La Espada de Peleo. Capítulo 7: Siempre son malas noticias
A continuación está el quinto capítulo de nuestra historia interactiva: La Espada de Peleo. La historia ha sido escrita e ideada por Hija de Eos, las portadas editadas por Hija de Hécate, y todo supervisado por Cazadora de Artemisa.
Participa en las encuestas de esta historia en nuestra página principal de instagram @percyjacksonson y los capítulos completos también en nuestra cuenta secundaria @percyjacksonson.18
Lia descolgó el arco que tenía a su espalda y sacó una flecha del carcaj a la vez que Nick desenvainó su espada. Max permaneció quieta, escuchando y analizando el lugar. Permanecieron quietos durante unos minutos, pero allí no había nadie más, así que continuaron su camino avanzando lentamente sin bajar la guardia.
Un poco más
adelante, la niebla se volvía tan espesa que impedía ver el resto del camino.
−Algo me dice que
ya estamos cerca. −Anunció Lia.
Debería de haberse
alegrado, en cambio, la constante sensación de que algo les estaba observando
desde las profundidades del bosque no le hacía sentirse nada alegre.
Media hora más
tarde, Lia no pudo seguir aguantando aquella horrible sensación y dejó de caminar.
−No aguanto más −Exclamó−,
¿vosotros también lo notáis?
−¿Notar el qué? −Preguntó
Nick.
−Como si alguien
nos llevase vigilando desde hace un rato. −Respondió ella.
−Eh… yo no noto
nada.
−Yo tampoco −Añadió
Max, extrañada−. ¿Te encuentras bien?
−Sí, sí… Bueno,
no… Creo que la niebla me está volviendo loca. Da igual, continuemos.
Max y Nick
intercambiaron una mirada.
−Si quieres
podemos parar a descansar, llevamos horas sin sentarnos. −Propuso Nick.
−La verdad es que
nos vendría bien a todos hacer una pequeña pausa. −Dijo Max.
Lia asintió y los
tres se sentaron en el suelo húmedo del bosque. Como no podía ser de otra
forma, en cuanto se hubieron sentado, puesto cómodos y sacado la comida, un
monstruo les atacó.
Nick murmuró unas
cuantas maldiciones en griego antiguo y se levantó lo más rápido que pudo al
igual que Max. Lia se quedó sentada, mirando al gran toro de bronce que había
aparecido de la nada. El toro se les quedó mirando mientras echaba humo por la
boca. Lia siguió sentada, sin mover un solo dedo.
−Igual si no te
mueves no te ve.
−Lia, eso no es un
oso. −Dijo Max, procurando no hacer movimientos bruscos.
−No, es uno de los
khalkotauroi de Hefesto. −Explicó Nick.
−¿Los qué? −Preguntó
Lia.
−Dioses, ¿soy el
único que leyó las aventuras de Jasón? −Puso los ojos en blanco−. En resumen:
son toros que creó Hefesto para el rey Etes. Cuidado, su aliento es fuego.
−Espera, ¿este
bicho fue uno de los toros que atacaron al campamento hace años? ¿No les venció
una tal Clarisse de la Rue? −Preguntó Max−. Es imposible, acabó con ellos.
−Quizás este
consiguió escapar.
Al fin el toro se
cansó de esperar y decidió embestir contra Lia. Ella se levantó e intentó
apartarse, pero el arco que llevaba colgado a su espalda se enganchó a uno de
los cuernos del toro, arrastrando a Lia con él mientras el toro continuaba
corriendo tratando de acabar con Nick y Max.
Mientras sus
amigos gritaban comentarios útiles como “¡Lia, apártate de ahí!”, ella
rezaba porque al toro no se le ocurriese echar fuego por la boca para
churruscarla. El toro continuaba arrastrándola tratando de quitársela de encima
como si fuera un excremento de pájaro en un coche y los árboles fuesen los
limpia parabrisas.
Lia se retorcía
tratando de evitar chocar contra los árboles, cosa que no sirvió de mucho. El
toro consiguió apartar a Lia a base de estamparla contra un gran tronco.
Lia consiguió
levantarse, pero no en el lugar donde ella esperaba estar. En ese momento, se encontraba
en una cueva que no le costó reconocer. La espada de Peleo continuaba clavada
en el suelo, iluminando débilmente el oscuro lugar.
−No tenemos mucho
tiempo. −Advirtió una voz a su espalda. Lia se giró, esperando encontrar de
nuevo al fantasma de Peleo. Al contrario, un hombre de aspecto más vívido que
Peleo era el que estaba hablando−. No tardarás mucho en despertar.
El hombre debía de
medir unos dos metros. Su edad era incalculable. Tenía un rostro joven, como si
tuviese unos 25 años, aunque debido a las canas y las arrugas de su cara,
podría tener 85 años fácilmente. Sus ojos azules miraban fijamente a Lia,
analizándola.
−¿Quién es usted? −Preguntó
Lia.
El hombre rió.
−Yo soy Aión, dios
del tiempo eterno y la prosperidad. Aunque no espero que me conozcas.
−Lo siento, pero
la verdad es que no.
−Quizás conozcas
mejor a mis… colegas de tiempo, Cronos y Kairós.
Lia notó cómo se
le ponía la piel de gallina.
−¿Cronos el titán?
¿El que se comió a sus hijos?
−A ese mismo
Cronos me refiero, exacto. Pero no te preocupes, yo no voy a intentar matarte.
Al contrario, vengo a advertirte.
¿−Advertirme sobre
qué?
−Por la misión,
¿por qué si no? No voy a andar con rodeos, pequeña mortal. Ambos sabemos que
esto no acabará bien.
A Lia le dio un
vuelco al corazón.
−¿Me está diciendo
que debo abandonar?
−¡Al contrario!
Creo que deberías continuar.
−Pero… acaba de
decir que nada saldrá bien.
−Exacto.
Lia se rascó la
cabeza mientras fruncía el ceño.
−Señor… creo que
no lo entiendo.
−Quizás lo
entenderías mejor viéndola a ella.
Lia se había
perdido al principio de aquella conversación. Iba a preguntarle qué demonios
significaba todo eso cuando el dios chasqueó los dedos y el suelo de la cueva
se rompió bajo sus pies. Tres segundos después, se levantó de golpe. Estaba en
el bosque, pero no en una parte que pudiese reconocer. La vegetación allí era
diferente del lugar donde se había desmayado y la niebla se había vuelto tan
espesa que era imposible ver medio metro más allá de donde se encontraba.
−Al fin nos
conocemos.
A su lado apareció
una mujer pálida. Su imagen no estaba muy clara, como si ella estuviera hecha
de la niebla que había a su alrededor.
Lia se planteó
echar a correr sin mirar atrás en cuanto la mujer abrió sus ojos completamente
negros, pero en ese mismo instante todo su mundo se vino abajo.
−¿Madre? −Consiguió
pronunciar Lia en un hilo de voz. Solo era una intuición, pero ella sabía que
la mujer que tenía enfrente era su progenitor divino.
La mujer asintió
con la cabeza.
−No quiero hablar
contigo −Dijo Lia, sorprendiéndose a sí misma. Pensaba que, cuando conociera a
su progenitor divino, lloraría a más no poder y se abrazarían en un momento
épico de madre e hija. Al contrario, la rabia se había apoderado de ella− ¿Esto
es en serio? ¿Te atreves a aparecer delante de mí como si nada?
La diosa no dijo
nada.
−¿No piensas decir
nada? ¿Ni un “¡Hola, hija! ¡Siento no haber estado presente durante toda tu
vida y haberte mentido haciéndote creer que tu madre era otra mujer”?
−Sabes que no
tenemos tiempo para eso. Tu vida y la de tus amigos está en juego. ¿Ya has
tomado una decisión?
−¿Qué decisión?
No, espera. Ya sé lo que intentas. No cambies de tema.
−Lia, creo que ya
sabes que los dioses no podemos pasar tiempo con nuestros hijos. No se nos permite.
−No te estoy
pidiendo que actuases como una madre normal. Podrías haberte pasado por casa y…
saludarme al menos. Decirme que tú eras mi verdadera madre.
−Lo intenté, hija.
Pero he estado muy ocupada.
−¿Tanto como para
no ir a ver a tu propia hija?
−Ya hablaremos
sobre eso más tarde, si es que logras sobrevivir. Debes elegir un camino ahora.
Si continúas la misión, encontrarás muchos obstáculos en tu camino, algunos muy
dolorosos para ti. En cambio, si abandonas, las cosas irán a peor.
¿Hablar más tarde
sobre ese asunto? ¿Acaso volvería para hablar con ella? Lia sabía que no.
Estuvo a punto de decirle a la diosa un par de cosas sobre por dónde podía
meterse sus dichosas encrucijadas, pero no la apetecía acabar carbonizada.
−Aión dijo que
debería continuar, así que eso es lo que haré.
−Lia, se supone
que no debería influir en tus decisiones, pero sinceramente, no creo que esa
sea la mejor de las decisiones.
−¿Por qué? ¿Tan
poco confías en mí que crees que fallaré en la misión?
−Porque uno de los
semidioses que te acompañan está destinado a morir. Aparte de eso, tú vida
también corre peligro en estos momentos.
A Lia se le cayó
el alma a los pies. El bosque tembló.
−Se que harás lo
correcto cuando sea el momento, hija. −Dijo la diosa antes de que se disipase
convertida en niebla.
Lia despertó de
golpe, esta vez en el mundo real. Estaba sudando e hiperventilando. Nick se
encontraba sentado en el suelo con la espalda apoyada en el árbol contra el que
Lia había chocado. Tenía la ropa hecha jirones y su cara estaba llena de
cortes.
−¿Qué ha pasado? −Preguntó
ella, irguiéndose con dificultad. Miró a su alrededor. No había ni rastro de
los toros mecánicos… ni de Max.
−Nick… ¿dónde está
Max?
Lia volvió a
fijarse en el chico y se dio cuenta de que estaba llorando. Nick trató de
explicarlo, pero no le salían las palabras. Levantó los brazos en un gesto de
impotencia.
-Se la han
llevado.
Comentarios
Publicar un comentario