La Espada de Peleo. Capítulo 7: Siempre son malas noticias

 A continuación está el quinto capítulo de nuestra historia interactiva: La Espada de Peleo. La historia ha sido escrita e ideada por Hija de Eos, las portadas editadas por Hija de Hécate, y todo supervisado por Cazadora de Artemisa.

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Lia descolgó el arco que tenía a su espalda y sacó una flecha del carcaj a la vez que Nick desenvainó su espada. Max permaneció quieta, escuchando y analizando el lugar. Permanecieron quietos durante unos minutos, pero allí no había nadie más, así que continuaron su camino avanzando lentamente sin bajar la guardia.

Un poco más adelante, la niebla se volvía tan espesa que impedía ver el resto del camino.

−Algo me dice que ya estamos cerca. −Anunció Lia.

Debería de haberse alegrado, en cambio, la constante sensación de que algo les estaba observando desde las profundidades del bosque no le hacía sentirse nada alegre.

Media hora más tarde, Lia no pudo seguir aguantando aquella horrible sensación y dejó de caminar.

−No aguanto más −Exclamó−, ¿vosotros también lo notáis?

−¿Notar el qué? −Preguntó Nick.

−Como si alguien nos llevase vigilando desde hace un rato. −Respondió ella.

−Eh… yo no noto nada.

−Yo tampoco −Añadió Max, extrañada−. ¿Te encuentras bien?

−Sí, sí… Bueno, no… Creo que la niebla me está volviendo loca. Da igual, continuemos.

Max y Nick intercambiaron una mirada.

−Si quieres podemos parar a descansar, llevamos horas sin sentarnos. −Propuso Nick.

−La verdad es que nos vendría bien a todos hacer una pequeña pausa. −Dijo Max.

Lia asintió y los tres se sentaron en el suelo húmedo del bosque. Como no podía ser de otra forma, en cuanto se hubieron sentado, puesto cómodos y sacado la comida, un monstruo les atacó.

Nick murmuró unas cuantas maldiciones en griego antiguo y se levantó lo más rápido que pudo al igual que Max. Lia se quedó sentada, mirando al gran toro de bronce que había aparecido de la nada. El toro se les quedó mirando mientras echaba humo por la boca. Lia siguió sentada, sin mover un solo dedo.

−Igual si no te mueves no te ve.

−Lia, eso no es un oso. −Dijo Max, procurando no hacer movimientos bruscos.

−No, es uno de los khalkotauroi de Hefesto. −Explicó Nick.

−¿Los qué? −Preguntó Lia.

−Dioses, ¿soy el único que leyó las aventuras de Jasón? −Puso los ojos en blanco−. En resumen: son toros que creó Hefesto para el rey Etes. Cuidado, su aliento es fuego.

−Espera, ¿este bicho fue uno de los toros que atacaron al campamento hace años? ¿No les venció una tal Clarisse de la Rue? −Preguntó Max−. Es imposible, acabó con ellos.

−Quizás este consiguió escapar.

Al fin el toro se cansó de esperar y decidió embestir contra Lia. Ella se levantó e intentó apartarse, pero el arco que llevaba colgado a su espalda se enganchó a uno de los cuernos del toro, arrastrando a Lia con él mientras el toro continuaba corriendo tratando de acabar con Nick y Max.

Mientras sus amigos gritaban comentarios útiles como “¡Lia, apártate de ahí!”, ella rezaba porque al toro no se le ocurriese echar fuego por la boca para churruscarla. El toro continuaba arrastrándola tratando de quitársela de encima como si fuera un excremento de pájaro en un coche y los árboles fuesen los limpia parabrisas.

Lia se retorcía tratando de evitar chocar contra los árboles, cosa que no sirvió de mucho. El toro consiguió apartar a Lia a base de estamparla contra un gran tronco.

 

Lia consiguió levantarse, pero no en el lugar donde ella esperaba estar. En ese momento, se encontraba en una cueva que no le costó reconocer. La espada de Peleo continuaba clavada en el suelo, iluminando débilmente el oscuro lugar.

−No tenemos mucho tiempo. −Advirtió una voz a su espalda. Lia se giró, esperando encontrar de nuevo al fantasma de Peleo. Al contrario, un hombre de aspecto más vívido que Peleo era el que estaba hablando−. No tardarás mucho en despertar.

El hombre debía de medir unos dos metros. Su edad era incalculable. Tenía un rostro joven, como si tuviese unos 25 años, aunque debido a las canas y las arrugas de su cara, podría tener 85 años fácilmente. Sus ojos azules miraban fijamente a Lia, analizándola.

−¿Quién es usted? −Preguntó Lia.

El hombre rió.

−Yo soy Aión, dios del tiempo eterno y la prosperidad. Aunque no espero que me conozcas.

−Lo siento, pero la verdad es que no.

−Quizás conozcas mejor a mis… colegas de tiempo, Cronos y Kairós.

Lia notó cómo se le ponía la piel de gallina.

−¿Cronos el titán? ¿El que se comió a sus hijos?

−A ese mismo Cronos me refiero, exacto. Pero no te preocupes, yo no voy a intentar matarte. Al contrario, vengo a advertirte.

¿−Advertirme sobre qué?

−Por la misión, ¿por qué si no? No voy a andar con rodeos, pequeña mortal. Ambos sabemos que esto no acabará bien.

A Lia le dio un vuelco al corazón.

−¿Me está diciendo que debo abandonar?

−¡Al contrario! Creo que deberías continuar.

−Pero… acaba de decir que nada saldrá bien.

−Exacto.

Lia se rascó la cabeza mientras fruncía el ceño.

−Señor… creo que no lo entiendo.

−Quizás lo entenderías mejor viéndola a ella.

Lia se había perdido al principio de aquella conversación. Iba a preguntarle qué demonios significaba todo eso cuando el dios chasqueó los dedos y el suelo de la cueva se rompió bajo sus pies. Tres segundos después, se levantó de golpe. Estaba en el bosque, pero no en una parte que pudiese reconocer. La vegetación allí era diferente del lugar donde se había desmayado y la niebla se había vuelto tan espesa que era imposible ver medio metro más allá de donde se encontraba.

−Al fin nos conocemos.

A su lado apareció una mujer pálida. Su imagen no estaba muy clara, como si ella estuviera hecha de la niebla que había a su alrededor.

Lia se planteó echar a correr sin mirar atrás en cuanto la mujer abrió sus ojos completamente negros, pero en ese mismo instante todo su mundo se vino abajo.

−¿Madre? −Consiguió pronunciar Lia en un hilo de voz. Solo era una intuición, pero ella sabía que la mujer que tenía enfrente era su progenitor divino.

La mujer asintió con la cabeza.

−No quiero hablar contigo −Dijo Lia, sorprendiéndose a sí misma. Pensaba que, cuando conociera a su progenitor divino, lloraría a más no poder y se abrazarían en un momento épico de madre e hija. Al contrario, la rabia se había apoderado de ella− ¿Esto es en serio? ¿Te atreves a aparecer delante de mí como si nada?

La diosa no dijo nada.

−¿No piensas decir nada? ¿Ni un “¡Hola, hija! ¡Siento no haber estado presente durante toda tu vida y haberte mentido haciéndote creer que tu madre era otra mujer”?

−Sabes que no tenemos tiempo para eso. Tu vida y la de tus amigos está en juego. ¿Ya has tomado una decisión?

−¿Qué decisión? No, espera. Ya sé lo que intentas. No cambies de tema.

−Lia, creo que ya sabes que los dioses no podemos pasar tiempo con nuestros hijos. No se nos permite.

−No te estoy pidiendo que actuases como una madre normal. Podrías haberte pasado por casa y… saludarme al menos. Decirme que tú eras mi verdadera madre.

−Lo intenté, hija. Pero he estado muy ocupada.

−¿Tanto como para no ir a ver a tu propia hija?

−Ya hablaremos sobre eso más tarde, si es que logras sobrevivir. Debes elegir un camino ahora. Si continúas la misión, encontrarás muchos obstáculos en tu camino, algunos muy dolorosos para ti. En cambio, si abandonas, las cosas irán a peor.

¿Hablar más tarde sobre ese asunto? ¿Acaso volvería para hablar con ella? Lia sabía que no. Estuvo a punto de decirle a la diosa un par de cosas sobre por dónde podía meterse sus dichosas encrucijadas, pero no la apetecía acabar carbonizada.

−Aión dijo que debería continuar, así que eso es lo que haré.

−Lia, se supone que no debería influir en tus decisiones, pero sinceramente, no creo que esa sea la mejor de las decisiones.

−¿Por qué? ¿Tan poco confías en mí que crees que fallaré en la misión?

−Porque uno de los semidioses que te acompañan está destinado a morir. Aparte de eso, tú vida también corre peligro en estos momentos.

A Lia se le cayó el alma a los pies. El bosque tembló.

−Se que harás lo correcto cuando sea el momento, hija. −Dijo la diosa antes de que se disipase convertida en niebla.

 

Lia despertó de golpe, esta vez en el mundo real. Estaba sudando e hiperventilando. Nick se encontraba sentado en el suelo con la espalda apoyada en el árbol contra el que Lia había chocado. Tenía la ropa hecha jirones y su cara estaba llena de cortes.

−¿Qué ha pasado? −Preguntó ella, irguiéndose con dificultad. Miró a su alrededor. No había ni rastro de los toros mecánicos… ni de Max.

−Nick… ¿dónde está Max?

Lia volvió a fijarse en el chico y se dio cuenta de que estaba llorando. Nick trató de explicarlo, pero no le salían las palabras. Levantó los brazos en un gesto de impotencia.

-Se la han llevado.

 

 

 

 

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