo semidioses –Le explicó
Hestia, pues mientras todo eso sucedía ella había estado en coma-.
Todos ellos destinados a derrotar a tres monstruos que quieren derrocar a los
dioses. Están resentidos por ser nuestros hijos menos valorados –Cassie
asintió, tratando de recordar todo lo posible de mitología-.
Surgió también una nueva teoría y han deducido astutamente que la llegada de
tantos nuevos semidioses y una profecía se debe a que algo está por venir. Han
interpretado los mensajes –Suspiró tranquila. Casi quiso decir en voz alta “BIEN,
CHICOS SEGUID ASÍ”-. Pero no lo han hecho bien.
“MAL, CHICOS, NO
SIGÁIS ASÍ”
Cassie casi quiso
reírse de la situación. ¿De verdad eran tan desgraciados? Sale una profecía, la
mínima cosa que tenéis que hacer es descifrar, lo hacéis mal y cien personas no
se dan cuenta. Parecía una maldita broma.
-¿Por
eso me lo dices a mí? ¿Tengo que ir yo a decírselo? ¿Por qué no va un dios
cualquiera?
Hestia suspiró
pesadamente, ajustándose en su asiento.
-Porque
los dioses no pueden intervenir directamente en la vida de sus hijos. Los
semidioses tenéis que seguir vuestro camino sin turbulencias. Pero aprovechando
las circunstancias, yo vine a decirte tu destino, Casiopea –La mujer se puso en
pie, tapando el fuego detrás de ella-. Eres hija del mensajero de los dioses
y tú serás la mensajera de los semidioses.
Cassie se puso en pie,
algo asustada por Hestia.
-¿Y
qué mensaje debo llevar?
-No
es Regina Schuyler la líder de la profecía, sino Aike García. Si ella se
enfrenta al jefe de los minotauros estará muerta en breves.
“TODO MAL CHICOS”.
Capítulo 5
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: Como Moisés
Cuando Helena tocó el
agua del río le sucedió lo contrario que a sus compañeros. Ellos aguantaban la
respiración y trataban de abrir la puerta mientras el coche se llenaba de agua
para escapar. Ella, por otra parte, estaba como si pudiera respirar de verdad.
No hizo ningún movimiento por moverse, disfrutando del agua acariciar sus
extremidades y agitar su cabello.
No fue hasta que
recordó que no todos respiraban bajo el agua que ordenó a las corrientes que
abrieran las puertas del coche. Cuando vio a sus amigos correr a la superficie,
supo que eso no podía permitirlo. Si las Dracaenaes los veían en la superficie,
vivos, se tirarían a por ellos para matarlos, algo que no les convenía nada.
Así que salió del
coche y nadó rápidamente para agarrar los pies de ambos. Tenían los rostros
rojos de aguantar la respiración. Para ayudarlos, Helena creó rápidamente una
burbuja lo suficientemente grande para los tres ahí abajo. Luego tiró de ellos
para meterlos dentro, aunque ellos parecían ansiar la superficie. Cuando estuvieron
dentro y vieron que había aire, comenzaron a toser con fuerza. Paris incluso
estaba escupiendo agua. Helena pensó por un segundo que si Paris hubiese
necesitado un boca a boca a ella no le hubiese importado hacérselo en absoluto.
Koa, por otro lado, se
acariciaba la parte superior de la cabeza. Helena supuso que, al caer, se
habría golpeado con el techo del coche al rebotar en el agua. Si se hubiese
colocado el cinturón de seguridad como Helena indicó durante el camino…
Los dejó un rato para
que se recompusieran, apoyados en la burbuja y aporreando su pecho como si
fuese un tambor. Ella simplemente apreció las profundidades del río y como el
coche de la abuela de Nathan sería parte del hábitat ahora.
-Chicos
–Rompió el silencio Helena, mirando a los dos-. Venga, chicos.
Relajaros. Es solo un poquito de agua.
Paris la miró como si
estuviese blasfemando. Dio un paso hacia delante y se tuvo que sostener en una
pared de la burbuja para equilibrarse.
-Dice
la hija de Poseidón seca.
Helena puso los ojos
en blanco.
-Nada
de esto hubiese pasado si no me hubieses quitado el volante.
Paris trató de nuevo
de avanzar de nuevo, pero sus pies se resbalaban por la superficie de la
burbuja. Esta vez, cayó hacia delante. Buscó apoyo en los brazos de Helena,
quien la sostuvo para que no cayese. Si no estuviese tan enfadada probablemente
se hubiese percatado de cómo su piel se erizaba bajo su toque.
-¿Querías
acaso que nos matasen? –Se quejó Paris-. ¡Conduces como una abuela coja!
-¡Esta
abuela coja sigue las normas de tráfico! –Repuso Helena algo irritada por el
comportamiento infantil de Paris-. ¡Tenéis suerte de que os haya salvado!
-¡¿Ahora
tenemos suerte?! –Bramó-. ¡Pues…!
-¡Basta!
–Por primera vez, Koa interrumpió la discusión matrimonial de ambas-.
No rompáis el silencio si no vais a decir un plan para salir de aquí.
Helena suspiró y sacó
la cabeza de la burbuja, queriendo gritar. Sin embargo, llamó a los peces de
alrededor, quienes vinieron a quejarse de la contaminación que tenía el río y
como ninguno de los terrícolas les hacía caso. Ella no tenía tiempo para eso,
por lo que les indicó que llamase a Johnnie, su amigo hipocampo, que vendría
con otros compañeros para llevarlos hasta Houston.
Viendo la dificultad
que tenían sus amigos de sostenerse en la burbuja, Helena la hizo bajar hasta
que tocaron el suelo. Una vez en tierra firme, abrió un pequeño túnel de agua a
medida que iban pasando, asegurándose de que ellos no se quedaban atrás,
comenzó a caminar frente a ellos, quienes la imitaron mientras miraban desconcertados
su hazaña.
-Wow,
pareces Moisés. –Habló Koa.
-Él
solo era un hijo de Poseidón al que le gustaba llamar la atención. –Bufó
Helena, todavía enfadada por la discusión con Paris, a pesar de que sabía que
tenía algo de razón, debería haberse arriesgado un poco más.
Siguió caminando, sin
ni siquiera mirar atrás. Sintió unas pisadas aceleradas y al girar a ver quién
venía se dio de frente con el rostro de Paris. Ella respiró hondo mientras
clavaba sus ojos en los suyos.
-Lo
siento, por lo de antes –Dijo finalmente, viéndose algo arrepentida. Helena no
esperaba que Paris dejase su orgullo de lado, pero supuso que lo hizo solo con
ella-.
Estaba alterada y asustada. Pero nos salvaste, gracias.
-No
es nada –Le tranquilizó Helena-. Y disculpas aceptadas.
Ambas compartieron una
sonrisa cómplice antes de que Paris se envalentonara y le agarrara la mano.
Durante la siguiente hora y media hasta llegar una playa aislada de Conney
Island.
Una vez allí, tres
hipocampos adultos con manchas de colores los esperaban cerca de la orilla.
Helena los presentó como Johnnie, Bonnie y Julie. Cada uno se subió a uno y
Helena les indicó que su objetivo era llegar a Houston. Los animales los
llevaron hasta allí con amabilidad, tardando cerca de unas cuatro o cinco
horas, que ellos aprovecharon para dormir.
Estaba en un profundo
sueño sin molestias de pesadillas cuando la voz de Koa la levantó alertada.
-¡Mirad!
–Señaló al frente el chico-. ¡Debe de ser Houston!
Comenzaron a soltar
gritos de alegría, contentos de de haber llegado finalmente a su destino.
Pensaban que ya estaba todo hecho cuando un calamar rosado gigante emergió a la
superficie y los miró con sus ojos negros brillantes.
-Niños
–Exclamó el monstruo mientras Koa y Paris sacaban sus armas-.
Si queréis pasar, algún sacrificio tendréis que realizar.
-¡Atacad!
–Bramó Paris y Koa soltó un grito de guerra, esperando que los hipocampos
avanzaran también, pero estos solamente gritaron. Tal vez para ellos fuese algo
sin sentido pero Helena los entendió a la perfección.
“¡Quieren matar a
Peggy!”
“¡Helena, haz algo!”
“¡Este idiota me está
golpeando, lo voy a hundir!”
Antes de que sus
amigos pudieran alterar más al monstruo decidió hablar.
-Disculpe,
señora calamar –La llamó con la mayor educación que pudo-.
Estamos tratando de llegar a Houston lo antes posible, vivos, a poder ser. Así
que si hubiese algún favor que desea que le hagamos, estamos más que dispuestos
a hacerlo ahora.
El calamar agitó sus
largos brazos llenos de ventosas mientras pensaba, mojándose un poco la
cima de la cabeza.
-Hay
algo en lo que podríais ayudarnos y os dejaríamos pasar.
Miró a sus compañeros,
pidiéndoles que le dejaran hablar a ella. Claramente era la más experimentada y
sobre todo con los animales del mar. Seguramente sería algo que incomodaba a su
comunidad.
-Decidnos.
-Hay
unas trampas para calamares en el fondo de este mar –Comenzó explicando-.
Quieren capturarnos. Nos han dicho que luego nos comen y venden nuestras
pieles. Somos tratados como bichos raros. Queremos vivir libres y en paz.
Retirad las trampas y os dejaremos pasar.
Antes de que Helena
tuviese tiempo a transitar eso, Koa ya estaba gritando palabras afirmativas.
-¡Solo
necesito saber cómo funcionan y las desactivaré en un segundo! ¡No me cuesta
nada! ¡Era mi hobbie de pequeño! Mis favoritas son las trampas para osos y
peces. ¡Las carpas siempre fueron escurridizas! ¡Vamos!
Helena miró sin
entender muy bien. ¿El novato los iba a salvar?
-¿Estás
seguro? –Se adelantó a preguntarle Paris.
-¡Sí!
–El chico paseaba su mirada entre ambas-. Helena puede crear burbujas para
respirar y arreglar las máquinas y Paris puede mantener los posibles
monstruos a raya. En unas horas puedo desactivarlas todas.
Helena se giró a mirar
al calamar.
-¿Le
parece bien?
-Que
trate de cerrarlas y ya veremos si hay trato.
Hades,
Dioniso & Zeus: Gabi…
Emma, Regina y
Gabriela se encontraban en las cataratas, sabian que habia una zona escondida
cerca de ellas, tenían que buscar la entrada como sea. Allí se podía encontrar
la guarida de los lestrigones o una pista para encontrarla. Si se encontraban
allí los lestrigones todo podría acabar, en cambio, si no lo estaban aún tenían
un largo y peligroso viaje por delante ¿Qué sería mejor?
-Regina
¿Al ser hija de Hades no percibes el suelo? Así podríamos saber donde esta la
guarida.-Preguntó
Emma.
-No
que yo sepa, puedo probar si quieres.
Regina se agachó y
colocó las palmas en el suelo. Comenzó a concentrarse. Pasaron unos minutos y
seguía concentrándose.
-¿Regina?¿Estás
bien? -Dijo
Gabriela con preocupacion, mientra se agachaba y colocaba a su lado.
Regina no se inmutó,
sus mejillas enrojecieron lentamente.
-Emma,
ayúdame a separarla del suelo -Ordenó Gabriela con tono preocupado-.
Rápido, esto pinta mal.
-Si,
voy, vamos a levantarla. -Respondió, agachándose y agarrandola.
-A
la de una… A la de dos… Y… A la de tres.
Gabriela y Emma la
trataron de levantar juntas a Regina, quien se quedó suspendida en el aire.
Ella cierro los ojos y su cuerpo se quedó muerto en los brazos de sus
compañeras. De repente una risotada brotó del cuerpo inmóvil de Regina.
-¿Como
os lo pudisteis creer? -Preguntó riendo mientras se coloca en
pie.
-Eres
imbécil, Regina -La insultron Emma y Gabriela al unísono.
-Si,
lo es -Dijo
una misteriosa voz
-¿Que?¿Quien
eres? -Cuestionó
Emma al darse la vuelta y encontrarse a una mujer de pequeña estatura y joven.
-Seguidme,
después os dejaré hacer las preguntas
-¿Pero…
Y si tratas de matarnos? -Preguntó Emma mientras daba un paso atrás.
-Una
pregunta mas y no tendréis acceso a la información que necesitáis, seguidme en
silencio.-Respondió
la desconocida.
La desconocida llevaba
puesto un vestido azul con rayas como si fueran olas del mar y desprendía un
cierto olor a perro mojado. Tenía su largo pelo negro atado en un moño y
caminaba con súbita elegancia, no daba un paso en falso en ningún terreno.
La siguieron por unos
caminos que las apartaron de la gran cantidad de gente que había en las
cataratas y por un camino señalado como prohibido fueron descendiendo a un lado
del camino estaba el acantilado de la catarata, al otro estaba un gran abismo
que llegaba al río donde caía la catarata. Estaban ocultas por unos setos así
que mientras ellas podían ver el río, los del río no las podían ver a ellas ni
ver el camino por el que estaban. Avanzaron un rato más hasta que la catarata
las ocultaba pero a su vez está salpicaba y mojaba a las 3 compañeras, en
cambio la mujer misteriosa no parecía que se mojara.
Cada vez el camino se
estrechaba más y más, comenzaron a caminar en hilera pero no paraba de
estrecharse, llegaron al punto que tenían que caminar de lado, sus pies casi
eran tan grandes como el camino y no solo eso, el suelo estaba parcialmente
mojado. El camino se hizo añicos bajo el pie de Emma, esta trato de mantener el
equilibrio pero lamentablemente se resbaló, trató de agarrarse a la cornisa
antes de caer, no lo consiguió, el único punto fijo era la pierna de Gabriela,
se agarró firmemente a ella.
-¡Ah!¡Ayuda!
-Gritó
Emma.
Gabriela estaba en
perfecto equilibrio, no se inmutaba a pesar de tener a Emma colgada de una
pierna.
-Podría
dejarte caer… Igual si me lo pides por favor…-Dice Gabriela bajando
un poco la cabeza para ver a Emma mientras seguía caminando sin preocupación
lentamente arrastrando el pie para que Emma no se balanceara y no se cayeran
juntas.
-¡Por
favor! ¡Haré lo que quieras pero no me sueltes! ¡Te lo prometo!
-Vale.
Regina, agarrale la mano y la subimos entre las dos.
Regina y Gabriela
consiguen subir a Emma de vuelta y continuaron su camino. Emma temblaba, le
gustaba la sensación de estar en el aire pero notó que esta vez era diferente,
no podía usar sus poderes para intentar obligar al viento a que lo levantase,
algo iba mal en este lugar.
Siguieron avanzando,
se veía un saliente y la entrada a una especie de gruta. Al llegar la señora se
internó en la gruta y desapareció en ella.
-Vamos,
venid, sin miedo.
Antes de entrar Emma
se dirigió a Gabriela ruborizada.
-No
se que me pasó, no podía usar mis poderes. Muchas gracias por ayudarme…
-No
pasa nada… somos compañeras… Ven… Anda…-Dijo Gabriela abriendo los brazos como
para un abrazo.
Emma aceptó y la
abrazó.
-Nuestro
viaje no acabará en el fondo de esta catarata. Te lo prometo. -Dijo
Gabriela en tono amable.
Deshicieron el abrazo
y continuaron hacia la cueva.
Las tres entraron con
cuidado, se veía una luz al fondo que poco a poco fue haciéndose más grande
hasta que llegaron a una gran caverna que estaba dividida por tres grandes ríos
y que precipitaban por el mismo sitio que la catarata, en frente se podía
observar tres cuencos… Parecían cuencos para perros… También una cama y una
especie de habitación con nevera y todo tipo de lujos, la señora estaba cerca
de la cocina de la habitación, recogiendo algo de un estante.
-¿Tenéis
hambre?-Dijo
mientras levantaba un paquete de galletas y se las ofrecía.
Nadie dijo nada, se
quedaron viéndola con cara extraña.
-Buneo,
si no quereis no pasa nada, me pillasteis merendando, sentí a tres mestizos y
estaba informada de que ibais a venir ya que los lestrigones me avisaron -Dijo
mientras se comía una de las galletas con forma de dinosaurio-.
Antes de que penseis nada malo, los mestizos tenéis muy malos modales y siempre
atacais en cuanto escucháis la palabra monstruo, pero tranquilos yo voy en son
de paz. ¿Capichi?
Mientra menea la
cabeza en gesto de desaprobación, Emma se dispuso a hablar.
-Pero…
-
Ya se, ya se -Cortó la desconocida-.
Ibas a preguntar quién soy, ¿no? Soy Escila. Si, tengo tres cabezas de perro
debajo de la falda ¿Algún problema? Espero que no, tienen algo de hambre, les
interrumpiste la comida… Pero no vais a tener problema, se lo tengo que ordenar
yo normalmente son mansas. -Dijo mientras se veía un hocico por
debajo del vestido.
Se escuchó un grito
entrecortado de Regina.
-¿Venis
por la ubicación de los lestrigones verdad? Si, sé donde está… pero vais a
tener que pagar un precio, un precio tan grande como la información que os voy
a dar.
-Por
qué nos da…-Trató de decir Gabriela
-Si,
si no es que os tenga cariño ni nada, me da igual todo, estoy harta de dioses,
monstruos, semidioses y todo eso. Yo solo quiero vivir en mi cueva tranquila y
cuidar de mis tres bebés sin que nadie me moleste. Ahora preguntareis ¿Cual es
el precio? -Dijo reflexiva mientras comenzaba a
acariciar una de las tres cabezas de perro que le empezaban a salir de la falda-
Pues depende ¿Que servicio quereis? ¿Completo, medio o básico?. Claro, ahora
surge la pregunta de qué incluye cada paquete… Pues como suponeis con el
completo os diría toda la información que se: Posicion, formas de entrar sin
que lo sepan, formas de huir, puntos débiles, etc… Por otra parte con el medio
os diré la posición y dos cosas random que me apetezcan y el básico pues eso,
básico… La posición vamos… poco más… bueno… si me caéis bien igual algo mas…
Dio un largo suspiro y
continuo
-Dejémonos
de cháchara ¿Que quereis hacer? Pero aviso, una vez elijáis no vale cambiarlos.
Os dejo pensarlo, adelante.- Escila se dio la vuelta, recogió una
bolsa de gran tamaño que un humano normal no podría levantar y la vacío en los
tres comederos que había, automáticamente sus cabezas comenzaron a comer y ella
se dedicó a acariciarlas y darles mimos.
Gabriela, Emma y
Regina se reunieron.
-Creo
que deberíamos coger el completo… -Dijo Emma- Aunque sea más caro
es el mejor y el que más probabilidades de sobrevivir nos da.
-Me
parece la mejor opción pero ¿Cuál será el precio?-Respondió Gabriela
.
-Que
importa, el mundo se puede acabar, cualquier precio seria minimo por salvarlo…-Contrario
Emma-
No queda otra Gabi… Debemos hacerlo… Además, no podemos usar nuestros poderes…
-Si,
yo tambien lo siento… no podemos usarlos.-Dijo Regina, apoyando a Emma-.
Debemos coger el completo…
-Bueno…
Haremos lo que mandéis, la mayoría gana pero que sepais que no estoy de
acuerdo. Mientras alguien que yo me se no se caiga todo bien -Bromeó
Gabriela guiñandole el ojo a Emma.
Se acercaron a Escila
que parecía algo abstraída. En la cueva había una serie de puentes para pasar
por encima de los ríos. La verdad es que Escila tenía un buen gusto para la
decoración, era un poco rústico como una cabaña de madera pero a la vez
moderno, este crisol de decoraciones formaba una perfecta sincronía y quedaba
precioso.
-Escila,
ya tomamos la decisión.-Dijo Gabriela.
-Ah,
tardasteis tanto que pensaba que que os ibais… Bueno, el completo ¿No? Siempre
quereis el completo… Uf… Sois tan impulsivos…
Las tres asintieron
con la cabeza
-Perfecto.
Pues a la de una… A la de dos… A la de tres… Vendido al mejor postor. El precio
por eso es que una salte del precipicio.
Las tres la vieron con
cara de sorpresa.
-Ya
¿Por que quiero que hagáis eso? Pues al fin y al cabo sigo siendo un monstruo
pero bueno solo quiero hacer sufrir un poco a los dioses por transformarme en
esto… Lo siento, pareceis majas.
-No,
no. No pienso permitir que una muera -Declaró Emma mientras desenfundó su
arma.
Inmediatamente las
tres cabezas de los perros de Escila se movieron hacia Emma.
-Eh,
sin armas, por mucho que consiguieráis matarme, aunque no os creo capaces,
perderiais toda la información que necesitáis. No hay otra forma de conseguirla
ya os lo recuerdo. ¡Uy! -Dijo mientras miraba su reloj-
Que tarde es. Daros prisa en elegir cuál se tira que va a salir el siguiente
capítulo de mi serie favorita.
Emma dejó caer su arma
y dio un paso al frente. Se giró para observar a Gabriela y a Regina y vuelve
la cabeza otra vez hacia Escila.
-Seré
yo.
-No,
no te voy a dejar irte… Te lo prometí antes en la entrada… Esta aventura no se
acaba aquí.
-Gabi…
No lo entiendes… Regina no puede, es parte de la profecía y tu eres la mas
experimentada… Yo solo hice que os perdierais por el bosque, generé un
accidente, os obligue a viajar en camión y casi te tiro por un precipicio al
caerme. Debo ser yo…
-No…
Podemos hacer algo… Seguro -Dijo Regina.
-No,
no hay nada más que hacer. Ya escuchasteis a Escila. Uno debe tirarse por la
información.
-Si
ya lo tienes claro acércate al precipicio puedes elegir la opción: Usar los ríos
para no pensarselo y caer o tirarse desde el acantilado saltando. Tu eliges -Dijo
Escila apenada-. Tu eras la que tenía pinta que mejor
me iba a caer… pero las normas son las normas así que… Despídete.
Emma y las chicas se
dirigieron al borde del acantilado, los tres ríos se unen con la catarata,
forman una vista preciosa que únicamente se podría observar ahí.
-Bueno…-Comenzó
Emma acercándose a Regina- Regina, confio en ti, vas a ser una de
las mejores semidiosas, se te ve… Solo tienes que entrenar más pero vas a ser
de las mejores-Acabó acercándose a ella y removiendole
el pelo con una sonrisa en la cara- Confía en ti y seras la mejor.
Emma dejó escapar un
largo y profundo suspiro y se acercó a Gabriela
-Gabriela,
Gabi… Este ultimo mes en el campamento mestizo… mis guardias contigo… el tiempo
juntas entrenando… fue la mejor época que he pasado en toda mi vida… solo tengo
buenos recuerdos tuyos… -Dijo Emma agachando la cabeza nerviosa y
ruborizada, acercándose para darle un abrazo-. No te olvides,
nuestra aventura no acaba en el fondo de este acantilado… -Terminó
de hablar dándole un beso en la mejilla.
Deshizo el abrazo y se
dirigió hacia el borde, al llegar miró hacia el fondo, se le escapó un suspiro,
volvió a levantar la cabeza y observó a Regina y a Gabriela por última vez con
una amplia sonrisa, se dió cuenta de que las lágrimas resbalaban por la tez del
rostro de Gabriela.
-Estaré
bien. Os lo prometo. Nos vemos en los Elíseos…
Emma dio un salto
hacia atrás mientras una sonrisa de felicidad surcaba su rostro. Una
única palabra se escuchó después.
-Gabi…
Atenea,
Ares & Artemisa: El sueño de Aike
Aike no había dicho ni
pío desde que llegó el Minotauro Albino, se encontraba metida en sus
pensamientos sobre qué hacer con toda la información que habían soltado. Tenían
que rescatar a Quirón, el centauro encargado del campamento, liberar a Tánatos
y cerrar las puertas derrotando al jefe, que por cierto no sabían quién era.
Aike sabía que sería complicado hacer las tres misiones al mismo tiempo, en
especial porque si una salía mal, los malos avisarían a los monstruos que
estaban alrededor del campamento y atacarían. Era una misión difícil de
realizar.
Aun así, en el momento
en que pidieron voluntarios, Aike no lo pensó dos veces y se ofreció. Tal vez
no llevaba mucho tiempo en el campamento ni conocía a todos los semidioses,
pero era su hogar ahora, tenía que luchar por él. Además, tenía una familia
allí. Regina, al ser la principal de la profecía, ya que Aike se había vuelto
cazadora de Artemisa, había sido asignada para derrotar al “jefe”, Aike
ni tiempo había tenía para proponer ser su compañera cuando las dos chicas que
trajeron al Minotauro Albino habían sido elegidas. Al final, Aike lideraría la
misión para rescatar a Quirón junto con otros dos semidioses, el que había sido
atravesado por un minotauro bebé y una chica morena que lo había estado cuidando
mientras elegían las misiones.
Después de que tomaran
las decisiones, Aike se acercó a ellos.
-
¿Cómo vas con tu herida? - le comentó. Ya no se podría decir que
era una herida, el supuesto agujero que había tenido ahora era solo una
manchita morada del tamaño de un centavo.
-Perfectamente,
listo para salir ahora si es necesario. – El chico parecía de buen humor ahora,
como si el hecho de ir a la misión lo hubiera entusiasmado. Aike se preguntó si
había sido buena idea escogerlo.
-Soy
Edith, hija de Ares – Le dijo de repente la otra chica, tendiendole la mano, la
cual aceptó. – Y él es Nathan, hijo de Atenea.
-
Aike, ya saben, hija del todo temible y poderoso Hades, cazadora de Artemisa. –
Nathan silbó
-Esa
es una presentación algo larga, ¿piensas añadirle más? – Aike sonrió
-
¿Qué tal, salvadora de Quirón? Es un buen título para los tres. – Nathan sonrió
-
Me gusta. Nathan, hijo de la diosa más sabia, Atenea y salvador de Quirón. –
Miró a la otra chica- Edith, hija del dios de la guerra Ares,
salvadora del centauro Quirón. – Los tres estallaron en risas. Tal vez no era
tan malo después de todo, Aike pensó que después de esta misión (si
sobrevivían, claro) tendría a dos grandes amigos.
Un ruido en el
campamento los sacó de las risas, un cuerno había sonado anunciando la cena.
Los tres se disponían a ir, cuando Aike vio un pequeño destello a un lado de la
casa grande. Se detuvo en seco, provocando que Edith chocara con ella.
-
¿Qué pasa? – Le preguntó. El destello seguía ahí, pero Edith, que miraba en su
dirección, parecía no verlo.
-
¿No lo ves? - le dijo Aike a Nathan. Este negó con la
cabeza.
-
¿Ver qué? ¿El minotauro? Supongo que tienes mejor visión que nosotros, porque
no le veo ni los cuernos.
-No,
no es eso. Humm…- El destello seguía allí y parpadeaba,
como si la apresurara a seguirlo. – Adelántense ustedes, después los alcanzo.
Yo tengo algo que hacer. – Aike corrió donde el destello, sin esperar
respuesta. El destello desapareció cuando estaba cerca de él y apareció más
lejos, Aike lo siguió, internándose más y más en el bosque, hasta que llegó a
una colina.
Era la colina donde
Artemisa se le había aparecido hace unos días. Aike esperó, sabía dentro de sí
que la diosa se aparecería otra vez. Y así fue.
Una chica de cabellos
rojos y diadema de plata sobre su cabeza salió de entre los arbustos. Aike se
inclinó en señal de respeto. –Enderézate, Aike. No tengo tiempo para
formalidades. – Aike miró a la diosa. – Ahora estas en una misión, para
rescatar a Quirón. ¿Sabes a dónde ir?
-Eh,
el minotauro nos dijo que podíamos encontrar la base en el sur… -
Aike calló, realmente no sabía a donde tenían que ir, su única pista era esa. ¿Pero
qué tan al sur debían llegar? La diosa la miró, como si hubiera leído sus
pensamientos. Tenía un pequeño cinturón atado a la cintura con un cuerno en él.
Lo desabrochó y se lo entregó.
-
Yo siempre que mando a mis cazadoras a una misión, les doy una pequeña pista
que seguir. En tu caso, esta es mi pista. El cuerno es de uno de los minotauros
que custodian a Quirón. Los guiará de vuelta a su dueño. – Aike miró el cuerno.
Estaba trozado, por un lado, con un hilito de líquido negro en las orillas. No
sabía cómo los guiaría, pero le agradeció a la diosa, que se convirtió en el
destello y desapareció.
Aike regresó todo el
camino al campamento intentando averiguar cómo servía el cuerno. Lo intentó de
varias maneras, como hablándole, acariciándolo como si una lámpara de genio se
tratara, incluso intentó golpearlo en un árbol, pero el cuerno no hacía nada.
Para cuando llegó al campamento, todo estaba apagado, podía ver los restos de
lo que había sido la fogata y unos cuantos semidioses irse a sus cabañas. “Genial”
se dijo a sí misma “Me perdí la cena”. Regresó a su cabaña y vio en una
litera a Regina dormida. Cuando se dirigió a su litera vio un paquetito sobre
la almohada. Era un trozo de pizza y una magdalena.
-Gracias.
-
Susurró mirando a Regina. No era mucho, pero le agradecía el detalle. Después
de haberlo comido Aike siguió intentando adivinar como servía el cuerno, hasta
que se quedó dormida. Había escuchado que los semidioses tienen sueños
diferentes a los mortales, que veían visiones de cosas del pasado o de su
futuro y que eso les daba miedo. Le había dado curiosidad cómo sería tener uno
y esa noche lo tuvo, solo que no como ella esperaba.
Aike se encontraba en
medio de un campamento. Había una fogata en el medio y unos troncos alrededor
donde había varios mortales comiendo salchichas asadas. Parecía un escenario
normal, con gente común. Aike miró alrededor. ¿Por qué le mostraban esto? No
tenía nada que ver con su misión.
Los mortales se reían
y golpeaban entre sí, indiferentes a Aike. No la podían ver. De repente, un
gruñido inundó el pequeño claro. Los mortales se callaron y miraron entre si
nerviosos.
-Dijiste
que era seguro aquí, George.- Dijo uno de ellos. – Que no había osos.
– El chico llamado George frunció el ceño.
-
Y no hay. Siempre vengo aquí con mis tíos y nunca nos hemos encontrado un oso. –
Aike quería advertirles, ella conocía ese rugido, lo había escuchado fuera del
campamento. Ahora entendía por qué le mostraban eso y entendía a lo que los
semidioses se referían. Sabía lo que les iba a pasar a los campistas, pero no
podía hacer nada más que mirar.
Unos crujidos se
empezaron a escuchar por un lado del bosque, como si algo grande estuviera
bajando la colina y a su paso rompiera los árboles. Los campistas también lo
escucharon y comenzaron a gritar y a alejarse de los ruidos. Una sombra grande
empezó a verse, conforme más se acercaba más grande se hacía. Aike miró
aterrada. La sombra había crecido hasta cinco metros, el minotauro era aún más
grande que el Minotauro Albino. Los campistas, que se habían quedado callados
al ver la sombra, comenzaron a gritar otra vez y a acercarse a la fogata. Aike
miró a sus espaldas, más sombras de tamaños más pequeños habían aparecido
alrededor. Los campistas estaban rodeados.
La sombra más grande
rugió, como dando pase libre a los demás. Lo último que vio Aike fue las caras
de los campistas aterrorizados y sus gritos combinados con rugidos. Aike se
despertó de golpe, sudando y con el cuerno entre los brazos. Alguien tocaba la
puerta de la cabaña. Parecía que ya llevaba rato tocando, porque se desesperó y
la abrió. La cara de Edith se asomó por la abertura.
-
¡Eh, bella durmiente! Se nos hace tarde para… - Edith no terminó la
frase. Entro con cuidado a la cabaña - ¿Aike? ¿Estás bien?
Aike seguía
sosteniendo el cuerno. No sabía qué pinta tenia, pero por la expresión de
preocupación de Edith no era muy buena. No podía negar que el sueño la había
asustado, se sentía impotente por que no pudo hacer nada por los campistas, y a
pesar de que el sueño no se lo había mostrado (gracias a los dioses) sabía que
había pasado con los campistas.
-
¿Puedo entrar? ¿Está vestida? – Escucho la voz de Nathan fuera de la cabaña.
Después su cabeza se asomó. Tenía las manos sobre los ojos. Edith se las bajó
de un manotazo. – Ouh… ¿Qué te paso? – le dijo Nathan.
Aike tragó saliva.
– Solo… solo fue un
sueño. ¿Tan mal me veo? – dijo para salir de la incomodidad. Miró a la otra
litera y estaba vacía. Regina ya no estaba. - ¿Qué hora es?
-Es
tarde. Los demás ya se fueron a sus misiones. Te estuvimos esperando un buen
rato, pero como no aparecías vinimos a buscarte. – Nathan se acercó a Aike y le
quitó el cuerno de las manos.
-
¿Qué es esto? ¿Ayer que te fuiste al bosque se lo arrancaste a un minotauro? –
Aike se levantó y comenzó a guardar sus cosas.
-
No, ya les explicaré más tarde. Tenemos que irnos.
-
¿Y qué pasa con tu sueño? ¿Qué soñaste para que estés así? Pareces muy
asustada. – Aike miró el cuerno y recordó el montón de sombras. Le había
preocupado la cantidad de minotauros a los que se enfrentarían. En especial el
más grande, Aike se había espantado con él. Era un minotauro gigante, no sabía
que existían de ese tamaño y lo peor de todo es que a ese le faltaba un cuerno.
El cuerno que Nathan tenía en las manos.
Apolo,
Hermes & Deméter: Y así lo hicieron
Ninguno de los
presentes quería creer lo que estaba sucediendo ante sus ojos. Cassie estaba
sentada tranquilamente sobre la mesilla del hospital, quejándose de las vías
que tenía clavadas en el brazo mientras que se comía un brownie.
Sus ojos viajaban
entre las dos amigas que hizo antes de llegar al campamento. Notaba algo raro
con ellas. Estaban más cercanas, estaban paradas más juntas literalmente. No
sabía cuánto tiempo llevaría en coma pero el suficiente como para que ambas se
hubiese vuelto más apegadas.
Se sentía algo dejada
de lado. Ella las había salvado sin dudarlo en ningún instante, pero ahora que
las veía ahí, sin acercarse emocionadas al ver que despertaba o preguntarles si
estaban bien, Cassie, aún rodeada de gente, se sentía completamente sola. Como
si un dolor en el pecho se extendiese hasta clavarse en su alma.
-No
esperábamos que te levantases, para ser sinceros. –Le dijo uno de los chicos
rubios con bata que paseaba por allí.
-No
estaba muerta, solo con un hombro infectado. –Se quejó la chica, recostandose
en los almohadones que le habían traído.
-Nos
asustaste mucho –La voz de Joy hizo que Cassie girase su cabeza para mirarla.
Finalmente se habían acercado junto a Aileen, quién aún la miraba sorprendida
porque se hubiese levantado-. No sabíamos si ibas a despertarte.
Cassie suspiró. No
tenían tiempo para sentimentalismos, acababan de cometer un error y ella debía
solucionarlo. Pronto.
-Tuve
que despertarme –Habló, captando la atención de sus amigas. Flexionó las
piernas y señaló frente a ella para que se sentaran, lista para explicarles
todo lo que había sucedido-. Tuve un sueño muy vivido –Comenzó-.
No una pesadilla como las de siempre.
Las chicas las miraron
sin comprender demasiado.
-Me
visitó Hestia, la diosa del fuego del hogar.
De repente, todos los
que estaban haciendo algo pararon en seco y corrieron hacia la camilla de
Cassie, prestandoles toda la atención posible.
-¡¿Una
diosa te visitó?!
-¡Que
pasada!
-¿Qué
te dijo?
Cassie estaba algo
agobiada por la cantidad de atención recibida en menos de un segundo. ¿Podían
callarse esos estúpidos unos segundos? Estaba intentando salvarles de una
muerte segura, por favor…
-Ella
es amiga de mi padre, Hermes –Les explicó, ajustándose mejor en la cama. No se
sentía tan cansada como ella esperaba. De hecho, podría salir a correr una
maratón si se lo pedían. Serían los brownies esos que le habían dado-.
Ha decidido ayudarme. He visto cómo el minotauro ese os ha dicho las
locaciones, más o menos correctas. Pero habéis fallado en una cosa: Regina no
era la líder de la profecía. Que la otra chica se hiciese cazadora de Artemisa
no quiere decir que no pudiera ser la que está destinada a matar al monstruo.
¡Lo está! Hay que ir a recuperarla y mandarla a Canadá, que es el lugar
correcto.
Los murmullos se
hicieron presentes en el instante. Claramente toda la sala estaba alterada por
la noticia.
-¿Qué
sugieres que hagamos? –Preguntó una chica de allí, quitándose su estetoscopio.
-Que
vayamos a donde hayáis mandado a Aike y la llevemos a Canadá antes de que maten
a Regina.
La sala se quedó en
silencio. Era una idea sensata, al final de cuentas, si una diosa se lo había
dicho, no quedaba más remedio que hacerle caso.
-¿Quiénes
irán?
Aileen se aclaró la
voz, llamando la atención de todos los semidioses que mantenían la cama
rodeada.
-Por
la lógica que seguimos anteriormente, somos nosotras tres las que deberíamos ir
a buscarlas. –Respondió Aileen. Joy puso una mano sobre su hombro, casi dándole
su apoyo instantáneo.
-Lleva
razón. Si los nuevos estamos aquí es por algo –Se giró para ver a Cassie-.
Y si ella tenía que arreglar nuestro error, entonces nosotras, que somos sus
amigas, la ayudaremos con su cometido.
Uno de los rubios con
bata comenzó a agitar la cabeza, casi parecía que trataba de desatornillársela.
-¡No!
Tú tienes el brazo machacado casi literalmente –El chico señaló a Aileen para
después girarse hacia ella-. Y ella tiene el hombro casi
atravesado. ¿Qué tan lejos pensáis que vais a llegar?
-Van
con una hija de Hermes –Respondió Joy, como si fuese obvio-.
Claramente llegaremos lejos. No pueden mover un brazo pero sus piernas están
bien. ¡Algo se nos ocurrirá!
-¡Exacto!
–Bramó Cassie-. Si no fuese así, ¿por qué Hestia me ha
hablado a mí y no a uno de mis hermanos?
Murmullos volvieron a
llenar la sala, girando cabezas de un lado a otro para comentar con distintas
personas.
-¿Pero
qué comentan tanto? –Rió Aileen-. No hay máxima autoridad aquí, así que
podemos salir cuando queramos.
-Y
es lo que haremos. –Declaró Cassie.
Y así lo hicieron.
Capítulo 6
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: No hay que estropear los planes a Helena
Bajo la atenta mirada
de los calamares gigantes, Helena les instó a sumergirse y les otorgó burbujas
de agua. Paris tenía miedo a que se le acabase el aire, pero Helena le explicó
que, en ese caso, la burbuja simplemente se explotaría y ella le daría otra.
Era bastante extraño
ver a Helena nadando tan rápido bajo el agua y respirando tan tranquilamente,
como si no fuese agua salada. Pero a la vez se la veía tan feliz de estar de
vuelta en su medio que era como si fuese otra persona completamente distinta que
a la que había conocido en la superficie.
Los calamares los
guiaron hasta el fondo, donde la luz del día apenas llegaba. Se veía cerca de
donde residía un campo de trampas colocadas simétricamente. Eran como botellas
de cristal a las que le habían cortado el cuello.
-En
el interior –Comenzó a explicarles Freddie, el jefe de los calamares gigantes-
hay una aspiradora muy potente. Cuando dormimos, como dejamos que la marea nos
arrastre, los aspiradores aspiran nuestras patas. Se nos atasca la cabeza, así
que quedamos atrapados. Si tenemos muy larga las patas, se nos queda atascada
en una especie de trituradora. Luego, cuando llegan los cazadores, nos suben a
la superficie y, mientras nos asfixiamos, nos cortan la cabeza.
Paris estaba
catatónica mientras escuchaba lo que contaba Freddie. ¿De verdad el ser humano
era tan ruin y desgraciado? Esos calamares no hacían nada malo a nadie, se
quedaban en su colonia comiendo tranquilamente. ¿Para qué matarlos? Si llegaban
a ser hasta adorables.
Mientras él hablaba,
sus otros compañeros compartían miradas temerosas. Paris se preguntaba cuántas
terribles historias habrían recolectado a lo largo del tiempo. Los humanos no
eran ni media ventosa de esos seres, pero contra esa gigantesca máquina de
matar, poco y nada tenían para hacer.
Se giró hacia Koa,
quién parecía mirar la máquina fijamente.
-¿Qué
haremos? –Le preguntó, algo insegura. Ella estaba por simplemente decirles a
los calamares que se mudaran.
-Primero
deberíamos atascar el aspirador –Comenzó Koa, nadando un poco para ver la parte
de atrás de la trampa, lo que sería el culo de la botella-.
Ahí tienen que estar los cables. Puedo reordenarlo para que cuando toquen la
trampa les explote.
-Está
bien –Asintió Helena-. Paris y yo lanzaremos rocas para
atascarlo. Tú ve a cambiar esos cables.
-Perfecto.
¡Manos a la obra!
Paris descendió junto
a Helena –Quien claramente iba más rápido y se movía de una forma más gracia-
y cuando tocaron el suelo marino fue cuando pudo procesar las dimensiones de
las trampas. Eran tan altas como cualquier edificio de Manhattan. Al mirar
hacia arriba y ver las patas de los ochos calamares moviéndose, Paris se dio
cuenta de que ella era tan pequeña como las pequeñas rocas que procedían a
lanzar.
Comenzó agarrando las
piedras y lanzándola al interior de la trampa. Ella lanzaba piedras
pequeñas que iban ralentizando el mecanismo, para que finalmente Helena
ordenase a las corrientes poner una piedra enorme en el interior, terminando
por atascarlo completamente y parando al final el aspirador.
Había cinco grandes
trampas, de las cuales ya llevaban dos inutilizada. Era extraña la complicidad
que Paris parecía tener con Helena. Sabía cuando apartarse cuando sentía el
agua moverse, se miraban y reían a veces, mientras que Helena buscaba piedras
que traer ella le ponía caras raras y a veces se las correspondía.
Paris veía como Koa
parecía avanzar con velocidad, iban todos a la vez, trampa por trampa. Ahora,
en la tercera, parecía haber dejado de ser un trabajo para ser una actividad
cualquiera.
Era tal vez una
relajación que no tenían permitida. Estaban ayudando a calamares gigantes,
dentro del fondo del océano atlántico y con cada vez menos luz. No podían estar
calmadas, porque un gran peso sopesaba sobre sus hombros. Porque con esa calma
venía la dejadez, como si no estuvieran metiéndose en trampas gigantes de
matar. Se podían producir descuidos tontos con finales horribles que, al final,
fue lo que ocurrió.
Paris estaba lanzando
unas piedras por el borde, inclinándose un poco para llegar, pero asegurándose
de que no la arrastrara el aspirador. Sin embargo, no notó que Helena había
lanzado ya su piedra, removiendo el agua con las corrientes, que la arrastraron
ahí dentro.
Cuando pasó eso pensó
“Mierda, voy a morir con el pelo hecho un desastre”. Cerró los ojos para no ver
lo que sucedía, hasta que se sintió chocar contra una pared de hielo. “¿Hielo?”
pensó “Si es verano”.
Esa pared de hielo iba
de arriba debajo de la trampa, frenando el aspirador. Así, Paris quedaba
flotando contra ella. Sintió las corrientes sosteniendola y moviéndola hasta el
exterior con cuidado. Ella estaba de lado, dejándose llevar tranquilamente. El
corazón le iba a mil. Pensó entonces en el poder de Helena. Ella podía cambiar
el estado del agua, lo había visto cuando le curó la espalda y había congelado
esas botellas de agua con sus manos. Ella debió haber congelado toda esa agua
para asegurarse de que la trituradora no llegase ni a rozarla.
Al salir de la trampa,
sintió ser depositada en los brazos de alguien. No estaba en el suelo, estaba
siendo sostenida por Helena, quién la miraba con un terror completamente puro.
-Ni
se te ocurra volver a asustarme tanto –Le ordenó, con una mirada seria. Dejó
que sus pies tocasen el fondo marino de nuevo y le agarró ambos lados de la
cara-.
Pensé que te perdía.
Paris puso sus manos
sobre las de Helena.
-Estoy
aquí.
Sin esperarlo, Helena
asintió antes de inclinarse y unir sus labios con los de Paris. La otra chica,
completamente sorprendida, le correspondió el beso. Sintió como iban saliendo
del agua, como si Helena crease una pompa para asegurarse de poder besarle sin
que la asfixiara. Paris acariciaba el cabello de Helena, que estaba seco, al
igual que el resto de su ropa. Tenía una mano en su cuello y la acercaba, como
si no pudiera tener suficiente de ella.
Se separó finalmente,
dejando que el aire entrase entre los enrojecidos labios de Paris.
-Vamos
a terminar con esas trampas –Ordenó-. Luego vamos a ir a Houston, coger un
coche, llegar a California al amanecer, derrotar a las dracaenae y volver al
campamento, donde te voy a pedir una cita. Así que ni se te ocurra interrumpir
mis planes muriéndote porque, mientras estés conmigo, esa posibilidad no
existe.
Paris asintió, todavía
algo perdida por el beso y sus palabras. ¿Y la Helena tímida que conocía hacía
unos segundos? ¿Dónde estaba la que no quería robar nada? ¿Y la que conversaba
amablemente con calamares gigantes?
Antes de separarse y
seguir con su labor con las otras trampas, Paris le dio un pequeño beso más y
rió un poco.
-¿Puedo
interrumpir así tus planes?
Helena asintió.
-¿Queréis
parar de ser adorables y ayudarme? –Bramó Koa, que los miraba desde detrás de
la cuarta trampa con una sonrisa amable.
-Lleva
un poco de razón, creo yo. –Bromeó Paris.
Haciéndole caso al
muchacho, continuaron atascando las dos trampas restantes. Más bien Helena lo
hizo. Le ordenó a Paris que se quedase a su lado y que ni se le ocurriera
acercarse a esos “bichos del demonio” nunca más. Dejaron de lanzar rocas
gracias a una idea de ella. Le sugirió a Helena congelar un par de motas de
agua que aspiraba la trampa para atascarla y ya luego le lanzaban la roca.
Terminaron con su
labor y Koa les explicó a los calamares el complicado mecanismo por el que
había roto las trampas. Claramente, nadie lo entendió. Agradecidos, los
calamares se ofrecieron a llevarlos a Houston, los que ellos agradecieron.
Una vez en la orilla,
Paris fue a una venta de coche y después de seducir al comerciante –A pesar de
los celos de Helena- consiguieron un coche 4x4 para hacerse
todo el sur de Estados Unidos. Helena se ofreció a conducir las primeras tres
horas hasta que llegasen a California. Con suerte, al día siguiente, a esa
misma hora, estarían allí.
Así que simplemente se
relajaron y descansaron, pues cuando llegasen allí no todo sería un camino de
rosa. Sobre todo porque tenían que colarse hasta el inframundo para bajar al
tártaro y liberar a Tánatos.
Hades,
Dioniso & Zeus: Ni pies ni cabeza
Gabriella contempló el
salto de su amiga. Instintivamente trató de usar sus vides para agarrarla pero
no fue capaz. Algo se rompía en su interior. Nada podia acabar asi. Todo estaba
acabando así. ¿Por qué alguien a la que acababa de conocer hace poco más de un
par de meses le importaba tanto?
Dirigió su mirada a
Regina. Esta esta parada viendo como Emma se propulsaba hacía el abismo, su
mirada era rara, parecía decir con ella que realmente Emma lo había hecho bien
pero para Gabriella era una locura, nadie debería sacrificarse y menos por el
juego de dioses y monstruos. Emma era buena con ella, la había aguantado desde
que llegó al campamento. Gabriella pensó que debería haber sido ella la que se
tirase. Gabriella estaba a dos pasos del abismo, a un salto de Emma. Podía
hacerlo. Podía agarrarla y saltar ella así no se desperdiciaria a una hija de
Zeus, así no se desperdiciara una buena amiga, solo desaparecería ella.
Gabi avanzó con
determinación, de una saltó se acercó a Emma. Cuando ya estaba a su lado trató
de empujarla hacia el borde para que se agarrara. La cara de Escila se tensó,
no quería que pasase eso, ella siempre tiene que tener la situación bajo
control. Regina no sabía como actuar, se quedó quieta, no se inmutó. Emma, sin
saber que trataba de conseguir Gabriela decidió agarrarla como si Gabriela
tratase de darle un abrazo en vez de empujarla. Acabaron fundidas en un abrazo,
ya no podían hacer nada, no tenían poderes, no había suelo solo un gran abismo
y una muerte rápida, no tan rápida como parece. En el aire, no dijeron nada,
cabeza con cabeza, cada vez más rápido, el suelo acercándose rápidamente y
ellas abrazadas, disfrutando de su último momento juntas. Buenas amigas un
tiempo, quizás algo más si sobrevivieron pero compañeras de viaje hacia los Elíseos.
Un chapoteo se
diferenció del sonido de la gran catarata, habían llegado al agua segundos
después de saltar, solo quedaban Escila y Regina. Escila enfadada, no tenía que
acabar así, ella solo quería una muerte, ahora parecía que estaba ayudando a los
monstruos, se dirigió a su cocina y cogió lo primero que había para relajarse.
Regina, se sentó en el suelo de fría piedra, estaba sola… sola en una misión
que probablemente decidiría el destino del mundo… no tenía entrenamiento… no
sabía controlar bien sus poderes…
-Espera,qué
es esto. -Pensó
Regina mientras notaba una misteriosa energía escapar de su cuerpo.
Regina tocó el suelo
con las manos y dejó escapar parte de ese poder. El suelo comenzó a temblar,
una grieta apareció donde sus manos se habían posado. Se quedó impresionada. No
sabía que podía hacer eso. Se quedó contemplando las grietas para evadirse de
los pensamientos que se le venían a la cabeza. Iba a tener que enfrentarse al
jefe de los lestrigones sola y eso si llegaba hasta el y si llegaba
probablemente moriría. Una voz resuena en su cabeza.
-Vas
a tener que decidir -Dijo la voz grave y antigua-.
Este poder no es gratis. Te avisare cuando tengas que tomar la decisión.
Escila continuaba
comiendo chocolate. Sus perros también estaban haciendo lo mismo. En cinco
minutos consiguió serenarse. Se dirigió hacia Regina justo cuando la caverna
empezó a temblar y súbitamente paró.
-Niña,
no hagas otra vez eso y sígueme, ya que esas dos estúpidas la cagaron te voy a
acompañar hasta una entrada que sólo se yo de la base de los lestrigones y que
da justo a donde vive el jefe. Tienes suerte de que sea buena persona y no te
mate ahora mismo, tus amigas me desobedecieron.
Comenzó a caminar
hacia la salida. Regina sabía que no tenía otra opción que seguirla. Ya tenía
pocas probabilidades no quería perderlas todas. Se levantó y la siguió sin
dudar. Recorrieron el mismo camino que hicieran para entrar, estaba el agujero
con el que había resbalado Emma. Regina sintió una punzada al verlo pero siguió
avanzando. Llegaron otra vez a la zona turística y se dirigieron a un bar y se
sentaron. Escila pidió algo pero Regina ni se inmutó.
-¿Es
esta la guarida?
-No
-
¿Qué hacemos aquí?
-Esperar
-¿Por
qué?
-Si
quieres salir viva tienes que esperar hasta la noche, cuando se vayan los
turistas ellos saldrán a vigilar pero el se quedara a dormir. Ahí te dire a
donde debes ir y como entrar. Una vez dentro entras en silencio le calvas tu
arma y te vas por donde viniste y no me vuelves a molestar nunca más-
A Escila todavía se le notaba furiosa.
Guardaron silencio y
esperaron. Escila sorprendentemente tenía teléfono móvil, estuvo con él todo el
tiempo. Regina al final decidió tomar algo y espero. Una hora, otra, otra más y
al final se tuvieron que levantar para que cerraran el establecimiento. Ya era
de noche, casi todos los turistas se iban. Pocas personas a parte de ellas
quedaban rondando.
-Sígueme.
Regina obedeció.
Escila se dirigió a un puesto de servicio, parecía un almacén donde se guardaba
el equipo de limpieza pero realmente era más grande por dentro de lo que
aprecia por fuera, había muchos pasillos, varias escaleras para bajar y
demasiadas puertas. Comenzaron a bajar. Al llegar a una escotilla Escila se paró.
-Es
aquí, todo recto y llegarás a la guarida del jefe. Hazlo rápido y vete. Me
vuelvo a mi cueva, no molestes o dejó sueltos a mis bebes-
Se escucha un ruido debajo de su falda.
Escila se dio la
vuelta y se fue. Regina se preparó para entrar. Se agachó para entrar a gatas
por la escotilla, comenzó la que quizás fuera su última hora de vida pero
de repente algo la agarró del pie y la arrastró. A Regina la invadió un
tremendo miedo algo iba mal… muy mal…
-Hola
Regina reconoció la
voz era Gabriela, también estaba Emma.
-¿Que?¿Como
seguís vivas?-Preguntó Regina incrédula.
-Pues
mira, te explico. -Dijo Emma
Horas antes
Gabriela y Emma
estaban en el aire cayendo cada vez más rápido, Emma trataba de controlar el
aire pero este no acudía a ella, comenzaron a gritar, a llorar. Segundos antes
de caer el aire acudió a ella, no sabia usarlo pero quería sobrevivir, no, no
quería sobrevivir, quería que Gabriela lo hiciera. Sin saber cómo detuvo la
caída lentamente, el golpe contra el agua fue fuerte pero no lo suficiente para
matarlas. Emma se quedó inconsciente por el gran esfuerzo al controlar tanto
aire por primera vez. Comenzó a hundirse, Gabriela buceó para agarrarla pero
Emma ya había tragado mucha agua. Gabriela la arrastró nadando hasta un
saliente donde tumbarse.
-Y
hasta ahí todo, después os seguimos a ti y a escila hasta aquí sin que os
dierais cuenta. -Dijo Emma
-Te
olvidas de contar la parte en la que te hice el boca a boca y te salvé la vida
por segunda vez consecutiva. -Dijo Gabriela mientras Emma se sonrojaba.
-Sí,
eso también…-Dijo Emma colorada.
Un silencio incomodo
se hizo con la sala.
-Bueno,
vamos que es tarde. ¿Por ahí no?-Preguntó Emma señalando la escotilla.
Las tres se metieron
por la escotilla, gatearon por una serie de túneles durante un buen rato hasta
que finalmente vieron una luz. Salieron con cuidado por el agujero. Se
encontraban en una caverna con columnas de piedra e iluminada con múltiples
antorchas, al final de la cueva había una especie de cama y un ser enorme
tumbado, a su espalda estaba una gran puerta que parecía creada única y
exclusivamente para esta cueva. Las tres desenvainaron sus armas y se acercaron
lentamente. No se escuchaba nada en la sala solo la respiración del lestrigón
dormido.
Gabriela le hizo un
gesto a Emma diciéndole que iba a comprobar si estaba dormido mientras que
ellas esperaban detrás. Regina empezó a encontrarse mal, el poder comenzó a
brotar dentro de ella, la voz volvió a su cabeza.
-Hazlo,
hazlo ahora, mátala-Dijo la voz grave-
Obedece.
Regina levantó la guadaña
dispuesta a soltar un golpe. Su vista comenzó a nublarse, no podía mover su
cuerpo. Algo la estaba obligando a atacar. El poder le recorrió SU cuerpo, se
acumuló en el torso y trató de resistirse, estaba peleando contra ella misma,
no podía dejar que ese golpe se descargase. Emma y Gabriela no se inmutaron, no
se dieron cuenta de que estaba cargando el golpe ni de lo que estaba pasando.
Regina tenía justo delante a Emma, pendiente de lo que hacía Emma.
-Ahora
me perteneces niña-Repetía la voz constantemente en su
cabeza.
A Regina se le nubló
totalmente la vista y su cuerpo descargó el golpe. Un grito ahogado seguido de
dos golpes secos de algo contra el suelo. Regina se desplomó y su guadaña se le
escurrió de las manos.
Una risa estridente
procedente del lestrigón durmiente se hizo cada vez más potente.
Regina consiguió abrir
un ojo y vio el cuerpo sin vida de Emma en el suelo. Entró en estado de shock y
giró la cabeza hacia Gabriela pero esto solo lo hizo peor. La cabeza de Emma
estaba a los pies de Gabriela. Regina acababa de decapitar a Emma. Gabriela
entró en shock, pero reaccionó atacando. Apuntó su arma contra Regina y cargó
con lágrimas en los ojos hacia la persona que acababa de matar a su mejor
amiga. Mientras el Lestrigón se alzaba y las puertas se abrían.
Atenea,
Ares & Artemisa: Turistas
Nathan no podría creer
que el coche de su abuela no estuviera. No paraba de dar vueltas en el mismo
lugar. Se suponía ese sería su transporte.
-Nathan,
calma. De todas formas, no tenemos ni idea de a dónde ir – Le dijo Edith.
Estaba sentado junto con Aike en la parada del bus. Edith tenía razón, se
supone el cuerno de minotauro que tenía Aike les ayudaría a llegar a la guarida
de los malos, pero como ella misma les confesó, no sabía cómo usarlo. Aun así,
Nathan pensó que un buen comienzo sería salir de Long Island.
Aike suspiró. Tenía el
ceño fruncido y la mirada fija en el cuerno, como si esperase que un holograma
saliera de él y le dijera “Hola, semidioses, el camino a seguir para su
muerte inédita es al sur, en dirección a Carolina. Buen viaje.” Aike se
levantó. – Tal vez si regreso al bosque Artemisa me diga cómo usarlo.
Edith negó con la
cabeza. – Artemisa se arriesgó ya lo suficiente al darte eso. No creo que nos
ayude más.
-Además,
no puede ser tan fácil – Dijo Nathan sentándose al lado de Edith. – Los dioses
no ayudan por ayudar, todo tiene su truco. Hubiera sido fácil para Artemisa
darte la ubicación exacta, pero menos divertido.
-Entonces?
¿Qué hacemos? - Esa era la pregunta del millón. Fácil
llevaban allí media hora, y los tres sabían que tenían que llegar a Quirón al
mismo que tiempo que las demás misiones se cumplían. No tenían tiempo. Nathan y
Edith miraron a Aike, esta les sostuvo la mirada por dos segundos y luego
inclinó la cabeza.
-Yo…no
lo sé – Suspiró. Nathan imaginó que Aike estaría pasando por un momento
difícil. Le habían encargado esta misión y no sabía cómo empezar, y eso añádele
el sueño que había tenido… Aike les había contado a Edith y a él como había
visto sombras de minotauros en un bosque, el cual por cierto no sabía cuál era,
y como una de las sombras no tenía cuerno. Nathan sabía qué ver varios
minotauros reunidos en un bosque era para asustarse, pero por la forma en que
Aike había estado en la mañana y el hecho de que esquivara sus miradas mientras
les contaba el sueño, hacían pensar a Nathan que les ocultaba algo. Sin
embargo, no dijo nada. Aike hizo una mueca, como recordandolo. – Pensé que esta
cosa nos ayudaría…pero no sirve para nada. – Aike arrojó el cuerno a la
carretera.
Un ‘Auch’ les
hizo dar cuenta que no estaban solos en la parada. Un hombre de mediana edad,
con un sombrero que decía “El chofer más guay” y camisa hawaiana los miraba
desde la entrada de un camión. El cuerno le había dado en la cabeza y le había
inclinado el gorro de lado, parecía no percatarse de que del golpe le salía un
pequeño hilo de sangre. El hombre los miraba y les sonreía.
Los tres se miraron
entre sí. ¿Desde cuando el camión estaba allí? Nathan juraría que hace unos
momentos no había nada, el mismo pasó por allí mientras pensaba en el coche de
su abuela. Pareciera como si mágicamente *Puff* había un camión frente a ellos.
-Eh,
¿Hola señor? ¿Está bien? – Edith fue la primera en hablar. Se levantó y tomó el
cuerno de minotauro. El chofer la siguió con la vista, sin quitar la sonrisa,
pero no hizo ningún movimiento – Está sangrado, en su cabeza… -
Edith pasó la mano frente a sus ojos, pero él no quitaba la vista de Edith. –
Chicos… ¿Creen que sea un monstruo? – Aike sacó su espada, una enorme hoja de
doble filo color negro. Nathan retrocedió un poco, la presencia de la espada te
gritaba “¡corre!”. El chofer desvió la vista a la espada por un segundo y luego
se centró en Aike.
-
¡Buen día, mis queridos turistas! El camión partirá dentro de diez minutos. Nos
espera un viaje lleno de emoción y aventuras, así que ¡no lo piensen mucho y
suban! – gritó el chofer. Los tres se sorprendieron de que el tipo supiera
hablar.
Edith se alejó de él y
le susurró a Nathan y Aike:
-
¿Qué hacemos? ¿Subimos? – Aike negó con la cabeza. Eso era obviamente una
trampa, pero ¿y si era la señal que esperaban?
-Bueno…
-
Nathan comenzó. Aike se giró y lo fulminó con la mirada. – Eh, mira, primero
baja la espada, ¿Vale? – Nathan con cuidado le quitó la espada. Por la mirada
que le había echado tenía miedo de que le diera una estocada. – No sabemos a
dónde ir. Tú no sabes usar el cuerno aún. Si dejamos que se vaya el camión, nos
quedaremos aquí sin saber qué rumbo tomar.
-
Pero es una trampa – repuso Aike. Miraron al chofer, que seguía viéndolos,
esperando a que subieran. – Ese tipo… me da mala espina. Es un mortal, pero
pudo ver la espada.
-
Esto definitivamente es una trampa. – le dijo Edith – Pero es lo único que
tenemos. Creo que, estos turistas no son el problema, míralos, parecen… en
trance. Creo que el problema será la persona o cosa que los puso así. – Ambos
miraron a Aike. Ésta suspiró y guardó su espada. Sacó unos cuchillos con
discreción y se acercó al chofer.
-
¡Ey! ¿Permiso de abordar señor? – El chofer la recorrió con la mirada y se hizo
a un lado.
-
Permiso concedido. Bienvenidos a la línea de recorridos turísticos más mortal
de Pensilvania. Es un placer para mi llevarlos a sus destinos. – El hombre
enfatizó aún más la última palabra. Aike le sonrió y le hizo una seña a los
demás para que la siguieran. Nathan se dio cuenta que Aike podría parecer feliz
de subir al camión, pero al igual que él, no le habían pasado desapercibidas
los mensajes escondidos en lo que dijo. Nathan le dio un codazo a Edith y le
susurró “Saca tus dagas” y ambos subieron también al camión.
El viaje pasó sin
problemas, al menos casi todo. El chofer les iba diciendo por medio de un
micrófono todas las atracciones turísticas por las que pasaban. Lo curioso era
que también daba las ubicaciones de algunas cosas no tan mortales. Pasaron por
un campo de trigo donde se veían unos pequeños ángeles verdes con dientes
picudos caminando entre las espigas. El chofer les hizo saber que se llamaban
“karpoi” y que se vendían de maravilla en manada. Los tres se tensaron cuando
lo escucharon la primera vez. Era obvio que eso era dirigido a ellos, los demás
turistas parecían que no escuchaban esos mensajes.
Ya estaban dentro del
estado de Pensilvania cuando, después de un anuncio de Esfinges en las calles,
Aike les susurró:
– Este señor es
mortal, pero lo que lo controla no. Está embrujado. Pero, ¿recuerdan como me
respondió para entrar? Creo que tiene cierta libertad para hablar.
Nathan chasqueó los
dedos.
-
¿Quieres que le saquemos información? Tal vez nos pueda revelar a dónde nos
lleva. Incluso donde está la guarida de los Minotauros. – Nathan giró a verlo,
decía algo sobre una gran rueda en el camino, sin percatarse de que hablaban
entre sí. – Lo que nos dijo cuándo nos subimos… Lo del destino y el viaje
mortal… Creo que lo mandaron por nosotros. Lo que lo controla sabe de nuestra
misión. Es verdad que es una trampa, pero de alguna forma nos está guiando…
Edith suspiró.
– Tengo una teoría.
Este camión ya estaba embrujado cuando fue por nosotros, pero no era su función
el recogernos. Miren los carteles que tienen que pegados en las ventanas. –
Nathan leyó los anuncios, algunos describían la ruta a tomar, otros los costos
del camión y unos más los contactos para más viajes. Todos y cada uno de ellos
tenían una marca de la empresa “Surtidora Caco, sede en Pensilvania” Era un
nombre muy raro para una empresa turística. – Todas las rutas son de
Pensilvania, el viaje está pensado para ese estado. Y aun así lo tomamos en
Long Island.
-
¿Dices que lo mandaron a por nosotros? – Edith sacudió la mano, alejando la
idea. Entonces Nathan entendió a lo que se refería. Surtidora, los turistas, el
hecho de que supiera donde se ubican los monstruos y sus costos al venderlos…
-No.
– dijo Nathan. Le habían entrado unas tremendas ganas de vomitar. – Se refiere
a que este no fue nunca un viaje turístico. Es más bien una provisión de
comida. Todos estos turistas… serán el aperitivo para los monstruos de la
Surtidora Caco.
Aike palideció
terriblemente. Nathan no la culpaba, el probablemente estaba igual. Lo que si
lo sorprendió es que se levantara y sacara su espada. – No podemos permitir que
llegue a su destino. Será más difícil salvarlos estando rodeados de monstruos.
– Aike se dirigió al chofer y antes de que Nathan o Edith pudieran detenerla,
le dio un mandoble al hombre.
Edith, que iba
enfrente de Nathan se paró en seco. Nathan pasó atravesó de ella y tomó a Aike
por la manga.
– Es un mortal
¿Recuerdas? No lo puedes herir.
El hombre giró a
verlos, su sonrisa había desaparecido.
– Eso fue muy
descortés de tu parte Aike García. – A Nathan se le heló la sangre. Esa no era
la voz del hombre. Se escuchaba enojada y más antigua, monstruosa. El chofer
frenó de golpe y Nathan chocó contra Aike. Pudo ver de reojo como Edith fue
lanzada al limpiaparabrisas y luego escuchó como se rompían los vidrios.
-Última
parada, el museo nacional de la guerra civil. – Dijo el hombre sonriendo.
Apolo,
Hermes & Deméter: Bomba Atómica
-Más
vale que esta mierda funcione. –Masculló Cassie algo cabreada. Se sentó junto a
sus compañeras, al lado de Joy, dejándola en el centro.
Las tres miraban al
pequeño arcoíris que se formaba cuando el agua caía frente al rayo de sol que
entraba por la ventana. Joy lanzó un dracma y luego habló en voz alta.
-Con
Nathan Grant, hijo de Atenea, por favor. –Pidió. Poco a poco, a través del agua
fue apareciendo la imagen del joven subido a un autobús donde parecía solo
haber turistas asiáticos.
-Pis,
Nathan. –Lo llamó Aileen, haciendo que el muchacho girase la cabeza y mirase en
su dirección.
-¿Qué
demonios?
-Es
un mensaje iris –Le explicó Aike, inclinándose para ver a las tres chicas-.
Te llaman desde una fuente de agua, supongo.
-¿Qué
sucede? –Preguntó Edith, paseando su mirada entre las tres.
-Os
habéis equivocado –Indicó Cassie, siendo lo más directa posible. No tenían tiempo
que perder-. Regina no tiene que matar al jefe de
los Lestrigones, ella no es de la que habla la profecía. Eres tú, Aike. La
frase “Las adversidades fueron muchas para aquella que corre sola” se
refería a ti y a tu tiempo sola antes de llegar aquí. Dicen que claramente eres
experimentada. No se refería a Regina llegando corriendo.
La chica la miraba con
la boca abierta y tratando de transitar toda la información. De fondo se
escuchaba al guía dar instrucciones sobre el edificio frente al que se
encontraban.
-Tenemos
que ir a salvarla –Indicó Aike-. Ese bicho no la matará, se la comerá
viva.
Aike miró a sus
compañeros, como pidiendo que la ayudaran. Claramente quería abandonar a los
minotauros e ir a por ella.
-Hay
que derrotar a los minotauros primero y liberar a Quirón. –Indicó Edith,
sopesando las estrategias de la batalla.
-Tardaremos
demasiado –Se quejó Aike-. No llegaremos a tiempo. Solo somos
tres.
-Podemos
ir nosotras –Intervino Joy-. Os ayudaremos con los minotauros y os
llevaremos a donde está Regina después. ¿Hacia dónde os dirigís?
-Vamos
a la montaña Elliott Knob, de Virginia. –Respondió rápidamente Nathan,
claramente había comprado su plan.
-Está
bien, mañana nos vemos allí –Indicó Cassie. Un escalofrío recorrió la espalda
de Joy cuando el guía dijo que en aquella calle había matado a su primer semidiós.
Ellos estaban en una trampa-. Manteneros vivos.
-Se
intentará –Habló Edith-. Hasta mañana.
-Adiós.
–Dijo Aileen antes de que la imagen se desvaneciera.
Salieron del
campamento con mochilas llenas de provisiones gracias a los hijos de Hermes,
que extrañamente tenían muchos objetos en su cabaña –Tales como mapas de
Virginia, de las carreteras del país e incluso llaves de distintos coches que
no sabían dónde estaban-, y se dirigieron a un área de servicio
cercana. Cassie sugirió que probasen todas las llaves posibles, ya que había
una docena, pues tal vez algún coche seguía allí aparcado.
-No
pudieron ir muy lejos sin las llaves. –Rió ella.
Tras intentarlo, a una
furgoneta carmesí le parpadearon las luces y las tres chicas corrieron hacia
ella. Joy se colocó al volante, pues era la única que sabía conducir y no tenía
mal los brazos. Aileen se quedó en el asiento del copiloto con un mapa en mano
mientras que Cassie quedó rezagada al asiento trasero.
Solo debían conducir
por la carretera unas cuantas horas hasta llegar a Virginia, evitando a la
policía, monstruos y atascos para que su marcha no se viera retrasada. Sin
embargo para Joy lo más complicado era mantener el volante recto, pues sus ojos
se desviaban automáticamente hacia Aileen. La luz del sol enmarcaba su rostro,
dejando sus facciones definidas a la vista de manera que pareciese una
escultura, por su piel clara y sonrisa sencilla. Estaba apoyada en la puerta
mientras que miraba hacia el frente. Sí, hacía un día bonito, pero no más
bonito que ella.
Cuando entraron a la
interestatal, pudieron acelerar mucho más, pues no había casi nadie en
dirección a Virginia. Dentro del coche, por otro lado, las miradas se repartían
a diestro y siniestro. Joy y Aileen se miraban entre sí, pillándose varias
veces. Por otro lado, Cassie las miraba a ella sin entender demasiado bien qué
estaba pasando con ellas. Con la tensión que había podría haberse fabricado una
bomba atómica.
Capítulo 7
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: ¡Por Troya!
Llegar al inframundo
no fue difícil. Helena ya sabía, gracias a los calamares gigantes, que estaba
en los estudios de grabación El Otro Barrio. Así que aparcaron cerca de él,
guiados por el GPS y entraron. Pensaban que sería hasta más complicado porque
deberías pedirle a Caronte que los llevaran. Pero, al parecer, estaba de
vacaciones.
Se acercaron a hablar
con las almas que esperaban y estas parecían muy enfadadas.
-Con
los monstruos saliendo a todas horas –Explicó el espíritu de un hombre con una
pierna triturada- sobornaron a Caronte con trajes para
que se fuese un mes de vacaciones y ellos poder salir a sus anchas.
-¿Y
cómo se llega entonces al inframundo? –Quiso saber Koa. Ya que era bastante
nuevo, Helena y Paris le habían estado dando unas cuantas clases de mitología
por el camino. Tenían tiempo de sobra, pues era un día entero de viaje en
coche.
-¡Han
puesto lanchas! –Se quejó una mujer con un bebé en brazos-.
No las podemos conducir porque lo atravesamos todo. –Para probar su palabra,
trató de agarrar una silla, pero simplemente la atravesó.
-¿Qué
os parece si hacemos un trato? –La voz de Paris resultaba tan convincente que
Helena estuvo a punto de soltar un “Lo que quieras guapa”-.
Nos acompañáis al inframundo y nos cubrís hasta llegar al ascensor que lleva al
Tártaro. A cambio, nosotros conduciremos la lancha.
Un par de espíritus se
aglomeraron en la puerta blanca.
-¡Es
por aquí! –Bramaron antes de atravesar las puertas.
Ellos los siguieron y
pasaron al otro lado. Parecía que estaban en una cueva, donde había un gran
lago negro con lanchas motoras y motos de agua. Esos monstruos eran bastante
inteligentes.
Fueron embarcando
rápidamente, llenando la lancha casi al completo. Por suerte, los espíritus no
pesaban nada. Helena activó la lancha, sintiendo como el rio corría bajo ellos
y avanzó hacia el frente.
El agua de la laguna
tenía muñecas, videoconsolas, papeles con ofertas de trabajo…
-Sueños
rotos. –Identificó rápidamente Koa. Señaló hacia delante, viendo como una mujer
tiraba una pequeña casa, probablemente la de sus sueños.
Al llegar al
inframundo, ninguno creía que lo había hecho. El perro de tres cabezas del
tamaño de dos mamuts estaba dividiendo dos filas. Muerte rápida, que llegaba a
los campos asfódelos y el juicio donde iba la gente que había hecho los mayores
logros y serían juzgados.
Los espíritus no
paraban de atravesarlos, asegurándose así de que Cerbero no olía que estaban
vivos. Pero la cabeza de la izquierda se agachó mucho, comenzando a
olisquearles. Helena y Koa compartieron una mirada que decía “estamos muertos”
antes de que Paris, con una voz muy calmada, comenzase a hablarle.
-No
hueles nada, Cerbero –Ni siquiera tuvo que levantar la voz, pues el cachorro la
escuchó y comenzó a levantar la cabeza-. Solo estás confuso porque tienes
hambre. Pero ya no la vas a tener. Porque debajo de ti tienes tortitas. Te
gustan mucho las tortitas –Helena sacó de su mochila las tortitas que habían
comprado por el camino y las dejó rápidamente frente al hocico de en medio.
Tenían que pasar entre sus piernas para llegar al ascensor, que se encontraba
esta vez junto al palacio de Hades-. Te las vas a comer y nosotros vamos a
pasar muy tranquilamente. Muy bien, así me gusta.
Koa echó a correr y
ellas lo siguieron. Se despidieron de los espíritus y corrieron hacia las
puertas. Los monstruos estaban saliendo y se dirigían a la cola de muerte
rápida. Ellos se echaron a un lado para no ser vistos y se ocultaron en un
lateral. Cuando vieron que no salían más monstruos, se metieron rápidamente.
Estaban bajando sin la
necesidad de pulsar el botón, pero estaban nerviosos.
-Chicos
–Helena llamó la atención de ambos-. Pase lo que pase ahí abajo, solo
quiero decir que sois un equipo excelente. Es un honor luchar a vuestro lado.
-Gracias
–Habló Koa-. Sois unas chicas geniales, de verdad.
Me alegro de haber podido venir hasta aquí con vosotras. Cuando salgamos de
aquí, os deseo lo mejor.
-Esta
amistad va a durar mucho tiempo, lo sé. –Asintió Paris, mirándolos a ambos con
una sonrisa tímida.
-¿Amistad?
–Helena abrió mucho los ojos, mirándola algo desubicada.
-¡A
la friendzone! –Exclamó Koa para después reírse de su rostro, haciendo
múltiples imitaciones.
-Chispitas
calla. –Miró de nuevo a Paris, pidiéndole que se corrigiera.
-Amistad
por ahora. –Le concedió, lo que la hizo suspirar. Paris se acercó a ella y la
abrazó por un costado. Helena estiró su brazo y Koa se unió al abrazo también.
-Somos
el trío de oro. –Los nombró Koa.
-Vamos
a liberar a Tánatos y luego a comer hamburguesas. –Rió Paris.
-Buen
plan.
Se colocaron en una
esquina oscura, asegurándose entonces que los monstruos no los pudieran ver,
pero manteniéndose cerca de la puerta para poder salir antes de quedarse diez
minutos encerrados en un ascensor con monstruos que tienen órdenes de matar a semidioses.
Al bajar se
encontraron a Tánatos con cadenas en sus muñecas de color negro y draecanes
moviéndose a su alrededor haciendo cola. Mucho más lejos, estaban dando órdenes
y asegurándose de que todos entendían el plan que los Lestrigones habían ordenado.
-No
vamos a ir a por la fila –Ordenó Helena-. Vamos a luchar a las draecanes que
vigilan a Tánatos de manera sigilosa. Hay seis, dos para cada uno.
-Yo
puedo colarme en el caos y desatarlo –Sugirió Koa-. Tengo herramientas
para eso. Luego él se encargará de ellos.
-Me
parece bien. –Comentó Paris.
-Vamos
entonces.
-¡Por
Troya! –Bramó Koa, pero Helena y Paris solo lo miraron sin entender-.
Una guerra basada en que Paris y Helena se enamoran. La guerra de Troya. Solo
que esta vez saldremos victoriosos.
Los tres rieron un
poco y corrieron hacia donde estaba Tánatos. El titán rápidamente los pilló y
agitó las cadenas, haciendo que las mujeres rieran. No por mucho tiempo, pues
una que parecía estar a punto de hablar perdió la cabeza por culpa de Helena,
literalmente.
Cuando las otras la
vieron, corrieron a atacarla a grito de “¡Semidiosa!”. Sintió su espalda
chocar contra alguien, pero al girar solamente vio a Paris, elevando un
cuchillo y lista para atacar. Koa había pasado desapercibido, rodeando la
escena y corriendo detrás del titán para pedirle que bajase las muñecas y
comenzase a trabajar.
Helena dio un par de
estocadas, siendo esquivadas por el monstruo. Este lanzó su lanza contra su
hombro, lo que ella esquivó al moverse a un lado, pero que hizo que rozase el
brazo de Paris, haciéndola sangrar. Enfadada, Helena se agachó y la partió por
la mitad, haciéndola desaparecer en un segundo.
Revisó rápidamente por
donde venía otra, pero vio que habían pillado a Koa e iban a por él.
-¡Cuidado!
–Exclamó Helena. Por suerte, Paris lanzó una flecha a su cabeza y se deshizo al
segundo. Antes de que algo la pudiera herir, Helena arremetió contra la
draecane que aparecía por su costado.
Paris, por otro lado,
clavó sus dos cuchillos sobre la espalda de una. Antes de que otra le saltara
encima, Helena se abalanzó sobre ella. Su piel quemó cuando le arañó los
hombros pero le clavó sin el menor cuidado la espalda en su pecho, volviéndola
polvo. Paris disparó a la sexta, terminando con ellas.
En el mismo momento,
se escucharon cadenas caer y Tánatos se elevó en toda su altura, viendo a los
otros monstruos darse cuenta de la existencia de los semidioses. Paris se
separó del lado de Helena, lo que la hizo preocuparse un poco. Por suerte, la
chica había ido a entregarle la guadaña al titán.
-Gracias
por liberarme, jóvenes. –Comentó el titán. Helena no dejaba de mirar a los
monstruos, que parecían estar a punto de venir en estampida a por ellos.
-Mi
señor –Habló rápidamente, antes de que llegasen-. Necesitamos subir en
el ascensor. ¿Podría pulsar el botón mientras subimos? Es lo único que le
pedimos, los dioses nos han dejado de lado.
Los pasos se
comenzaron a escuchar en masa, pues los monstruos iban para ellos. Helena quiso
reír por un segundo, pues de verdad iban a intentar asesinar a un inmortal.
-No
puedo, niña –Replicó el hombre-. Tengo que enfrentarlas. Uno de
vosotros se deberá quedar abajo pulsando el botón.
Señaló al lado del
ascensor, donde había un panel de metal con un botón negro, como el que había
en el interior.
-No
podemos hacer eso –Paris miró preocupada a sus amigos-.
Tenemos que salir de aquí los tres. Lo dijimos.
Koa miró a la horda
que se acercaba. A pesar de que Tánatos estaba frente a ellos, daba el mismo
miedo.
-Vamos,
tengo una idea.
Mientras corrían al
ascensor, a unos metros de distancia, Helena vio como Koa sacaba de su mochila
infinita un gran palo de manera. Con una espada de madera, no supo cómo, pero
cortó en diagonal los extremos como si lo hubiese hecho con una cortadora.
Helena recordó entonces que Koa podía endurecer la madera, es decir, hacerla
más pesada o afilada a su gusto.
-¡Entrad!
–Les ordenó a Helena y a Paris.
-¡No
sin ti! –Exclamó Helena, desechando completamente la idea de que su amigo se
quedase ahí. Paris, a su lado, lanzaba flechas certeras hacia los monstruos.
Koa se acercó al botón
que debían pulsar y colocó la madera de tal manera que, apoyada en el suelo,
apretaba el botón sin problemas. Estuvo un tiempo simplemente sujetándola,
apretando el botón, hasta que se abrieron las puertas. Entonces se levantó y
corrió hacia el ascensor. Las chicas corrieron tras él.
-¡Esa
madera se va a caer en cualquier momento! ¡Nos quedaremos atascados! –Se quejó
Paris.
-Lo
dudo –Dijo Koa, sin respirar demasiado bien-. La he endurecido
hasta hacerla prácticamente hormigón. No van a poder quitarla, a menos que sea
Tánatos.
Las puertas comenzaron
a cerrarse, lo que les hizo poder respirar con algo más de tranquilidad. Claro,
esta fue rápidamente rota cuando, por la estrecha ranura, se coló una maldita
Benévola.
-¡Mi
venganza! –Su rostro era exactamente igual que el de la mujer policía que había
atacado a Helena y a Paris en la comisaría.
Ambas se apartaron
rápidamente, haciendo que la mujer casi aterrizara en el suelo. Helena solo
pudo rajarle un ala, mientras que Paris trataba de hacer sus anillos cuchillos
de nuevo. Sin embargo, no hicieron demasiado, pues Koa, con su espada de
madera, la apuñaló por la espalda.
-¡Es
que uno ya no puede ni darse un paseo tranquilo por el tártaro! –Se quejó el
muchacho mientras la hacía polvo. Después de eso, se quedaron en el suelo
tirados, mirándose entre ellos antes de comenzar a reír.
Hades,
Dioniso & Zeus: “¿Y los humanos?¿Qué hacemos con ellos?”
Gabriella cargaba
contra Regina a gran velocidad pero de Regina solo estaba presente su cuerpo
pero su mente no lo controlaba. En cuanto Gabriella se acercó lo suficiente
Regina la esquivó sin problema ninguno. Gabriella estaba cegada por la ira,
Regina había asesinado a Emma. Unas horas antes Gabriella se había precipitado
por una catarata para intentar salvarla pero Regina le había cortado la cabeza
sin más, sin dudarlo.
Regina dio un tajo
hacia Gabriella, está paró el golpe y se preparó para atarla con las vides pero
de repente algo la agarró, el lestrigón la agarró pero ella se soltó con
facilidad y decidió seguir peleando contra Regina, sabía que el lestrigón era
demasiado fuerte, no podía matarla sola. En este momento Gabriella se dio
cuenta de que Regina no era de la profecía, era Aike. Todo tenía sentido ahora
pero era tarde, Emma estaba muerta y Regina la atacaba. ¿Qué posibilidades me
quedaban?
En ese momento paró su
carga, sabía que esto era el final pero que ella decidía cómo acabar, podía
arrodillarse y esperar a su muerte o levantarse y luchar hasta el final. Los
lestrigones comenzaron a llenar la sala con su llegada se fue formando un
círculo, como un ring y en el solo se encontraban Gabriella y Regina, los
lestrigones entonaban una extraña canción, ritmo adecuado para un baile o un
combate.
El combate comenzó, en
un entorno así Gabriella estaba en desventaja, un arma muy larga para un
combate cercano no suele ser lo mejor pero a pesar de eso ella era la que tenia
mas entrenamiento, debería haberle ganado fácilmente a pesar de que no era el sitio
idóneo pero era raro Regina era capaz de parar todos y cada uno de sus golpes o
esquivarlos con gran rapidez. Gabriella trataba de usar sus vides pero no
funcionaban, algo andaba mal, no sentía sus poderes y notaba que su cabeza
comenzaba a nublarse.
-Ríndete
-Comenzó
a resonar una voz en su cabeza-. Estás en una situación totalmente
desfavorable. Somos muchos más. Ríndete o unetenos. Doblegate o muere. No
luches.
La voz se apartó de
sus pensamientos. Gabriella seguía luchando y en ese momento se dio cuenta. No
era Regina contra la que estaba peleando, sus ojos estaban totalmente negros,
no se había dado cuenta. Regina estaba bajo el control de algo y ese algo está
tratando de tomar el control de ella también, no podía permitirlo. Siguió
peleando, no le quedaba otra que hacerlo.
-Ríndete
Gabi, hiciste todo lo que pudiste, es momento de que descanses -Resonó
una voz en su cabeza que parecía la de Emma-. Ven conmigo a los Elíseos,
Gabi. Te quiero.
-¡No!
deja de decir esas cosas, se que no eres Emma ¡Cállate!-Gritó
Gabriella mientras su cabeza se despejaba.
En ese momento Regina
le hizo un corte en la parte trasera de la rodilla que la hizo tambalear y
caer. Gabriella quedó arrodillada pero siguió luchando. Estaba perdiendo sangre
pero debía seguir, si moría debía morir luchando para poder estar con Emma en
el más allá. Paró todo golpe contra ella, notó que la canción rítmica aumentó
su velocidad y el círculo se hizo más pequeño, se escucharon risas estridentes
provenientes de fuera del círculo. Todo se estaba acabando. Regina golpeó su
brazo derecho, no podía aguantar la alabarda, las lágrimas continuaban
recorriendo su cara, continuó peleando con la alabarda con la mano izquierda
como pudo pero en cuanto se despistó Regina la desarmó. Arrodillada, sin arma,
desangrándose, rodeada de enemigos y delante de su verdugo al que una vez llamó
compañera.
Gabriella solo podía
hacer una cosa, algo que siempre había hecho, sonreír.
Levantó la cabeza y en
su semblante se dibujó una gran sonrisa mientras lágrimas seguían brotando de
sus ojos y sangre de sus heridas. Observó como Regina tenía la guadaña
levantada preparada para dar el golpe y eso hizo pero la imagen de Gabriella
sonriendo la hizo parar un segundo, sus ojos por un momento no eran totalmente
negros, la canción paró, el tiempo pareció pararse pero después de es momento
de vacilación sus ojos volvieron a tornarse negros, la canción continuó como si
nunca hubiera desaparecido y la guadaña bajó hacia el cuello de Gabriella
acabando con ella al instante.
Todo se calmó, los
lestrigones se lanzaron hacia el cuerpo de Gabriella que poco duró en manos de
estos seres carnívoros. Regina se desplomó al sentir que la presencia se iba de
su cuerpo. Esta se desmayó.
Cuando despertó se
encontraba atada a un poste. No se podía mover pero delante de ella se
encontraba el lestrigón más grande, el jefe de aquel infierno, el lestrigón que
habían venido a matar. De repente el se sentó delante de ella y le quitó las
ataduras.
-Siéntate.
Regina decidió
sentarse, no tenía más opciones. Escapar era una locura, luchar sin arma otro
tanto.
-Te
obligué a matar a tus compañeras, si, lo siento, no quedaba otra opción -dijo
el lestrigón-. No quiero matar semidioses pero no
tenemos opción, somos los juguetes de dioses y titanes, nos obligan a matarnos
entre nosotros y después de tantos siglos estoy harto pero me he dado cuenta de
que los semidioses no aceptan esto, lucharían por los dioses pase lo que pase aunque
a ellos no les importe su vida.
Se interrumpió para
respirar profundamente y continuó
-Ya
se que no me harás caso pero quizás pueda mostrárselo, he visto algo especial
en ti, creo que podrás comprender lo que digo así que dame la mano.
Regina obedeció y le
dio la mano. La habitación cambio y en esta comenzaron a verse recuerdos que el
lestrigón tenia, guerras estúpidas, peleas estúpidas, muertes estúpidas de
monstruos y semidioses por culpa de titanes y dioses.
En ese momento Regina
comprendió que tenían razón y que debía convencer a sus compañeros.
-¿Y
los humanos?¿Que hacemos con ellos?
-¿Acaso
no ves todos los desastres que crean? Contaminación, continentes de plástico,
calentamiento global, violencia, más guerras… Podríamos dejar a una parte pero
no deberíamos ocuparnos de ellos. Esto tiene que ser una alianza entre
monstruos y semidioses. ¿Qué opinas?¿Nos seguirás?
Regina decidió
pensárselo un momento, las muertes que dioses y titanes provocarán eran
millones ¿Por qué deberían seguir su juego? No tiene sentido ¿No deberían ser
libres?
-Acepto.
Atenea,
Ares & Artemisa: La Merienda
En el museo de la
guerra civil hubo también visita guiada. El monstruo, ya más que confirmado,
estaban paseando por los objetos típicos cuando el monstruo se paró detrás de ellos.
-Vamos
a ver los utensilios de cocina. –Dijo con voz arcaica y profunda. Edith sintió
un escalofrío en su espalda cuando unas garras puntiagudas se clavaron en ella,
obligándola a andar.
Miró con miedo a sus
amigos, que solamente agarraban con fuerza la empuñadura de sus armas y tenían
el rostro tenso. Avanzaron hasta pasar por unas puertas dobles, lo que debería
haber sido el almacén. “Esto no se parece mucho a un museo” pensó Edith
mientras miraba como algunos monstruos se retiraban la baba de la boca.
Eran cuatro minotauros
de pelaje oscuro, hombros anchos y cuernos afilados. Los miraban como si
llevasen siglos sin una buena comida.
-Gracias,
Caco, por esta merienda. –Dijo uno de los minotauros, frotando sus manos
mientras los miraba con ansia.
-A
vosotros, amigos –Extendió la palma de su mano, mirando a los minotauros-.
Serán treinta dracmas.
-¿No
eran veinte? –Preguntó otro de los minotauros.
-Subió
el precio. ¿Os los queréis comer o no?
La puerta quedo a sus
espaldas, lo que les daba opción a escapar. Aunque el plan parecía algo
improbable. Cuando una bolsa marrón cayó sobre la mano de Caco, casi lo dio
todo por perdido, hasta que se acordó. Heracles lo mató estrangulandolo. Sin
tan solo pudieran estrangularlo y acabar con él, todo sería mejor.
-Hora
de merendar. –Exclamó uno de ellos, antes de apartar la mesa con pinceles de
restauración y lanzarse hacia ellos.
Uno fue directamente
hacia Edith, lo sabía. No le había quitado el ojo de encima y cuando tuvo la
oportunidad saltó a por ella. Dio unos cuantos pasos acelerados hacia atrás,
tratando de abrir la puerta mientras sacaba su arma. Sin embargo, fue demasiado
lenta. Para cuando tuvo sus dagas en la mano, el minotauro ya había arremetido
contra ella. Por suerte, ella estaba de lado, por lo que pasó entre los
cuernos. Sin embargo, la punta de uno de sus cuernos rozó su costado.
Por la manera en la
que se le escapó el aire, Edith pensó por un momento que se había llevado su
pulmón. Se tiró al suelo y elevó la daga, rajando desde el pecho hasta la
entrepierna, lo que le hizo volverse polvo en segundos.
Se giró para ver a sus
compañeros, Aike luchaba contra dos, desviando sus cuernos de manera magistral,
aunque parecía querer ayuda. Nathan, por otro lado, estaba toreando a otro,
tratando de clavarle la espada en la espalda.
-Semidioses
–Rió Caco-.
No seáis tan insensatos –Entre alientos, pequeñas chispas de fuego se escaparon
de su boca. Iba a calcinarla a ella seguro. Su sangre hervía, literalmente,
pues se estaba desangrando-. Si no queréis morir crudos tendrías
que haberlo dicho.
Edith estaba ya harta
de los monstruos, de todos ellos. Quería matar a ese endemoniado minotauro y
largarse de allí lo antes posible. Tuvo suficiente por hoy. Así que antes de
dejarle seguir con su ladito discurso, lanzó sus dos dagas a la cabeza del
hombre, clavandoselas a la perfección y haciendo desaparecer al titán con
aspecto de sátiro en unos segundos y haciendo que sus espadas cayeran al suelo.
Volvió a ver a sus
amigos, quieres ahora solo tenían un minotauro, el cual vio su final cuando las
cimarras de Nathan lo atravesaron. Edith, por otro lado, estaba tirada en el
suelo, con una mano en su costado y tratando de no gritar de dolor. Cuando sus
ojos se cruzaron con los de Nathan, que la miraba preocupada, supo que todo iba
a estar bien.
-Vamos
a llevarla fuera –Indicó Nathan-. Al césped que hay en frente. Vamos a
curarla allí.
Aike asintió. Nathan
la elevó, haciéndola gritar de dolor, como si la intentasen partir por la
mitad. La llevó a la salida, haciendo que varios mortales lo miraran
extrañados. A saber qué habían visto y oído ellos.
La tiró al césped y
comenzó a llenarle la herida con tierra, lo que no entendió demasiado bien.
Susurraba cosas, como una especie de conjuro. No le dio mucha importancia, pues
algo más increíble estaba ocurriendo. Sentía como la herida se iba cerrando,
muy lentamente. Dolía, por supuesto, pero las caricias de Nathan sobre esta y
cómo conjuraba la dejaba fascinada. La herida se iba cerrando. No lo hizo por
completo, como le pasó en el bosque, pero ya no necesitaría puntos.
-Chicos,
venid a ver esto –Una vez que Edith se puso de nuevo en pie, Aike le dio una
mirada cautelosa-. ¿Estás bien?
-Sí,
sorprendentemente –Se giró para ver a Nathan-. Gracias.
-Lo
que sea por ti. –Le respondió y le desordenó el cabello.
Caminaron juntos de
nuevo al interior del lugar, paseándose hasta volver al almacén. Aike señaló a
un mueble viejo, tal vez un armario.
-Entrad.
–Les ordenó.
Nathan fue primero,
Edith después y finalmente Aike. Pensaba que sería una despensa pero, para la sorpresa
de Edith, parecía que era un túnel. Las paredes eran de piedra y había unos
rodapiés de estilo griego, similar a la cenefa. La puerta se cerró detrás de
Aike, volviéndose piedra. Ambos se miraron desconcertados. Había antorchas que
iluminaban el camino.
-Es
el laberinto –Indicó Nathan-. Aquí es donde surgió el minotauro. Su
guarida debe de accederse por aquí.
-El
laberinto es inteligente –Indicó Aike-. Igual salimos en Nueva York que en
California.
Edith caminó entonces
al final del corredor con cautela, asegurándose de no pisar ninguna trampa, si
es que la había. Tiró entonces del pomo que había metido en la pared, abriendo,
de nuevo, una puerta. Solo que esta parecía estar en el techo del lugar al que
daba. Sacó la cabeza y se encontró con una carretera desierta y un cartel que
lo marcaba “Bienvenidos a monte Elliott Knob”.
-Chicos,
es por aquí. –Avisó, haciendo que sus amigos sacasen también la cabeza y luego
dieran gritos de alegría por la situación. Se acababan de ahorrar seis horas de
viaje.
Salieron del lugar y
caminaron hacia el monte, tomando unos cuantos mordiscos de ambrosía para
recuperarse. Estos ayudaron a curar la pequeña cojera de Aike, que había
obtenido a saltar literalmente sobre uno de los minotauros. A Nathan no le
hacía falta, pues el estar en contacto con la tierra había curado las pequeñas
heridas en los brazos que había obtenido.
Tuvieron que subir una
larga cuesta, bastante empinada, y con el sol dándoles de frente. Cuando
llegaron a la cima, se miraron. Esa era su misión, era por eso por lo que
estaban allí. Esos chicos, sudados, cansados y con ojos fieros, habían venido a
derrotar al maldito minotauro y a volver a casa con la gloria. E iban a
conseguirlo, seguro.
-Os
quiero, chicos. –Admitió Edith, honrada de luchar con ellos.
-Y
nosotros a ti. –Confirmó Nathan, tirando de ella y de Aike en un rápido abrazo.
-Vamos
a patear traseros. –Rió Aike.
Apolo,
Hermes & Deméter: Por una flecha
Cassie, Joy y Aileen
llegaron a su destino, todo estaba vacío, así que decidieron avanzar con cautela
hacia donde debían dirigirse. Subieron las escaleras, todo estaba extrañamente
tranquilo hasta que se acercaron a la puerta, comenzaron a escuchar una voz que
cada vez que se acercaban se escuchaba mejor. Cuando llegaron a la puerta
observaron que había 4 monstruos y uno de ellos era más grande que el otro.
Este esta hablando.
-Como
ya he dicho antes esta guerra no tiene sentido ¿No os dais cuenta de que los
dioses os están utilizando para mantenerse? Podríamos unirnos, monstruos y
semidioses, todo por fin estaría en paz, nadie enfrentándose por poder ni
creando guerras absurdas, haríamos un consejo con el mismo número de monstruos
que de semidioses para discutir las cosas importantes con calma, como un
parlamento vamos ¿Verdad que es una gran idea? Esperad, huelo algo-Se
calló para olfatear el ambiente- Si, son 3 mas de vosotros. No sabia que
traían refuerzos.
El grupo al ver que ya
sabían de su presencia desenfundaron sus armas y se prepararon para atacar, Joy
cargó el arco y sin dudar disparó al más grande, la flecha le impactó y soltó
un grito de rabia.
-¿No
os gustan mis palabras? Pues acabaremos con esto como a los dioses les gusta.
Con sangre.
En ese momento la
escolta del minotauro se lanzó contra Edith, Nathan y Aike. Uno contra uno
contra un minotauro, era una situación peliaguda pero podían apañarse. En
cambio el gran minotauro embistió contra el grupo, Joy y Aileen consiguieron
esquivarlo pero Cassie no tuvo tanta suerte, el minotauro se la llevó por
delante y golpeó una pared con fuerza quedando inconsciente en el suelo. Joy al
ver esto corrió sin dudarlo hacia ella. El minotauro lo vio, de un coletazo
barrio a Aileen y persiguió dejándole una distancia a Joy pero en cuanto este
se aproximó a Cassie el minotauro empezó la cargar. Cargó con toda su fuerza
hacia la pareja pero cuando impactó sólo tocó a uno. La separación entre sus
cuernos era lo suficientemente grande para que un humano no fue empalado si se
encontraba justo en el centro, Joy tuvo suerte pero Cassie no, esta fue
empalada totalmente contra la pared.
-¡No!
-Gritó
Joy ante la amarga escena
-Si
no hubieras empezado, todo esto no hubiera pasado joven.
Joy miró al minotauro
y cargó su flecha pero era demasiado tarde Aileen atacó al minotauro por el
costado, lo que hizo que el se fijara en ella pero algo pasó una gran sombra
blanca derribó al minotauro, este cayó encima de Aileen aplastandola y
matándola en el acto. Era el minotauro blanco, trataba de ayudar a Joy pero no
se había dado cuenta de la muchacha que acaba de condenar a muerte.
-Corre
-Dijo
el minotauro blanco-. Ayudar a tu amiga de la profecía, debe
matarlo.
Joy le hizo caso y se
dirigió a junto Aike, el suelo temblaba a su espalda, los dos minotauros
peleaban para conseguir derribar al otro, Joy estaba en shock, había visto
morir a sus dos amigas una empalada por su culpa y otra aplastada. Todo por una
flecha que había disparado. De repente su arco le repugnaba, le daba arcadas
tenerlo en la mano y más tratar de disparar. Justo cuando llegó a junto Aike
esta había matado a su minotauro y trataba de ayudar a Nathan con el suyo,
rápidamente lo consiguieron y el último huyó al ver que eran 4 contra 1.
-Cobarde,
mereces algo peor que la muerte. -Chilló el gran minotauro al ver la huida
de uno de sus guardia mientras continuaba peleando contra el minotauro blanco.
Los cuatro semidioses
se acercaron a el esperaron a que el Blanco consiguiera derribarlo para atacar
mejor sin tener problemas. Cuando lo consiguió 3 de los semidioses atacaron
pero Joy se quedó quieto, observó el cuerpo de Aileen, se sentó en el suelo y
comenzó a llorar, se había dado cuenta de lo que había hecho. Mientras, el
resto luchaba como podía contra aquella vestía, golpearon y golpearon pero no
parecía cansarse o herirse, le cortaron los cuernos para evitar problemas pero
no sirvió de nada hasta que sorprendentemente Aike le dio un golpe con gran
fuerza en el cuello y este se deshizo.
Todo quedó tranquilo,
solo se escuchaban las rápidas respiraciones del grupo y los sollozos de Joy.
-Debo
irme. No os puedo ayudar más, si sigo aquí querré mataros -Dijo
el minotauro blanco-. Largo.
El minotauro se fue
muy rápido, el grupo fue a ayudar a Joy, a consolarlo, a darle amor pero no
surgió efecto, esto solo le recordaba a los buenos momentos con ellas. El grupo
decidió llevárselo, él les contó lo del coche, Aike decidió coger el coche y
llevarlo, el laberinto no era seguro y no sabrían dónde los podría dejar. Así
que con Joy destrozada y el resto heridos se dirigieron a Canadá a acabar con
todo el mal.
Capítulo 8
Hefesto,
Afrodita & Poseidón: Estaban vivos
Sentados en el café de
la estación, Koa, Paris y Helena se miraban entre ellos sin saber muy bien qué
había sucedido. Habían ido al inframundo, liberado a un titán, estado en el
Tártaro… Todo en menos de veinticuatro horas. Casi sin despeinarse.
En esa cafetería, de
mesas oscuras y que de fondo tenía el bullicio del tren que los iba a llevar de
vuelta a Nueva York, hacía algo más creíble lo anterior. Casi no pensaban que
lo habían soñado y en realidad estaban muertos.
Helena los miró a
ambos. Los rizos desordenados de Koa se amontonaban en su frente mientras
miraba abajo, al dibujo que la camarera le había hecho –Una simple hoja de
helecho-
y la servilleta con una frase que ninguno de los tres había podido leer. Esa
maldita cursiva lo hacía difícil. El muchacho no sabía que era semidiós hasta
hacía unas semanas y ahora había matado a una Benévola solo para que lo dejase
tranquila. Helena estaba orgullosa de él, era como un hermano pequeño para
ella. Ahora tenían todo el verano para pasarlo bien con él.
Por otro lado, Paris
estaba deslumbrante. Tenía el cabello en un moño deshecho, hacía tres días que
no se lo lavaba y ya no brillaba tanto como siempre. Su frente estaba sudada,
la ropa sucia y el arañazo del brazo vendado y lleno de barro. Aún así, para
Helena seguía siendo la chica más guapa de toda la estación. No podía dejar de
admirarla. Todavía estaba planteándose como pedirle una cita. Incluso aunque ya
se había besado, Helena estaba nerviosa por su respuesta.
-Ya
sé que estoy fea, deja de mirarme, Zabat. –Se quejó Paris, pasando las manos
por su cabello y tratando de arreglarlo.
Helena solo respondió
inclinándose y besándole la mejilla.
-Estás
espectacular.
-No
mejor que yo –Rió Koa, finalmente bebiendo su café-,
pero no tan horrorosa como Helena.
La aludida le sacó el
dedo de en medio, haciendo a sus amigos reír. Ella se unió a la risa, que poco
a poco fue aumentando. Estaban vivos. Iban rumbo a Nueva York tras destrozar a
las dracaenaes y liberar a Tánatos. No sabían cómo estarían los otros,
pero ellos estaban en un cafetería, comiendo donuts y hablando sobre cosas
banales como el cabello.
Pronto esas risas
provocaron lágrimas en sus ojos. Lágrimas de tensión y alivio. Habían pasado
verdadero pavor cuando Tánatos les dijo que uno debería quedarse abajo. Todos
estaban dispuestos a ello cuando a Koa se le ocurrió esa fantástica idea. No
podría haber llegado en mejor momento.
Por megafonía avisaron
de que su tren había llegado. Entregaron los papeles y se subieron a él, yendo
directos al asiento. Estarían un día viajando y no habían pagado las camas,
pero sí el baño. Habían comprado ropa en una tienda de souvenirs barata, así
que por suerte tenían ropa de cambio.
Se ducharon por
turnos, acaparando un baño entero y racionalizando el champú. Dejaron a Paris
la última, pues tardaría más. De hecho, tardó casi una hora. Cuando salió con
una camiseta amarilla con propaganda de LA le seguía pareciendo preciosa.
Pensaba que Koa haría alguna broma pero el chico estaba tirado, ocupando dos
sillones y roncando como si no hubiese dormido en días, principalmente porque
no lo había hecho.
Paris se sentó a su
lado, mirándola con una sonrisa tímida. Se apoyó en su hombro y ambas miraron
por la ventana parte del viaje. En su compartimento, el único sonido era la
rítmica y alta respiración de Koa.
-Helena.
–Rompió el silencio Paris, apartándose de ella y mirándola. No a los ojos, a
los labios.
-Dime.
-Quiero
besarte. –Admitió, haciendo que las mejillas de ambas se tornasen algo rojas.
-¿Qué
te lo impide? –Le dio una sonrisa amable antes de inclinarse un poco.
Paris entendió la
señal al instante. Capturó los labios de Helena, acariciando con su mano la
mejilla pálida de ella y acariciando su labio inferior con su lengua. Ella, sin
embargo, se le adelantó. Coló la lengua en la boca de Paris y su mano apretó
los cabellos que tenía detrás de su cuello, como si quisiera abrazarla hasta
más. Entrelazaron sus lenguas en un lento y gustoso baile.
Cuando el aire faltó,
ambas se separaron. Paris pensaba parar pero Helena le estuvo dando besitos en
los labios hasta que solo sus frentes estaban en contacto.
-Oye
–Le dijo en un susurró-. ¿Te apetece que, cuando volvamos,
vayamos al embarcadero solas algún día?
Paris se relamió los
labios, saboreando a Helena en ellos y sonriendo como una idiota cuando la vio
fijamente a los ojos. Eran verdes, profundos y misteriosos. Con una pequeña
chispa de felicidad, que Paris estaba segura que era por ella.
-¿Cómo
una cita? –Preguntó inocentemente, sabiendo ya la respuesta pero queriendo
escucharla de nuevo.
-Como
una cita. –Le confirmó Helena antes de comenzar a sonreír.
-Me
parece bien.
Y se volvieron a
besar. Porque podían, porque estaban vivas. Habían salvado al mundo. Se lo
merecían.
-¡Qué
solo estoy! –Bramó Koa de la nada, haciéndolas separarse de un salto y mirarlo
divertido-.
Sois demasiado monas, me dais envidia de la mala.
Volvieron a reír. Ese
día había muchas razones para estar felices. Habían salido victoriosos. Y eso
era algo que no muchos semidioses podían decir. ¿Qué más daban sus heridas, los
horribles lugares para dormir, los días sin ducharse o casi comer? Ahora tenían
una larga vida para curarlas, para dormir en camas cómodas, ducharse tantas
veces como quisiera y comer hasta llenarse. La vida les daba muchas
oportunidades. Habían tenido literalmente al titán de los muertos al lado y les
había dicho que se marcharan.
Ese era un gran día.
El día que Troya ganó su guerra. El día que el amor de Paris y Helena al fin
triunfaba.
Ahí, rodeada de sus
amigos, Helena se alegró de que una chica la acusase sobre robar una moto, de
que la metieran en la cárcel por ello, haber llegado al campamento, haber
hablado con calamares gigantes, haberse hundido en un río y haber frenado a los
monstruos. Se alegró de que todo fuese al lado de esos chicos. No lo habría
querido de otra forma.
Le daba igual lo que
le hubiese pasado a los otros. Ellos estaban vivos. Había que celebrarlo por lo
alto.
Apolo,
Artemisa, Hades, Atenea: Odisea de silencios
El viaje fue largo,
pocas palabras se intercambiaron, de vez en cuando el sollozo de Joy se
escuchaba. La tensión se notaba en el ambiente, dos mestizas acababan de morir
por unas mala decisión de uno de ellos, de su compañero de grupo, por lo menos
el minotauro estaba muerto. Solo quedaba uno, solo quedaba el lestrigón, si
llegaban a tiempo podrían ser siete semidioses para matarlos, si no puede que
no solo fueran dos muertes sino cinco. Todo lo sabían, todos sabían que esto
podía ser el final. Durante el trayecto también habían recibido un mensaje iris
de parte de Regina, les contó que había escapado de los lestrigones, que
Gabriella y Emma se habían quedado atrapadas dentro, pensaba que lo peor había
pasado, se le vio muy compungida al borde de las lágrimas, ya no eran siete,
iban a ser cinco, cuatro posibles muertos. La moral del grupo ya era nefasta
pero consiguió bajar algún mas, ahora no solo los sollozos provenían de Joy,
menos Aike todos estaban con una actitud pésima. No haber entendido la profecía
había producido la muerte de esta gente. Si se hubieran dado cuenta todos
podrían estar vivos. Aike en cambio pensaba de otra manera, era la elegida,
había una profecía, debía cumplirse ¿es imposible que no se cumpla
verdad? Por esto Aike no debía estar triste, todo cambiaría.
El viaje continuo pero
se hizo eterno, las cataratas estaban muy lejos todavía, tenían que llegar
antes de que los lestrigones encontrarán a Regina. Aike no durmió, descansó lo
mínimo, era la única que sabía conducir y que estaba en condiciones para eso, Joy
aún seguía en shock, Nathan no conducía, Edith tampoco. El cansancio se
acumulaba en ellos pero finalmente llegaron, las cataratas del niágara, no
veían a los lestrigones a pesar de que allí era el sitio. Había una gran
cantidad de turistas, algo normal, por lo que tenían que esperar a la noche
para investigar.
Una señora se les
acercó a pesar de ser joven su voz parecía muy antigua.
-Cazadora,
coje a todo tu equipo y lárgate, yo no os voy a ayudar, vuestras compañeras han
caído -Dijo
la señora-.
Si os quedáis os enfrentais a algo que ninguna esperáis. Largaos.
-¿Quien
e…? -Trató
de preguntar Aike.
La señora desapareció
entre la multitud, unos extraños aullidos se escucharon pero después todo
volvió a la normalidad.
El grupo estaba ya
estaba en tensión de antes, esto solo les causó más incertidumbre ¿Quién era la
señora?¿Por qué sabían quién era Aike?¿Por que quería que se fueran? ¿Ayudaba a
los lestrigones?¿Los está tratando de ayudar? Aike tenía que decir algo para
tranquilizarlos, era la líder de la profecía así que decidió desconfiar de la
señora, tenía que fiarse de la profecía.
-Chicas,
no os vais a fiar de una señora que nos acaba de decir cosas contraria a la
profecía ¿Verdad? No tendría sentido que nos larguemos ahora, ya matamos a dos
de los tres jefes igual este es más difícil pero podremos hacerlo, todos
tranquilos. Sabemos que Regina está viva. Debemos buscarla, ella sabrá
encontrar la guarida, entraremos, lo mataremos y volveremos al campamento, nada
más tiene que pasar.
Se hizo el silencio.
-¿Y…
y… si ella también… está muerta?-Dijo Joy por primera vez en todo el
viaje-
Tardamos mucho…
-No,
estará viva, tenemos que buscarla, vamos a ello. -Aike se levantó y
comenzó a caminar, todos la siguieron.
Nadie dijo nada, para
los turistas debían parecer fantasmas, todos agotados y estresados paseándose
sin decir nada, fijándose en todos para encontrar a su amiga.
Pasó un tiempo, nada
cambiaba, Regina desaparecida, la moral del grupo peor que antes, la señora los
había convencido a algunos, se escuchaban un ¿Y si no vamos? o siendo solo uno
no puede hacer nada, le faltan sus otros dos capitanes. Aun así siguieron
buscando.
-Vosotros.
-Dijo
una voz.
Todos se giraron, era
Regina la que hablaba.
-Tenemos
que acabar con esto, creo que Emma y Gabriella pueden aún estar vivas.
Seguidme.
Ellos la siguieron, un
poco confusos ¿Esta Regina era a la que conocieran aquel dia en el campamento?
Parecía más mayor, más seria. Entraron en un complejo y comenzaron a
-Aproveché
que tardaste y me aprendí estos pasillos que llevan hasta los lestrigones, se
partes por donde avanzar rápidamente y evitar a las patrullas.
El grupo llegó a una
bifurcación
-Nathan
y Edith ¿Podéis ir por la derecha y girar una llave grande que hay al final de
un pasillo? Eso abrirá la compuerta que hay a la izquierda y nosotros la
sujetaremos hasta que volváis. Si vamos por aquí llegaremos a la sala del jefe
sin tener que pasar por el resto. ¿Os parece bien?
El grupo aceptó, se
separaron Nathan y Edith fueron a donde debían y Regina, Joy y Aike.
Nathan y Edith
avanzaron lentamente, todo cada vez se volvía más oscuro, no había ventanas,
las luces parpadeaban. Avanzaron, ya veían la llave, era como una llave
circular de un barco si se giraba a un lado se abriría la susodicha compuerta,
solo se escuchaba la respiración de la pareja hasta que unos golpes en una
pared rompieron el silencio, parecían unos aullidos de dolor, a su izquierda,
estaban a nada de la llave, la fueron a girar pero estaba dura, necesitaban
hacer fuerza los dos a la vez.
Una vuelta
Dos vueltas
Tres vueltas
Se escuchó un
chasquido metálico y justo después una trampilla se abrió bajo sus pies. Nathan
reaccionó rápido y saltó alejándose pero fue muy lento, no pudo agarrar a Edith
que al abrir la llave quedara en mala posición y trataba de agarrarse a ella
como podía. El agujero se veía totalmente oscuro, la luz que tenían encima se
había apagado. Nathan trataba de ayudar a Edith pero era complicado, no tenía
puntos de apoyo para saltar. La luz parpadeó, vieron una gran boca en el fondo
del agujero, no era muy bajo. Unas manos emergieron del agujero, Edith gritó,
¿Era el final? Si, lo era. Las manos agarraron las piernas de Edith, trató de
resistirse pero las manos hacían demasiada fuerza, si no se soltaba se le
partirían los brazos posiblemente. Nathan no podía hacer nada para evitarlo. A
Edith la engulló la oscuridad, sus gritos dejaron de escucharse de golpe después
de un sonido de carne cortándose.
Nathan se dio la
vuelta, justo después de la caída al pozo la luz comenzó a parpadear de nuevo.
Un golpe, unos gritos, la pared que estaba a pocos metros delante de él se
rompió, de ahí salió otro lestrigón. Si se quedaba quieto podía darse por
muerto. Nathan corrió, antes de que el lestrigón saliera de su aturdimiento por
haber roto la pared y el humo que eso había generado, el se escabulló por
debajo de sus piernas y se dirigió lo más rápido que pudo hacia su grupo. Eso
no era normal, tenía que estar preparado pensó Nathan, era imposible que los
lestrigones supieran que iban a hacer. ¿Cómo sabía Regina que aquella compuerta
llevaba hasta el jefe y como abrirla si para ello se necesitaban más de una
persona? ¿Regina los había traicionado? Era lo que más sentido tenía. Siguió
corriendo y dejó de pensar, tenía que sobrevivir, cuando llego a la bifurcación
cogió el sentido contrario y fue a junto sus amigas, algo lo seguía, parecía
torpe pero rápido. El lestrigón no lo abandonó.
Al llegar al final del
callejón observó al grupo aguantando una puerta, tratando de que no se cerrase.
El lestrigón apareció al principio del pasillo pero esta vez comenzó a andar
lento, no gritaba, una risa provenía de él. La piel de Nathan se puso de
gallina, tenía un mal presentimiento.
-¡No
os fíes!-Gritó
Nathan como podía- ¡Edith ha muerto! ¡Parecía preparado!
Nathan ya se
encontraba pocos metros cuando lo dijo. Ellas no se habían inmutado, parecía
que no habían escuchado el ruido. De repente la puerta se cerró, se les escapó
de las manos, alguien había soltado. Nathan gritaba y golpeaba la puerta para
que la volviesen a abrir. Las luces se apagaron, se escuchó un golpe, volvieron
a mirar el cristal, Nathan ya no estaba, una mancha roja cubría el cristal, una
risa se escuchaba en el fondo.
-Se
me ha resbalado- Dijo Regina consternada-.
Mierda, mierda, lo sabía, no podía salir bien, perdí a mis dos amigas y
ahora la cago de nuevo. Debí saber que era una trampa si no, no me hubieran
dejado pasear sola por aquí abajo.
Regina se hizo una
bola y sollozó en el suelo.
-Ey,
ey, tranquila -Dijo Aike-. Aún no todo acabó, si
nos mantenemos aquí podría empeorar la cosa. Debemos seguir. Guíanos, por
favor. Joy, haz luz para poder saber a dónde vamos.
Joy se iluminó un poco
sin decir nada, Regina se levantó y la risa del lestrigón se volvió todavía más
estridente.
Continuaron, una sala,
otra sala, pasillos y pasillos uno tras otro, parecía que no tenían fin. Al
final encontraron un pasillo que parecía llevar a una sala iluminada.
-Joy,
apágate-Susurró
Aike.
Joy obedeció, todo se
quedó a oscuras y se dirigieron a esa salida iluminada.En cuanto salieron con
cuidado todo parecía tranquilo. Antorchas inundaban la gran estancia y había un
lestrigón de gran tamaño dormido. Era el lestrigón jefe. Cuando se acercaron a
la puerta por la que entraran se cerró de golpe. Se acercaron más hasta que
estuvieron a unos pocos metros pero de repente las grandes puertas se abrieron
y comenzaron a entrar una gran multitud de lestrigones, las acabaron rodeando.
-Aquí
las tengo.-Dijo Regina con una amplia sonrisa-
Costó engañarlas para llegar hasta aquí pero su cansancio lo hizo fácil. Joy
está rota. Aike va a ser difícil. Sera mejor que las atrapéis y después las
matéis.
Joy y Aike se quedaron
sorprendidas, no se esperaban la traición
-¿Nos
has traicionado?-Pregunto Aike incrédula-¿Cómo
eres capaz? Por tu culpa se han muerto también mis compañeros. Te mataré por
esto.
Aike se lanzó hacia
Regina pero era demasiado tarde, los lestrigones habían formado una barrera
entre ellas. El lestrigón jefe se levantó y se acercó a Regina.
-Gracias,
pequeña, gracias a ti todo esto va a ser mucho más fácil. Odio las profecías y
ya es momento de que alguna no se cumpla.-Dijo el Lestrigón-
¡Atrapadlas y atadlas!
Los lestrigones se
lanzaron hacia Joy y Aike. Joy fue atrapada rápido, casi no se resistió, no
estaba en condiciones para pelear, solo consiguió soltar algún sollozo. Aike en
cambio peleo, mató a más de un lestrigón pero eran demasiados, poco a poco iba
cansándose, a este paso no podría aguantar mucho más. Finalmente Aike cayó al
suelo exhausta, no podía seguir. Los lestrigones la ataron a un poste junto a
Joy. Aike estaba malherida, había sufrido mientras batallaba pero aun así
se mantenía consciente.
-Regina,
es tu última tarea. Acaba con ella y esto acabará.
Regina se acercó a
Aike, posó el filo de su guadaña sobre la garganta de ella.
-¡Nos
has traicionado! ¡Vas a acabar con todo, insensata!-Gritó
Aike.
-No,
no voy a acabar con todo, voy a crear un mundo donde no seamos esclavos, un
mundo donde semidioses y monstruos puedan vivir en paz. Sé que tu no lo
comprenderías pero quizás Joy y alguien más del campamento lo comprenda.
-Pero…
Regina cortó el cuello
de Aike antes de que acabase la frase, era la primera vez que mataba con sus
manos a alguien estando consciente. Una extraña sensación le recorrió el cuerpo
no sabría describirla si era horror o satisfacción. La sangre salpicó todo el
suelo y los lestrigones se dirigieron hacia el cuerpo. Mientras Regina se
acercó a Joy.-Tu, tu Joy, te nos unirás o veras la caída
de los dioses junto a nosotros. Eres la última con vida pero puedes ser la
primera persona en unirte a mí y dejar de ser un peón. ¿Te unirás?Joy no
respondió, se quedó callada viendo a la nada.
-Entiendo…
Jefe, muéstrele la verdad. Podría sernos útil -dijo Regina dirigiéndose
al lestrigón-. La profecía se ha roto, es nuestro
momento.
El lestrigón se acercó
a Joy y esta comenzó a agitarse. Estaba viendo la verdad, las muertes por culpa
de dioses y titanes, las cadenas que tenía cada semidiós que le prohibían ser
libre.
-Próxima
parada, Campamento Mestizo. -Susurró Regina.
Agradecimientos
Queridos semidioses, nuestro viaje veraniego
por el rol ha llegado a su final. Ha sido un placer pasar estas ocho semanas a
vuestro lado. Tenemos mucho que agradeceros.
Nuestra página de Tumblr ha subido una
cantidad de seguidores increíbles, allí el apoyo a la historia es inmensurable.
¡Ya casi llegamos a 100 seguidores! Lo que es un logro, teniendo en cuenta que
hay escasas 30 publicaciones, de las cuales 8 son estos trabajados capítulos.
Nuestra cuenta secundaria ha estado
constantemente activada por todos vosotros, que leéis y participaba, de vez en
cuando, activamente en la historia.
No hemos sido últimamente constante en cuanto
la subida de capítulo, pues los administradores nos hemos visto constantemente
superados por la longitud prometida de los capítulos. Sin embargo, estamos
felices de decir que lo hemos conseguido terminar en dos meses y un día sin
falta. Es por ello que lamentamos deciros que esta temática no se volverá a
repetir próximamente. Requiere una cantidad inmensurable de tiempo que, a partir
de ahora, los administradores no tendremos tan a menudo. Sin embargo, no
descartamos la posibilidad de hacerlo el año que viene, trayendo nuevas mejoras
para garantizar que más personas puedan participar.
Este trabajo no se podría haber llevado a cabo
si no fuera gracias a los 60 campistas que se unieron a nuestra iniciativa y
confiaron en nosotros ciegamente. Esperamos que vuestras expectativas se hayan
visto saciadas y que, en posibles futuras entregas, volváis a querer entrar
aquí. Ha sido un placer hablar casi a diario con todos vosotros y escuchar
vuestras alocadas aportaciones.
Esto ha sido todo entonces, semidioses. Nos
seguiremos viendo en futuras publicaciones y si recibimos mucho apoyo tal vez
os podemos asegurar repetir esta dinámica. ¡Mil gracias por todo!
Besos.
-Los
Administradores.
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