La Espada de Peleo. Capítulo 3: Una carrera nada limpia

 A continuación está el tercer capítulo de nuestra historia interactiva: La Espada de Peleo. La historia ha sido escrita e ideada por Hija de Eos, las portadas editadas por Hija de Hécate, y todo supervisado por Cazadora de Artemisa.

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Lia se quedó contemplando el campamento boquiabierta.

−¿Qué te parece? Preguntó Max al ver a Lia tan asombrada.

−Es precioso, pero… ¿siempre está tan vacío? −Contestó mientras observaba un gran campo de fresas que se extendía hacia el sur.

−Bueno… Es la hora de descanso, supongo que todos estarán en sus cabañas. Aun así, estamos en marzo. Los campistas suelen venir solo en verano, aunque hay gente que se queda durante todo el año. En fin, deberíamos de ir a hablar con Quirón y el señor D −Cambió de tema de manera brusca−. Seguro que se alegran de conocerte.

Max se giró y, sin nada más que decir, se dirigieron a una gran casa de color azul con bordes blancos en cuyo tejado había una veleta de bronce con forma de águila. Le indicó que esa era la llamada Casa Grande, donde los capitanes hacían sus reuniones y estaban los despachos del Señor D y Quirón, aunque ella seguía sin saber quienes eran esos.

En el porche de la Casa Grande se encontraban dos hombres jugando a las cartas. Uno de ellos levantó la vista para observarlas al acercarse, mientras que el otro hombre parecía estar absorto en sus pensamientos, o quizás las estuviese ignorando. El que antes las había observado, dejó sus cartas sobre la manta que cubría sus piernas y se acercó en su silla de ruedas mientras analizaba a Lia.

−Parece ser que tenemos una nueva campista −Anunció el hombre sin apartar la vista de Lia−. ¿Cómo te llamas?

−Eh...Lia, señor.

−Encantado, Lia, soy Quirón, el supervisor de las actividades. −Se giró a Max, como buscando explicación.

−Nos la encontramos en la misión. Es una larga historia, el caso es que la trajimos aquí, no podíamos dejarla. No después de… el pequeño incidente con monstruos.

−Muy bien hecho, no habría sido muy prudente dejarla allí −Max puso una sonrisa orgullosa−. Creo que es mejor que lo hablemos más detalladamente en la Casa Grande junto con el director. Max, ¿por qué no te llevas después a Lia para que vea la película de orientación?

- Claro, señor.

El otro hombre le daba mal rollo. Le recordaba mucho a su profesor de filosofía, el señor Miller, pero estaba claro que ese hombre no era el señor Miller, ya que su profesor era bastante más mayor y no tenía el cabello castaño, sino negro Azabache, tal como el del otro hombre que seguía sin prestarles atención alguna. Se acercaron hacia donde el director de aquel extraño campamento seguía sentado, profundamente concentrado en su partida de cartas y con una lata de Coca-Cola en la mano.

−Eh, tú, ¿sabes cómo jugar al Pinacle? −Quiso saber incluso antes de que Lia pudiera presentarse.

−No...

−¿Qué haces aquí entonces? −Gruñó− ¿Sabes qué? Mejor no contestes, me da igual.

Después de aquella agradable bienvenida por parte del director, Quirón le explicó todo lo que debería de saber, aunque insistió en que todo lo que decía lo vería más tarde en la película de orientación.

−Bah, la película de orientación... aprendería mucho más apuntándose a la carrera de carros de esta tarde que viendo esa ridiculez. −Comentó el hombre de la Coca Cola.

−Lia podrá apuntarse a la carrera de esta tarde si ella lo desea. Pero antes debe de ver la película.

−Recuérdame que queme esa dichosa cinta después −Bufó el señor de las cartas−. Eso sí, quiero que esta tarde Laila se apunte a la carrera. Tú, Mara, diles a los de tu cabaña que dejen conducir a Lila y ya está. Y ahora, largaos.

Ahí acabó la conversación. Lia estuvo a punto de corregirle, pero Max la apartó y la acompañó hasta una habitación cercana al porche.

Apagó las luces y dio comienzo a la película. En cuanto terminó, Lia no sabía qué pensar al respecto. Nunca nada le había dado tanta vergüenza ajena como aquella película.

−Es horrible, ¿verdad? −Dijo Max, riendo−. Siento que hayas tenido que pasar por esto. Bueno, ¿tienes idea de quién puede ser tu madre o padre divino?

−No… quiero decir, no creo que los dioses trabajen en una peluquería o en una teleoperadora cuando pueden estar en el Monte Olimpo sin ninguna preocupación −Respondió Lia, riendo.

−No importa, irás a la cabaña de Hermes mientras lo averiguas. ¿Te acuerdas del otro chico que me acompañó en la misión?

−¿El borde?

−¡Sí! Nick está en la misma situación que tú. Aún no sabe quién es su progenitor divino, aunque yo creo que es un hijo de Hades. Seréis compañeros de cabaña.

−¿Y tú? ¿Quién es tu progenitor divino?

−¿Yo? Soy demasiado previsible. Rubia, uso arco y flechas, se me da bien la música… Soy hija de Apolo.

Max miró el reloj y se dirigió a la puerta.

−Vamos, tenemos que ir a por tu arma antes de que la carrera de carros comience.

La llevó hasta el lugar donde se realizaría la carrera. La pista de la carrera había sido trazada en un campo de hierba que estaba situado entre el bosque y los campos de tiro. Allí se encontraban todos los campistas reunidos. Max se acercó a Nick, quien ya estaba montado en un carro listo para comenzar. Ese era de color verde del cual tiraban unos caballos normales, bastante simple comparado con los demás, como el carro color rojo sangre del que tiraban dos caballos esqueléticos. Aunque después de lo que había vivido ese día, ya no le sorprendía nada.

−¡Espera! ¡Nick! −Gritó Max –. Lia tiene que conducir a favor de su cabaña. Órdenes del señor D.

−¿Y eso en qué me influye a mí?

−No sé quién es mi progenitor divino así que por ahora pertenezco a Hermes −Respondió Lia.

−Pero… agh, está bien.

Nick se bajó del carro.

−Si es tu primera vez, será mejor que conduzcas en vez de luchar. Espero que sepas conducir carros tirados por caballos. En fin, buena suerte. Ah, y bienvenido a la cabaña de Hermes. –El chico sonaba irónico y cabeceó antes de marcharse.

−Pero si yo... espera, espera, ¿cómo se maneja este trasto? −Preguntó Lia, pero parecía que era demasiado tarde. La caracola sonó.

−Bien, chicos −Comenzó a decir Quirón mientras Lia se colocaba el casco y subía al carro−. Ya sabéis las normas: debéis dar dos vueltas para ganar. Cada equipo consta de un carro con un conductor, dos caballos y un guerrero. Las armas están permitidas, pero tratad de no matar a nadie. Dicho esto, ¡a vuestros puestos!

−¡A sus marcas! – continuó gritando Quirón, y acto seguido hizo un gesto con la mano en señal de partida. Todos los carros salieron en marcha a toda velocidad. Lia improvisó. “¿Qué tan difícil puede ser conducir un carro tirado por caballos?” se preguntaba. La respuesta era mucho. Al principio era fácil, dentro de lo que cabía, hasta que el carro que estaba delante de ellos volcó con un gran estruendo. Intentó esquivarlo y por poco se salieron del camino, pero lo consiguió. Iban en quinto puesto, nada mal para ser la primera vez. Quizás no debería haberse emocionado tan pronto, pues otro carro, este completamente dorado como si estuviese hecho de oro puro, se colocó a su lado.

−¿Listos para perder? –Gritó la conductora del otro carro.

−La chica es nueva en esto, Vania, no te pases con ella. –Respondió el guerrero de Hermes.

−Ares lleva ganando tres veces seguidas gracias a mí, y no pienso decepcionar a mi cabaña y romper nuestro récord por una novata. Arrivederci, compañeros.

En ese momento Lia observó cómo detrás de ellos un carro tirado por caballos mecánicos lanzaba bolas de fuego a los carros de Ares y Hermes. Lia trató de avisar a su compañero cuando una bola le dio de lleno al carro de Ares, haciendo que este chocara contra el de Hermes.

−¡He perdido el control! −Gritó Vania.

−¡Yo también! −Chilló Lia.

El carro que estaba detrás de ellos volvió a lanzar más bolas de fuego. Lia estaba recuperando el control de los caballos, pero cuando miró al frente, descubrió que se habían salido del camino y chocaron contra un árbol, dejando a los chicos inconscientes.

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