La Espada de Peleo. Capítulo 6: Niebla por la mañana, tarde de dramas.

 A continuación está el quinto capítulo de nuestra historia interactiva: La Espada de Peleo. La historia ha sido escrita e ideada por Hija de Eos, las portadas editadas por Hija de Hécate, y todo supervisado por Cazadora de Artemisa.

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Fue Max la que más rápido reaccionó, cogiendo el arco que tenía a su espalda. Antes de que Lia se diera cuenta de lo que acababa de pasar, ella ya había lanzado dos flechas.

−¿Qué es? −Preguntó Lia mientras giraba en dirección al monstruo, que se encontraba a su derecha, preparándose para atacar a Nick.

El monstruo debía de medir al menos siete metros de largo. Podría haberse confundido fácilmente con una serpiente gigante, excepto por el hecho que era tan ancha como un coche y tenía dos cabezas. Una a cada extremo de su cuerpo.

−Es la anfisbena −Explicó Max mientras apartaba a Nick de la trayectoria de ataque de la serpiente−. Si no me equivoco, nació de la sangre de Medusa cuando Perseo le cortó la cabeza.

−Que bien, pero, ¿cómo la matamos?

−No lo sé, el experto en monstruos es Nick.

La serpiente fijó sus miradas en los tres semidioses. Lia pudo apreciar que la serpiente tenía una especie de largos y curvados cuernos en una de las cabezas, mientras que en la otra tenía pequeñas orejas redondas.

−Vale, no sé cómo matarla, pero este bicho puede regenerarse, así que no bastará con cortarlo por la mitad. Ah, y cuidado con sus colmillos. La anfisbena es venenosa. -Explicó Nick sin apenas moverse para que la serpiente no atacara.

−Como si no le bastase verter veneno por una sola boca… −Masculló Max.

Los ojos de la anfisbena brillaban como relámpagos, siempre esperando para atacar en el mejor momento.

-Pues tendremos que improvisar.

En cuanto la anfisbena se lanzó hacia ellos, Lia le lanzó una flecha a uno de los ojos de la cabeza con cuernos. La serpiente se tambaleó y rugió de dolor. Acto seguido Nick se acercó corriendo hacia la serpiente y, mientras Max acertaba de lleno en el ojo derecho de su otra cabeza, Nick trepó torpemente por la piel del monstruo hasta que logró apuñalarlo con su espada. Esta rebotó contra su piel, causándole únicamente el doble de enfado del que ya tenía. Nick se sujetó como pudo mientras la serpiente sacudía su cabeza tratando de tirarle.

−¡Max! −Gritó él−. Necesito que abra la boca. Hay que apuñalarla desde dentro.

Max y Lia le lanzaron más flechas a la cabeza en la que Nick se encontraba.

−Eh, ¡tú! -Gritó Max tratando de llamar su atención−. ¡Ven a por mí si puedes!

Finalmente, una de las flechas se clavó en su orificio nasal izquierdo. La anfisbena rugió de dolor y Nick aprovechó para apuñalarla por el interior de su boca, esquivando por muy poco los colmillos venenosos de esta. La espada atravesó su cabeza y se convirtió en polvo en menos de un segundo.

−Hacemos un buen equipo. −Comentó Lia entre bocanadas de aire. Miró a sus compañeros, los que antes no quería ahí y ahora estaría muerta de no haber sido por ellos.- Deberíamos de ponernos un nombre.

−Que buena idea, ¿Y qué propones? −Habló Nick en un tono de ilusión que Lia no supo si interpretarlo como sarcasmo o no.

−¿Qué tal… La Liamos? ¿Lo pillas? La Lia-mos.

−Que graciosa eres.

−¿Qué propones tú?

−El guapo, la rubia y la inepta. −Propuso sonriendo.

−Define guapo.

−Eh, vosotros −Gritó Max a varios metros de distancia−. No tenemos todo el día.

Ambos se pusieron en marcha.

−¿Crees que sigue enfadada conmigo? −Preguntó Lia.

−Es complicada, pero ya se le pasará. Es algo… rencorosa.

−Ah… −Respondió Lia. Ninguno de los dos dijo nada durante diez minutos, hasta que Lia decidió romper el hielo−. ¿Qué tal si nos conocemos mejor? Ahora que lo pienso, no sé nada de ti.

−¿Qué quieres saber de mí? Preguntó Nick.

−Pues no lo sé. ¿Cuál crees que es tu progenitor divino?

−No lo sé. Todo el mundo dice que parezco un hijo de Hades o Némesis, pero yo no soy como sus hijos. No puedo invocar muertos ni tampoco me considero vengativo. Sinceramente, y por favor, que esto quede entre nosotros. No creo que yo sea un semidiós. Quizás simplemente se equivocaron conmigo.

−Pero en la película de orientación dijeron que ningún mortal puede atravesar la barrera mágica del campamento a menos que sea un mestizo.

−¿Y qué hay de Rachel Dare? Ella es mortal, solo que puede ver cosas. La niebla no la afecta. No lo sé… pero si soy un semidiós, espero averiguarlo pronto, porque la cabaña de Hermes no da para más personas. ¿Y tú? −Preguntó tratando de cambiar de tema−. ¿Ya sabes quién es tu madre o padre divino?

−No… Yes algo que no entiendo. Tengo madre y tengo padre. Sé que me han ocultado muchas cosas en la vida, pero esto… esto es demasiado. Aunque ahora que lo pienso, quizás ser mestiza sea lo mejor que me pase en la vida.

−¿Y eso?

Lia tardó unos segundos en contestar.

−Desde que mi padre tuvo el accidente de avioneta… todo ha cambiado en casa. Él no murió, pero quedó traumatizado. Apenas habla conmigo. Mi madre… simplemente me ignora. No sé por qué, pero siento que me culpan por lo ocurrido. Y como no tengo muchos amigos, he pasado sola muchos malos momentos.

Nick no dijo nada, tal vez porque no sabía que decir. Tampoco había nada que pudiera hacer para consolarla.

−¿Qué hay de ti? −Trató de cambiar de tema, evitando el silencio incómodo−. Sobre tu familia, digo.

El muchacho se quedó pensativo, mirando a sus pies mientras caminaba y sin dejar escapar ni una sola expresión en su rostro. Lia supuso que sería un tema delicado. Miró al frente, donde Max seguía por delante. Su camiseta naranja se le pegaba por el sudor y apartaba ágilmente las ramas que se cruzaban en su camino. Estaba muy guapa.

-Quizás deberíamos de avanzar más rápido o terminaremos perdiéndole el paso a Max. - comentó Nick.

Lia prefirió no seguir preguntando (ni pensando) y le hizo caso a Nick. Alcanzaron a Max justo cuando ella frenó de golpe.

−El río...

−¿Cómo sabías en qué dirección debíamos ir? −Preguntó Lia.

−Céfiro −Respondió Nick−. Es el dios del Oeste. El hijo de Astreo y Eos, si no me equivoco.

-Sí, ¿no compitió también contra Apolo por el amor de Jacinto? No recuerdo cómo terminaba la historia, pero sé que no tenía un final feliz. - comentó Lia.

- Digamos que Céfiro no es que sea un buen perdedor e hizo que Jacinto… ya sabes… muriese. Pero bueno, eso es otro tema, el caso es que vamos por buen camino.

−Exacto, y el río continúa avanzando por el Oeste, así que en marcha compañeros, tenemos una espada que encontrar. −Dijo Max antes de continuar el camino.

*

Caminaron durante tres horas sin decir una palabra hasta que decidieron parar a descansar. A medida que avanzaban, Lia notó cómo la niebla se iba haciendo más espesa a medida que avanzaban.

−He estado pensando en lo que dijo el fantasma −Dijo Nick−. El padre de Aquiles es Peleo. No estaba seguro de para qué quería que buscáramos la espada, pero ahora todo tiene sentido. Su espada era especial. Si no me equivoco, cualquiera que porte la espada puede ganar cualquier batalla.

−Es cierto, ahora que lo dices, creo que leí algo sobre eso −Comentó Max−.  Da igual contra quién o contra cuántos enemigos luches, si peleas con esa espada tienes la victoria asegurada.

−Si alguien más aparte de nosotros la está buscando, debemos de tener cuidado. No me gustaría tener que luchar contra ese alguien si la encuentra antes que nosotros. −Dijo Lia.

−Lo que más me preocupa es la forma en la que la profecía fue recitada. Debería de haber sido Rachel la que dijera la profecía, no un fantasma en sueños. −Planteó Max.

−Eso es lo de menos. Debemos centrarnos en recuperar la espada. −Dijo Nick. Ambas asintieron y continuaron el camino.

Los colores del cielo cada vez se hacían más cálidos y en el bosque solo se escuchaba el sonido de las seis zapatillas contra la tierra.

−Oye −Dijo Lia mientras se acercaba a Max. Hablaba en voz baja, dejando claro que era una conversación privada−. Siento lo de antes. Lo de… irme sin avisar. De verdad que yo… lo siento mucho. No quiero que sigamos enfadadas más tiempo.

 −No pasa nada, yo también lo siento. Sé que solo intentabas protegernos.

−Así que ya estamos en paz, ¿cierto?

−Estamos en paz. −Contestó Max sonriendo.

−Guay. ¿Sabes? Quizás…

Antes de que Lia pudiese terminar la frase, Max frenó de golpe.

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